LA MATRIZ REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL
Nuevo Orden: Matriz comunitaria
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EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI
SOCIALISMO Y PODER - Parte X
Marcelo Colussi
El esclavo piensa con la cabeza del amo: los
medios masivos de comunicación
A través de la historia se repite el mismo
fenómeno: una pequeña minoría
detenta el poder,
y las grandes
mayorías quedan subsumidas. ¿Cómo es ello posible? Más aún:
¿por qué en general esas mayorías, en vez de rebelarse hastiadas contra sus
opresores, más bien los admiran y hasta repiten su discurso? Los mecanismos de
sujeción son sutiles, pero poderosísimos.
Eso ya es
conocido, y no
agregamos nada nuevo repitiéndolo. Pero sí es novedosa la
forma en que esa dominación –la superestructura
cultural, usando un
término clásico del
marxismo– se ha
venido implementando en
el siglo XX
y comienzos del
presente. Los medios masivos de comunicación, si bien ya
existía la imprenta desde hace varios siglos, hicieron su entrada triunfal
hacia las primeras décadas del siglo
pasado con el
fenómeno de las
grandes sociedades masificadas donde todo
se hace para
grandes contingentes de
consumidores –también la información, la "industria" cultural–. Si en
algún momento se pudo pensar que podían ser un instrumento para sacar de su
oscura noche a las
grandes masas explotadas,
estos pocos años
transcurridos mostraron que, por el contrario, terminaron siendo un gran
negocio para los mismos poderosos
de siempre, y una formidable
arma de manejo ideológico. Ahora
la gran mayoría
de la población
mundial lee, puede acceder a un periódico, a un libro,
puede escuchar radio o ver televisión, pero no por ello goza de mejores condiciones
de vida. Los medios masivos de comunicación han servido, con la sutileza del
caso, para profundizar la dominación
de clase. El
arquetipo de todas esas
herramientas comunicacionales al servicio de la dominación es, por
lejos, la televisión.
La
televisión es uno de los inventos que más ha influido en la historia de
la humanidad. Su importancia es tan
grande –desproporcionadamente grande,
podríamos decir– dado que influye en los cimientos mismos de la
civilización: es la expresión máxima de los medios masivos de comunicación, por tanto
es parte medular de la cultura. Lo es, de hecho, en forma cada vez más omnipresente, más avasallante. Sin temor a equivocarnos podemos decir que el
siglo XXI será el siglo de la cultura de la imagen, de
la pantalla, cultura que ya se entronizó
en los años
pasados y que,
tal como se
ven las cosas, parece afianzarse cada vez con más fuerza sin posibilidad de retroceso. El "¡no piense, mire la
pantalla!" parece haber llegado para quedarse.
"Cuando
se escribe un guión televisivo hay que pensar
que el potencial consumidor es un niño de seis años de edad". Así
presentaba las cosas un prestigioso
profesor de semiología para demostrar cómo se hace televisión. Quizá
era un poco
crudo, pero no
estaba exagerando. "En la
sociedad tecnotrónica el rumbo, al parecer, lo marcará la suma de apoyo individual
de millones de
ciudadanos incoordinados que
caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y
atractivas, quienes explotarán
de modo efectivo
las técnicas más
eficientes para manipular las
emociones y controlar
la razón", se expresaba sin mayores tapujos
Zbigniew Brzezinsky, asesor del ex presidente de Estados Unidos James Carter e
ideólogo de los reaccionarios documentos de Santa Fe. En otros términos, el
funcionario de Estado no decía nada muy distinto a lo que
nos enseñaba este
docente de comunicación
social: "manipular a la gente tratándola de niñitos tontos",
así de simple (o de monstruoso).
La televisión
es parte fundamental
de lo que
los estrategas de la
gran potencia imperialista
–principal productora mundial
de mensajes televisivos por
cierto– llaman "guerra
de cuarta generación". Dicho
de otra forma: guerra
psicológico-mediática, guerra a
muerte para controlar
poblaciones enteras, la
población planetaria, no
con armas de
destrucción masiva sino
con medios más
sutiles, no sanguinarios, pero de
más impacto final.
