sábado, 16 de enero de 2010

Armonía social o dialéctica social




La obra cumbre del Karl Marx, Das Capital, trata de la estructura y el proceso de edificación de un nuevo orden que brota del caos Medieval. Marx nos cuenta como nace el orden capitalista. Nos dice que el capitalismo es la propiedad privada de los medios de producción y la anarquía de la producción. Nos dice que el habitad del capital es la anarquía en la economía y, el caos en la producción, deriva de la inevitable e implacable competencia por el máximo beneficio (ley básica del capitalismo). Engels, cuando apenas contaba con 21 años, adelantó una verdad que el tiempo probaría: Los defensores de la libertad de comercio son, como se demostrará, peores monopolistas que los viejos mercantilistas. Sin embargo, la hipocresía de la economía política liberal presenta la competencia en oposición al monopolio. El liberalismo político para disimular su dictadura de clase expone al mundo una falacia del liberalismo económico: la oposición entre competencia y monopolio. Esa oposición es tan “mentirosa” como la nariz del personaje de Carlo Lorenzini que, apenas contaba una mentira, su nariz crecía y crecía. Esa oposición es completamente ilusoria porque la competencia presupone el monopolio (el monopolio básico de la propiedad privada) y la competencia, a su vez, engendra el monopolio. El monopolio alimenta la competencia y la competencia se convierte en monopolio. La única planificación existente en el capitalismo tiene como objetivo acabar con la competencia. Marx y Engels distinguen dos tipos de oposición: la competencia subjetiva, entre obreros y obreros y entre capitalistas y capitalistas; pero, la competencia objetiva es la fundamental y enfrenta a obreros y propietarios. El punto es, como se puede notar, que competencia y monopolio se obligan el uno al otro, se producen mutuamente; son complementarios y antagónicos.
En biología, los conceptos vida y muerte, al mismo tiempo, también, son complementarios y antagónicos; en política, se los relaciona con orden y desorden. Vida equivale a orden, a funcionamiento de una organización micro o macro celular. Muerte equivale a desorden, a desorganización y quiebra (del reloj biológico) del funcionamiento de un organismo. Pero, lo cierto es que orden y desorden están íntimamente relacionados y despliegan sus fuerzas en oposición y lucha. Anarquía para la burguesía es sinónimo de desgobierno; para la pequeña burguesía es sinónimo de ausencia de autoridad; para la clase obrera es sinónimo de nuevo orden. El punto es distinguir anarquía como movimiento político y anarquía como utopía humana, de una parte; y, de otra parte, ubicar el concepto anarquía como uno de los elementos del desarrollo contradictorio de la sociedad humana (orden-desorden).
Todo el mundo percibe que en la sociedad humana las aspiraciones de unos chocan con las aspiraciones de otros, que la vida social está llena de contradicciones y que las relaciones sociales se desarrollan en intrincadas redes y transitorios movimientos de una clase a otra. Es conocido, que la clase obrera no es ni puede ser un grupo homogéneo (estático). Es que la movilidad social es parte de la naturaleza humana. Y, los obreros son el resultado histórico de un proceso de proletarización que constituye la otra cara de la acumulación del capital. Asimismo, la pequeña burguesía tampoco es un grupo homogéneo (estable), oscila entre formar parte del exclusivo mundo burgués o precipitarse sin remedio en las filas de los obreros. La pequeña burguesía, generalmente, es un sector social tributario de las prebendas del aparato estatal. Esta particularidad de la clase media determina su comportamiento social. El segmento en desgracia (por desempleo o quiebra del pequeño negocio familiar) reacciona contra lo que estima causante de sus desdichas: el Estado. Este sector privilegia la confrontación. Un fundamentalismo religioso, étnico o político, actúa o moviliza a los hombres, ya sea de extrema derecha o de extrema izquierda, pero siempre bajo el manto de un nacionalismo estridente. En cambio, el sector que vive en bonanza piensa como una soñadora de nuestros tiempos: “Yo solo leo a Marx porque me gusta alumbrarme con sus ideas, pero mi verdadero interés es hacer de mi mundo un lugar mejor para vivir y crecer”. Una isla (el paraíso) en el mismísimo infierno capitalista. ¿Es insólito ese modo de pensar? En modo alguno. La clase media ilustrada, amante de la paz y la prosperidad familiar, busca una “salida” para afirmar la unidad familiar. Hombres y mujeres acostumbrados a una apacible vida familiar quisieran eternizar la “armonía” del hogar, esto es o mejor dicho, el equilibrio entre las naturales e inevitables contradicciones. Los deseos de los hombres apuntan hacia la armonía familiar (y social) pero las tendencias contradictorias impugnan los buenos deseos porque la armonía absoluta entre los elementos de la contradicción no existe: lo que existe es unidad y lucha de contrarios. La armonía es el equilibrio pasajero o la relativa unidad dentro de la permanente lucha de contrarios.
