Traducción: Natalia López
Los socialdemócratas alemanes construyeron un mundo
de instituciones culturales que mejoraron la vida inmediata de los
trabajadores, mientras se organizaban para un futuro socialista.
El Primero de
Mayo de 1891, más de 1 200 miembros del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) se
reunieron en el Teatro Ostend de Berlín para representar una obra alegórica
titulada «A través de la lucha hacia la libertad». Después, la multitud aumentó
a ocho mil personas cuando los trabajadores y sus familias participaron en una waldfest ( fiesta en
el bosque), con música y espectáculos de marionetas satíricas. La noche
concluyó con fuegos artificiales y canciones.
Las
festividades del Primero de Mayo de ese año no fueron una aberración. Lejos de
ser un asunto aburrido y monótono, la vida en el SPD era una expresión viva y
vibrante de los valores del partido. Los socialdemócratas crearon asociaciones
de gimnasia y clubes ciclistas, sociedades corales y clubes de ajedrez.
Organizaban actividades juveniles, abrían tiendas de comestibles y ofrecían
servicios funerarios. Crearon bibliotecas y periódicos, y organizaron
conferencias. Este amplio mundo vital representaba un intento de construir
solidaridad y comunidad en el aquí y ahora, enriqueciendo las vidas de los
trabajadores mientras construían colectivamente un movimiento por un mundo
mejor.
El
bienestar y la cultura, insistían los socialdemócratas, no eran indulgencias
burguesas. Tampoco eran distracciones de la lucha de clases. Eran esenciales
para reforzar la fuerza y las capacidades de los trabajadores deshumanizados y
desposeídos por el capitalismo.
Las
innovaciones del partido también nacieron de la emergencia. Durante doce largos
años, a finales del siglo XIX, el SPD estuvo oficialmente prohibido. Los socialistas,
luchando por mantener vivo el sueño, se enfrentaron a cuestiones que aún
resuenan hoy: ¿cómo mejorar la vida de la gente cuando se está fuera del poder?
¿Cómo se puede forjar una comunidad cuando cualquier revisión drástica del
orden existente parece lejana en el tiempo?
Aunque
hoy son solo una sombra de lo que fueron —más deseosos
de ofrecer reformas neoliberales que de una vida interna inspiradora—, la
respuesta de los socialdemócratas alemanes fue construir una «sociedad
alternativa». Por el camino, construyeron el mayor partido socialista del
mundo.
El
SPD alemán
Fundado
en 1875 a partir de la fusión de dos partidos obreros, el Partido
Socialdemócrata Alemán fue una de las primeras organizaciones políticas de
inspiración marxista del mundo. Cuando se formó la Segunda Internacional en 1889 —dirigida al
principio por el propio Engels—, el SPD era el líder natural del conjunto de
partidos socialistas, aportando inspiración y perspicacia teórica a partes
iguales.
Pero
si el SPD fue el primer partido obrero de masas genuino del mundo, también se
convirtió rápidamente en uno de los más perseguidos. La prohibición llegó en 1878, cortesía del ferozmente
antisocialista primer ministro Otto Von Bismarck. Incluso después de que se
levantara la prohibición en 1890, la represión y la censura fueron incesantes,
y los socialistas fueron ampliamente despreciados como antipatriotas y
peligrosos. «Económica, política, cultural y socialmente», escribe el historiador Gary Steenson «el
SPD y los sindicatos libres eran parias en su propio Estado».
Construir
una esfera pública alternativa era un medio de autopreservación y una forma de
proporcionar beneficios inmediatos a unos miembros que gozaban de escaso poder
político. A pesar de ser el partido más grande de Alemania, el SPD estaba
esencialmente excluido de la elaboración de leyes y no tenía voz ni voto en
ningún gabinete o ministerio del gobierno, que se formaban a voluntad del
káiser. Sus representantes electos utilizaban el Parlamento sobre todo como
plataforma para difundir opiniones socialistas —por ejemplo, a favor de la
ampliación del derecho de voto— y para dotar al partido de cierta legitimidad.
El Parlamento también se consideraba un barómetro del apoyo de las masas. Los
miembros del partido veían con regocijo cómo aumentaba su número de votos,
viendo una marcha inexorable hacia el socialismo.
Pero mientras tanto, los trabajadores sufrían. Así que, al tiempo que el partido se organizaba para el futuro socialista, también creaba organizaciones asociativas que se convertían en una esfera pública socialista alternativa «que iba de la cuna a la tumba».
El deseo era
la emancipación universal en todos los sentidos del término. Sin educación,
salud y comunión con los demás, no puede haber liberación. Y sin organizaciones
socialistas, la sociedad dominante podría seguir monopolizando todas las
esferas de la vida con sus valores de competencia y chovinismo.
Un
importante ideal animador de los socialdemócratas era la noción de Bildung.
Un concepto para el que no existe una traducción sencilla al español, Bildung engloba
la educación junto con la autorrealización: uno puede formular una nueva imagen
de sí mismo y, con el tiempo, alcanzarla mediante un esfuerzo consciente. Para
los socialdemócratas, ganar el socialismo significaba ganar la
Bildung para todos, no solo para las clases privilegiadas.
