Catástrofes
En cada catástrofe personal o social, el
suelo desaparece bajo nuestros pies. Por supuesto hay daño y destrucción del
mundo, pero el hundimiento desvela también horizontes que antes no estaban a la
vista. Por tanto, la catástrofe es a la vez derrota y derrotero. Agotamiento de
una lógica y posibilidad de un desplazamiento. Crisis de sentido y antesala de
la creación. Encrucijada donde nada es posible y todo es posible.
Ramón Fernández Durán
03jul 2010
Versión completa de la entrevista con Etienne
Balibar aparecida el 3 de julio de 2010 en Público. Jordi Carmona me señaló las tesis que
Balibar puso a circular el pasado 21 de mayo sobre la situación europea tras la
crisis financiera griega. Tomás González me echó de nuevo una mano con la
traducción.
Etienne Balibar es filósofo. Referencia de la filosofía marxista europea durante años, actualmente es
profesor de la Universidad de París X. Junto a Inmanuel Wallerstein,
escribió el clásico Raza, nación, clase. Durante los últimos
años ha investigado en torno al desafío de una ciudadanía europea. Su
reciente “llamamiento” a pensar cómo reinventar Europa desde abajo ha encontrado eco en
medios intelectuales y activistas.
Se diría que la crisis es como una tormenta de
granizo: por arriba se gestionan los efectos inevitables, por abajo sólo cabe
agachar la cabeza y esperar a que pase. La verdadera política queda así
neutralizada. Por tanto, reimaginar la crisis es el primer
paso para poder intervenir políticamente en ella.
Dice usted que la crisis no ha hecho más que
empezar.
La crisis financiera griega sólo es el comienzo. Un
episodio nuevo y muy importante de la crisis global que se abrió hace dos años
con el estallido de la burbuja inmobiliaria americana. La especulación apunta
ahora a las monedas y a las deudas públicas. El euro constituye actualmente el
eslabón débil de la cadena, y con él Europa. La crisis no se detendrá con las
medidas de rigor presupuestario y de austeridad que se han impuesto en primer
lugar a Grecia y luego ya veremos. Está llamada a desarrollarse, afectando
muy profundamente a las relaciones entre Estados, las naciones y los pueblos
europeos. Las consecuencias serán devastadoras.
¿Por qué le parece tan significativa la crisis
griega?
Porque revela que en el actual “rescate” de la
moneda común, no hay realmente ningún término medio posible entre las dos
lógicas que se oponen a propósito de la “regulación” de los mercados
financieros. O bien es la potencia pública la que impone reglas de prudencia y
de transparencia a las operaciones especulativas. O bien es la exigencia
ilimitada de los capitales líquidos, apoyándose en las especulaciones más
rentables a corto plazo, la que obliga a una desregulación cada vez más
completa. No pueden ser las dos cosas a la vez. La crisis ilumina a
plena luz ésta y otras verdades que el discurso dominante se esfuerza en
disimular.
¿Por ejemplo?
Me refiero a que hoy en día el conjunto de
la economía es política y, al mismo tiempo, el conjunto
de la política es económica. Existe toda una articulación capitalista entre
el Estado y el mercado. Los grandes bancos y los principales fondos
especulativos se han convertido en actores políticos, en el sentido
de que dictan a toda una serie de Estados, e incluso a los bancos centrales,
las condiciones de su política económica y monetaria. Esta situación tiene
consecuencias capitales sobre la capacidad de los cuerpos políticos
tradicionales (pueblos o naciones de ciudadanos) para determinar su propio
desarrollo. Quizá sólo el caso de China es distinto, ni siquiera EEUU.
Pero no es la única lección que podemos aprender de esa articulación
capitalista entre el Estado y el mercado.
¿A qué se refiere?