La humanidad no es más tonta desde que ve
televisión, sin dudas; pero es más
manejable, tremendamente más
manejable, más manipulable. Y lo
peor de todo, sin que se dé cuenta de ello. No es infrecuente escuchar decir por
parte de algún
productor audiovisual que
"la población quiere basura,
por eso le damos basura". Verdad a medias, presentada tendenciosamente. No
hay dudas que en términos mayoritarios,
la amplia población mundial
consume mensajes audiovisuales
de bajísimo contenido,
"basura" sin lugar a dudas. Pero sería demasiado simplista –o
demasiado injusto– quedarse con la idea que el público es tonto por naturaleza,
que busca la basura por placer. En todo caso, la gente es obligada a consumir
basura, y no teniendo otra oferta que esa, termina por generarse una cultura
del consumo de porquería mediática que se cierra en sí mismo. Consumimos lo que
nos dan. El núcleo del problema
no está en el consumidor sino el productor.
De todos modos, si vemos los gustos generales
de las poblaciones, podría sacarse una
primera conclusión –por
cierto equivocada si
se la analiza en detalle– que nos
presenta a la gran masa consumidora como "tonta",
"frívola", prefiriendo la estupidez simplista a la profundidad
conceptual y estética. Pero si "el
mal gusto está de moda", como dijo agudamente Pablo Milanés, hay que ver el problema en su conjunto: la
televisión, quizá como el símbolo por excelencia de las sociedades masificadas
y consumistas a las que dio lugar el capitalismo industrial, expresa de manera
descarnada la lógica que domina el mundo de la empresa privada. Las
poblaciones planetarias son
manipuladas eficientemente según
sofisticadas técnicas, como lo decía la brutal declaración de Brzezinsky, consiguiendo
así los factores
de poder lo que
se trazan como proyecto. Y
está claro que el proyecto
en juego es
mantener a la
gran masa como pasiva
y tonta consumidora.
Los mensajes para
niños de seis años, efectistas y
sensibleros, son el instrumento que se inventó al respecto. Ningún medio se
mostró más idóneo para difundirlo que la televisión. Nunca
en nuestra historia
como especie se había
logrado un mecanismo de
dominación cultural tan impactante.
Recordemos lo dicho por el nazi Joseph
Goebbels, padre de la manipulación mediática moderna: "¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la
masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la
masa! (...) Toda propaganda debe ser
popular y situar su
nivel en el
límite de las
facultades de asimilación
del más corto
de alcances de entre aquellos a quienes se dirige.[¿niño de seis años?]
(…) La facultad de
asimilación de la
masa es muy
restringida, su entendimiento
limitado; por el
contrario, su falta
de memoria es
muy grande. Por lo
tanto, toda propaganda
eficaz debe limitarse a
algunos puntos fuertes poco
numerosos, e imponerlos
a fuerza de
fórmulas repetidas por tanto
tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz
de captar la idea".
No hay
ninguna duda que la inmediatez y unidireccionalidad de los mensajes
audiovisuales, de los que la televisión es el principal exponente, más
que el cine,
la foto, el
internet o los
videojuegos, generó una cultura
de la imagen
que hoy pareciera
muy difícil, si no
imposible, de revertir. Lo
cual nos abre
el interrogante: ¿la
televisión sólo es una
máquina de fabricar
estupidez (y por
tanto un público
estúpido que la consume)
o puede servir
para otra cosa?
¿Podrá superarse esa
cultura superficial, ese "mal
gusto" que está
tan de moda
en todas partes
del mundo? Y más aún: una
cultura de la
imagen, de la
pasividad ante la invasión
de ese tipo
de mensajes que
nos condena a
"mirar y no pensar", ¿podrá servir a una
propuesta alternativa, a un cambio revolucionario?
No es ninguna
novedad que en estas pocas décadas en que se viene desarrollando, la televisión
ya tomó una forma que pareciera bastante definitiva. Y es la forma de la
estupidez más ramplona, más superficial. Si bien es cierto que en el momento de
su aparición generó grandes expectativas por las posibilidades que parecía abrir como medio de información y educación universal, las
mismas se vieron rápidamente frustradas, volcándose la casi totalidad del esfuerzo
que la impulsó al entretenimiento pasajero.
El
esparcimiento es algo
necesario, imperiosamente
necesario en la dinámica
humana. No hay
civilización humana que no lo
tenga. Espectáculos de
circo, deportes, actividades
recreativas –por mencionar algunas formas– no faltan en
ninguna cultura. Pero la cultura de la imagen
a que dio
lugar el surgimiento
de la televisión trajo con
sí una entronización
de la superficialidad grosera
para terminar convirtiéndose rápidamente en una verdadera
máquina de hacer estúpidos. Estúpidos a la medida que los factores de poder
desean, claro está. Las posibilidades de
generar un ámbito
educativo e informativo
de nivel quedaron
muy rezagadas en relación al pasatiempo barato. Hoy, con varias décadas
de historia acumuladas, la
televisión está inclinada
básicamente a seguir siendo
ese distractor simplista,
habiendo desechado casi por
completo sus otras posibilidades.
