22 mayo, 2024
Un fantasma
recorre las ruinas de la civilización tecnomorfa y pantoclástica: es el nuevo
espécimen del homo resiliens. Liberado de los remordimientos de la
conciencia infeliz y satisfecho por la miseria del presente cosificado, el
«último hombre» dedicado a la resiliencia no conoce nada grande por lo que
luchar y en lo que creer, por lo que esforzarse y en lo que esperar. Hijo del
desencanto posmoderno y del fin de la creencia en los grands récits orientados
hacia un futuro redimido, el homo resiliens se contenta con lo
que hay pues piensa que es todo lo que puede haber. La suya es una ontología
tan primitiva como depresiva, que resuelve la posibilidad en la realidad dada,
el futuro en la eterna repetición del presente. Conformándose con los placeres
vulgares que le ofrece la civilización del consumo («un deseo para el día y
otro para la noche», se sugiere en Así habló Zaratrusta), el último
hombre de la resiliencia no tiene ningún recurso de valor que oponer a la
vorágine nihilista, que ha agotado todo sentido y ha abandonado el mundo sin
Dios a la nada de la producción y el intercambio como fines en sí mismos.
Expresión
desesperada de un nihilismo puramente pasivo, miembro seriado de un rebaño
amorfo y sin pastor, el homo resiliens mira con el
gélido pathos de la distancia todo anhelo de verdadera
libertad, todo proyecto de renovación del mundo: está convencido de que ya no es
el momento y de que, en la era crepuscular del ocaso de los ídolos, no queda
otro camino que la conciliación y la adaptación respecto de un orden de cosas
que, por mucho que se cuestione, no admite alternativas ni vías de escape. El
imperativo de ne varietur se acompaña, casi de forma
compensatoria, de un trabajo hipertrófico sobre el propio yo, destinado a
volverlo más maduro y más fuerte para que finalmente esté dispuesto a aceptar
sin pestañear todo lo que sea.
En la
fisonomía del último hombre se impone como factor dominante la más vulgar
mediocridad, se percibe la contracción integral de la potencia creadora de la
esencia humana, ahora desprovista de entusiasmo y de pasión: los homines
resilientes, «miserables, que nunca vivieron» (Infierno III, v. 64),
se resignan con lo que hay, adaptándose una vez tras otra y esforzándose por
acallar cualquier voz interior de disidencia que aún pudiera subsistir. La
fuerza subversiva de la transformación de la realidad es expulsada por el
repliegue sobre sí mismos de los últimos hombres, que viven el fundamentalismo
económico y sus escenarios de ordinaria miseria como un destino irreversible al
que prestan acatamiento sumiso. El imperativo estoico del amor fati,
entendido a modo de adaptabilidad a la lógica de lo real, constituye la receta
esencial de su felicidad mediocre, en la que la voluntad de impotencia
individual convive con el furor de la voluntad de omnipotencia
del sistema de producción tecnocapitalista.
La figura en
la que parece condensarse mejor el nuevo espíritu gregario de los últimos
hombres coincide con la de la servitude volontaire planteada
por La Boétie, que actualizada podría traducirse como el oscuro deseo de servir
para ser dejados en paz, de ser dominados para no ver interrumpido el goce
ilimitado derivado del flujo de circulación de los servicios y de las
mercancías. A diferencia del resistente, esto es, del sujeto naturaliter inconformista
con el espíritu gregario y quizás incluso dispuesto a asociarse en formas
revolucionarias con los de su especie, el resiliente encaja con el prototipo
del esclavo ideal, que no sabe que lo es y que ignora la existencia de las
cadenas que lleva o, alternativamente, las confunde con irrechazables
oportunidades para la maduración interior.
El hodierno
«malestar de la civilización» hunde sus raíces en la eliminación tanto del
Ideal como del lazo social; y congruentemente produce el paisaje desértico de
los ermitaños en masa, de los resilientes que, socialmente distanciados, tratan
de sobrevivir adaptándose, superando biográficamente las contradicciones
sistémicas casi como si fueran únicamente molestias del yo no conciliado. El
hombre revolucionario vivía en el hiato perpetuo entre la realidad y sus
sueños; el hombre resiliente vive en la inextinguible ausencia de sueños que le
permitan pensar la realidad como algo enmendable.
