Por: Mauricio García Villegas
La renuncia del
Papa Benedicto XVI ha sido vista como un acto de humildad. Así lo han señalado
líderes espirituales y políticos alrededor del mundo.
Eso me ha hecho recordar
los años difíciles que tuvo Juan Pablo II, agobiado por la enfermedad, al final
de su pontificado. En esa ocasión, los líderes de la Iglesia y del mundo
admiraban el gran sacrificio que hacía el papa por mantenerse en el cargo
cuando sus fuerzas le faltaban. A nadie se le ocurrió entonces decir que el
papa carecía de humildad por el hecho de no renunciar. Al contrario, mucha
gente interpretó su persistencia en el solio pontificio como un signo de bondad
y de entrega. La verdad es que los papas, como todos los gobernantes que
detentan un gran poder, nunca pierden y todo lo que hacen es interpretado a su
favor.
Pero aquí
quisiera hablar de cómo la arrogancia y la humildad pueden ser actitudes
complementarias. Quienes detentan un poder absoluto pueden permitirse el lujo
de ser humildes sin tener que asumir las consecuencias que ello acarrea. Fidel
Castro, por ejemplo, solía aparecer en su traje de campaña verde oliva, sin una
sola medalla o condecoración, como cualquier soldado, lo cual lo hacía ver más
grande de lo que era ante los ojos de sus admiradores.
Los papas del
Vaticano hacen algo parecido. Claro, no lo digo por lo de las medallas o las
condecoraciones (nadie supera a los papas en el arte de vestirse con
ostentación), sino por ese toque de humildad que le ponen a todo lo que dicen y
hacen.
El hecho mismo
de que los papas se consideren santos vivientes, depositarios de una verdad
supuestamente revelada por Dios y líderes espirituales de la humanidad, es ya
un acto de inmodestia difícil de superar. Es verdad que los papas actuales son
más recatados que los de antes. Benedicto XVI nunca se atrevería, por ejemplo,
a otorgar puestos en el cielo a cambio de dinero para construir catedrales,
como lo hizo León X en el siglo XVI (origen del cisma protestante). Sin
embargo, el papa hace cosas que, guardadas las proporciones de tiempo y lugar,
se parecen a las de sus antecesores, como decir que la Iglesia no se impuso
ante los indios de América porque éstos la recibieron con los brazos abiertos,
o ser indiferente ante los sufrimientos humanos causados por la falta de
métodos anticonceptivos, o reducir la actividad sexual al ojo maniqueo de la
teología vaticana, o negar la posibilidad de que las parejas homosexuales
tengan una vida fundada en el amor conyugal.
Pero no es por
tener fe que los papas hacen gala de esa humilde arrogancia. Hay millones de
creyentes en el mundo, incluidos monjas y sacerdotes, que por su fe se someten
a una vida llena de privaciones y sacrificios en beneficio de los demás. Es la
mezcla de fe y poder lo que envenena a los jerarcas de la Iglesia. No sólo a
ellos; la fe ha servido con demasiada frecuencia para justificar la indolencia
de muchos laicos. Como dice una señora “de bien”, caricaturizada por Antonio
Mingote: “Digan lo que digan, al cielo seguiremos yendo los mismos de siempre”.
Pero la mezcla
de fe y poder es particularmente peligrosa en los gobernantes. Cuando las ideas
se defienden con la convicción de que son verdades reveladas y no argumentos
razonables pero discutibles, el debate político se convierte en una cruzada
mesiánica y los contradictores en enemigos de Dios y de la humanidad.
El gran secreto
político de los papas, que también son gobernantes depositarios de un gran
poder, consiste en esa capacidad para presentar un mensaje moral, con
frecuencia sectario e intransigente, con el lenguaje del amor y de la humildad.
EL
ESPECTADOR
Colombia-Bogotá, 16.02.13. Pág.10
Nota.-Es muy cierto lo que señala el
articulista. ¿Cómo entender la actitud de Juan Pablo II y de Benedicto XVI?
¿Ambas como expresión de humildad? Por algo la Iglesia Católica fue de las
primeras en desarrollar estudios de propaganda y agitación con su Escuela
de Propaganda de la Fe. Y ya se filtran las causas reales que están
detrás de esta renuncia. Y, como siempre, no pueden ocultarse los problemas
económico-financieros.
Ragarro
26.02.13
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