viernes, 29 de noviembre de 2024

LA HEGEMONÍA CULTURAL Y LA BATALLA POR LAS IDEAS


Por José Alsina Calvés

 

De alguna manera, la batalla por las ideas se ha dado siempre en la historia de los estados y los imperios. La lucha contra las herejías en el seno de la Iglesia Católica, las discusiones teológicas entre el islam y el cristianismo o la polémica Reforma/Contrarreforma frente al cisma luterano son buenos ejemplos. Esta batalla por las ideas era la nematología que acompañaba, en ocasiones, al enfrentamiento militar

José Alsina Calvés -  POSMODERNIA 23/11/24

Sin embargo, el primero que reflexionó y teorizó sobre estas cuestiones fue el filósofo marxista italiano Antonio Gramsci (Ales, Cerdeña, 22 de enero de 1891 – Roma, 27 de abril de 1937). Gramsci fue uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano en 1921, junto a Palmiro Togliatti. En 1926 fue detenido y encarcelado por el régimen fascista, y durante su estancia en prisión escribe los Cuadernos de la cárcel, en los que reflexiona sobre el fracaso del comunismo en Italia y la victoria fascista.

Las ideas de Gramsci sobre el papel de la hegemonía cultural pueden considerarse una revisión importante del marxismo. Según las tesis marxistas clásicas existe una infraestructura (modos de producción), que determina una estructura (organización política), y esta, a su vez, determina una superestructura (religión, filosofía, ideologías).

Es bastante evidente que esta tesis marxista es esencialmente falsa. Solamente hay que echar un vistazo al origen histórico de la Modernidad para ver qué ocurre exactamente al revés: empieza con una revolución en el plano teológico con el protestantismo (superestructura), viene después una revolución ideológica y filosófica con la Ilustración (superestructura), después un cambio político con la Revolución Francesa (estructura), y solamente al final la Revolución Industrial (infraestructura).

Las reflexiones de Gramsci sobre el triunfo del fascismo en Italia le llevan a la idea de que la superestructura puede actuar sobre la estructura, y que la conquista de la hegemonía cultural en una sociedad es previa a la revolución política. Sin embargo, su falta de una teoría del Estado y del Imperio, propia de su formación marxista, le impidieron darse cuenta de la influencia de la dialéctica de los estados y de los imperios, a través de sus nematologías, en los cambios en la hegemonía.

La estrategia gramscista fue adoptada por las izquierdas occidentales entre las décadas de los 60 y los 70 del siglo pasado. En estas izquierdas, debido al mayo del 68 y a la escuela de Frankfurt, el marxismo estaba ya en decadencia. La consecuencia fue que, después de la caída de la URSS, muchos de estos mitemas “izquierdistas” fueron instrumentalizados con el globalismo, razón por la cual pensamos que es equivocado llamarlos “marxismo cultural”.

En el agitado 1968 francés, el joven escritor y periodista Alain de Benoist (1943) puso en marcha el periódico Nouvelle Ecole (febrero-marzo) y organizó el 11 y 12 de noviembre, en Lyon, un primer seminario bajo la pregunta: ¿Qu’est-ce que la métapolitique? Dos meses después, en enero de 1969, cuarenta militantes nacional europeístas franceses, capitaneados por Benoist, fundaban oficialmente GRECE, Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne, organización que no se define como un movimiento político, sino como una escuela de pensamiento que adopta una perspectiva metapolítica. Diez años después ya eran conocidos sobre todo como Nouvelle Droite, Nueva Derecha (europea)[1]

Aunque con ideas distintas a las de Gramsci, Alain de Benoist reivindica una estrategia gramscista, una conquista de la hegemonía cultural que debe ser previa a la acción política. Vemos que aparece un término nuevo: Metapolítica, que no había sido utilizado por Gramsci. En realidad, no es tan nuevo, pues su origen hay que buscarlo en el siglo XVI, en la obra un sabio e ilustre clérigo católico español, nacido en Madrid el 23 de mayo de 1606 y gloria del Imperio hispánico, donde se utiliza por vez primera el término Metapolítica. Así tituló Juan Caramuel (1606-1682), fraile cisterciense, uno de los manuscritos inéditos que se conservan en el Fondo Caramuel del Archivio Storico Diocesano de Vigevano, la ciudad de la provincia de Pavía de la que fue Obispo desde septiembre de 1673 hasta su fallecimiento en 1682. Como esta obra permaneció inédita, e inédita permanece, que sepamos, es arriesgado aventurar sobre cualquier posible influencia que pudiera deberse a tal ocurrencia del que algunos dicen el Leibniz español[2]

A partir de este momento, el término Metapolítica se ha convertido en sinónimo de lucha cultural y de batalla por las ideas y por la hegemonía. Según el filósofo argentino Alberto Buela[3], los objetivos de la actividad metapolítica son la lucha contra lo “políticamente correcto”, el pensamiento único y la policía del pensamiento. Otros autores, como Santiago Armesilla o José Ramón Bravo[4] han relacionado este pensamiento único (ideología “woke”, derechos humanos, fundamentalismo democrático) con las nematologías del angloimperio y han puesto en relevancia su funcionalidad geopolítica.

