jueves, 19 de diciembre de 2024

LA DIALÉCTICA, O CÓMO PERDERSE EN LA LUCHA

 

Portada de la edición en inglés de "Descolonizando la dialéctica".


George Ciccariello-Maher

 Por Perla Valero

 

Formamos parte del movimiento de la historia, nos dice George Ciccariello-Maher, y esa dialéctica nos rodea y nos envuelve como el aire que respiramos. Tenemos que perdernos en la lucha sin saber con toda certeza hacia dónde vamos o cómo. Solo así las oposiciones dialécticas nos permitirán acumular impulso.

Descolonizar la dialéctica (AKAL, 2022) de George Ciccariello-Maher reconstruye los caminos de una dialéctica descolonizante y descolonizadora, forjada en el fuego de las luchas contra la colonialidad. La dialéctica, como ese «movimiento dinámico de oposiciones conflictivas», no se reduce a las lecturas de Sócrates, Hegel y Marx: también se ha desdoblado en praxis y en desarrollos teórico-políticos que, desde los márgenes, se han sacudido de teleologías, de determinismos y de la centralidad de la clase social que excluye a otras contradicciones del mundo capitalista.

Luchando contra múltiples usos ortodoxos, la dialéctica descolonizadora es reconocida por el autor en tres pensadores, a los que dedica los capítulos de su obra: el sindicalista francés Georges Sorel (con sus estudios de las relaciones sociales concretas sobre las abstracciones cosificadas), el médico martiniqués y revolucionario argelino Frantz Fanon (con su dialéctica colonizador-colonizado, situado éste último en la zona del no-ser que lo racializa e imposibilita su reconocimiento) y el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel (con sus preocupaciones sobre la otredad y su propuesta analéctica, como la relación entre totalidad y exterioridad). Cada uno de ellos, a su manera, da cuenta de una dialéctica crítica y compleja, activa y múltiple, que rechaza los dogmas y se aleja de las armonías; una dialéctica en la que los antagonismos producen una «fusión dinámica de oposiciones internas y apelación descolonial a exterioridades excluidas».

Por las sendas que rastrea y reconstruye Ciccariello-Maher desfilan también una pléyade de pensadores militantes que han forjado la tradición de la dialéctica descolonizadora, como Frederick Douglass, José Carlos MariáteguiC.L.R. JamesAngela Davis y Aníbal Quijano, en un recorrido que culmina con la experiencia histórica del pueblo venezolano. Pues su lucha bolivariana ha devenido en una dialéctica combativa, logrando romper la visión eurocéntrica y tradicional del pueblo como una unidad cerrada, homogénea y homogeneizadora, al transformarse en una unidad popular descolonizada.

 

PV

En su trabajo se recuperan distintas concepciones y usos de la dialéctica, de tal forma que podríamos hablar de dialécticas, en plural, donde se alojaría una forma radical que sería la dialéctica descolonizadora. ¿Cómo podríamos definir la dialéctica que existe entre la dialéctica ortodoxa y la descolonizadora?

GCM

Bueno, existe todo un debate interminable y a veces quisquilloso sobre cuál es la interpretación «correcta» de la dialéctica. ¿Es la de Hegel o de Marx? Y de hecho, ¿cuál Hegel y cuál Marx, o cuál de los numerosísimos marxismos que recorren el mundo como un fantasma fragmentada? Pero la verdad es que no me interesa ningún debate que no esté anclado en lo concreto. 

Para mí, la cuestión fundamental es otra: ¿qué concepto de la dialéctica —y lo dialéctico— abarca, explica y esclarece mejor nuestra realidad? ¿Qué visión dialéctica refleja mejor y contribuye a las luchas desencadenadas por los movimientos populares en la calle? ¿Cuál dialéctica o cuáles dialécticas nos sirven más para enfrentar las tareas urgentes de la actualidad? Si los conceptos son armas, la dialéctica es una suerte de «arma de armas». 

Ya se ve que no estamos hablando de la dialéctica como un ojo de Dios, observando a grandes rasgos el movimiento dinámico de la historia desde un punto de vista exterior y por encima de las particularidades humanas. Es muy difícil analizar y diagnosticar el movimiento de esa totalidad transhistórica sin caer en lo que Santiago Castro-Gómez llama la hybris del punto cero. 

