La Vanguardia
27-01-2013
Una política anticrisis alternativa que no
incluya una clara posición antibelicista y antimilitarista estará coja desde su
inicio
La estabilidad económica y militar del
mundo reposa sobre bases muy frágiles. La crisis global empuja a las naciones
hacia el recurso militar. Eso es tan viejo como la humanidad y la pregunta de
si la actual crisis desembocará en una gran guerra no tiene nada de excéntrica.
La cuestión puede formularse al revés: un conflicto militar de envergadura
podría ser desencadenante de una fase muy superior de general hundimiento
económico, el “big bang” de una crisis económica mundial. Tenemos dos
escenarios servidos.
Uno en el Mediterráneo Oriental, que
apunta hacia Irán y el Golfo Pérsico. El otro en Asia Oriental, con un cerco
militar contra China. En ambos escenarios se está jugando con fuego.
En el Mediterráneo Oriental, desde el
norte de África hasta Oriente Medio, tenemos una considerable concentración de
países que atraviesan crisis muy diferentes pero todas ellas profundas.
En Libia la intervención occidental ha
dejado un país fragmentado cuyas chispas han prendido en Mali. En Egipto la
revuelta civil continua porque ninguna de las grandes cuestiones que planteó se
han resuelto. En Grecia la política alemana está destruyendo una sociedad a la
que se empuja a la revuelta. En Chipre, otro miembro de la Unión Europea en
crisis, la decisión de explotar reservas marítimas de gas con ayuda israelí es
discutida por Turquía, reavivando las antiguas tensiones militares entre turcos
y griegos. Y todo eso no es nada comparado con la guerra civil siria.
Fomentado por occidente y los países
árabes integristas amigos, con armas, dinero y propaganda, la guerra civil de
Siria tiene como principal problema un frente de potencias occidentales y
monarquías integristas reaccionarias del Golfo que se opone enérgicamente a
cualquier acción diplomática y está decidido a un cambio de régimen.
El conflicto de Siria lanza
desestabilizadoras fracturas, étnicas y religiosas, hacia todo su entorno,
desde Líbano, hasta Turquía, pasando por Jordania. El principal problema del
régimen de el Azad, es, sin embargo, ser aliado de Irán.
La presunta ambición nuclear de Irán es,
contemplada históricamente, una lógica reacción al hecho nuclear israelí, y al
doble rasero con el que las grandes potencias nucleares pisotean el acuerdo
de no proliferación (NPT) de 1968. Es también reacción a la
sistemática negación de la antigua propuesta, de Egipto, Irán y otros, de crear
una zona libre de armas de destrucción masiva en Oriente Medio, a la que
Washington, por no hablar de Israel, se opone activamente. El
“problema nuclear iraní” sirve también para diluir la ignominia
palestina, paradigma de cuestión colonial en el siglo XXI que inflama el
demencial “conflicto de civilizaciones”.
El segundo escenario es el de Asia
Oriental, particularmente desde que Obama anunciara, en noviembre de 2011, su
reforzada atención militar allá. Existe un riesgo de conflicto que tiene a
China como objetivo.
Durante muchos años la política de Pekín
estuvo presidida por el principio que Deng Xiaoping formuló en los noventa, la
necesidad de ser prudentes y humildes en política exterior para no malograr el
gran objetivo estratégico de la nación, su modernización y desarrollo. Ese era
también el relleno de la doctrina de la “pacífica emergencia de China” de Hu
Jintao. Las cosas han cambiado por la extrema necesidad energética de China, de
la que depende el propio objetivo estratégico de Pekín: sin rutas libres y
despejadas en los océanos índico y pacífico del sur, así como en los estrechos
de Indonesia, no hay perspectiva posible de mantener el crematístico desarrollo
chino tal como está planteado.
Ahí es donde el fortalecimiento del cerco
aeronaval a China propugnado por Obama, con el fortalecimiento de las alianzas
antichinas en la región, las ventas de armas a Taiwán y el pulso naval y aéreo
entre China y Japón por las islas en disputa, así como el siempre abierto
escenario de un cambio de régimen en Corea del Norte y el apoyo de Washington a
las reivindicaciones territoriales de Vietnam y Filipinas contra China, colocan
a Pekín en una situación nueva.
China está dejando claro que no va a
permitir dejarse encerrar en una esquina y los tonos que
sus políticos militares y medios de comunicación están lanzando ya son muy
diferentes de los de hace pocos años. Cualquier día la chispa de un incidente
con Japón alrededor de las islas del Mar de China Oriental puede dar lugar a un
serio conflicto.
Cualquier conflicto militar de
envergadura, sea en el Mediterráneo Oriental y Oriente Medio, en un arco que va
desde Grecia hasta Irán, pasando por Siria, sea en Asia Oriental, desde la
península coreana, hasta Vietnam y Filipinas, con el pleito chino-japonés por
las islas como detonante, supondría un golpe definitivo a la economía global.
En el mundo de hoy, con sus grandes flujos
económicos internacionales, todo está interrelacionado. Es en China donde la
industria del automóvil alemana, y la exportación germana en general, está
salvando estos días sus balances. Cualquier hundimiento comercial en Europa
sería fatal para China y viceversa. Algo parecido puede decirse de Estados
Unidos. En este sentido es inaudito el desinterés que el análisis y seguimiento
de la crisis económica demuestra hacia los temas militares, ignorando las
estrechas relaciones existentes entre ambos vectores.
Hoy más que nunca, la pregunta ¿por donde
estallará militarmente la actual crisis económica? es muy pertinente. Por eso,
una política anticrisis alternativa que no incluya una perspectiva
profundamente antibelicista y antimilitarista estará coja desde su inicio.
Extraído de Rebelión
No hay comentarios:
Publicar un comentario