El sueño de armonía social es una ilusión pero provoca encendidas polémicas. Y la controversia, en la cabeza de los combatientes por el socialismo, responde al conflicto permanente entre capitalismo y socialismo. Lenin decía que la democracia pequeño burguesa “se caracteriza por su aversión a la lucha de clases, por sus sueños acerca de la posibilidad de eludir esta lucha.” La clase media abastece talentos tanto a la burguesía como al proletariado. Pero, el sello de clase de la pequeña burguesía se impone en las ilusiones de evadir o superar la lucha de clases. Por eso, no es casual que les pase por la cabeza el siguiente razonamiento: ¡Puesto que queremos acabar con la lucha de clases, no vamos a continuarla! Seamos imaginativos no nos contentemos con la fuerza de los hechos. Hasta ahora, la historia ha avanzado siempre por su “lado oscuro”, la lucha, la violencia; ahora va avanzar por el “lado bueno”. Ese es, más o menos, el razonamiento de un demócrata pequeño burgués que pretende ir más allá de la lucha de clases. La tercera vía entre capitalismo y socialismo es la solución nazi-fascista de los representantes de esa clase, atormentada por el fantasma de la proletarización y los sueños de grandeza nacional.
El desarrollo desigual en lo económico y lo político es una ley absoluta en el capitalismo. Lenin, examinando el desarrollo del capital internacional concluye: “Bajo el capitalismo es imposible un proceso uniforme de desarrollo económico de las distintas economías y de los distintos Estados. Bajo el capitalismo, para restablecer de cuando en cuando el equilibrio alterado, no hay otro medio posible más que las crisis en la industria y las guerras en la política.” Mao Zedong, en 1956, estudiando los problemas de la construcción del socialismo en China, señaló lo siguiente: “Nuestra economía planificada conlleva tanto el equilibrio como el desequilibrio. El primero es temporal y condicional. El equilibrio que se establece en un momento dado tiende enseguida a sufrir cambios. Lo que está equilibrado en el primer semestre de un año deja de estarlo en el segundo, y lo que tiene equilibrio este año dejará de tenerlo el año próximo. Es imposible mantener un equilibrio permanente, libre de toda ruptura. Los marxistas sostenemos que el desequilibrio, la contradicción, la lucha y el desarrollo son absolutos, en tanto que el equilibrio y el reposo son relativos. Relativo significa temporal y condicional.” Tres meses después, vuelve a tratar el tema: “Nuestro Estado elabora cada año un plan económico y establece una proporción adecuada entre la acumulación y el consumo, a fin de lograr el equilibrio entre la producción y las necesidades. Lo que llamamos equilibrio es la temporal y relativa unidad de los contrarios. Al cabo de un año, este equilibrio, tomado en su conjunto, queda roto por la lucha de los contrarios, esta unidad se ve alterada, el equilibrio se convierte en desequilibrio, la unidad en desunidad y, entonces, una vez más se hace necesario conseguir el equilibrio y la unidad para el año siguiente. En esto reside la superioridad de nuestra economía planificada.” Pues sí. Cuando la planeación obedece a la dialéctica de la vida la planificación es superior a la espontaneidad de los mercados. La dialéctica opera al margen de los deseos de los individuos y, la más de las veces, en contra de su voluntad, por lo mismo, la dialéctica objetiva debe ser la base o sustento de toda planeación.