Llevar a la clase trabajadora, excluida y abatida, a los ámbitos más elevados
de la sociedad y exponerla a los logros humanos más elevados demostraría a los
trabajadores su valía y los prepararía aún más como agentes democráticos.
Con
el tiempo, estas instituciones y esfuerzos de construcción de la comunidad
señalaron una protesta moral contra una sociedad fallida, en la que las élites
pesaban incluso sobre los sueños más modestos de los trabajadores.
Tres
clubes
En
el caleidoscopio de iniciativas que lanzaron los socialdemócratas, destacan
tres como las más grandes y exitosas: la gimnasia, el canto coral y el teatro.
En
Alemania, las Turnverein (asociaciones de gimnasia)
llevaban mucho tiempo impregnadas de nacionalismo. A medida que avanzaba el
siglo XIX y el Estado empezaba a perseguir objetivos imperialistas cada vez más
agresivos, esta postura se hizo especialmente rabiosa. Sin embargo, los
socialistas reconocieron que el Turnverein —originador de las
barras paralelas, así como del caballo de salto— no tenía por qué ser
territorio de los reaccionarios.
Ya
en la década de 1860 surgieron clubes de gimnasia para trabajadores y, en 1893,
los socialdemócratas fundaron un sindicato de gimnasia obrera. Tres o cuatro
veces al año, los miembros se reunían para hacer gimnasia y demostraciones, y
cada dos semanas había excursiones locales de gimnasia. Normalmente, los
miembros se reunían en una estación de tren a las afueras de la ciudad y luego
partían juntos hacia un lago para hacer ejercicios y un picnic.
Los
clubes de senderismo proletarios también eran bastante comunes; uno
especialmente famoso se hacía llamar «Amigos de la Naturaleza». Su lema
«Montañas libres, mundo libre, pueblos libres» reflejaba el deseo de despertar
la alegría de la naturaleza, pero también de ofrecer una alternativa a las
opresivas condiciones de la vida urbana bajo el capitalismo. Las largas
jornadas y las horrendas condiciones de vida y de trabajo a las que se
enfrentaban las clases bajas pedían a gritos una condición física reparadora.
Ser socialdemócrata significaba tener acceso a un mundo alejado del trabajo que
aplastaba el alma.
Los
coros de trabajadores tuvieron una génesis similar. Los coros habían sido
durante mucho tiempo el dominio de la iglesia, incluso de los militares. Sus
filas, cada vez más nacionalistas, excluían estrictamente a las mujeres. Pero
los socialdemócratas no permitieron que la derecha dominara esta forma de crear
comunidad y bienestar. Crearon coros mixtos y sociedades de canto.
El
canto coral demostró ser un vehículo ideal para proporcionar Bildung a
aquellos a los que se les había negado durante mucho tiempo la oportunidad de
explorar la historia de la música. Los diversos coros se inspiraron tanto en
las obras de compositores de élite como en los clásicos de la música popular.
Su objetivo no era rechazar crudamente todo lo que habían producido las clases
privilegiadas, sino asegurarse de que todo el mundo tuviera acceso a las
riquezas culturales de la humanidad.
Uno
de los coros de inspiración socialista más interesantes fue el Coro de Médicos
del Dr. Kurt Singer, corresponsal musical oficial del periódico socialdemócrata Vorwärts (Adelante).
Formado por médicos berlineses, en su mayoría mujeres, el grupo visitaba
cárceles y hospitales y recaudaba dinero para los mutilados y huérfanos,
llevando los ideales socialdemócratas a ambientes íntimos. Las críticas
hablaban de «rostros radiantes» y «aplausos espontáneos» durante sus
actuaciones.
Pero quizá la
joya de la corona de la esfera pública socialdemócrata fue la
Volksbühne, o «teatro del
pueblo».
La
célula de nacimiento de este movimiento teatral fue un club de debate basado en
suscripciones, formado principalmente por escultores y encuadernadores, que se
reunía en la trastienda de un club berlinés y se hacía llamar la «Tía Vieja»,
para despistar a la policía. A partir de ahí se desarrolló gradualmente un
nuevo concepto revolucionario de difusión de la cultura.
El « Teatro del Pueblo» abolió la estratificación de clases dentro del teatro: todas las localidades tenían el mismo precio, se asignaban al azar por sorteo, y las representaciones se ajustaban a los horarios de la clase trabajadora. Los trabajadores con discapacidades auditivas o visuales tenían mejores localidades. A menudo se recogían fondos al comienzo de las representaciones, escribe el historiador Andrew Bonnell, en apoyo de los «camaradas comprometidos en la lucha por el honor de todos los trabajadores».
En
muchas ciudades, empezando por Berlín, los socialdemócratas construyeron
teatros gestionados según los principios del escenario popular. La idea era
proporcionar una alternativa obrera al teatro burgués —donde el lujo y la
diversión teatral estaban limitados a la élite— y complementar la oferta
cultural con amplios recursos educativos. El abono al teatro incluía siempre
conferencias y material de lectura gratuito. Y la programación se amplió
rápidamente más allá del teatro para incluir música, cine, danza e incluso
radio.