Concepto smart e
inaprensible, evasivo y capaz de adaptarse de manera resiliente a cualquier
contexto, la resiliencia es, por derecho, parte integrante de la constelación
de nuevas virtudes incorporadas a la civilización gerencial del business –desde
el enpowerment hasta las prácticas motivacionales, desde
el problem solving al mindfulness– y de
esa governance neoliberal que actualmente ha saturado el mundo
de la vida, mercantilizándolo y cosificándolo sin restricciones ni zonas
francas. Es, en primer lugar, la actitud existencial, pero después también
política y social, hoy sistemáticamente exigida a los súbditos de la
civilización mercadoforme, es decir, a los consumidores sin patria y sin raíces,
sin sustancia crítica y –diría Gramsci– sin residuo del «spirito di
scissione”: el mandato, bajo la forma de un imperativo omnipresente, llega
principalmente a través del repique falsamente polifónico del sistema de mass-media,
que es el megáfono de la voz de su amo. Este último exhorta diariamente a la
triste tribu de los últimos hombres, el «pueblo perdido» de los descamisados de la
globalización infeliz, a volverse dóciles y sumisos, a abandonar todo antagonismo inoportuno y toda veleidad
redentora: en una palabra, a hacerse resilientes, a trabajar sobre sí mismos
para ponerse a la altura del mundo en el que viven, o sea, para soportarlo
cotidianamente sin retornos de la llama roja y sin despertares extemporáneos
del «espíritu de la utopía».
Por eso, el
imperativo dominante, reafirmado urbi et orbi por la industria
cultural y por los funcionarios de las superestructuras, es el que predica la
desencantada adaptación a lo existente como única realidad posible[1]. Desde cualquier perspectiva que se
observe, el sujeto resiliente parece ser el ideal producto in
vitro del sistema de producción y de la civilización totalmente
administrada. Siguiendo el retrato robot esbozado por Antonio Trabucchi en su
texto Resisto dunque sono –Resisto luego existo– (2007)[2], el resiliente es optimista por
principio, tiende a leer los acontecimientos negativos como circunscritos y en
todo caso como una oportunidad de mejora, sigue pensando que es capaz de
controlar y gobernar su propia vida, y no ve ninguna derrota, por más
estruendosa que sea, que le suscite la voluntad de luchar para cambiar el orden
de cosas.
Su
predisposición fundamental, congénita o conquistada a base de un arduo trabajo
sobre sí mismo, es la «agilidad emocional» (emotional agility)[3], vale decir, una suerte de precariado de
las emociones y los sentimientos, llamado a expresarse en la capacidad de
adaptarse camaleónicamente a los contextos más diversos y a las situaciones más
adversas, encontrando cada vez in se los recursos adecuados y
el espíritu preciso. Du mußt dein Leben ändern (Has
de cambiar tu vida), el título de un exitoso libro de Peter Sloterdijk[4], cristaliza en su forma más eficaz la
posmoderna rehabilitación del aguante estoico del orden de cosas y la
glorificación de la razón cínica de quienes, al fin y al cabo, no aspiran más
que a su propia salvación individual en medio de la tragedia colectiva.
Metabolizando
el imperativo sistémico de la adaequatio al orden de cosas,
elevada a la condición de «evidencia» a determinar científicamente y aceptada
estoicamente, el homo resiliens contemporáneo no se esfuerza
por comprender y, menos aún, por rectificar el orden de cosas: parte del
presupuesto de que en caso de conflicto entre Sujeto y Objeto, es en cualquier
circunstancia el primero – para él sólo en esto reside el secreto de una vida
feliz – el que tiene que adaptarse al segundo, superando los traumas y
malestares que intempestivamente le han llevado a tal divergencia. La pasión
transformadora abierta al futuro, que pertenecía a los revolucionarios, es
aniquilada por esta forma contemporánea de adhesión desencantada; forma cuya
ductilidad, en todo caso, tiende fácilmente a desvelar la farsa y el lastre
ideológico.
El
heroico mot d´ordre del coraje y de su indocilidad razonada (frangar,
non flectar) es derribado por el vil adagio de la resiliencia y su
ilimitada disposición a sufrir en silencio (flectar, non frangar),
fingiendo que los traumas y las injusticias han de acogerse como momentos de
superación y como pruebas de fortaleza. Obsérvese, en passant, que
el adjetivo «frágil» tiene como raíz el verbo latino frango, que
significa «quebrar», «romper», «destrozar»: el resiliente es, pues, el «frágil»
que, con tal de no romperse, se adapta a todo, haciéndose líquido en la
sociedad líquida y, por tanto, asumiendo en todos los ámbitos la «fluidez» como
su propia cualidad esencial.
