LA MATRIZ REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL
Nuevo Orden: Matriz comunitaria
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EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI
SOCIALISMO Y PODER - Parte IX
Marcelo Colussi
La discriminación de género
Lo único
realmente nuevo que
podría intentarse para
salvar la Humanidad en el Siglo XXI es que las mujeres
asuman el manejo del mundo. La Humanidad
está condenada a
desaparecer en el
Siglo XXI por
la degradación del
medio ambiente. El
poder masculino ha
demostrado que no podrá
impedirlo, por su
incapacidad para sobreponerse
a sus intereses. Para la mujer, en cambio, la
preservación del medio ambiente es una vocación genética. Es apenas un ejemplo.
Pero aunque sólo fuera por eso, la
inversión de poderes es de vida o muerte.
Gabriel
García Márquez
"La
hembra es más amarga que la muerte", dirá Jesús Sirach. "La mujer es
lo más corruptor
y lo más
corruptible que hay
en el mundo", dijo Confucio
en la antigüedad
clásica china. "La
mujer es mala.
Cada vez que se le presente la ocasión, toda mujer pecará",
consideraba Sidhartha Gautama, el
fundador del budismo.
"Vosotras, las mujeres,
sois la puerta del
Diablo: sois las transgresoras
del árbol prohibido:
sois las primeras transgresoras
de la ley divina: vosotras sois las que persuadisteis al hombre de que el
diablo no era lo bastante valiente para atacarle. Vosotras
destruisteis fácilmente la imagen que de Dios tenía el hombre. Incluso, por
causa de vuestra
deserción, habría de
morir el Hijo
de Dios", nos dice San Agustín, uno de los padres de la Iglesia
Católica. "El hombre que agrada a Dios debe escapar de la mujer, pero el
pecador en ella habrá de
enredarse", enseñan las
Sagradas Escrituras católicas
en el Eclesiastés, 7:26-28.
"Los hombres son
superiores a las
mujeres, a causa de
las cualidades por
medio de las cuales Alá ha elevado a
éstos por encima
de aquéllas, y
porque los hombres
emplean sus bienes
en dotar a las
mujeres. Las mujeres
virtuosas son obedientes
y sumisas: conservan cuidadosamente, durante
la ausencia de sus
maridos, lo que Alá ha
ordenado que se conserve intacto.
Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en lechos
aparte, las azotaréis; pero, tan pronto
como ellas os
obedezcan, no les
busquéis camorra. Dios es
elevado y grande",
enseña el Corán
en el verso
38 del capítulo
"Las mujeres". Una oración
judía marca la
diferencia entre varones
y mujeres: "Bendito
seas Dios, Rey
del Universo, porque
Tú no me
has hecho mujer". Esa misma
tradición hebrea dice que "el hombre puede vender a su hija,
pero la mujer
no; el hombre
puede desposar a su
hija, pero la mujer no". Heinrich Kramer y Jacobus
Sprenger decían en el "Martillo de las
brujas", en 1486,
refiriéndose a las
mujeres "poseídas" que:
"Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las tormentas y las
tempestades; provocan la esterilidad en las personas y en los animales; ofrecen
a Satanás el sacrificio
de los niños
que ellas mismas
no devoran y,
cuando no, les quitan
la vida de
cualquier manera. Entre
sus artes está
la de inspirar odio
y amor desatinados,
según su conveniencia;
cuando ellas quieren, pueden
dirigir contra una
persona las descargas
eléctricas y hacer que las
chispas le quiten la vida, así como también pueden matar a personas
y animales por
otros varios procedimientos; saben
concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos,
causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre de la madre con sólo un
tocamiento exterior; llegan a herir o matar con
una simple mirada,
sin contacto siquiera,
y extreman su
criminal aberración
ofrendándole los propios
hijos a Satanás". La
Biblia, Eclesiastés 22:3, enseña
que "el nacimiento
de una hija es una
pérdida". A partir de esta
visión machista de la cultura, el papel femenino queda reducido absolutamente
en las sociedades;
de ahí que
un teólogo como Santo
Tomás de Aquino,
uno de sus
principales teóricos, pueda
decir: "No veo la utilidad que puede tener la mujer para el hombre,
con excepción de la
función de parir
a los hijos".
