26 junio, 2024
Ching Ling Foo, cuyo verdadero
nombre era Zhu Liankui, nació en Beijing en 1854. Desde niño se sintió atraído
por la tradición de la magia china, enrolándose muy pronto en una troupe de
artistas callejeros. Así, poco a poco, fue conquistando una
reputación que le convertiría en el primer mago chino con fama mundial tras
viajar a Estados Unidos con su espectáculo en 1898. Uno de sus trucos más
aclamados era aquel en el que hacía surgir de la nada un enorme balde de agua
del que hacía salir peces, patos vivos e incluso un niño. Aunque no menos
espectacular resultaba el número en que con una espada decapitaba a su pequeño
ayudante y el niño abandonaba el escenario sin cabeza ante un público
maravillado por el prodigio.
El éxito de Ching Ling Foo fue tal que muy pronto proliferaron
sus imitadores; un fenómeno que llega hasta nuestros días a la vista del
comportamiento de la izquierda española. Porque nada de lo que está sucediendo
en la izquierda de este país se entiende sin el complejo de Ching Ling Foo que
parece marcar su estrategia. Desde el ámbito de Sumar, porque se pensó que,
como el mago chino hacía aparecer baldes y niños, bastaba un
acto de ilusionismo para hacer aparecer una nueva organización desde la nada. Por
su parte, en el entorno de Podemos aspiraron a conquistar el favor del público
con la decapitación del niño de su contrincante, sustituyendo, eso sí, la
espada de Ching Ling Foo por afilados tuits en las redes sociales.
El resultado es bien conocido y ha sido un desastre. Porque el
secreto de todo buen mago no reside en tener el truco perfecto sino en
ejecutarlo con maestría. Y sobre todo en lograr maravillar al espectador. Sin
embargo, la triste realidad de la izquierda transformadora española es que al
caer el telón del 9J la mayor parte del público se había
ido y los pocos que quedaban aplaudían desganados con la
decepcionante sensación de haberle pillado el truco al artista. Mientras tanto,
en el teatro de al lado, mediocres prestidigitadores de ultraderecha desataban
ovaciones, no por la calidad de su función sino por su capacidad para imbuir al
público de pensamiento mágico.
Llegados a este punto, el futuro de la izquierda pasa irremediablemente por afrontar la terapia necesaria para superar, de una vez por todas, su complejo Ching Ling Foo. Y para ello bien haría en olvidarse de los efectismos de la magia y en centrar su atención en otras disciplinas circenses, con no menos tradición ni raigambre, procedentes de China. Me refiero, claro está, a las acrobacias y los malabarismos. Porque a diferencia del mago, que basa su habilidad en el engaño y el simulacro, el acróbata y el malabarista provocan la admiración del público con la realidad desnuda de la contorsión de su cuerpo, con la agilidad vertiginosa de unas manos sin nada que esconder. Frente a la seducción posfascista del pensamiento mágico embaucador, la izquierda debe partir de la difícil y dura realidad; pero no para resignarse a ella, sino para construir ilusiones de realismo mágico. Y si la ilusión es difícil en estos tiempos de retirada, al menos un realismo mágico que nos proteja de la humillante desbandada. O si se prefiere, un pragmatismo mágico que aspire a conquistar más tiempo de vida, renta básica, vivienda digna; o, simplemente, democracia.
Pero para ello el reto es dominar el complicado arte de los
platillos chinos. Mantener su giro frenético sobre endebles palitos, mientras
vamos sumando nuevas porcelanas a un inestable baile de equilibrios infinitos.
Los platillos no pueden dejar de rotar: el platillo clase trabajadora, el
platillo organizaciones políticas, el platillo sindical, el platillo feminista,
el platillo federal, el platillo de los nacionalismos, el platillo ecologista,
el platillo antirracista, el platillo LGTBIQ+ y los
insospechados platillos que vayan surgiendo mientras se ejecuta el espectáculo.
El esfuerzo es, sin duda, titánico. Porque cada platillo no tendrá que mantener
tan solo su propio equilibrio rotatorio, sino que deberá convertirse en
garantía y apoyo del platillo que rueda a su lado, a menudo a contrasentido.
Por eso, para tener éxito la izquierda no puede contentarse con
tener un artista estrella, un virtuoso de los malabares. Ni aspirar a un núcleo
irradiador que asegure el movimiento perpetuo necesario. El primero carecería
de la fuerza imprescindible para sostener esa acumulación de vajilla retando la
revolución de sus órbitas. El segundo está demasiado
contaminado de pensamiento mágico y mesiánico como para
romper con el complejo de Ching Ling Foo; menos aún para evitar las colisiones
entre aspirantes irradiadores con dinámicas propias que amenazan con hacer
añicos el vuelo inestable de las porcelanas. Como antaño conseguimos compañeros
de viaje, hoy necesitamos compañeros de vuelo de platos, cómplices en
contorsiones imposibles, aliados en saltos inimaginables. Necesitamos, en fin,
que artistas y público se impliquen en el espectáculo para hacer posible la
proeza en estos tiempos descreídos de proezas.
Sí, como todo tratamiento, también la terapia para afrontar el
complejo Ching Ling Foo carece de garantías y sus resultados siempre serán
inciertos. Pero si no asumimos sus riesgos, posiblemente corramos la misma
suerte que William Ellsworth Robinson, aquel prestidigitador norteamericano que
acomplejado por el éxito del mago chino decidió robarle algunos trucos y
adoptar el nombre artístico de Chung Ling Soo. El burdo imitador del maestro
oriental gozó durante años de buena acogida en los teatros. Hasta su actuación
el 24 de marzo de 1918 en el Wood Green Empire Theater de Londres. Ese día
William, ataviado con su disfraz de chino, se propuso
ejecutar uno de sus números más espectaculares: atrapar la bala. El
truco era sencillo y seguro, pero algo salió mal. Tras el estruendo del
disparo, un proyectil perforó su pecho y el mago agonizó en el escenario
mientras caía su último telón. Que la izquierda saque conclusiones.
Fuente: InfoLibre
https://www.elviejotopo.com/topoexpress/la-izquierda-y-el-complejo-de-ching-ling-foo/
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