Nosotros formamos parte del movimiento de la historia; y esa dialéctica —si lo llamamos así— nos rodea y nos envuelve como el aire que respiramos. Además, nos encontramos en el pleno centro de la dialéctica, lo que tiene implicaciones tanto objetivas como subjetivas. Tenemos que perdernos en la lucha, en palabras de Fanon, sin saber con toda certeza hacia dónde vamos o cómo, y es solo así que las oposiciones dialécticas ganan peso y permiten acumular impulso.

Esto implica que la dialéctica tiene que entenderse como algo más activo que diagnóstico. E implica que, aunque a veces hablamos de «la dialéctica», no hay una sola, sino un conjunto medio caótico y arremolinante de oposiciones grandes y microdialécticas pequeñas que entran en movimiento de maneras complejas e impredecibles, acumulándose en oposiciones mayores e identidades más amplias. 

Lo explico en el libro en términos de la dialéctica radicalizada y la descolonizada. La primera se refiere a una dialéctica despojada de todo determinismo, toda inevitabilidad, toda teleología, en la que el único motor es la lucha misma. La segunda dialéctica se refiere al no-Ser de Fanon o a la exterioridad de Dussel, de los colonizados y racializados que se excluyen hasta al nivel ontológico, y que por ende tienen la capacidad de desencadenar futuros menos predecibles aún. Es por esto que digo que toda dialéctica descolonizada tiene que ser radicalizada, pero no lo contrario. 

 PV

El ejercicio de descolonizar la dialéctica, que implica un combate contra las lecturas eurocentradas, ¿se reduce al pensamiento y la praxis que se hacen en y desde las periferias?

GCM

No, aunque existe cierta visión descolonial que tiende a reforzar las mismas categorías y distinciones constituidas por el proyecto colonial, es decir la jerarquía racial y étnica, las naciones e incluso divisiones más amplias, como el tercer mundo, la periferia, o el Sur Global, y que a veces llega a esencializar e idealizar a las comunidades colonizadas o indígenas.

Pero hay que insistir en dos cosas fundamentales: la primera —y ojo que esto es muy importante— es que no nos interesa disolver a estas categorías de manera inmediata, siendo ellas un escudo identitario para las luchas descoloniales. Son categorías que tienen peso real en el mundo, y por ende peso dialéctico. Se debe revisar atentamente la crítica que hace Fanon a su camarada Jean-Paul Sartre, cuando éste último descarta de manera prematura a la identidad negra. No es que Fanon crea que la raza existe al nivel biológico, para nada: es que lo dialéctico siempre es una cuestión de timing, de la temporalidad de las cosas.

La segunda es que, claro, el colonialismo y la colonialidad son aparatos sumamente globales: el Norte también tiene su Sur, y la descolonización es un proceso y un proyecto también global, con consecuencias internacionales que no dejan intacta ninguna identidad, sea del centro o de las periferias. Esto lo vimos claramente durante las revueltas desencadenadas por el asesinato de George Floyd en Minneapolis, que se extendieron y se difundieron velozmente al nivel global. Lo importante acá es que una revuelta contra el racismo antinegro se extendió a la cuestión colonial más ampliamente, pero además que fueron derrumbados monumentos racistas y coloniales no solo en América Latina y Sudáfrica sino también —y centralmente— en EE.UU. y el mismo corazón de Europa.

Nuestra lucha, aunque parte de las estructuras e identidades forjados por el colonialismo )y su inversión, el primer paso de asumir como lo propio lo condenado) apunta obstinadamente hacia un horizonte universalizante. Lo que no significa universal: no se trata de una categoría fija y sofocante, sino sobre todo de una orientación y un horizonte. Nos orientamos hacia lo universal, aunque quede desplazado o diferido infinitamente, como bien enseña Fanon, y esto es —como dice su maestro Aimé Césaire— un universal enriquecido por todo lo particular.

Todo esto significa que nuestra lucha es fundamentalmente internacionalista, y que la descolonización es un proceso tanto de destrucción como de la construcción de un mundo nuevo. Visto así, queda claro que es algo que libera no solo a los oprimidos sino también a los opresores, embrutecidos como están por su propia brutalidad, para citar otra vez a Césaire.

 

PV

Si bien es cierto que su libro no trata sobre la concepción de la dialéctica en Karl Marx y Friedrich Engels, los desarrollos teórico-políticos de dichas figuras son recuperados como insumos para los planteamientos de la dialéctica descolonizadora de otros personajes. ¿Cree usted que pueden encontrarse visos de una dialéctica descolonizada en los textos de Marx sobre la Guerra Civil estadounidense (dónde reconoce el problema racial y los antagonismos entre los grandes plantadores, los esclavizados y los blancos libres) y en los trabajos de Marx y Engels sobre el imperialismo colonial británico en Irlanda?