O que el
parto que atiende
una comadrona en las
montañas de Latinoamérica
cuesta más si
sirve para alumbrar a un varón
que a una mujer.
La situación
social de las
mujeres es un
problema que, imposible
negarlo, afecta a
ellas principal y
primeramente. Pero que,
no por eso, restringe su abordaje y posible solución
exclusivamente al ámbito femenino.
Por el contrario
es una problemática
de corte social que involucra necesariamente a la totalidad de la
población, varones incluidos.
Es preciso aclarar rápidamente, evitando malentendidos, que esto
no significa que la solución esté en manos de los hombres entonces. En todo
caso lo importante a destacar es que, si bien son las mujeres quienes llevan,
en principio y por
mucho, la peor
parte en esta cuestión, la comunidad
en su conjunto
se perjudica ante
el hecho discriminatorio.
Por otro
lado, si se
aborda profundamente el
problema, la conclusión obligada confronta,
primeramente a los
hombres en tanto
los discriminadores, pero en otro
sentido a la sociedad como un todo, en cuanto ha generado esas formas de
organización.
Aunque el presente escrito lejos está de ser
una minuciosa investigación
histórico-antropológica de la
situación femenina, una
mirada rápida a distintas sociedades y a diferentes momentos nos muestra
que, en términos generales, en la gran mayoría de formas organizativas que se
han dado los grupos humanos, ha primado la supremacía masculina.
Definitivamente las diferencias sexuales anatómicas conllevan otras tantas diferencias
psicológicas. Pero esto solo no
termina de explicar,
y mucho menos de justificar, la
posición social del género femenino. Ninguna conducta
humana puede concebirse
solamente en términos
biológicos. Aunque este determinante esté supuesto –el macho, en muchas
especies animales, es
más fuerte que
la hembra, también
entre los humanos–, se
dan otros procesos
que posicionan culturalmente
a las mujeres.
Lo cierto
es que, como
una constante en
diversas civilizaciones, las
mujeres se ven sometidas a un papel sumiso ante la imposición varonil. No
significa esto "papel
secundario", por cuanto
su quehacer es básico al mantenimiento del grupo social,
pero sí ausente en la toma de decisiones.
Para decirlo rápidamente: hasta ahora
las mujeres, como género –salvando algunos casos puntuales
en la historia: Cleopatra, Catalina de Rusia,
etc.–, han estado
excluidas del ejercicio del
poder. Las experiencias matriarcales
son, hasta donde
se puede conocer actualmente, más de orden mitológico. Y la
poliandria, experiencia poco usual, no
habla precisamente de
un poder femenino.
Por razones solamente histórico-culturales –no biológicas–
los trabajos femeninos se consideran secundarios, complementarios respecto
a los "importantes". Aunque ¿quién
lo considera así?
Los varones, claro
está. Pero justamente
por ser esa cultura
dominante la que
rige la sociedad
en su conjunto, también las
mujeres se ven
arrastradas por esta
ideología patriarcal y
terminan asintiendo convencidas
que su trabajo,
el trabajo doméstico
–¡el trabajo de reproducción
de la especie y del aseguramiento de la sobrevivencia nada menos!– es menor que el
varonil.
Hasta
ahora las diversas
formas que ha ido
asumiendo la civilización humana
giraron siempre en
torno a la
detención del poder; para decirlo
en términos psicológicos:
han sido falocéntricas (el poder
está concebido masculinamente). Es difícil precisar por qué. No hay nada
que lo determine en términos genéticos; de hecho la organización que puede
constatarse en los diversos pueblos y momentos históricos se centra en la
masculinidad, que no es lo mismo que el macho padrillo, el semental.
En
este sentido puede
ser muy instructivo ver qué enseña
la etología, la psicología animal. En el reino de los animales no se da
el fenómeno de la
discriminación femenina; existen
conductas reproductivas y de crianza de la progenie, o destinadas a
la alimentación o a la defensa de
la especie, ligadas
de una manera
directa con los
papeles fijos del macho
y de la hembra.
