lunes, 8 de abril de 2024

LA COPIA Y LA ANTICOPIA: PARTE I, SIN COPIA NO EXISTIRÍA VIDA

 


 

pensando fuera de la caja

 

I

 

SIN COPIA NO EXISTIRÍA VIDA

 

La vida es lo que es hoy porque a través del ensayo y el error, desde las formas más simples a las complejas, desde antes que aparecieran las bacterias y arqueas, se ha ido transformando hasta llegar a las actuales formas de vida compleja. En todo ese proceso, que le tomó a la vida en el planeta tierra más de 2200 millones de años, la copia fue el mecanismo que permitió la abundancia, el error y la innovación. Auto replicarse (copia) fue la ruta que dio origen a la extinción de las defectuosas y al surgimiento de nuevas formas superiores, que terminaron por reemplazar a las formas más primitivas de vida. La humanidad no es ajena a ese proceso bio-histórico. La humanidad es el resultado de miles de millones de copias que se reproducen, copiando su material genético y transmitiéndolo a sus descendientes.

    Un trabajo de la Universidad de Berkeley de California nos indica: “la capacidad para copiar las moléculas que codifican la información genética es un paso clave en el origen de la vida: sin él, la vida no existiría.” La autorreplicación –continua el estudio–, “abrió la puerta a la selección natural. Después de que se formó la molécula autorreplicadora, algunas variantes de estos replicadores tempranos serían más eficaces copiándose a sí mismos que otros y producirían más «descendientes». Estos superreplicadores se volverían más comunes —eso, hasta que uno de ellos se construyera accidentalmente de forma que le permitiera ser un super-superreplicador— y entonces, esa variante asumiría el poder. Mediante este proceso de selección natural continuada, terminarían por acumularse los pequeños cambios en las moléculas replicadoras hasta que evolucionó un sistema replicador estable y eficaz.”[1] 

Carlos Fiorovanti nos cuenta en la revista Pesquisa: “La molécula de ADN, un icono de la ciencia moderna, es la única sobreviviente de una lucha que se extendió durante millones de años. Inconfundible en su formato de sus dos cordones enrollados entre sí, emergió de una intensa pugna con otras estructuras químicas capaces de copiarse a sí mismas. Y triunfó solo porque entre ellas hubo cooperación o altruismo, para utilizar un término que se toma prestado de la antropología. Las moléculas más refinadas, aquéllas que lograron ganar tiempo copiándose por medio de enzimas –un tipo de proteínas–, auxiliaban, probablemente de manera involuntaria, a las más primitivas, que generaban réplicas de sí mismas mediante métodos más lentos.” Las moléculas, continúa, “que eran enteramente egoístas, es decir, por alguna razón incapaces de prestar ayuda, sencillamente desaparecieron”.[2] 

El acto de copiar es inherente a todos los procesos de la vida. Así, por ejemplo, algunas especies para sobrevivir copian algunas características de la presa. La bioluminiscencia que en las luciérnagas evolucionó para comunicarse entre sí. Les sirve como advertencia a los depredadores de que están llenas de toxinas y que deberían mantenerse lejos. Algunas especies han evolucionado para emitir señales falsas, parecidas a la bioluminiscencia de las luciérnagas. Es el caso de las hembras photuris depredadora, también llamadas femme – fatales, porque tienen fama de ser letales porque atraen machos de otras especies para comérselos. La photuris imitan (copian) a la hembra de esa especie para que el macho baje a aparearse, pero termina devorado. Este es un ejemplo clásico de depredador usando mimetismo. Una especie copia el comportamiento de otra con otros fines: devorarla. Mentir y engañar está muy extendido en el reino animal. Y los humanos pertenecemos a ese reino. La guerra es el arte del engaño. En el núcleo filosófico de Sun Tzu sobre la guerra el 50% se basa en el engaño.[3] 

La vida es el resultado de procesos interminables de copias y mutaciones, desde las formas más elementales o simples hasta las complejas. En los procesos biológicos, la copia del gen es la base sobre la que se van ensamblando los ladrillos de la construcción de los seres vivos. Un organismo biológico se autoperpetúa al autoproducirse a través de la reproducción de nuevas células que sustituyen a las ya muertas. Del mismo modo, la cultura se autoperpetúa o, mejor dicho, se autoproduce superándose permanentemente.[4] Así en la construcción de ensayos o proyectos científicos se van ensamblando los ladrillos, que provienen de la inspiración de otros cerebros (copia y modificación), para terminar edificando una nueva certeza en los diversos campos de la ciencia, política o literatura. 