GCM

Bueno, creo que los comentarios tempranos de Engels sobre Irlanda comparten los mismos errores de Marx sobre la India. En lugar de identificar el colonialismo como el problema fundamental, ambos guardaron sus críticas mas fuertes para las estructuras tradicionales precoloniales. Lo que es aún peor, en algunos momentos hasta reivindicaron el papel progresista de la dominación colonial, que al aniquilar las estructuras antiguas estaba haciendo el trabajo invisible de la famosa «astucia de la historia» de Hegel y preparando el terreno para un futuro comunismo. Posición absolutamente indefendible, producto de una visión no solo eurocentrada sino también fuertemente unilineal y teleológica. 

Quizás por su proximidad o por las simpatías políticas que provocaba, tanto Marx como Engels rompieron con esta perspectiva con respecto al colonialismo en Irlanda, llegando a reconocer que Irlanda no era un país naturalmente subdesarrollado sino que, como diría más tarde Walter Rodney sobre África, el subdesarrollo era sobre todo un proceso activo y producto del colonialismo. Inglaterra había subdesarrollado a Irlanda, y el colonialismo ya no tenía ningún papel progresista ni modernizador, sino todo lo contrario. 

Lo que es más: también reconocieron en el contexto irlandés cómo la mano de obra colonizada fue utilizada para disciplinar simultáneamente a los trabajadores ingleses. Lo que nos lleva directamente al grano del desafío estadounidense, y al modo en que la segmentación racial de la clase obrera fue el arma más importante del capital. Como lo dijo el mismo Marx en una carta en 1866: «el trabajador de piel blanca no puede emanciparse donde la piel negra queda marcada». Dinámica mejor delineada en el texto esencial La Reconstrucción Negra de W.E.B. Du Bois de 1935, pero que sobrevivió a la esclavitud como la colonialidad sobrevivió al colonialismo.

Todo esto apunta hacia otra ruptura subyacente y más fundamental aún en la que el Marx maduro rompe con el carácter unilineal y teleológico de su perspectiva histórica a favor de algo más complejo, una complejidad que tiene todo que ver con la cuestión de la descolonización epistémica y sus consecuencias prácticas. La ocasión fue una carta de la militante rusa Vera Zasulich en 1881 y la respuesta ya bien conocida de Marx. La pregunta de la socialista periférica fue la siguiente: ¿la Rusia todavía precapitalista tiene que pasar necesariamente por el capitalismo —con toda su fuerza destructiva— para llegar luego a un comunismo superior y plenamente «moderno»? 

La respuesta de Marx dejó bien claro cuánto había avanzado hacia una visión global y plurilineal de la lucha comunista: existía la posibilidad de saltar directamente hacia el socialismo, y además hacerlo sobre la base de las comunas tradicionales conocidas como los obshchina o mir.

 

PV

Usted señala que Frantz Fanon descolonizó la dialéctica hegeliana mediante su reformulación para acomodar la experiencia negra. ¿Cómo piensa que ha cambiado la dialéctica de esta experiencia negra, condenada a habitar un «apartheid ontológico», en el siglo XXI?

GCM

Mira, muy poco. Fanon mismo lidió con el universal falso de la emancipación y la igualdad formal que los sujetos coloniales supuestamente disfrutaban bajo el imperio francés. La superficie lisa de la ciudadanía, tal como la experimentó, siempre estuvo socavada por una ruptura ontológica fundamental que siempre amenazó con fragmentar el suelo (el Grund hegeliano) y abrir un sumidero a la no existencia. 

¿Qué pasa hoy? En Francia (y muchas partes de Europa), el supuesto universalismo del laïcité sirve como pretexto para la continuación del racismo colonial e islamofóbico (fenómeno que tanto Cédric Robinson como Nelson Maldonado-Torres han señalado como elemento integral del racismo antinegro). En Estados Unidos, bajo un régimen de integración multicultural y aparentemente «posracial», los derechos universales y supuestamente inalienables no se aplican de forma simétrica. Así, un tal George Zimmerman puede apelar a la autodefensa contra un niño negro, Trayvon Martin, pero éste no puede avalarse del mismo para defenderse de Zimmerman. No hay simetría ni reciprocidad, cosa que Hegel nunca podía entender. 

