Muchos son,
Lorenzo, quienes han sostenido y sostienen: que no hay cosa que menos
conformidad tenga con otra, ni que sea tan disímil, como la vida civil respecto
de la vida militar. Por lo cual a menudo se ve que si alguien decide dedicarse
a la actividad militar, no sólo cambia repentinamente de indumentaria, sino que
se diferencia de todo uso civil también en sus costumbres, hábitos, en su voz y
presencia; porque no cree poder vestir un traje civil quien quiere estar
dispuesto y pronto a toda violencia; ni puede tener costumbres y hábitos
civiles quien juzga afeminada esas costumbres y no favorables a sus operativos
esos hábitos; no le parece conveniente mantener la presencia y lenguaje
corrientes a quien con su apariencia y sus blasfemias quiere infundir miedo en
los otros hombres; lo cual hace que en estos tiempos esta opinión resulte muy
acertada.
Pero si
consideramos las antiguas instituciones, no encontraríamos cosas más unidas,
más acordes, y que necesariamente se amen tanto una a la otra, como éstas;
porque todas las artes que se organizan en una civilización por el bien común
de todos los hombres, todas las instituciones en ellas establecidas para vivir
en el temor de Dios y de las leyes, serían vanas si no estuviera preparada su
defensa; la cual bien organizada mantiene a aquellas, aun cuando no estén bien
organizadas. P. 7
Sé que les he
hablado de muchas cosas que ustedes hubieran podido por sí solos comprender y
considerar; pero sin embargo lo hice, como les dije hoy, para poderles mostrar
mejor a través de ellas la calidad de este ejercicio, y también para satisfacer
a quienes no las comprendan con tanta facilidad como ustedes, si los hubiera. Y
me parece que no me queda por decirles más que algunas normas generales, que
para ustedes serán muy familiares, y que son éstas:
- Lo que
beneficia al enemigo te perjudica, y lo que te beneficia perjudica al enemigo.
- Quien en la
guerra esté más alerta observando los planes del enemigo, y más esfuerzo
dedique a adiestrar a su ejército, incurrirá en menores peligros y podrá
esperar más de la victoria.
- Nunca conduzcas
a la batalla a tus soldados si antes no confirmaste su ánimo y te cercioraste
de que no tienen miedo y están organizados; y nunca hagas la prueba sino cuando
ves que ellos esperan vencer.
- Es mejor vencer
al enemigo por hambre que por la espada, victoria en la que puede mucho más la
fortuna que la virtud.
- No hay decisión
mejor que la que está oculta al enemigo hasta el momento en que se la lleva a
la práctica.
- Nada beneficia
tanto en la guerra como reconocer la oportunidad y aprovecharla.
- La naturaleza
genera pocos hombres sólidos; el trabajo y el ejercicio generan muchos.
- La disciplina
puede en la guerra más que la furia.
- Cuando algunos
se desprenden del bando enemigo para ponerse al servicio del tuyo, son grandes
adquisiciones cuando son fieles; porque las fuerzas del adversario disminuyen
más con la pérdida de los que huyen que con los muertos, aun cuando el nombre
de los fugitivos sea sospechoso a los nuevos amigos y odioso a los viejos.
- Al prepararse
para la batalla es mejor conservar tras del primer frente reservas suficientes,
que esparcir a los soldados para hacer el frente mayor.
- Difícilmente es
derrotado quien sabe reconocer sus fuerzas y las del enemigo.
- Más vale el
coraje de los soldados que su cantidad; a veces el lugar beneficia más que la
virtud.
- Las cosas
nuevas y súbitas desalientan a los ejércitos; las cosas lentas y acostumbradas
les merecen poco aprecio; por eso harás que tu ejército practique y conozca en
pequeñas peleas un enemigo nuevo, antes de librar combate con él.
- Quien persigue
desordenadamente al enemigo derrotado, no quiere otra cosa que convertirse de
triunfante en perdedor.
- El que no
prepara las vituallas necesarias para vivir es derrotado sin armas.
- La elección del
sitio de combate depende de si el capitán confía más en la caballería que en la
infantería, o en la infantería que en la caballería.
- Cuando quieres
saber si durante el día llegó un espía al campo, ordena que todos vayan a su
cuartel.
- Cambia de
planes, cuando te des cuenta de que el enemigo los conoce.
- Asesórate con
muchos sobre lo que tienes que hacer; lo que después decidas compártelo con
pocos.
- En los
ejércitos los soldados se mantienen con el miedo y los castigos; cuando van a
la batalla, con la esperanza y el premio.
- Los buenos
capitanes nunca van a la batalla si la necesidad no los obliga o no los llama
la ocasión.
- Tus enemigos no
deben saber cómo quieres que sea el orden de combate en la pelea; y cualquiera
sea ese orden, las primeras escuadras deben poder ser recibidas por las
segundas y las terceras.
- En la pelea
nunca utilices una compañía para otra cosa que aquella para la cual la habías
destinado, si no quieres crear desorden.
- Es difícil
poner remedio a los percances sufridos, en cambio es fácil poner remedio a los
pensados.
