jueves, 7 de noviembre de 2024
Yahya Sinwar
Fuente - Testamento del mártir Yahya Sinwar para el pueblo palestino -
Tercera Información - Tercera Información 5.11.2024 por Yahya
Sinwar, traducido por Ángeles Maestro
Soy
Yahya, hijo de un refugiado que transformó su exilio en una patria temporal, y
que convirtió un sueño en una batalla eterna.
Mientras
escribo estas palabras, recuerdo cada momento de mi vida: desde mi infancia en
las callejuelas, pasando por los largos años de encarcelamiento, hasta cada
gota de sangre derramada en el suelo de esta tierra.
Nací
en Khan Younis en 1962, en una época en la que Palestina no era más que un
recuerdo destrozado y cartas olvidadas en las mesas de los políticos.
Soy un
hombre cuya vida se tejió entre el fuego y las cenizas, y que comprendió desde
muy joven que la vida bajo la ocupación no es más que un encierro permanente.
Muy
pronto supe que la vida en esta tierra no es algo ordinario, y que cualquiera
que nazca aquí debe llevar en su corazón un arma fuerte, una voluntad
inquebrantable, y ser consciente de que el camino hacia la libertad es largo.
Aquí
empieza mi compromiso con vosotros, a partir del niño que lanzó la primera
piedra al ocupante, que aprendió que las piedras son las primeras palabras que
dirigimos al mundo que calla ante nuestra herida.
En las
calles de Gaza aprendí que una persona no se mide por la edad, sino por lo que
da a su país. Y así fue mi vida: cárceles y batallas, dolor, pero también
esperanza.
Me
encarcelaron por primera vez en 1988 y me condenaron a cadena perpetua, pero no
tuve miedo.
En
aquellas celdas oscuras, veía en cada pared una ventana hacia el horizonte
lejano, y en cada barrote una luz que iluminaba el camino hacia la libertad.
En la
cárcel aprendí que la paciencia no es sólo una virtud, sino un arma… un arma
amarga, como quien se bebe el mar gota a gota.
Os lo
ordeno: no tengáis miedo de las cárceles. Para nosotros los palestinos, es
nuestro destino, parte de nuestro largo camino hacia la libertad.
La
cárcel me enseñó que la libertad no es sólo un derecho robado, sino una idea
nacida del dolor y perfeccionada con paciencia. Cuando salí de prisión en el
marco de la Operación Wafa al-Ahrar [1] en 2011, no salí igual, salí más
maduro, con convicciones y perspectivas largamente meditadas de que aquello por
lo que luchamos no es solo una lucha pasajera, sino nuestro destino, y que lo
llevamos hasta en la última gota de nuestra sangre.
Mi
último deseo para vosotros, queridos combatientes, es que permanezcáis apegados
al fusil, a la dignidad sin concesiones, apegados al sueño de la libertad hasta
que se haga realidad.
El
enemigo quiere que abandonemos la resistencia, que convirtamos nuestra causa en
una negociación interminable.
Pero
yo os digo: no negociéis nada que comprometa vuestro futuro.
Los
enemigos temen más tu firmeza que tus armas. La resistencia no es sólo el arma
que llevamos, sino nuestro amor por Palestina en cada aliento que respiramos,
es nuestra voluntad de sobrevivir y desafiar su violencia, su asedio y su
crueldad.
Mi
mandamiento es que permanezcáis fieles a la sangre de los mártires, a los que
se han ido y nos han dejado este camino lleno de espinas, ellos son los que
abrieron el camino de la libertad con su sangre, así que no malgastéis estos
sacrificios en los cálculos de los políticos y los juegos de la diplomacia.
Estamos
aquí para terminar lo que empezaron los primeros, y no nos desviaremos de este
camino cueste lo que cueste. Gaza ha sido y seguirá siendo la capital de la
determinación, el corazón de Palestina que nunca deja de luchar, incluso si la
tierra se estrecha para nosotros, incluso si parece que esta tierra nuestra nos
va a enterrar.
Cuando
asumí el liderazgo de Hamás en Gaza en 2017, no se trataba solo de un traspaso
de poder, sino de la continuación de la lucha armada, el único camino histórico
hacia la liberación nacional frente a la ocupación.
Cada
día sentía el dolor de mi pueblo asediado, y sabía que cada paso que dábamos
hacia la libertad tenía un precio. Pero yo os digo: el precio de la rendición
es mucho más alto. Por eso, aferráos a la tierra como se aferran las raíces de
nuestros árboles, porque ningún viento puede desarraigar a un pueblo que ha
decidido vivir.
En la
batalla del Diluvio de Al-Aqsa, yo no era el líder de un grupo o un movimiento,
sino la voz de todos los palestinos que soñaban con la liberación. Mi
convicción me llevó a creer que la resistencia no es sólo una opción, sino un
deber. Quería que esta batalla fuera una nueva página en la epopeya de la lucha
de nuestro pueblo, quería que todas las facciones palestinas se unieran en
torno a los intereses de nuestro pueblo y se situaran en la misma trinchera
contra el bárbaro e inhumano enemigo, que nunca distinguió entre un niño y un
anciano, o entre una piedra y un árbol.
El
Diluvio de Al-Aqsa fue una batalla por las almas antes que, por los cuerpos, y
por la voluntad antes que por las armas.
Lo que
os dejo no es un legado personal, sino colectivo, va dirigido a cada palestino
que soñó con la libertad, a cada madre que ha llevado en brazos a su hijo
muerto, a cada padre que lloró con todo su corazón por su hijo asesinado.
Mi
último mandamiento es recordar siempre que la resistencia no es sólo una bala
disparada, sino una vida vivida con honor y dignidad.
El
encarcelamiento y el asedio me han enseñado que la batalla es larga, que el
camino es duro, pero también he aprendido que las personas que se niegan a
rendirse hacen milagros con sus propias manos.
No
esperéis que el mundo os haga justicia, porque he comprobado y he sido testigo
de cómo el mundo calla ante nuestro dolor. No esperéis justicia; sed justos.
Llevad el sueño de Palestina en vuestros corazones, y convertid cada herida en
un arma, y cada lágrima en una fuente de esperanza.
Esta
es mi última palabra: no entreguéis las armas, no olvidéis a vuestros mártires
y no cedáis con un sueño que es vuestro derecho.
Nos
quedamos aquí, en nuestra tierra, en nuestros corazones, en el futuro de
nuestros hijos.
Te
alabo Palestina, la tierra que adoré hasta la muerte, y el sueño que cargué
sobre mis hombros como una montaña inquebrantable.
Si
caigo, no caigáis conmigo, pero llevad mi antorcha, y haced de mi sangre un
puente a través del cual la generación nacida de nuestras cenizas pueda ser más
fuerte.
No
olvidéis que la patria no es una historia que contar, sino una realidad que
vivir, y que de cada mártir nacerán mil resistentes en el seno de esta tierra.
Si
vuelve el Diluvio y no estoy con vosotros, sabed que fui la primera gota en las
olas de la libertad, y que viví para veros continuar por el camino de la
emancipación.
Este
manifiesto ha sido tomado del portal cncomunistas.org/Traducción: Ángeles
Maestro
Referencias:
[1]
-En octubre de 2011, después de que un soldado israelí fuera secuestrado y
mantenido cautivo durante más de cinco años, más de 1.400 prisioneros
palestinos fueron liberados de las cárceles de ocupación.
Fuente: https://tarcoteca.blogspot.com/2024/11/testamento-yahya-sinwar-para-el-pueblo.html?m=1
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