Si informa, lo hace de manera tendenciosa,
parcial –como, en general, lo hace
buena parte del
periodismo–, pero con
el agregado que su
misma esencia de audiovisual le
confiere una autoridad
y preeminencia que no alcanzan a
tener otros medios. La realidad virtual de la televisión es, sin
más, la realidad
misma. Las noticias
de la televisión
pasaron a ser "la"
realidad misma.
Y los
programas
educativos-culturales,
infinitamente más escasos que la estupidez banal del
entretenimiento vacío, en términos generales no terminan de tomar distancia de
una visión elitesca y acartonada que equipara cultura con museo, saco y corbata
y voz melosa y monocorde, tornándose muchas veces bellos productos…
soporíferos.
En
la dinámica humana
la conducta reiteradamente repetida
termina creando hábito ("algunos puntos fuertes poco numerosos se
imponen a fuerza de fórmulas repetidas" enseñaba el ministro de Propaganda
del Tercer Reich. Y no se equivocaba). La cultura de la imagen que hace años
viene repitiéndose con fuerza creciente ya creó un hábito en todas las capas
sociales en estas últimas generaciones, y hoy por hoy pareciera imposible
desarmarla. Pero en esa cultura anida
un límite intrínseco, quizá imposible de ser franqueado: no importa el
tipo de programa televisivo que se presente, siempre el mirar la pantalla no
permite una actitud crítica como
sí posibilita, por ejemplo, la
lectura. De todos
modos, esa cultura de
la imagen no
parece que vaya
a desaparecer con
facilidad; y ello, por varios motivos.
En
el marco del
capitalismo, porque es
un fácil expediente
para generar enormes ganancias
y herramienta idónea
para seguir incentivando el hiper consumo que el sistema necesita. El
negocio de la televisión mueve fortunas,
y ninguna de
las corporaciones que lo
manejan está dispuesta a perderlo. Por otro lado, la televisión se ha revelado
como un arma de dominación terriblemente eficaz (guerra de cuarta generación,
más "letal" que las peores armas de fuego), y los factores de poder
no dejarán de usarla sino que, por el contrario, apelan cada vez más a ella. Es
un instrumento de sujeción mucho más efectivo que la espada de la antigüedad o
las bombas inteligentes actuales. Por ambos motivos entonces: fabuloso negocio
y mecanismo de
control social, la
televisión es parte medular del capitalismo desarrollado.
Pero además se suma otro factor: la cultura de
la imagen fascina, atrapa, seduce. Y
más allá de
las mejores intenciones
por generar una televisión de
gran calidad estética,
educativa, superadora de la feria
de vanidades con que en general
se identifica la
versión comercial que ha
inundado el mundo,
es muy difícil
producir propuestas alternativas
con real impacto. O
dicho de otro
modo: vemos que
el "rating" sigue
inclinándose por el
lado de la
estupidez. ¿Será entonces
que es cierto aquello de que el
público quiere basura?
¿Podríamos quedarnos con la respuesta sencilla que señala al público
consumidor como tonto, con mal gusto, banal? ¿O es más compleja la situación?
Sin dudas,
es mucho más compleja. En todo caso el público no es tonto sino
que lo han
vuelto tonto. Pero
(y esto es importante
no olvidarlo) la cultura de la
imagen repetida hasta el hartazgo tal como sucede con la actual oferta
televisiva, la civilización montada sobre esta realidad virtual
que ofrecen las
cajas de sueños
que son estos
aparatos hipnotizadores
llamadores televisores, tiene
muchos límites; concretamente
dicho: el mismo medio torna muy difícil generar 24 horas diarias durante 365
días al año de programación excelente. Es mucho más fácil apelar al
entretenimiento barato que
a la reflexión para llenar
la programación. Y
cuando se quiere
generar una alternativa,
encontramos que es más fácil caer en el panfleto, en la consigna, en el mensaje
ideologizado que en una nueva televisión de alto valor estético y conceptual.