La actividad metapolítica se convierte, pues, en un elemento de disenso, de rotura absoluta con el consenso “progre” que se impone como pensamiento único en nuestras sociedades. Su carácter disruptivo se pone en manifiesto por la reacción de los representantes del consenso oficial, desde políticos en activo (de “izquierda” y “derecha”) hasta las furcias mediáticas a su servicio: se niegan al debate y practican la “cancelación”. El eslogan “el fascismo no se discute, se combate” resume perfectamente esta actitud, entendiendo que la etiqueta de “fascismo” se coloca, de forma totalmente acrítica, sobre cualquier posición disidente.

En el combate metapolítico cobra gran importancia el significado de los términos, y la reivindicación desacomplejada de aquellos más denostados por el pensamiento único. Vamos a poner un ejemplo con el término populismo.

De un tiempo a esta parte es habitual oír a los representantes del pensamiento único tildar de populista a cualquier político o partido que no encaje al 100% en lo políticamente correcto. Hay que aclarar que es un término tan confuso como el de “fascista” o “ultraderecha”, y que lo pueden aplicar tanto a Trump, a Bolsonaro, a Marine Lepen o a Orban. Según su definición las características del populismo son:

1.      Dar respuestas sencillas a problemas complejos

2.     Apelar al miedo y al odio

3.     Prometer cosas que no pueden cumplir.

Según su propia definición, el término populista podría aplicarse a cualquier partido sistémico, sea socialdemócrata o liberal-conservador. Dan respuestas sencillas a problemas complejos (todo lo que ocurres es culpa del “cambio climático”, del heteropatriarcado y de la “desinformación”), apelan al miedo (sequias, inundaciones, pandemias) y al odio (que viene la “ultraderecha”), y, obviamente, prometen lo que no van a cumplir (no hay más que escuchar las promesas electorales).

Sin embrago, el populismo significa otra cosa, y debe ser reivindicado con orgullo. Remite a pueblo, y este término es la respuesta a la pregunta heideggeriana: ¿Quiénes somos nosotros mismos? Y su respuesta es: el ser nosotros mismos es el pueblo. Nos remite a la idea de identidad que da forma a una comunidad política, identidad formada a través de la historia, y resume y sintetiza tres realidades existenciales que definen al ser humano: ser en el mundo (sobre un territorio, la patria o tierra de los padres), ser en el tiempo (la historia que nos ha forjada como somos, la tradición), y ser con los otros (la comunidad).

Es, pues, tarea metapolítica la deconstrucción de todos estos términos que utiliza el pensamiento único y la construcción de un significado alternativo. Trabajar para que este significado alternativo cobre vigencia en el medio social y allanar, poco a poco, el camino hacia la hegemonía. Es la teoría del Disenso de la que habla Buela.

La tarea metapolítica rinde a largo plazo, pero su eficacia es indudable. Los movimientos políticos alternativos acaban recogiendo el fruto de la semilla sembrada por la actividad metapolítica. Los éxitos electorales de Marine Lepen en Francia, o de Meloni y Salvini en Italia son, en gran parte, deudores de más de 20 años de actividad de asociaciones culturales y deportivas, de revistas, de editoriales y de pensadores que han ido conquistando en parte la hegemonía social.

En España, aunque con retraso, empieza a haber una importante actividad metapolítica, en forma de asociaciones, blogs, revistas, editoriales y espacios alternativos. Este es el camino.


[1] Buela, A. (2022) Epítome de Metapolítica. Tarragona, Ediciones Fides.

[2] Buela, obra citada.

[3] Buela, obra citada.

[4] Ramón Bravo, J. (2022) Filosofía del Imperio y la Nación del siglo XXI. Ensayo sobre el problema político de las Españas y las Rusias. Oviedo, Editorial Pentalfa.

Fuente: https://infoposta.com.ar/notas/13785/la-hegemon%C3%83%C2%ADa-cultural-y-la-batalla-por-las-ideas/

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