En la mayoría de las especies el macho es más fuerte
en términos de
fortaleza física y
resistencia, lo cual
no significa que la
hembra juega el
papel de "sexo
débil"; e incluso
las hay (especialmente entre
algunos insectos) en que las
hembras son las
fuertes. Hay, de hecho, un interjuego de papeles donde ninguna parte se
ve perjudicada; existen conductas fijas que, en algunos casos y
antropomorfizando lo observado,
pueden llevar a
ver rasgos dominantes
de machos hacia hembras:
territorios propios y grupos
de hembras "propiedad" de un
macho, por ejemplo.
Pero definitivamente no
es posible encontrar una
repartición de poderes;
los comportamientos no
responden a una lógica de la dominación, no están
motorizados por el deseo, por el ansia de poder.
En el
ámbito humano, por
el contrario, el
horizonte desde donde se
estructura la compleja
gama de conductas
posibles está regido
por algo no exclusivamente biológico,
y que en
términos de ordenamiento
macho-hembra no responde
tanto a realidades
anatómicas sino a
posicionamientos subjetivos, propios
del campo simbólico
y no del
orden físico-químico. Para decirlo rápidamente: el machismo, en tanto
una posibilidad de relaciones entre hombres y mujeres en el seno de las
sociedades, no tiene
ningún fundamento genético.
Ninguna fortaleza física
varonil explica –ni
mucho menos justifica–
la discriminación de
las mujeres.
Decir que la organización social es fálica,
entonces, apunta a concebir las relaciones
interhumanas como vertebradas
en torno a un
símbolo, un articulador que representa "la potencia soberana, la virilidad
trascendente, mágica o sobrenatural y no la variedad puramente priápica del
poder masculino, la esperanza de la resurrección
y la potencia que
puede producirla, el
principio luminoso que
no tolera sombras
ni multiplicidad y mantiene
la unidad que
eternamente mana del
ser" (J. Lacan, "El
falo y la sexualidad femenina"). El falo, entonces, es el gozne que ordena
una realidad de
subjetividades, y si
bien se inspira
en el órgano sexual masculino, no
es correlativo con él.
Dicho de
otro modo, en
la especie humana
no hay correspondencias
biológico-instintivas entre machos y hembras sino ordenaciones entre varones
y mujeres. Valga
decir, de paso,
que el acoplamiento no está
determinado/asegurado
instintivamente. Tiene lugar,
pero no siempre (hay relaciones
homosexuales, hay voto de castidad); y no necesariamente está al servicio de la
reproducción (eso es, antes bien, una eventualidad; la mayoría de los contactos
sexuales no busca la procreación). Masculinidad y femineidad son construcciones
simbólicas, arraigadas en la
psicología de los
humanos y no
en sus órganos
sexuales externos. La cuestión de
géneros se desenvuelve en el campo social.
En tanto construcciones, entonces, los géneros
son igualmente históricos. Lo cierto es que, visto desde un punto de
vista antropológico comparativo, las diversas
edificaciones de género habidas en las culturas conocidas han repetido
la organización fálica.
La estructuración en torno a la potencia, a la supremacía, ha
sido la constante. Está por demás de claro que esas son características de la
masculinidad, de la virilidad. Si ocasionalmente –míticamente
o no (las
amazonas o la
"dama de hierro" Margaret Tatcher)– hay mujeres poderosas (fálicas,
para usar un término hoy popularizado), su arquetipo participa de las
características aunadas universalmente a
lo masculino, a
lo viril, no
siendo precisamente
"femeninas".
En
las distintas culturas
que podemos constatar
hoy, actuales o vistas en retrospección, los estereotipos
de género se repiten sin mayores
variedades: masculino =
poderoso, activo; femenino
= sumiso, pasivo. El poder es masculino; así como lo
son también la guerra y las distintas
manifestaciones de sabiduría
(las filosofías, las ciencias, las
teologías, las artes), que no son sino otra forma de expresión de aquél.
El papel de las
mujeres es hacer
hijos y ocuparse
de los quehaceres domésticos; la
sabiduría femenina queda
confinada a la reproducción
y al hogar. Lo increíble, para decirlo de algún modo, es que esas
acciones, básicas para toda la especie,
quedan relegadas como "de menor cuantía". Las
cosas
"importantes" son varoniles;
la historia se
cuenta en términos de
gestas viriles: conquistas,
descubrimientos, invenciones,
victorias; pero nunca como logros domésticos.
"César conquistó las Galias", preguntaba con ironía Bertolt
Brecht, "¿El sólo? ¿No tenía
siquiera un cocinero?"
Rastrear ese
salto en la historia desde la presunta horda primitiva, animalesca aún
y sin diferencias
de género, a
una sociedad constituida fálicamente, valorizando la
supremacía de uno contra otro, es un imposible. Puede proponérselo como un
momento en la reconstrucción teórica, del mismo modo que la acumulación
primitiva y la separación en clases sociales. Lo constatable es la repetición
del fenómeno en diferentes lugares
y circunstancias. Los
monarcas, los sabios, los
sacerdotes y los guerreros son la expresión de un poder, y
habitualmente –salvo escasas excepciones que confirman la regla– son varones.
El poder se construyó en términos masculinos. Las mujeres, el género femenino
en su conjunto, ha quedado en desventaja e inferioridad de condiciones en esa
edificación. No habiendo razones biológicas que lo determinen ¿qué lo explica
entonces: una maldad intrínseca de los varones?
Así como en
el curso de la historia asistimos a una división en clases antagónicas, a una
eventual ausencia de solidaridad interhumana (lo cual no quita que también, en
ciertas ocasiones, pueda haber un espacio para
ella, y enorme
por cierto), así
también puede comprobarse
una opresión histórica de género: las mujeres han sido –y son– objeto para el hombre,
fundamentalmente objeto sexual,
y han estado desvinculadas de la toma de decisiones políticas. Quedando en la
indeterminación la razón última que ha alentado esto (a no ser que se intente
alguna especulación, en el
más cabal sentido
de la palabra
–cualquiera que sea: biologista, psicologista, incluso
religiosa– lo cual no es sino mera justificación) lo importante a remarcar
ahora es que, al igual que la diferencia de
clases, puede ser
sometida a una
crítica y a una
superación. De echo, y felizmente luego
de milenios de machismo, hoy asistimos a esa revisión de
la opresión de
género, al menos
a un inicio.
Y aunque no pueda darse respuesta en términos
históricos al porqué se organizaron de tal manera las sociedades, lo cierto es
que actualmente está en curso un análisis y
proposición de propuestas
alternativas y superadoras
de este estado de cosas.
Quizá los
varones no son tan
"malos"; obviamente
no se
trata de la maldad o bondad de
nadie. Las sociedades, las construcciones colectivas, funcionan independientemente de
esas categorías, ligadas
antes bien al ámbito
de lo individual.
Es imposible juzgar
el comportamiento de las
clases sociales por
la cordialidad o
la perfidia de
algunos de sus miembros. Todos, concretamente, tienen
(tenemos) algo de esas características. De igual modo, tanto el esposo golpeador como el varón
que se solaza contemplando
pornografía (sin pretender
con esto ninguna justificación de esas conductas), son
en un sentido producto de una cultura
que los transciende.
(Apurémonos a decir
que quienes reciben
los golpes, o quienes
enseñan sus cuerpos
ofreciéndose como cosa,
para continuar con esos ejemplos, son las mujeres; es necesario
clarificar en qué sentido el
varón es "víctima", y
desde ya no lo
es en
igual medida que aquéllas).
¿Cuántas
mujeres fueron golpeadas por sus parejas el día de hoy? ¿Y cuántos
varones? ¿Cuántas mujeres
debieron ser hospitalizadas por causas de esos golpes en el día de hoy?
¿A cuántos varones les sucedió lo
mismo? ¿Cuántas mujeres
debieron "pagar favores" a varones
jerárquicamente más elevados
en el día
de hoy? ¿A
cuántos varones les habrá
pasado eso con
mujeres jefas o
superiores? ¿Qué se
habrá utilizado más
en el ámbito
de la publicidad
en vallas, anuncios
televisivos, fotos, etc., en todo el mundo durante el día de hoy:
mujeres semi desnudas para ofertar
algún producto, o
cuerpos varoniles? ¿Qué
habrá habido más "engañados" matrimonialmente el
día de hoy
por sus respectivas
parejas: hombres o
mujeres? De todos
los negocios que se
habrán cerrado el día de hoy –ventas de casas, de automóviles, de tierras,
compras de acciones, notas de pedido en el comercio internacional, etc.– ¿de
qué habrá habido
más firmas como
nuevos titulares o
encargados de las
transacciones en juego:
varones o mujeres?