Es decir –esto es una hipótesis a discutir–
que la misma naturaleza del mensaje audiovisual (¡que es muy distinto a, por
ejemplo, la lectura!) tiene límites muy cercanos. ¿Es posible construir una
nueva cultura, un "hombre
nuevo", una nueva
ética, una nueva
forma de ver el
mundo, apelando sólo
a la imagen
virtual? ¿No libera
ello del pensamiento crítico? ¿No impide la imagen,
aunque no lo quiera explícitamente, la posibilidad de la reflexión profunda?
Por supuesto que
necesitamos divertirnos, necesitamos
esparcimiento, distracción; un
tercio de la
vida disponemos para
ello, según alguna división del
sanitarismo (otro tercio para dormir y otro tercio para producir).
Pero la cultura
televisiva que se
ha generado hasta
ahora sólo ha servido para llevar el campo del entretenimiento a la peor
creación conocida. Los graffiti de los baños públicos son mucho más ingeniosos
y agudos que muchos (¿casi todos?) los programas que nos inundan por
televisión. ¿Será que diversión es sinónimo de mal gusto, de chabacanería, de
burla barata? Si
nos quedamos con
eso, por supuesto
que podemos sacar la
rápida conclusión que el público
televidente es tonto. Pero
no es el
público el que
produce esos programas,
no olvidarlo. Los graffiti
populares son una
clara expresión de
cultura popular, y
definitivamente no son tontos. Son mucho más agudos que tantos programas,
sin dudas. La
gente no es
tonta per se.
Afirmar eso no es
sino despreciativo de la especie
humana en su conjunto.
¿Cómo hacer una televisión distinta entonces?
¿Es posible?
Sí,
pero sólo bajo
ciertas circunstancias. Por
supuesto que hoy también
existen programas de
gran nivel, verdaderamente educativos, que fomentan
el pensamiento crítico
y el buen
gusto. Son islas,
claro está, pero existen. Y
ello evidencia algo:
una programación masiva
durante todo el día todos los días del año hace muy difícil contar con
programas de calidad
en su totalidad.
Ello es así
no porque el
público sea tonto, sino
porque es técnicamente
difícil disponer de 24
horas diarias para dedicarse a la
reflexión, al goce estético. El pasatiempo también es necesario. La cuestión es
buscar un equilibrio entre ambas cosas,
entre reflexión y diversión.
Y la televisión,
dado que es comercio
y arma de dominación
ideológica, por tanto siempre
en manos de
las fuerzas conservadoras, es
mucho más probable que
ofrezca banalidades a que sea autocrítica. Como nos han tornado muy
estúpidos, es más fácil "vender estupideces", incitarnos
al consumo, habituarnos
a no pensar
que fomentar ese nuevo espíritu
incisivo.
Las propuestas alternativas para una nueva
televisión, los proyectos que han
surgido en el
campo de la izquierda, del
progresismo, las iniciativas que
tratan de no ser sólo un medio comercial, en muy buena medida han pecado de
otro defecto: panfletarismo, adoctrinamiento ideológico. Eso
es la contracara
de la estulticia
superficial de la
televisión comercial. ¿No es también un ejemplo de la fascinante e
hipnótica cultura de la
imagen una cámara
fija que muestra
un discurso político
sin ningún corte durante
media hora? ¿Es
eso bello en
términos estéticos? ¿Sirve eso
para fomentar el pensamiento crítico? ¿Entretiene? ¿No logra eso, muchas
veces, que la
gente, ya acostumbrada
a la a
"basura mediática",
busque la telenovela o el reality show?
Todo esto abre la pregunta en torno a para
dónde ir con la televisión en una nueva sociedad que buscamos construir como
alternativa al capitalismo. ¿Se puede hacer una nueva y mejor televisión con
más televisión? Quizá –también esto es una tímida hipótesis– la mejor manera,
o al
menos una manera,
de fomentar una
nueva cultura es
no apostar por más televisión.
¿No nos estamos condenando a una civilización de la imagen, del inmediatismo, del
"mirar embobados la
pantalla y no
pensar"? La cultura
de la imagen,
¿no nos lleva
inexorablemente a ídolos con pies de barro?
Si los
medios de comunicación
masivos parecieran ya
no poder desaparecer de la cultura
que nos trajo el siglo XX, debemos apuntar a construirlos como
alternativas viables para no seguir repitiendo la manipulación de las grandes
masas. Definitivamente ahí tiene la izquierda un gran desafío abierto.
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