Fuentes: Ganas de erscribir
29/05/2024
Escribió
Walter Benjamín que lo hecho nunca está definitivamente hecho y que, por tanto,
lo peor puede volver. Desde hace tiempo, comprobamos que es así: los partidos
de una extrema derecha que creíamos desparecida, o al menos reducida a la
mínima expresión desde hace décadas, vuelven a tener influencia política
decisiva, e incluso gobiernan en algunos países de gran relevancia.
En las
próximas elecciones europeas veremos, sin duda, que su representación
parlamentaria se multiplica y, lo que es peor, que se convertirán en socios
para nada vergonzantes de las fuerzas de derecha más centristas que dirigen los
destinos de la Unión Europea.
Cuando todo
eso se produce, las izquierdas se empeñan en erigirse en defensoras de la
democracia y en baluartes frente al extremismo de la derecha neofascista. Un
intento que se revela vano cuando no cambian la estrategia que precisamente ha
llevado a que sus antiguos electores se conviertan en la base social y
electoral de la extrema derecha.
Esta, en sus
diferentes variedades, está llevando a cabo en todos los países donde se
expande políticas privatizadoras, recortes sociales y favores indisimulados a
las grandes empresas, a la banca y fondos de inversión. Pero con los únicos
votos de los propietarios de estos últimos no podría nunca tener el éxito
electoral que tiene.
Milei,
Trump, Meloni, Orbán, Le Pen, Abascal, Ayuso… están instigados y financiados
por el poder económico y financiero, pero su apoyo social proviene de millones
de personas desposeídas, de clases trabajadoras explotadas, desahuciadas y
excluidas, de trabajadores autónomos precarizados y de miles de propietarios de
micro empresas o de pequeños y medianos negocios cada vez más ahogados a base
de impuestos que las grandes empresas no pagan o por la morosidad de estas
últimas (en España les deben más de 80.000 millones de euros), o de clases
medias que ven que sus hijos no pueden salir del hogar familiar porque no
pueden tener vivienda y que viven en la inseguridad e incertidumbre
permanentes. Y, sobre todo, que están hartas de cómo se ha venido gobernando
antes, de la corrupción y, como he dicho, de la desposesión que sufren.
Ese es el
drama. Pero un drama que se produce porque han sido partidos socialistas los
que han puesto en marcha en Europa las políticas que han producido esos
efectos. En concreto, los Tratados pro-mercado y las de estabilidad y
austeridad. Y porque los que se sitúan a su izquierda, en lugar de dar
prioridad a las reivindicaciones socioeconómicas centrales que tienen que ver
con esa desposesión, han fragmentado su discurso y se dedican a defender
reivindicaciones particularistas con las que es imposible conseguir amplios
apoyos sociales. En mi reciente libro Para que haya futuro he contabilizado 16
corrientes de izquierdas, 21 feministas y 27 ecologistas, aunque es posible que
estén mal contadas y que aún haya más de cada una. Por supuesto, sin unirse ni
apenas colaborar entre sí y, a veces, incluso fuertemente enfrentadas. ¿Cómo se
van a poder sentir protegidas así las clases desposeídas que necesitan
seguridad, ayuda y comprensión? ¿Cómo van a confiar y encontrar la voz y el
poder que buscan en quienes no se entienden ni aclaran entre sí y andan siempre
a la greña?
Las
izquierdas han renunciado a defender los valores universales que son los únicos
que permiten aglutinar en torno a ellos a las amplias mayorías sociales que es
imprescindible tener para evitar la desposesión generalizada. Y el resultado es
que la derecha y ahora la extrema derecha inteligentemente los asumen como
suyos. Es verdad que no mencionan que para ponerlos en práctica y disfrutarlos
es preciso actuar sobre los derechos de propiedad, que ocultan las causas
reales que producen la desposesión y que mienten sobre ellas, por ejemplo,
haciendo creer que no hay vivienda por culpa de los okupas o que hay paro e
inseguridad ciudadana por los inmigrantes. Pero, como no hay reclamo
alternativo sobre ellos, su mera enunciación basta para que la gente crea que
la extrema derecha es la que puede defender la libertad, la seguridad, la
soberanía, los intereses nacionales, el empleo o la integridad del territorio.
Y, al paso que vamos, incluso otros derechos como el acceso a la vivienda, la
propia democracia, los derechos humanos o la paz. Tiempo al tiempo.
¿Cómo se va
a evitar que las clases desposeídas voten a la extrema derecha si esta defiende
los valores con los que se identifica el sentir común de tanta gente, mientras
que las izquierdas no hacen autocrítica de sus políticas equivocadas, o se
empeñan en darle prioridad a valores o reivindicaciones que tan sólo pueden
defender grupos muy reducidos o de interés, por muy legítimo que sea, muy
minoritario?
¿A quién le
puede extrañar que la extrema derecha se haga con la bandera de la libertad, de
la seguridad o la soberanía nacional mientras las izquierdas no disimulan su
complicidad con los grandes poderes, se hacen militaristas y se dedican a
plantear la tauromaquia como gran problema político o a hacer creer que en la
especie humana no hay diferentes sexos masculino y femenino, según los casos y
por poner algún ejemplo concreto? O mientras que no terminan de pelearse entre
ellas y elevan a la categoría de arte el maltrato hacia quienes tratan de poner
en marcha sus propios proyectos políticos.
¿Cómo se va
a poder evitar que la gente desposeída se eche en brazos de la extrema derecha
si los partidos de izquierdas se han convertido en organizaciones cesaristas en
donde la militancia apenas participa, ni decide, ni tiene protagonismo diario,
o cuyos dirigentes y cargos públicos no son referentes ejemplares para la gente
corriente, sino privilegiados que no muestran más interés ni estrategia que
mantener sus prebendas?
En pocas
palabras: la izquierda ha dejado desamparada a su base social.
Como explico
en mi libro, las izquierdas no sólo han renunciado a soñar, para diseñar
horizontes y proyectos que sean atractivos a la gente que sufre; ni ponen en
práctica experiencias que permitan demostrar que otro mundo es posible. Más
grave aún es que, a fuerza de haber estado expuestas al neoliberalismo, han
terminado siendo insensibles a sus males y los reproducen en su seno.
Cuesta
decirlo, pero las izquierdas que ahora se nos ofrecen como salvadoras frente al
ascenso de la extrema derecha no van a poder evitar su creciente protagonismo
porque, como he dicho, en gran medida han sido sus torpezas y renuncias las que
han permitido que esos nuevos partidos totalitarios se ganen el apoyo de su
antigua base social.
Es
imprescindible darle la vuelta a todo esto que está pasando entre quienes se
autodefinen como motores del progreso y la transformación social.
Afortunadamente, hay otras formas de hacer política y de hacer sociedad y ya
las ponen en marcha muchas personas y colectivos sociales en todo el mundo. Lo
urgente es apoyarlas, difundirlas y, sobre todo, practicarlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario