Catástrofes
En cada catástrofe personal o social, el
suelo desaparece bajo nuestros pies. Por supuesto hay daño y destrucción del
mundo, pero el hundimiento desvela también horizontes que antes no estaban a la
vista. Por tanto, la catástrofe es a la vez derrota y derrotero. Agotamiento de
una lógica y posibilidad de un desplazamiento. Crisis de sentido y antesala de
la creación. Encrucijada donde nada es posible y todo es posible.
Ramón Fernández Durán
20mar 2010
Versión completa de la entrevista con
Thomas Frank aparecida el sábado 20 de marzo en Público. No hubiera podido
hacerla sin la ayuda de Tomás González (¡gracias, Tom!).
Thomas Frank es periodista
y escritor. Colabora regularmente en la revista Harpers y en The
Wall Street Journal. Fundó en 1988 el periódico satírico-político The
Baffler. Su único libro traducido al castellano es ¿Qué pasa con Kansas?, sobre cómo los
ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos. Justo después de
las elecciones de 2008 y de la victoria de Obama, ya le entrevistamos
para Público.
EEUU parece el mundo al revés: en la mayor crisis del capitalismo
salvaje, la izquierda en el gobierno es incapaz de reformar nada y movimientos
ultraconservadores de base toman la calle con mucha fuerza. Es la lucha de
clases invertida. (Tomamos nota en
España.)
¿Por qué han sido tan tímidas las reformas planteadas hasta ahora por
Obama?
Lamento decir que la respuesta es muy sencilla: se debe al poder del
dinero en la política estadounidense. El sistema está pervertido de tal manera
que complica enormemente la posibilidad de cualquier reforma importante. Y no
me refiero sólo al poder de los lobbies financieros, aseguradores o
farmacéuticos en Washington (que obviamente es muy fuerte), sino también a que
el proceso electoral cuesta mucho dinero en este país. Y ese dinero sólo puede
venir de un sitio: la gente rica. Y a los ricos no les gustan los políticos que
sueñan con grandes “soluciones” públicas a los problemas que ha causado el
sector privado. Esta es la terrible fuerza que define el consenso político en
EE.UU.
¿Y los demócratas se han plegado a ese consenso?
Sí, absolutamente. Se esfuerzan en convencer a Wall Street de que son de
fiar. Y aceptan en su mayor parte el programa de desregulación de Reagan y de
hecho, en algunos casos -la banca, las telecomunicaciones, el libre comercio-
han ido más lejos de lo que se atrevió Reagan.
¿Cómo entender la fuerza actual de la línea dura ultraconservadora?
Es algo que no acabo de comprender. El sistema conservador (lo que los
europeos llamarían “neoliberalismo”) de desregulación y Estado reducido a la
mínima expresión ha fallado claramente. Es la conclusión obvia a la que han
llegado montones de libros que se han publicado analizando la crisis
financiera. Y sin embargo los ultraconservadores vuelven por todas partes con
fuerzas renovadas. Realmente sus representantes han logrado apropiarse del
descontento popular, para convertirse en las figuras icónicas de esta crisis
financiera; y prometen que, una vez regresen al poder, ¡nos traerán más
desregulación, recortes de impuestos y un Estado aún más reducido!
¿Cómo lo han logrado?
Por un lado, se sienten más cómodos interpelando públicamente a la furia
popular que los políticos de izquierdas. Los políticos de izquierdas ya no
parecen entender la furia de la gente común; es una emoción ajena a ellos. Por
otra parte, la derecha está mejor organizada y financiada, hay infinidad de
grupos en Washington que trabajan en la construcción de movimientos de base.
Mientras tanto, los movimientos de base en la izquierda, es decir, los
sindicatos y los movimientos de trabajadores, han continuado su decadencia bajo
la presidencia de Obama. Los demócratas, al abrazar la globalización, han
permitido la aniquilación de su movimiento social de base. ¿El resultado? En
amplias regiones de Estados Unidos no hay ninguna presencia progresista,
ninguna argumentación que oponer a la ideología ultraconservadora.
El Tea Party es un movimiento de base ultraconservador
que utiliza como referencia el “motín del Té” contra los
británicos del siglo XVIII. Es un fenómeno surgido en la recesión, que organiza
concentraciones (tea parties) en diferentes ciudades para denunciar los
rescates de grandes empresas, los impuestos y el tamaño del Gobierno. Su fuerza
procede del hecho de que es prácticamente la única reacción de protesta contra
el salvamento estatal de Wall Street. Ha conseguido amplificar el lenguaje de
protesta de la derecha: la defensa del americano medio, el resentimiento contra
las “élites” progresistas, las fantasías victimistas de persecución estatal a
ritmo de country, etc. Acusa a Obama de ser una especie de agente
socialista o comunista y repite a menudo que, de hecho, no es un estadounidense
de pura cepa (en referencia a su nacimiento en Hawaii de padre keniata).
¿Y cuál es su relación con el Partido Republicano?
Los participantes en las tea parties suelen insistir en
que no apoyan a ningún partido, que están en contra del sistema bipartidista y
que rechazan tanto a George W. Bush como a Obama. Hablan de sí mismos como de
un levantamiento popular contra “los políticos y los partidos” que se han vuelto
“corruptos, sobornables y elitistas”. Pero es evidente que no existían cuando
Bush era presidente y entre sus líderes encontramos el típico reparto de
conservadores de Washington: Grover Norquist, Dick Armey y otros importantes
representantes republicanos. El comodín de esta baraja es el popular
presentador televisivo Glenn Beck, un hombre de la derecha más extremista que
utiliza su programa diario para ilustrar sus variadas y asombrosas teorías
conspiratorias. Los miembros de las tea parties suelen ser
devotos seguidores del programa de Beck y reproducen sus peculiares explicaciones
sobre el funcionamiento del mundo. Es un movimiento
contra el poder moldeado y pulido por un grupo de personajes conocidos sobre
todo por su habilidad para hacer uso del poder.
Hablas de “lucha de clases invertida”.
Independientemente de otras consideraciones sobre Obama, salta a la
vista que procede de los círculos de profesionales liberales, mientras que los
participantes en las tea parties son claramente miembros de la
clase obrera. Según un perfil que publicó el New York Times, muchos de ellos
(como también los votantes de Massachusetts que arruinaron la mayoría de los
demócratas en el Senado) han sufrido en sus carnes la recesión: “Las familias
destrozadas por el paro, las viviendas embargadas y los fondos de pensiones
mermados quieren saber ahora por qué les ha ocurrido esto y buscar a algún
culpable”. Todo es cuestión de clases, de lucha de clases. Este es el tema
eternamente olvidado en la política estadounidense, la verdad que los
conservadores asumen (dándole un sentido muy particular) y que los demócratas
no pueden reconocer (para no asustar a los mercados). Así que la historia se
repite: la economía de libre mercado se hunde en la recesión y sus víctimas se
arrodillan a los pies de la bandera del libre mercado.
Como dije en aquel libro, ahora la balanza del descontento se inclina en
una única dirección: hacia la derecha más extrema. Si despojan a los habitantes
de Kansas de su estabilidad laboral se afilian al Partido Republicano. Si los
expulsan de su tierra, lo próximo que sabremos es que se manifiestan frente a
clínicas abortivas. Si los ahorros de toda la vida de la gente de Kansas sirven
para hacerle la manicura al consejero delegado de una gran multinacional,
seguramente la gente acabe uniéndose a la John Birch Society [organización
fanática anticomunista de los sesenta] Pero si les preguntas sobre los remedios
que proponían sus ancestros (sindicatos, medidas antimonopolio, propiedad
pública), es como si les hablaras de la Edad Media.
¿Te refieres a la historia del movimiento populista que también aparece
en el libro, verdad?
Sí, el movimiento populista duró un tiempo a lo largo del siglo XIX.
Aquellos populistas arremetieron contra el poder de los monopolios y las altas
finanzas, y fueron descalificados por los guardianes de la ortodoxia del
mercado tal como hoy: anarquistas y comunistas con mono de obrero, profetas del
fin de la civilización. Generaciones de historiadores han echado por tierra los
estereotipos sobre el movimiento populista original. Ahora sabemos que el
programa político de los populistas no era el apocalipsis, sino una serie de
medidas sensatas, que luego se impondrían, como el impuesto sobre la renta y
las elecciones directas de los senadores. En realidad, el populismo fue el
nombre de la democracia en funcionamiento. Pero los ultraconservadores se han
apoderado de su lenguaje. Este tipo de populismo derechista ya no asusta a los
mercados, porque contribuye a extender su credo. Es la ortodoxia de los
mercados con acento de granjero.
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