En 1951, José Stalin, sintetiza lo que fue la tendencia dominante del pensar económico de la nomenclatura soviética. Stalin, a los autores del Manual de Economía Política, les enmienda la plana pero… a medias: “Se dice que la ley económica fundamental del socialismo es la ley del desarrollo armónico, proporcional, de la economía nacional.” Eso no es cierto, señala Stalin, para agregar más adelante que “la acción de la ley del desarrollo armónico de la economía nacional únicamente puede tener vía libre en el caso de que se apoye en la ley económica fundamental del socialismo” que, a su decir, consiste en “asegurar la máxima satisfacción de las necesidades materiales y culturales, en constante ascenso, de toda la sociedad, mediante el desarrollo y el perfeccionamiento ininterrumpidos de la producción socialista sobre la base de la técnica más elevada.” La dialéctica equilibrio-desequilibrio, orden-desorden, desaparece ante el “buen deseo” de la burocracia soviética y la “armonía” pretende entronizarse por encima de la dialéctica objetiva. La metafísica intenta sustituir a la dialéctica objetiva, o mejor dicho, la dialéctica se desvanece en la armonía del hombre y la técnica o en la armonía de ciertas “clases” que Stalin disolvía y no disolvía de una manera escolástica.
Hace algunos años, Ilya Prigogine , comprendió que desorden no es sinónimo de caos sino de reorganización e incremento de la complejidad de los sistemas. Y tiene mucha razón. El argumento aniquila la pretendida armonía social porque armonía socio-económica es un despropósito ideológico. En los estados equilibrados o armónicos no hay movimiento, no hay cambio, y, por tanto, no hay desarrollo. La armonía en las organizaciones complejas es un imposible natural como imposible es el orden absoluto. Desde que Rudolf Emanuel Clausius (1822 -1888) enunciara el segundo principio de la termodinámica, la entropía ha sido objeto de múltiples estudios y debates académicos. La entropía es la ley que nos dice que las cosas se gastan. Los cuerpos calientes se enfrían a medida que pasa el tiempo, y el calor se escapa de ellos. Los edificios se desmoronan; las cosas vivas envejecen y mueren. Marx pensaba que el tiempo es espacio en permanente cambio . Así lo estima Ilya Prigogine, para quien los desarrollos recientes de la termodinámica nos proponen un universo en el que el tiempo no es ilusión ni disipación, sino CREACIÓN. Los cambios se hallan unidos al paso del tiempo, y crean la distinción entre pasado y futuro. Corresponden a un incremento en la cantidad de desorden en el universo y la sociedad. Ese desorden se mide en términos de entropía. El flujo del tiempo del pasado al futuro significa que la entropía del universo debe incrementarse siempre. Sin embargo, al percibir el universo como un organismo vivo, la noción unidireccional de la entropía se modifica. La presencia de cosas vivas en la tierra va en contra de esa regla. Nosotros creamos un orden del desorden generando nuevos organismos sociales, construyendo edificios; ir a contracorriente es un principio muy humano. Pero el punto más importante es que el planeta y la sociedad humana no son un sistema cerrado. El planeta se alimenta de la energía que fluye del sol, y expulsa entropía como resultado. La sociedad se alimenta de las contradicciones sociales y libera energía en los conflictos de clase.