La humanidad, en general todas las formas de vida, existen porque llevan inherentes a ellas la capacidad de auto replicarse o copiarse; pero, también de producir mutaciones o cambios que les ha permitido superar a las especies competidoras. La copia en la historia de la vida nos ha dado forma y existencia. Copiar es una manera de reproducción y existencia; en cambio, la originalidad incapaz de replicarse simplemente deja de existir. En la producción intelectual la originalidad o creatividad es una rarísima excepción o, como decía Albert Einstein, la originalidad está en “la habilidad de esconder tus fuentes”. En todo caso, la originalidad de un trabajo, bien vista, no resulta tan original porque siempre se apoya en el conocimiento previo de otros productores. La copia es lo permanente, continuidad que garantiza la supervivencia biológica y cultural; la anticopia, la originalidad, es la excepción, la ruptura en los conocimientos que provocan los grandes saltos en la historia humana. 

La singularidad de la producción intelectual es la base sobre la que se afirma o sostiene la universalidad del pensamiento milenario y viceversa. La universalidad se desarrolla sólo a través de la singularidad de la obra de cada uno de los pasajeros de la nave llamada tierra. Así las ideas de todos se convierten en ideas de uno, y, las ideas avanzadas de uno se transforman en ideas avanzadas de todos. La originalidad, la más de las veces, aparece en su no originalidad; es decir, sintetiza o resume “los pensamientos que eran comunes a todos”. El personaje en la historia recoge las ideas de su época. Pero, no sólo las recoge, la continua y supera: “Sorel logró una continuación original del marxismo, porque comenzó por aceptar todas las premisas del marxismo, no por repudiarlas a priori y en bloque, como Henri de Man en su vanidosa aventura. Lenin nos prueba, en la política práctica, con el testimonio irrecusable de una revolución, que el marxismo es el único medio de proseguir y superar a Marx”[5]. 

En la comunicación literaria o científica, la disertación o exposición del productor inmaterial, hace suyas (incorpora) las palabras (pensamiento, logros o resultados de gestión), de quiénes lo antecedieron en el tiempo, dentro de la arquitectura de su discurso (elimínese las referencias bibliográficas y tendrán una alocución muy “original”). Esto es, no existe ninguna exposición absolutamente original, todas tienen algo o mucho de otros autores. 

Escribir y publicar, lleva implícita la necesidad de socializar conocimientos, de revelar lo oculto, de trascender como productor intelectual, de “marcar la cancha”. Hay una relación evidente entre pensamiento y escritura. La escritura es el vehículo del pensamiento, el vehículo de universalización del conocimiento. La escritura ha permitido democratizar el conocimiento, llevándolo de los círculos cerrados y contextos particulares a espacios geográficos, tiempos y públicos no imaginados. La escritura, y sobre todo las publicaciones, satisfacen o halagan el ego del productor y sus sueños de trascender a su tiempo. 

En la antigüedad, antes de las publicaciones escritas estaban los divulgadores orales que recorrían pueblo tras pueblo cantando o recitando las obras literarias más populares. La Ilíada y la Odisea, los Evangelios del Nuevo Testamento, por ejemplo, llegan a nuestros oídos y ojos por obra y gracia de personajes que precedieron a los hacedores de manuscritos (escritura). En la Grecia antigua eran conocidos como Aedos, que no tenían escrúpulos en mejorar la “originalidad” de los poemas o narraciones, que ellos cantaban en sus visitas a las ciudades importantes. 

En el pasado, las creaciones literarias o los conocimientos científicos se transmitían oralmente. Los Aedos (narradores de los cantares de siglos anteriores al VIII a.n.e.) eran quienes los popularizaban de pueblo en pueblo. Y fue gracias a tales personajes que llega a nuestros ojos la producción intelectual de la antigüedad. En aquellos tiempos no pasaba por la mente de creadores y divulgadores la enfermiza idea de los derechos de propiedad intelectual. Los divulgadores (aedos) no tenían reparos en mejorar la matriz literaria original. La Ilíada y la Odisea es un ejemplo en ese sentido. La epopeya griega es atribuida a Homero: pero, los estudiosos de literatura antigua concluyen que los poemas épicos fueron perfeccionados por los cantores de la obra.