¿Cuántos varones habrán
visitado algún prostíbulo
el día de
hoy para festejar
su "despedida
de solteros"? ¿Y cuántas mujeres se habrán acostado con un varón que no
sea su futuro esposo para festejar la suya? ¿A cuántas bebitas mujeres
se le habrá
practicado la ablación
clitoridiana hoy para evitar
que gocen sexualmente
cuando sean adultas?
¿A algún varón
en el mundo le
habrá pasado algo
semejante hoy? ¿Cuántos
hombres habrán cobrado su salario el día de hoy, en todo el mundo, como
presidentes, ministros, diputados,
generales, almirantes, brigadieres,
gerentes de empresa, administradores de fábrica o directores de una
orquesta sinfónica, es decir: puestos con alguna cuota de poder? ¿Y cuántas
mujeres? ¿Habrán llegado
borrachos a sus
casas, pateando puertas
y con ganas de hacer el amor pese
a que su pareja no lo deseaba, más mujeres o más hombres en el día de hoy?
¿Cuántos varones habrán abandonado a la mujer que les decía que quedó
embarazada de él en el día de hoy?
Por el contrario,
¿cuántas mujeres habrán
abandonado a su
hijo recién nacido? ¿Quiénes
habrán trabajado más
horas en el
día de hoy, sumando
trabajo hogareño y
no-hogareño: las mujeres o
los varones? ¿Y a quiénes habrán
condenado más los distintos sacerdotes de las diferentes religiones del mundo
por impuros, diabólicos, impíos, pecadores y blasfemos: a mujeres o a varones?
La cultura
machista, fálica, que ha dominado y continúa dominando las
organizaciones sociales en que el
ser humano ha transcurrido su historia,
no es responsabilidad directa
de ningún varón
en concreto. Es un
producto colectivo, e
incluso las mujeres
contribuyen a su
sostenimiento, reproduciendo los seculares patrones de género a partir
del seno familiar. Pero tampoco esto significa que los varones concretos estén
al margen del
problema. El machismo,
la violencia y discriminación de género,
los golpes y
la opresión vienen
desde un lado
muy claramente definido (los
hombres); y también es muy claro quién lleva las de perder en todo esto (las
mujeres). Pero, retomando la idea con que abríamos la reflexión sobre el tema,
he ahí un problema que incumbe a la totalidad del
colectivo social.
Desde donde
han surgido las primeras críticas a esta injusticia estructural ha
sido el campo
femenino. Pero siendo
consecuentes con un pensamiento progresista,
todos podemos (debemos)
aportar algo en la
lucha contra esa
inequidad, también los
varones. No se trata
de hacer un masculino
mea culpa histórico
(lo cual, por
otro lado, no estaría
de más, al menos como gesto) sino de propiciar, con la amplitud del
caso, una nueva actitud de reconocimiento de esa exclusión. Ni remotamente
podría decirse que la solución al problema de la discriminación de género esté
en manos de los hombres. Pero si de reacomodos en la distribución de los
poderes se trata, el segmento masculino de la población tiene mucho que ver con
lo que está en juego en esa dinámica.
Está claro
que no puede haber derechos humanos si no hay derechos de las mujeres. Lo
curioso (¿preocupante?) es que el campo mismo de los
derechos humanos hasta
recientemente fue casi
exclusivamente de orden varonil. El mismo marxismo, sin dudas la
ideología contestataria más radical
que haya surgido
("una crítica implacable
de todo lo existente" pedía Marx) no confirió un lugar importante a los derechos de género sino
que los subordinó
a la lucha
de clases. La experiencia
del socialismo real (el derrumbado y el que todavía persiste, con sus
variantes particulares) es
muy aleccionadora al
respecto: ¿cuántas mujeres
toman parte en
las decisiones políticas
en China?, ¿qué
pasó con las mujeres
en la ex
Unión Soviética: tenían
realmente voz y voto en esa
sociedad en paridad con los varones?