Todo orden contiene en sí mismo desorden y todo desorden lleva en su seno un nuevo orden que pugna por imponerse. El orden prevalece donde existe desorden y coexiste donde predomina el desorden. El desorden puede producir orden en los fenómenos físicos y sociales. La noticia resulta novedosa en ciertos medios académicos. Pero no lo es para el marxismo. La dialéctica orden/desorden/reorganización histórica trabaja planetariamente hacia el progreso que anula y supera. Toda contradicción se resuelve en la superación de la contradicción para dar paso a una nueva contradicción. Las contradicciones internas del capitalismo generan cambios que producen obligados reajustes (legislar es reacomodar la sociedad). Reajustes que obligadamente se oponen a las anteriores contradicciones. Así esos mismos cambios son el origen de nuevas contradicciones, las cuales, a su vez, inducen nuevos cambios. No obstante, estos sucesivos cambios muestran una dirección definida, un “movimiento”, un cierto proceso auto-organizador; en otras palabras: representan un proceso dialéctico de desarrollo. En ciertos casos, un poco de desorden posibilita un orden diferente y, a veces, más imaginativo y desarrollado. (Por ejemplo, una organización empresarial o partidaria que se perpetúa gracias a la desvinculación de sus miembros.) La variación y el cambio son etapas inevitables e ineludibles por las cuales debe transitar todo sistema complejo para crecer y desarrollarse. Cuando esta transformación se consigue sin que intervengan factores externos al sistema, se hace mención a un proceso de "auto-organización". Cuando las transformaciones se producen con la intervención de factores externos, la artificialidad del sistema se pone de manifiesto en el proceso travestido. Así, por ejemplo, la república burguesa del Perú de 1821 o el socialismo de Europa oriental son forzados o impuestos por factores externos (vía colonial de desarrollo). Esta imposición se revela en la artificialidad o falsificación de los procesos. La auto-organización en los procesos es un producto que brota de la propia entraña de la sociedad. En efecto, eso ocurre porque el desorden se ve constantemente absorbido, expulsado, recuperado, metamorfoseado, y el desorden renace sin cesar y lo mismo hace, por su parte, el orden social. Una sociedad se auto regenera sin cesar porque constantemente se está autodestruyendo pero siempre en forma ascendente, es decir, de formas simples a complejas, de lo imperfecto a la perfección inalcanzable.
En los sistemas complejos lo que importa es el proceso, no los productos (p.e. las clases), porque los productos son apenas eslabones del proceso. Sergio Moriello dice: “el desarrollo de esta clase de sistemas se caracteriza por la “intermitencia” (o fluctuación), aquella danza creadora en la que el orden y el desorden se alternan de manera cíclica para contribuir a la organización del sistema. Por eso, estos sistemas nunca llegan a un óptimo global, al estado de mínima energía. En general, se transforman progresivamente hasta que llegan al límite de su desarrollo potencial. En ese instante, sufren un desequilibrio, un desorden, una especie de ruptura que induce una fragmentación del orden pre-existente. Pero, después, comienzan a surgir regularidades que organizan al sistema de acuerdo con nuevas leyes, produciendo otra clase de desarrollo (ver La Auto-organización) [Moriello, 2003].” / “Es que, en el interior de cada sistema –y de forma permanente– se libra una “lucha” entre fuerzas diferentes y opuestas. Las fuerzas dinámicas de estabilidad y orden “tratan de generar” las condiciones de equilibrio y de organización. Las fuerzas dinámicas de inestabilidad y desorden, en cambio, “tratan de generar” condiciones de desequilibrio y de desorganización. / Es decir, existen antagonismos internos que dan origen al comportamiento global de dicho sistema. Sus elementos se encuentran tanto en convergencia (cooperación) como en divergencia (competencia), por lo que existe una especie de “contradicción interna”, un “desacuerdo consigo mismo”. Y es esta contradicción interna la que posibilita que las cosas cambien, se transformen y evolucionen, ya que el cambio se constituye como la solución de ese conflicto... [Politzer, 2008, p. 172 y 174]. En definitiva, dan origen al proceso creador.”