Hay una correlación fundamental, a largo plazo,
entre la manera en que se distribuyen las desigualdades sociales entre los
“territorios” nacionales o en el interior de esos territorios, y las políticas
puestas en marcha para incrementar su competitividad desde el punto de vista de
la atracción de los capitales internacionales (por la presión sobre los niveles
de los salarios o por la bajada de las retenciones fiscales que amenazan
inevitablemente las políticas y las protecciones sociales). En esta
perspectiva, los Estados podrían recuperar una parte al menos de su capacidad
para determinar políticamente las condiciones económicas de la
política: por ejemplo, optando por la defensa de un modelo de
seguridad social. Pero este margen no tiene lugar más que entre límites muy
estrechos: por un lado, el que proviene de que, en la economía globalizada, un
modelo de desarrollo económico y social sostenido por el Estado no puede ser
escogido a voluntad, por una pura decisión independiente de lo que hacen los
otros; y el otro límite proviene de que las “elecciones” políticas en materia
de desigualdades sociales (y en el límite de exclusión o inclusión de
poblaciones enteras) son más o menos soportados pacientemente por los
ciudadanos, es decir que se encuentran expuestas a los que antes se llamaba la
lucha de clases.
¿Y qué es lo que ocurre en la Unión Europea?.
Bajo pretexto de una armonización relativa de las
instituciones y de una garantía de ciertos derechos fundamentales, la
construcción europea ha favorecido la divergencia entre las economías
nacionales que teóricamente debía unir en el seno de una zona de prosperidad
compartida: unas dominan a las otras, ya sea en términos de
porciones de mercado o de concentración bancaria, ya sea porque unas
transforman a otras en sub-contratistas. Más que un mecanismo de solidaridad y
de defensa colectiva de sus poblaciones, Europa es hoy un marco jurídico para
intensificar la competencia entre sus miembros y ciudadanos.
Se están empezando a producir protestas, comenzando
por Grecia.
La cólera griega tiene buenas razones. Primero, la
imposición de la austeridad ha venido acompañada por una estigmatización
delirante del pueblo griego, señalado como culpable de la corrupción y las
mentiras de la clase política (que ha beneficiado sobre todo a los mas ricos,
particularmente bajo formas de evasión fiscal). Segundo, se ha decidido al
margen de cualquier debate democrático, revocando todos los compromisos
electorales del gobierno. Tercero, se ha visto que Europa aplica, en su propio
seno, no tanto procedimientos de solidaridad, como las reglas leoninas del FMI,
cuyo objetivo es proteger el crédito de los bancos por encima de todo lo demás,
hundiendo al país en una recesión sin final previsible.
¿Es el fin del sueño europeo?
No tengamos miedo de responder: sí,
inevitablemente, a mayor o menos plazo y no sin algunas violentas sacudidas, a no
ser que consiga reinventarse sobre nuevas bases. Su refundación no
garantiza nada, pero le da algunas oportunidades de ejercer una fuerza
geopolítica, en su beneficio y en el de los demás, a condición de asumir los
inmensos desafíos de un federalismo de nuevo tipo. Este desafío tiene un
nombre: potencia pública comunitaria,
es decir, algo distinto tanto de un Estado como de una simple “gobernanza” de
políticos y expertos; igualdad entre las naciones (frente a la
competencia) y renovación de la democracia en el espacio europeo (frente
a la “des-democratización actual, favorecida por el neoliberalismo y el
“estatismo sin estado” de las administraciones europeas, colonizadas por castas
burocráticas). Frente a los nacionalismos reactivos, ahora nos hace falta algo
así como un “populismo europeo”.
¿En qué piensa, a qué se parecería ese populismo
europeo?
A un movimiento convergente de las masas o una
insurrección pacífica donde se exprese la ira de las víctimas de la crisis
contra quienes se aprovechan de ella (e incluso la mantienen) y que a la vez
exija un control “desde abajo” de las relaciones entre las finanzas, los
mercados y la política de los Estados.