Lo que no quiere decir que no haya cambiado nada. Cierto, existe toda una lectura de Fanon —el llamado Afropesimismo— que insiste que la emancipación y la igualdad formal no representan ningún cambio fundamental. Tal visión, fundamentada como está en una hipostatización de lo ontológico, fracasa al nivel filosófico pero aún mas al nivel de la praxis. Se olvida que, a pesar de las derrotas y los retrocesos ineluctables, quedamos «condenados», en el léxico fanoniano, a una lucha hegemónica en que los derechos e igualdad formales funcionan como una palanca débil pero necesaria para abrir una brecha a la descolonización verdadera. 

 

PV

A lo largo de su trabajo aparecen de forma recurrente, además de Frantz Fanon, otras figuras de lo que algunos autores —como Cédric Robinson— han denominado la «tradición negra radical». ¿Cuáles serían las particularidades de la dialéctica descolonizadora, desdoblada en la lucha antiesclavista y antirracista de estos autores (como C.L.R. James y Angela Davis)?

GCM

Mira —y lo digo con toda brutalidad frente a las ofuscaciones académicas del presente—: la esclavitud es hija del colonialismo, y los dos quedan no solo genéticamente sino funcionalmente vinculados hoy en día. Rechazo la sugerencia de que esto sea otra cuestión distinta. Incluso cuando hablamos de comunidades no negras, y a pesar de las diferencias contextuales que existen, el colonialismo sigue siendo, como bien reconocía Fanon, una maquinaria para la producción económica pero también (y como consecuencia para la producción del no-Ser) de las exclusiones ontológicas que marcan el limite de lo humano y los (no-)seres que habitan la «zona del no-ser» más allá.

Partiendo de allí, hay que decir claramente que la «tradición negra radical« no es otra cosa que el comunismo anticolonial visto a través del prisma de la lucha abolicionista en toda su amplitud (que busca abolir no solo la esclavitud sino también toda la estructura de dominación racial). Lo interesante, y esto es mi punto de partida en el libro, es cómo históricamente la frase «comunismo negro» evoca una relación sumamente tensa. Y si mi análisis está anclado en personajes como James, Césaire, Davis y también Richard Wright, es porque encarnan de cierta manera esta tensión. La pregunta es la siguiente: ¿cuál es la torsión particular que introducen tales pensadores y militantes a las cuestiones dialécticas? 

 

PV

Así como existe una tradición de dialéctica descolonizadora que pareciera entrelazarse con la tradición negra radical, ¿podría existir algo similar en una tradición de dialéctica descolonizadora indígena y una dialéctica descolonizadora feminista?

GCM

Sí, cómo no. Pero esto no quiere decir, y no debemos presumir, que toda dialéctica y todo parámetro de oposición funcione según la misma dinámica. Estas no son cuestiones abstractas sino fundamentalmente materiales, que tienen todo que ver con los contenidos históricos depositados en las categorías operantes y en el modo en que funcionan en su contexto concreto. Por ejemplo, la cuestión indígena se puede ubicar en un espectro de lo que Dussel llama la exterioridad, según la ubicación, nivel de contacto histórico, vigencia de la cultura comunal y grado de exclusión de la sociedad colonial. Esto no es naturalizar las diferencias entre las comunidades, sino entender el terreno de la tarea que nos enfrenta, es decir, de comprometernos al trabajo difícil y lento de entrelazar los movimientos antirracistas y anticoloniales al nivel global.

La cuestión del género, del sexo e incluso de la sexualidad introduce otra torsión complejizante, porque existen muchos debates inconclusos con respecto al estatus —tanto ontológico como normativo— de las categorías en disputa. En Venezuela, por ejemplo, el movimiento de mujeres ha tenido que pelear dentro del marco del pueblo, al igual que los movimiento afro e indígena, pero ese conflicto siempre ha existido en una relación un poco más compleja vis-a-vis la cuestión de la totalidad. ¿Qué significa esto? Que la autonomía femenina o feminista muy pocas veces se había formulado en términos de una ruptura absoluta, aunque esto no significa decir que no puede llegar a tal punto. Lo digo de nuevo: en la dialéctica todo es cuestión de tiempo, y por el momento la tarea sigue siendo la misma: profundizar el aspecto anticolonial del movimiento feminista y viceversa, permitiendo la traducción e incluso la contaminación mutua de las categorías en cuestión.