Entonces, todo desorden crea paulatina e imperceptiblemente un nuevo orden. En las formaciones sociales, las reformas legitiman los cambios impuestos por la evolución en las relaciones socio-económicas y las revoluciones, en cambio, imponen las transformaciones que están en gestación. Reforma y revolución son dos vías que se contienen en sí mismas. Toda evolución lleva en su seno el germen de un estallido revolucionario. Y las reformas son innovaciones para impedir o profundizar cambios revolucionarios. El pensamiento fragmentado nos ha acostumbrado a identificar evolución con tiempos de paz y revolución con tiempos violentos. Violencia equivale a destrucción más toda destrucción se realiza sobre la base de construcciones sociales o instrumentales. Sin una labor constructiva o productiva (por ejemplo, la producción de armas) es imposible sostener la violencia de una guerra. En verdad, en tiempos de paz o violencia los procesos evolucionan o “involucionan”. Las reformas sancionan o legitiman la evolución de los procesos. Las revoluciones quiebran el viejo orden y lo sustituyen cualitativamente. La proximidad o lejanía de las transformaciones sociales depende de qué camino se sigue: el camino revolucionario o el camino reformista; pero, los cambios avanzan sin tregua pese a episódicos “retrocesos” en la historia. V. I. Lenin, en 1915, premonitoriamente explica que “las revoluciones políticas son inevitables en el proceso de la revolución socialista, que no debe considerarse como un acto único, sino como una época de violentas conmociones políticas y económicas, de lucha de clases enconada al extremo, de guerra civil, de revoluciones y contrarrevoluciones.”
En medio del desorden de los mercados nacionales un nuevo orden impone sus condiciones pese a la multiplicidad de fuerzas que empujan en distintas direcciones; pues, es sabido que desorden no es sinónimo de caos sino de reorganización e incremento de la complejidad de los sistemas. Así, por ejemplo, la necesidad de un aparato supranacional se va imponiendo en medio de una feroz competencia monopolista y, sin embargo, ese aparato prepara el terreno (abundancia de recursos y elevada conciencia cívica) para el nacimiento de otro “aparato” suprasocial (la Comuna, según la feliz expresión de Engels, “no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra”) que se autorregula y autocontrola en una dirección coherente, planificada y humana. El Estado primigenio dio orden y garantía al desarrollo de la naciente propiedad privada. El Estado comuna que no es un Estado propiamente dicho dará orden al desarrollo de la propiedad social en el marco del proceso de extinción de la propiedad privada de los medios de producción. Proceso que, contra todo juicio simplista, es más espiritual que material: las grandes batallas se ganan principalmente en el cerebro.
Si en los siglos XIX y XX se impuso la tendencia a la centralización del Estado y la unificación de la vida nacional. En el siglo XXI, la tendencia al Estado supranacional y a la unificación de los mercados domina el panorama internacional. El ciclo de la Nación-Estado ha concluido. Pero, encubierta bajo la anterior tendencia, camina otra tendencia que brota del carácter social del proceso productivo que a la corta o a la larga terminará por imponer su control social. En el curso de los últimos años se van mostrando signos de ese proceso irreversible. Desde finales del siglo pasado, la revolución tecnológica de la información gobierna la formación de una inteligencia y un cerebro colectivos que trasciende los limitados espacios de las fronteras nacionales. Esta tendencia tiene dos aspectos: una temporal y otra permanente.
La permanente viene organizándose desde que se inició el proceso de individualización del hombre social. El hombre a lo largo de la historia promueve (sin que tenga conciencia de ello) un desarrollo macro-histórico basado en la integración, convergencia y homogenización cultural. Por eso, un sistema social integrado es el inevitable colofón de la historia y la naturaleza humana. Más, ese desarrollo macro-histórico también se verifica en determinadas circunstancias en procesos micro-históricos. El ejemplo clásico de estas pequeñas muestras es Fuente Ovejuna: todos a una. Los grupos llegan a formar un “cerebro colectivo” capaz de tomar decisiones y moverse como si de un único organismo se tratara. Una pequeña minoría informada (inteligencia colectiva) es capaz de guiar a otros individuos hacia un objetivo a partir del entendimiento dogmático de la herejía. No otra cosa ocurrió, también, en 1917 cuando Lenin lanzó su famosa consigna: ¡Todo el poder a los Soviets!