Hace mucho tiempo que se tendría que haber admitido
esta evidencia: no se avanzará hacia el federalismo que se nos reclama ahora, y
que efectivamente es deseable, sin un avance de la democracia más allá de sus
formas actuales. Especialmente una intensificación de la intervención popular
en las instituciones supranacionales. En cierta forma, es asunto de los pueblos
de las naciones europeas, componentes de un “pueblo europeo” virtual, el
devolver la vida a la democracia, sin la cual no hay ni gobierno legítimo, ni
instituciones duraderas. En primer lugar, expresando vigorosamente su rechazo
de las políticas fundadas sobre la perpetuación de los privilegios, e incluso
su reforzamiento con ocasión de la crisis. Es lo que yo quiero decir cuando
hablo de la necesidad de un “populismo europeo”.
Pero el populismo actual tiene poco que ver con esto,
¿no?
Sí, ahora es un nacionalismo (o regionalismo)
agresivamente xenófobo, dirigido no sólo contra los inmigrantes venidos de
fuera de Europa, sino también contra los otros europeos. Pero a esos populismos
reaccionarios más o menos interconectados, que traducen la desmoralización de
las clases populares y de las clases medias, la ausencia de perspectivas
post-nacionales para hacer frente a la globalización y la regresión de los
movimientos sociales, es totalmente ilusorio oponerles un simple himno moral a
las virtudes del Estado de derecho y del liberalismo, porque estos
sólo recubren en la práctica la perpetuación de las desigualdades y el
dominio aplastante de los intereses de la propiedad y las finanzas.
¿Y entonces?
Hace falta una re-movilización popular cuyo motor
no puede ser, al comienzo, más que una protesta. Estas iniciativas comportan
ciertamente un riesgo, por eso hay que asociarlas a un compromiso democrático
intransigente, a un imaginario “post-nacional” y a una construcción positiva.
Habla usted de una bancarrota de la izquierda.
Sí, la izquierda está en estado de bancarrota
política. Ha perdido toda capacidad de representación de las luchas sociales o
de organización de movimientos de emancipación. En general, está alineada con
los dogmas y los razonamientos del neoliberalismo. Y en consecuencia se ha
desintegrado ideológicamente. Los que la encarnan nominalmente sólo son
espectadores y, a falta de audiencia popular, ejercen meramente de
comentaristas impotentes de una crisis a la que no proponen ninguna respuesta
colectiva: nada tras el choque financiero de 2008, nada tras la aplicación a
Grecia de las recetas del FMI, nada para “salvar al euro” de otra forma que
sobre las espaldas de los trabajadores, nada para relanzar el debate sobre la
posibilidad y los objetivos de una Europa solidaria.
¿Cuál es la dificultad para reinventar un proyecto
de emancipación?
Las cosas son menos simples y más inciertas de lo
que quisieran los esquemas binarios, profundamente anclados en el imaginario de
izquierdas. Es extremadamente dudoso que las fuerzas o los campos en las
que se libra hoy la batalla política puedan ser definidos como “clases”, o
incluso como antítesis entre un imperium capitalista y una
“multitud” (o una masa popular) que sería su víctima y que, por ello, no espera
más que una propuesta ideológica o un programa de organización para revolverse
y abatir la potencia del dinero. Porque la multitud o la masa está implicada en
el funcionamiento del capitalismo financiero desde el punto de vista de
sus actividades (su empleo precario o estable, sus condiciones
de trabajo…), de sus intereses materiales y de su supervivencia.
Nada más falso que presentar un capitalismo financiero como un capitalismo
parásito o “rentista”. Lo que la crisis de las subprimes ha
puesto en evidencia es justo el hecho de que las condiciones de vida más
elementales -en primer lugar, la vivienda- de toda la población, sobre todo la
más pobre, depende inmediatamente de la generalización de las facilidades de
crédito y de su capitalización por los bancos. No hay exterioridad alguna entre
los intereses del capital y los de la población.
¿Hace eso imposible entonces el antagonismo?
No, eso significa simplemente que el
combate no es entre dos grupos prexistentes (grandes y pequeños, explotadores y
explotados, detentadores y víctimas del poder), sino que los antagonismos, las
contradicciones y los conflictos atraviesan los modos de vida, los modelos de
actividad y de consumo, los intereses y las formas de
conciencia de los grupos sociales.
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