jueves, 24 de mayo de 2012

EL CEREBRO Y EL MITO DEL YO (53)

Acerca del lenguaje humano

Por todo lo anterior, debe quedar claro que el lenguaje, de cualquier clase que sea, no se materializó súbitamente como un relámpago en la evolución biológica a partir de la nada. Lo que se dirá a continuación no se aviene bien con quienes piensan que el único lenguaje verdadero es el de los humanos, pero es lógico considerar que la abstracción y la prosodia, cuyo significado intra e interespecies se gestaron lentamente a partir de la mímica, deben constituir el requisito o preámbulo evolutivo de aquello que hoy conocemos como lenguaje humano.

El lenguaje, y el humano en particular, surgió como extensión de las condiciones premotoras, tales como la creciente complejidad de la intencionalidad concomitante con el enriquecimiento del pensamiento abstracto. Sencillamente los humanos nos vimos obligados a hacer más con lo que teníamos, con las capacidades motoras y con la gradual sofisticación del movimiento deliberado, que se logró modificando, y a veces suprimiendo, los PAF existentes. La expansión del rango de la expresión motora probablemente ocurrió al mismo tiempo que la habilidad de cancelar PAF.

Recordemos que en el capítulo 7 se mencionó que la capacidad de cancelar un PAF liberado se basa en la creciente complejidad del sistema tálamo-cortical y también, de manera por demás clara, por el desarrollo de la conectivídad cortico-espinal (el llamado tracto piramidal). En una palabra, vemos el aumento de la intencionalidad sofisticada como base de los movimientos intencionales. La evolución de estos sistemas especializados, como el tracto piramidal que se relaciona con los movimientos de los pies y de los dedos, así como con la activación de los nervios craneales que inervan los labios, la lengua, la faringe y la laringe, fue la base para cancelar ciertos PAF, eliminando así limitaciones internas, lo cual dio lugar a la increíble destreza que vemos en los mamíferos superiores, particularmente en los simios y en los humanos. Es justo decir que la evolución y el enriquecimiento del manto cortical, como ocurrió en el sistema motor, es el más importante de los mensajes que conducen al desarrollo de la corteza. Ha sido una habilidad del sistema nervioso haber aumentado el número de posibles estados funcionales sin violar los PAF sobre los cuales cabalgan los movimientos voluntarios. En efecto, los PAF no se pueden cancelar, al punto de eliminarlos o de volverlos completamente latentes. Ya se discutió el importantísimo papel que desempeñan en la reducción de la sobrecarga de computación del sistema nervioso. En realidad, lo que distingue a nuestro cerebro como el más exquisitamente capaz intelectualmente es el refinado equilibrio evolutivo entre la eficiencia automática de cómputo y la capacidad de matizar los movimientos. Estas cuestiones son tan básicas y elementales que las damos por garantizadas, al punto de que rara vez nos percatamos de la increíble coordinación que se requiere en un PAF para algo tan común como hablar en público. Para ello, hay que mantenerse en posición erecta, vertical o tal vez, según las circunstancias, dando pasos mientras se efectúan constantemente complejas sinergias que sincronizan entre sí los mecanismos respiratorios, laríngeos y orofaciales ¡para producir siquiera una palabra reconocible! A lo anterior hay que añadir los movimientos prosódicos de gesticulación de los brazos y las expresiones faciales, con lo cual tendremos ante los ojos un evento motor bien complejo. Sin embargo, para muchos esto no es más que caminar y hablar a la vez.

Tomemos el ejemplo de la evolución de la coordinación ojo-mano, en la cual la reciente complejidad de la conectividad cortical amplifica las posibilidades motoras aunque sin violar los PAF subyacentes a todo movimiento voluntario. Al respecto, puede decirse que este sistema más reciente se entrelaza con los PAF ya existentes y los utiliza como columnas o contrafuertes de apoyo para los nuevos elementos. Metafóricamente, una intencionalidad más rica exige de una escenificación en la cual se representen obras que nunca se habían interpretado previamente, lo cual nos es familiar, pensando en las bases de la abstracción, pues en realidad son un mismo fenómeno. En el capitulo 6 se discutió que es precisamente así como se decanta el pensamiento abstracto. Pero ¡nótese que fue el uso de los PAF lo que permitió la vocalización! El nuevo sistema, aprovechando el amplio rango de los patrones (de sonidos), aumentando las capacidades prosódica y de intencionalidad, utilizó y expandió el PAF de vocalización. Y así como el incremento en la complejidad de la intencionalidad conllevó un aumento en la riqueza de la coordinación ojo-mano, también la creciente necesidad de expresar abstracciones internas aprovechó e incrementó la destreza del mecanismo vocal del animal. No sólo lo hizo con las estructuras orofaciales y laríngeas para producir los diversos sonidos, sino con todo el aparato respiratorio, indispensable para generar el parrón de flujo de aire requerido para emitir unos sonidos tan específicos. (Wild, 1994; Davis et al, 1996). Estos sonidos, aprendidos por imitación y repetición, son los fonemas de nuestra lengua. Representan y son la base de la "granularidad" misma del lenguaje, independientemente del idioma utilizado.