El célebre
aforismo de Nietzsche, según el cual was mich nicht umbringt, macht
mich stärker, «lo que no me mata, me hace más fuerte»[5], no parece que pueda ser tomado como una
definición del espíritu de resiliencia: de hecho el resiliente es un sujeto
intrínsecamente débil, cuyo actuar o, por mejor decir, cuya inactividad
práctica surge del reconocimiento preventivo de la fuerza superior del objeto
que está frente a él. Variando sobre el tema hegeliano, es más un siervo que un
señor ya que, prefiriendo doblegarse para no quebrarse, no está dispuesto a
correr el riesgo extremo de su vida para revertir el orden de cosas y ganar la
libertad.
Como la
hierba pisoteada, que siempre está lista para volver a su posición, así el
resiliente absorbe cada vez el golpe, probablemente agradeciendo la preciosa
oportunidad de maduración que ha obtenido de él. Se le exige apertis
verbis cultivar esa «flexibilidad mental»[6] que consiste, en el fondo, en la
capacidad de adaptarse a todo y a todos, lo que, no accidentalmente, representa
una variante nada desdeñable de la flexibilidad universal de la era del
precariado y de la evaporación de toda figura de solidez: desde los lazos
familiares a las relaciones laborales, desde los vínculos con las comunidades y
con los territorios de pertenencia a las visiones del mundo fundamentadas y
estructuradas.
En efecto,
del lema resiliencia se puede hacer lo que se quiera ya que, de un modo u otro,
se adapta a todo: tal es, paradójicamente, su grado de resiliencia. Perfil
paroxístico del yo líquido posmoderno, el homo resiliens puede
serlo en el ámbito psicológico, si supera los traumas modificándose a sí mismo[7]; puede serlo en política, si se adecúa
cadavéricamente al imperativo de ne varietur tallado en letras
mayúsculas en el teologúmeno neoliberal there is not alternative;
todavía puede serlo también en economía, si logra hacer de la necesidad virtud,
viviendo como oportunidades los escenarios de la ordinaria explotación y de la
cotidiana desigualdad propios del fanatismo del mercado.
El
Diccionario de la Lengua italiana de De Mauro explica que “resiliente” es aquel
que manifiesta la “capacidad de resurgir de experiencias difíciles,
adversidades, traumas, tragedias, amenazas o fuentes significativas de estrés,
manteniendo una actitud suficientemente positiva al afrontar la existencia”; en
suma, el que sufre la desgracia y se levanta como si nada, el que frente a la
injusticia, en lugar de rebelarse, encuentra la fuerza para seguir su propio
camino aunque esto suponga una dosis diaria de abuso mortificante.
Variante del
actual fanatismo de la tolerancia, la resiliencia es naturalmente un perfil
psicológico. Pero también es, inseparablemente, un comportamiento político
acorde con la era del absolutismo del tecnocapital y de la austeridad desiderata por
los grupos patronales, jubilosos ante la perspectiva de poder gobernar masas
oprimidas y resilientes; o lo que es igual, masas capaces de absorber sin
pestañear y sin retornar a los fuegos rojos, la violencia cotidiana sobre la
que estructuralmente se asienta un sistema que tiene como premisa básica la
explotación y la miseria de los más en beneficio de unos pocos. No olvidemos
entonces que, como mostró Federico Rampini (“La Repubblica” 23 de enero de
2013), “dinamismo resiliente” fue la consigna lanzada en 2013 por el Foro
Económico Mundial y por Obama, por lo tanto en lugares y por personas que se
inscriben plenamente en el orden del bloque hegemónico neoliberal de tracción
atlantista.
El homo
resiliens se cae y se levanta potencialmente hasta el infinito, pero
sin cuestionar nunca el mundo objetivo que siempre le hace caer de nuevo.
Sucesor del ignavo confinado por Dante en el infierno, el resiliente no
entorpece la marcha del mundo y, de hecho, la secunda en todas sus dinámicas,
incluso aunque se trate de la más endemoniadamente injusta. Ni siquiera la
condena con las armas de la crítica ni la somete a una mordaz interpelación,
atrapado como está por la petulante satisfacción de haber logrado trabajar
sobre sí mismo hasta el punto de aceptar finalmente lo inaceptable.