El tema
de la reivindicación del
género femenino, hasta bien
entrado el siglo XX, fue casi un tabú en toda la izquierda, en todas partes
del mundo. "Vicio
pequeño-burgués" era uno
de los calificativos
más usuales para nombrarlo. "Distractor de los verdaderos problemas
de clase", "tarea secundaria", "problema que
se solucionaría por
añadidura una vez logrado
el triunfo socialista", lo cierto es
que nunca hizo
parte de los valores
fundamentales ni de la
teoría ni de la
práctica revolucionaria.
Igualar los derechos de las mujeres con los de
los hombres no significa
"masculinizar" la situación
de aquéllas. Hay cierta
tendencia a identificar las
reivindicaciones de género con una lucha
por la equiparación en todo
sentido (y de
allí a la
peyorización de la
misma, un paso; conclusión inmediata: el movimiento
feminista es un movimiento de lesbianas). Los derechos de las mujeres son
derechos específicos en cuanto género, distintos y con particularidades propias
por su condición diferente en relación a los hombres. En esto se incluye su
carácter particular de madre, de lo
que se siguen
derechos específicos relacionados
a salud reproductiva, punto
medular que sostiene al machismo: los hijos son de las mujeres,
el varón es
el semental. Ellas
se encargas de
parirlos y criarlos; los hombres
están en cosas "más importantes".
Pero no
debe perderse de
vista que los
derechos de las mujeres son, ante todo, derechos universales
en tanto seres humanos: derecho a disponer de su propio cuerpo, derecho a ser
considerada como sujeto y no como objeto, junto a todos los otros derechos que
se podrían considerar universales:
derechos civiles, derechos
económicos, etc. ¿A
algún varón se le
ocurre que no
es él quien
puede decidir cuándo tener
relaciones sexuales? Pareciera
que no; he
ahí un derecho
intrínseco a su condición masculina. ¿Por qué no es lo
mismo con las mujeres?
Las
sociedades que conocemos
ofrecen todas diversas
injusticias; pero en general se recalcan mucho más las de índole
económica. La exclusión de género
no es, en
principio, vista con la
misma intensidad. Claro está que esa
mirada es siempre masculina. Las construcciones sociales, y sus
correspondientes niveles de crítica,
han sido masculinizantes. No
olvidemos que al hablar de marginación de género estamos refiriéndonos nada menos
que a la mitad de la población planetaria, lo cual no es poco.
El mundo
no es un
paraíso precisamente; son
muchas y muy variadas
las cosas que
podrían o deberían
cambiarse para mejorar
las condiciones de vida. Evidentemente las económicas son relevantes, a
no dudarlo. Pero quizá esto sólo no alcance. Los países prósperos del Norte han
superado problemas que en el Sur todavía son alarmantes. A partir del capitalismo,
sistema cada vez
más dominante, hoy
absolutamente hegemónico dada la globalización de la vida humana, el
impulso que ha ido tomando
el desarrollo científico-técnico y
económico en los
últimos años es realmente
espectacular; en un par de
siglos la Humanidad avanzó lo que
no había hecho en milenios. Pero cabe una pregunta: ese modelo masculino de
desarrollo, heredero de una tradición beligerante y conquistadora de
la que no
ha renegado, no
ha solucionado problemas ancestrales. La
distribución de poderes
entre géneros está
aún muy lejos de ser equitativa.
La noción
de género es
social, no se
apuntala en ninguna
base anátomo-fisiológica. Apunta, antes que nada, a fijar las relaciones
culturales y jurídicas
de los sujetos
que detentan un
determinado sexo biológico pero que, en tanto seres
históricos, tienen una determinada
identidad que no responde
automáticamente a una realidad orgánica.
Hombres y mujeres no somos iguales (lo
cual hace menos aburrido el mundo);
pero no hay
diferencias sociales, jurídicas
y políticas –o
al menos no hay nada que
justifique esas diferencias– entre los géneros.
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