 

“Durante más de trescientos años, los poetas fueron relatando oralmente en fiestas y celebraciones las aventuras de los héroes de Troya y el fantástico viaje de Ulises. Fueron transmitiendo y reinventando el relato para las generaciones futuras.”[6] 

Hasta 1453 los conocimientos se transmitían mediante manuscritos. Estos eran reproducidos por amanuenses (esclavos) que copiaban obras antiguas, generalmente por encargo. En la edad media, los monjes eran los encargados del proceso de copiado antes de la invención de la imprenta. Monjes que, en el proceso de copiado del Nuevo Testamento, por ejemplo, introducían mejoras en la forma como en el contenido de los manuscritos originales.   

                             

“El epigrama del bilbilitano aparece en El infinito en un junco, de Irene Vallejo, un documentadísimo y emocionante recorrido a través de la historia del libro en la Antigüedad. De sus páginas uno sale siendo consciente de la abrumadora importancia de la cultura escrita en el mundo grecolatino, un mundo plagado de bibliotecas, en el que los niños de varios continentes distintos aprendían a leer con las mismas historias y en el que algunos autores llegaron a ser auténticas celebridades. Un mundo contradictorio, en el que convivían la magia con la razón y la cultura con la violencia, que construyó su ideal de civilización sobre los maltrechos hombros de los esclavos.”[7]

 Pero, sólo hace 314 años los derechos de autor (copyright, 10 de abril de 1710) aparecen como un artificio que, con la aparición de la imprenta, es usado por las empresas para monopolizar la edición y distribución de publicaciones de obras literarias o científicas. Aunque a decir la verdad, en la antigüedad griega ya existían precedentes, pero sin la ambición mercantilista del capitalismo moderno. 

En Sibari, una de las colonias griegas de la Italia meridional (fundada hacia el año 720 a.n.e. por los Aqueos), se estableció por una ley de la ciudad que los cocineros tenían derecho a patentar temporalmente los platos de comida que inventaban, conservando el monopolio durante un año. Fueron los griegos quienes vislumbraron por primera vez la noción de derecho de autor. Pero, “no la perfeccionaron por culpa de los dioses por inaudito que parezca. Los griegos, en efecto, casi siempre invocaban a las musas como su principal fuente de inspiración, particularmente las que eran guiadas por Apolo. La consecuencia directa era que las ideas y el conocimiento se presumían regalos de los dioses. De ahí que, en las ciudades y colonias griegas, ni siquiera se imaginaban dichos conceptos como cosas que pudiesen ser objeto de venta o de apropiación.”[8] Ya por aquellos tiempos aparecía, aún larvaria, la contradicción entre propiedad privada de la “genialidad o inventiva” y el conocimiento colectivo, entre copyright y copyleft. 

La necesidad inventó la colaboración; pero no solo la colaboración, sino también la capacidad imitadora o copiadora de los homínidos. Platón decía que apenas una idea genial sale de la boca del creador esta se generaliza entre sus contemporáneos. De un genio brota una idea y esta se populariza en un tris cuando llega a los oídos o la mirada de sus coterráneos (copyleft). Mucho antes de que el homo sapiens se convirtiera en la especie dominante, la copia fue el artilugio que permitió a la especie ser lo que hoy somos. Los humanos somos copistas desde Ab initio de los tiempos. Práctica que hoy es conocida como ingeniería a la inversa. Así y sólo así, las ideas avanzadas de uno se transforman en ideas avanzadas de todos y las ideas avanzadas de todos sirven de base para los nuevos descubrimientos que destacan los atributos del inventor. 

En especie humana, la experiencia pasa de unos a otros, se transmite de generación a generación, desde el principio de los tiempos homínidos. Esta singularidad es vital para su supervivencia como especie; pero, también, transforma todo conocimiento individual en conocimiento comunitario. Así como un conocimiento comunitario nos salvó de la extinción frente a otras especies depredadoras. Un conocimiento comunitario a su vez nos salvará de nosotros mismos.

Tacna, 08 abril 2024

Tacnacomunitaria

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