En los numerosos patrones motores que deben activarse para la compleja coordinación ojo-mano (Jeannerod, 1986; Miall, 1998), existe un número finito de posibles combinaciones. Lo mismo sucede con los fonemas o las letras de un alfabeto: es mucho lo que se logra al mezclar estos granos finitos de motricidad, para producir un increíble mosaico de expresiones. Cuando a este lenguaje le añadimos nuestras, ya de por sí, ricas capacidades prosódicas, no cabe duda de que como especie evolucionamos para expresar nuestros estados internos con muchísima mayor propiedad que cualquier otra especie.

En cuanto a la teoría lingüística, una propuesta teórica ha producido una gran controversia en el siglo pasado, referente al concepto de modularidad en la función cerebral. En su libro sobre las bases neurológicas del lenguaje, Chomsky (1972) postulaba que la única capacidad del sistema nervioso humano de generar un lenguaje complejo se debía a una función cerebral muy específica, probablemente ocurrida en una región muy especializada. Esto no es necesariamente así. Es cierto que el apoyo a dicha propuesta se basaba en la existencia del área de Wernicke (área de comprensión del lenguaje o de asociación auditiva), en el área del habla de Broca y en los problemas derivados de lesiones en tales áreas (alexia o incapacidad para leer, anomia o dificultad para encontrar palabras, afasias o desórdenes del habla). Sin embargo, la teoría no es del todo satisfactoria, porque el sistema nervioso central tiene serias limitaciones para reorganizarse más allá de cierto punto, además de que la localización de tal área es imprecisa y a la posibilidad de que dichas funciones migren a otras partes del cerebro (como en la epilepsia). Estos hallazgos contradicen la perspectiva simplista según la cual el cerebro es una organización puramente modular de tipo frenológico, que por muchos años invadió la neurología y la cual vuelve a emerger actualmente en lo que pudiera llamarse una neofrenología, por el uso a veces inadecuado de técnicas para obtener imágenes por sistemas no invasivos. Pero la dificultad para ubicar un evento cerebral con una precisión de unos pocos centímetros cúbicos de tejido, tampoco es suficiente para descartar por completo la noción de medularidad, especialmente si tal medularidad es considerada como una estructura funcional, a veces transitoria.

Mis razones particulares para aceptar esta perspectiva modular se relacionan con casos como el de la paciente, descrito en el capítulo 7 y con el planteamiento de los PAF. Una lesión cerebral tan extensa que no dejó sino un mínimo de módulo, permite que la persona genere no sólo fonemas sino también ciertas palabras (figura 11.3). Esto indica que el PAF motor es necesario y suficiente para la expresión de determinado módulo, pero no es suficiente para otros aspectos del habla, tales como generar un pensamiento detrás de las palabras, o incluso el contexto apropiado en el cual tales palabras deben usarse.

Figura 11.3

Tomografía de emisión de positrones (TEP) de una mujer que ha estado en coma por más de 20 años, en estado vegetativo permanente. Con poca frecuencia produce palabras aisladas de manera espontánea, que no guardan relación alguna con la estimulación externa. Su condición se produjo por tres accidentes cerebro vasculares masivos consecutivos, que destruyeron la mayoría de ambos hemisferios cerebrales, excepto los ganglios basales, partes del tálamo y la región cortical izquierda llamado área de Broca, que controla la emisión del habla. Las áreas resaltadas indican las pocas regiones cerebrales con alguna actividad metabólica significativa. (Ver capítulo 7, p. 152.) Este caso ilustra que ciertos circuitos cerebrales pueden soportar la expresión motora «modulan». En el caso de palabras habladas, ello requiere una articulación fonológica adecuada y la activación sincrónica de diversos músculos (incluyendo el diafragma), además de las cuerdas vocales. (Adaptado de Schiff et al.. 1999, figura 4.)

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