El
resiliente es el yo indefenso que ve penurias personales pero nunca
contradicciones reales y que, en caso de desacuerdo con la realidad, prefiere
el diván del psicólogo a la plaza de la revolución coral, la variación del yo a
la del no- yo, que diría Fichte. Su esfera privilegiada de acción y de vida es
la individualidad a la sombra del poder, el desarme de todo espíritu crítico y
la mutilación preventiva de todo proyecto de futuro. Es el sujeto ideal de las
masas pasivas y homologadas, en las que todos piensan y desean lo mismo (pues
ya nadie piensa ni desea realmente), pero simultáneamente también es el
individuo aislado de la nueva era de las soledades telemáticas conectadas a
través de internet y desconectadas de la realidad y sus palpitantes
contradicciones que piden ser resueltas en la praxis.
En
definitiva, el resiliente es el súbdito ideal de la prosa cosificante del nuevo
capitalismo post-1989 y, con mayor razón, de los propios desarrollos que está
experimentando en las primeras décadas del nuevo milenio: el homo
resiliens ha atesorado los llamamientos que se le dirigen desde todos
los puntos de las redes unificadas por parte de los monopolistas del discurso y
por tanto, vía mediata, por el bloque oligárquico neoliberal. Ha aceptado ser
sumiso en lugar de revolucionario, adaptable en lugar de contestatario, e
incluso ha interiorizado la necesidad de cambiarse a sí mismo para adecuarse a
un status quo de cuya inmodificabilidad está íntimamente
convencido. En definitiva, ha optado por hablar el idioma de su enemigo de
clase, creyendo en el progreso -y por consiguiente en la ininterrumpida
secuencia de las conquistas de los grupos dominantes- y sobre todo asumiendo
mansamente el comportamiento que los amos siempre han soñado de los esclavos.
¿No es acaso el sueño inconfesable de todo amo gobernar esclavos dóciles y
sumisos, en una palabra resilientes? ¿No es verdad que todo pastor ha tenido
siempre el deseo de poder conducir un rebaño manso y obediente, dispuesto a
hacer cuanto se le ordene porque está convencido de que no existe ninguna otra
posibilidad?
También por
eso la resiliencia es, entre todas, la cualidad más propedéutica para el éxito
del bloque oligárquico neoliberal, la virtud que es propicia y se espera de
la massa damnata de los derrotados. Es parte integrante del
nuevo orden mental, políticamente correcto y éticamente corrupto, que sirve de
complemento superestructural a la estructura del diagrama asimétrico del
equilibrio de poder en la época inaugurada con el entierro, aunque provisorio,
del marxiano «sueño de una cosa» bajo los pesados escombros del Muro
(9.11.1989).
Notas
[1] “¡Adecuados! Es el mandamiento psicológico-político del momento”:
PETER SLOTERDIJK, “Kritik der zynischen Vernunft”, 2 Bände, 1983; (Ed. Esp.
“Crítica de la razón cínica”, Siruela 2003).
[2] PIETRO TRABUCCHI, “Resisto dunque sono”, Corbaccio, Milano 2007.
[3] SUSAN DAVID, “Emotional Agility”, 2016; (Ed. Esp. “Agilidad
Emocional”, Editorial Sirio, Málaga 2018).
[4] Ver PETER SLOTERDIJK, “Du muBt dein Leben ändern. Über
Anthropotechnik”, Suhrkamp Verlag 2009; (Ed. Esp. “Has de cambiar tu vida”,
Pretextos 2012).
[5] FRIEDRICH NIETZSCHE, “Götzen-Dammerung: oder Wie man mit dem Hammer
philosophiert”, 1888; (Ed. Esp. “El crepúsculo de los ídolos”, EDAF 2002).
[6] ANNA OLIVERIO FERRARIS y ALBERTO OLIVERIO, “Più forti delle
avversità. Individui e organizzazioni resilienti”, Bollati Boringhieri, Torino
2014.
[7] JOHN W. REICH, ALEX J. ZAUTRA y JOHN STUART HALL, “Handbook of Adult
Resilience”, Guilford, New York 2010.
Fuente: Posmodernia.
https://www.elviejotopo.com/topoexpress/resiliencia-una-palabra-del-poder/
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