 

PV

En la dialéctica combativa del pueblo venezolano que analiza en su libro identifica una guerra de posiciones que se disputa el significado del pueblo y deviene una guerra abierta, de maniobras, donde irrumpe la «polarización» como respuesta al mito de la unidad perdida y de una supuesta era dorada y armónica destruida. ¿Cómo se ha expresado esta maniobra de polarización en los Estados Unidos tras la era Trump y con las respuestas al movimiento Black Lives Matter?

GCM

Muy buena pregunta, y lo interesante es que este es un libro ante-Trump como lo es anti-Trump. Es decir, fue concebido y escrito como tesis doctoral en la época de Obama y bajo el marco mítico de lo que llamo el espejismo posracial, y que representa el ejemplo más reciente de universal falso (intento que fracasó casi inmediatamente con el surgimiento de Trump y una oleada de movimientos abiertamente racistas y fascistas). Pero el libro también fue escrito al calor de la lucha venezolana, en un país que hasta 1989 había permanecido bajo semejante ilusión: una supuesta armonía social cuya premisa constitutiva fue la exclusión de las mayorías populares. En este sentido, la experiencia venezolana nos ofrece ejemplo de concebir y profundizar las divisiones dialécticas, como forjar las identidades generativas en el crisol del conflicto social. 

Pero recordemos que el mismo Fanon escribió para ambos contextos: Piel negra, máscaras blancas dirigió sus flechas contra los universales falsos prevalecientes en Francia y buscaba profundizar la polarización dinámica, mientras que Los condenados de la tierra fue escrita en un contexto totalmente distinto, en la Argelia colonial, donde la división fue totalmente innegable, una polarización tan absoluta que Fanon la llamaba «maniquea». No son realidades totalmente distintas, sino dos modalidades de nuestra realidad, y dos maniobras estratégicas —de vanguardia y retaguardia— para mantener un sistema todavía profundamente colonial. 

 

PV

Al igual que ocurrió en Venezuela, tras la victoria de Andrés Manuel López Obrador en México en 2018 se ha activado el discurso de la polarización, ampliamente difundido por la oposición y las industrias mediáticas, logrando hacerse de eco entre las «clases medias». Usted afirma que en este fenómeno discursivo de la polarización se reflejan los efectos concretos de una dialéctica popular descolonial. ¿Se trata, entonces, de una particularidad del caso venezolano y de la revolución bolivariana, o bien podría ser una constante en aquellas experiencias donde irrumpe la dialéctica popular?

GCM

Mira, hablando estrictamente, una dialéctica descolonial no se manifiesta en la división limpia y sin restante, sino que —y acá sigo cercanamente a la obra de Dussel— corta y abre una brecha en la exterioridad que descansa más allá del sistema predominante, juntando y agrupando a los excluidos en un bloque radical que entra por la fuerza al sistema y lo transforma en el mismo gesto. Entonces resulta que tampoco estamos hablando de la polarización como reflejo de tal división, aunque suele denominarse así en los medios, en el pánico y hasta terror de las clases pudientes cuando «aparecen» (en términos de Fanon) los pobres y excluidos. 

Estamos hablando del momento en que los condenados de la tierra se fugan de la cárcel ontológica de la zona del no-Ser y, como dijo Marx, asaltan al cielo. Cuando los más sistemáticamente excluidos hacen su entrada a la zona del Ser humano, no puede ser menos que un verdadero terremoto ontológico, una erupción volcánica desde abajo, como discuto en mi nuevo libro, Erupciones Anticoloniales. Quizás es muy obvio, pero todo esto es decir que el discurso predominante sobre la polarización no puede entender lo que es un proceso sumamente humano y necesario, el nacer de una nueva sociedad más incluyente. 

Ahora bien, polarizar como estrategia política es otra cosa, aunque en Venezuela ambas han sido parte de un proceso mas amplio. Si los ricos descansaron al borde del Vesubio sin saberlo, en palabras de C.L.R. James, Chávez sí entendía algo sobre la dinámica subterránea y que había que soltar. La polarización hay que saber manejarla bien, y en eso Chávez fue un maestro.

George Ciccariello-Maher

George Ciccariello-Maher es autor de We Created Chávez: A People's History of the Venezuelan Revolution (Duke, 2013); Building the Commune: Radical Democracy in Venezuela (Jacobin-Verso: 2016); y Decolonizing Dialectics (Duke, 2017).

 

Fuente: https://jacobinlat.com/2024/12/la-dialectica-o-como-perderse-en-la-lucha/


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