Ahora bien, el aspecto temporal de la tendencia hacia un sistema social integrado esta vinculada a las tareas del presente. Si en el tiempo de la fundación del Partido Socialista del Perú, la revista Amauta fue el vehículo ideal para producir o precipitar un fenómeno de polarización y concentración. En nuestro tiempo, el ciberespacio es la herramienta que vincula a los hombres nuevos para un mundo nuevo. Una revista electrónica aproxima a los afines, define a los indecisos y aleja a los dispares. Produce una red nacional e internacional de corresponsales (amautas) y filiales (comunas). Una prensa de doctrina se sostiene en la colaboración (ayni) y es, absolutamente, necesaria en estos tiempos de crisis del socialismo como imprescindible es una prensa de información. La electrónica ha reducido prácticamente a cero los costos fijos de la prensa. Producción y distribución se reducen a tareas de centralización de la parte documentaria y descentralización de la parte operativa. Para emerger del pantano es preciso promover el debate y la investigación, es preciso definir y deslindar campos en el movimiento socialista, es preciso crear organismos que unifiquen la inteligencia y la acción contestataria. Sólo así se podrá cribar a los hombres de vanguardia –militantes y simpatizantes- hasta separar la paja del grano.
Un sistema social se lo puede describir, en teoría, como un todo equilibrado en el desequilibrio, homeostático, cuyo comportamiento es inteligible a la luz de sus tendencias autorreguladoras, contradictorias en sí mismas. Automovimiento, identidad y antagonismo, colapso y regeneración, unidad y lucha, forman parte de la naturaleza de las sociedades y, por ende, de los grupos o partidos. Unidades básicas totipotentes, regeneración y multiplicación, orden y desorden, equilibrio y desequilibrio, es parte de la naturaleza social del hombre en el planeta Tierra. Toda sociedad está formada por una red de unidades que articulan el tejido social y definen, en una u otra dirección, la sociedad. Podemos decir, parafraseando a Engels, cuanto más desarrollado está el trabajo, menos restringida está la cantidad de sus productos, y, por consiguiente, (la riqueza de la sociedad), menos subordinado se halla el orden social a los vínculos de la consaguinidad. La familia constituye la unidad básica que reproduce el orden económico y sostiene el poder político de la burguesía. Es la célula, y no aislada partícula, de todo un organismo social que está sumido en un lento pero inexorable proceso de desintegración. La inestabilidad económica, política y social forma parte del diario discurrir de la vida. Somos criaturas de un gran desorden: crisis familiar, deflación e inflación, crisis política; y, para mal de males, el modelo de apropiación de la naturaleza pone en peligro la supervivencia de la especie. El siglo XXI, para algunos observadores es el siglo de las catástrofes que colocan en peligro de extinción a la especie humana. El 2009 termina con grandes debates sobre el cambio climático. Pero, el cambio climático no es el único tema que preocupa a la ciencia. Los hombres de ciencia, estudian la pérdida de biodiversidad que a corto plazo es una gran amenaza; asimismo, monitorean la disminución del campo magnético, del escudo anti- radiaciones del planeta. La contradicción entre la lógica capitalista (crecimiento ininterrumpido, avidez de ganancias, explotación sin fronteras) y la creciente necesidad de austeridad o prudencia en el manejo de los recursos naturales para evitar el cataclismo climático polarizan los campos. Ya no se trata del viejo conflicto entre bolcheviques (rojos) y falangistas (camisas negras) sino del nuevo combate entre ecologistas (verdes) y liberalismo (depredadores). Y el marxismo hoy no puede ser extraño a la sensibilidad de los hombres de nuestro tiempo.
Día a día, escándalo tras escándalo, se acredita que todos los organismos del viejo orden se desmoronan. Nada puede permanecer en pie, sus estructuras se muestran incapaces de sostener un nuevo orden que pugna por imponerse. Más un gran desorden es el preludio de un nuevo orden. De las propias entrañas del viejo orden brotarán nuevos organismos que sustituyen en funciones a las células económicas moribundas. La tendencia dominante, en la sociedad contemporánea, es la creciente acumulación de riqueza en cada vez menos manos y, al mismo tiempo, el incremento de la pobreza en la inmensa mayoría de familias. Nunca antes la humanidad había producido tanta prosperidad, ni tampoco había producido tanta pobreza. Ese es un proceso irreversible, conforme la crisis se acentúe, una nueva matriz irá sustituyendo a la familia como célula económica básica. Pues, es sabido que toda crisis lleva en su seno su propia solución. ¡Allí está el problema! ¡Allí se encuentra la solución!
15 de Enero de 2010
Edgar Bolaños Marín

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