Aunque
los debates del periodo de entreguerras estratificarían y polarizarían más
tarde el significado, el objetivo y el propósito del arte revolucionario
—dividiendo a los socialistas tanto política como culturalmente—, los
socialdemócratas mantuvieron un admirable equilibrio. Una noche el escenario popular
acogía protestas contra la policía y los tribunales parciales; la siguiente
presentaba el nuevo naturalismo vanguardista de Ibsen y Hauptman.
La
falta de antipatía hacia este nuevo modernismo también era reveladora. A pesar
de sus orígenes burgueses, el naturalismo, argumentaban los observadores, se
atrevía a exponer «las intolerables contradicciones a las que nos somete el
actual orden social», retratando las realidades de la pobreza. En una
representación de Los pilares de la sociedad de Ibsen, el
director modernista berlinés Otto Brahm dejó constancia de que el público de la
Volksbühne mostraba una actitud más cercana a la «reverencia
de la iglesia» que al «humor de estreno berlinés».
Del
mismo modo, los socialdemócratas no se oponían a la inclusión de clásicos como
Goethe o Beethoven. Aunque pretendían distanciar al partido de los bienes
culturales «autorizados», los socialdemócratas también sabían que rechazar el
pasado sería ceder por completo los clásicos a la aristocracia y la burguesía.
Los
recitales de piano a mediodía contaban con algunos de los mayores virtuosos del
momento, como Artur Schnabel y Leo Kestenberg. Fue en la
Volksbühne donde Schnabel interpretó las treinta y dos sonatas
para piano de Beethoven, una primicia histórica y un momento culminante de su
carrera. Con tales actuaciones, la Volksbühne esperaba
producir la próxima generación de grandes artistas de las filas de la clase
trabajadora.
Incluso
el uso de la palabra«Volk» en «Volksbühne» era significativo.
«Volk», o pueblo, tenía connotaciones de pertenencia nacional e incluso racial
excluyente. Los socialdemócratas intentaron apropiarse de la palabra,
despojándola de su significado reaccionario y presentándose como los verdaderos
defensores del pueblo.
En
muchos sentidos, los socialdemócratas fueron los últimos en aferrarse a la
promesa humanista de la Ilustración. Aunque los trabajadores a veces llevaban
consigo su sufrimiento y opresión al teatro, a menudo salían como llamas
ardiendo con las más altas aspiraciones de toda la humanidad, listos para
seguir avanzando hacia el futuro.
El
ejemplo del SPD
En
1912, el SPD era la mayor facción del partido en el Reichstag alemán y el mayor
partido socialista de Europa. Su extensa esfera pública era la envidia de los
socialistas de todo el mundo. Su apoyo electoral, a pesar de ocasionales reveses,
aumentaba día a día.
La
Primera Guerra Mundial acabó con todo eso. Sucumbiendo al militarismo
que recorría el continente, los parlamentarios del SPD votaron a favor de los
créditos de guerra para financiar el brutal conflicto. Aunque al principio
trataron de justificar la guerra como un acto de intervención humanitaria en
favor de los pueblos oprimidos por el régimen zarista —y una facción antibélica
pronto se declaró independiente del partido—, la decisión supuso la sentencia
de muerte de la Segunda Internacional. La vanguardia del
socialismo había dado la espalda al principio básico del internacionalismo
proletario.
Pero
la trágica desaparición del SPD de la Segunda Internacional no debe ocultar lo
que el partido fue capaz de lograr. En medio de una sociedad intensamente
hostil, formaron, como dijo memorablemente el teórico del partido Karl
Kautsky, una isla a la que podían huir juntos: un «espíritu de
comunidad espiritualmente socialista», en la expresión de otros.
Los
coros, clubes de gimnasia y teatros de los socialdemócratas no eran
distracciones del movimiento socialista. Proporcionaban las herramientas para
la autodeterminación, llenando los muchos vacíos en los que la sociedad
burguesa había fallado a los trabajadores y a los pobres. Kautsky y otros
miembros del partido sabían que un mayor sufrimiento no reforzaría el apoyo al
socialismo. Veían la necesidad, tanto práctica como ética, de realizar
intervenciones inmediatas para mejorar los males de una sociedad injusta.
Hoy
en día, en los países occidentales, las ligas deportivas de las comunidades
obreras, cuando existen, están desfinanciadas. La financiación del arte y la
cultura tiende a dirigirse a proyectos que atraen a una élite enclaustrada y
educada en la competencia universitaria. La
educación radical suele instalarse en el mundo académico. Las carencias de
comida impiden a los pobres acceder a alimentos sanos. Millones de personas
tienen trabajos penosos y largas jornadas laborales. Las comunidades están atomizadas.
Y la transformación socialista no se vislumbra en el horizonte.
El
SPD alemán, aunque operaba en un entorno muy diferente al actual, demostró que
combinar la organización política y económica con el ímpetu cultural puede dar
frutos socialistas y, de paso, mejorar la vida inmediata de los trabajadores.
Fuente: https://jacobinlat.com/2024/09/cuando-la-socialdemocracia-era-vibrante/
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