- Los hombres,
las armas, el dinero y el pan son el nervio de la guerra; pero de los cuatro
los más necesarios son los dos primeros, porque los hombres y las armas
encuentran el dinero y el pan, pero el dinero y el pan no encuentran a los
hombres y las armas.
- Adiestra a tus
soldados en el desprecio de las comidas delicadas y los trajes suntuosos.
Esto es lo que me
ocurre recordarles en términos generales; sé que podría haber dicho muchas
otras cosas en toda mi exposición, como por ejemplo: cómo y de cuántas maneras
los antiguos organizaban las escuadras; cómo se vestían y cómo se adiestraban en
muchas otras cosas, y añadirles muchos detalles que no me pareció necesario
dar, porque ustedes podían verlos por ustedes mismos y porque mi intención no
era mostrarles exactamente cómo se componía la antigua milicia, sino cómo en
esos tiempos se podía organizar una milicia con más virtud que la acostumbrada
hoy. De allí que no me pareció exponer de las cosas antiguas sino las que
juzgué necesarias a esta introducción. También sé que debí extenderme más sobre
las milicias a caballo, y referirme a la guerra naval, porque quien conoce la
milicia dice cómo es un ejército de mar y de tierra, a pie y a caballo. Del
ejército de mar no pretendería hablar porque no tengo información de él; pero
haría hablar a los genoveses y a los venecianos, quienes con estudios similares
hicieron en otros tiempos grandes cosas. En cuanto a la caballería, no quiero
decirles más de lo que ya dije, porque es el sector menos corrompido del
ejército. Además, si la infantería, que es el nervio del ejército, está bien
organizada, necesariamente la caballería es buena. A quien organizara en su
territorio la milicia llenándola de caballos, le recordaría dos precauciones:
una, que distribuya caballos de buena raza por el condado y adiestre a
sus hombres a que hagan acopio de potrillos, como ustedes en esta comarca hacen
con los terneros y mulos; la segunda, para que estos encuentren compradores les
prohibiría tener mulo a quien no tenga un caballo, de modo que el que quiera
tener una sola cabalgadura, esté obligado a tener un caballo; y además que no
pueda vestirse de brocado sino quien tenga caballo. Entiendo que algún príncipe
de nuestro tiempo estableció estos criterios, y en muy poco tiempo su comarca
tuvo una caballería óptima. En cuanto a las demás cosas, en lo que respecta a
los caballos me remito a cuánto les dije y a lo que se acostumbra. ¿Tal vez
desearían también saber qué función debe cumplir un capitán? Los
satisfaré muy brevemente, porque no sabría elegir otro hombre que el que
supiera hacer todas las cosas de las que hoy hemos hablado; las cuales no
bastarían si no pudiera descubrirlas por sí, porque nadie fue grande en su
oficio si no tiene imaginación; y si la invención hace honor en las otras
cosas, en la actividad militar te honra por sobre todo. Y vemos que los
escritores celebran todos los inventos, incluso los débiles. (...) P. 198.
Si usted recuerda
bien, Cosimo, usted me decía que yo por un lado exalto a la antigüedad y
condeno a quienes no la imitan en las cosas serias; y por otro no la he imitado
en las cosas de la guerra a las que me he dedicado, para lo cual usted no
encontraba razón; y yo le respondí que los hombres que quieren hacer una cosa,
primero tienen que prepararse para saber hacerla, y poder después ponerla en
práctica cuando se presente la oportunidad. Quiero que ustedes que me han
escuchado disertar largamente sobre este tema sean mis jueces en decidir si sé
o no organizar a las milicias con criterios antiguos; a partir de mi exposición
ustedes han podido reconocer cuánto tiempo dediqué a estos pensamientos, y
también creo que pueden imaginar cuánto deseo hay en mí de hacerlos realidad.
Pueden conjeturar fácilmente si pude hacerlo, si alguna vez se me dio la
oportunidad. (...) P. 202.
Me quejo de la
naturaleza, que o no debió hacerme conocer esto, o debía darme la oportunidad
de ponerlo en práctica. Ahora que soy viejo, no creo tener ya ninguna
oportunidad; por eso he sido generoso con ustedes, que siendo jóvenes y estando
capacitados podrán, si les gustan las cosas que les dije, a su debido tiempo,
ayudar y aconsejar a sus príncipes. No quiero que ustedes se desalienten o
desconfíen, porque esta provincia parece nacida para resucitar las cosas
muertas, como se ha visto en la poesía, la pintura y la escultura. En lo que a
mí respecta, por estar avanzado en años, no confío. Verdaderamente, si la
fortuna me hubiera concedido en otro tiempo un Estado tal que bastara para esta
empresa, creería haber demostrado en poco tiempo al mundo el valor de las
instituciones antiguas; y sin duda lo habría acrecentado con gloria o perdido
sin deshonor. P. 208.
Nicolás
Maquiavelo, El Arte de
Editorial
Losada, Buenos Aires, 1999, 219 págs., 14 x 22 cms.
(Maquiavelo,
1469-1527, es el introductor del término Estado. En esta obra ya se
puede apreciar la relación entre lo civil y lo militar, entre la política y la
guerra).
19.12.07
Ragarro
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