martes, 2 y 6 de agosto de
2013
I
Les transcribo unas palabras
de Marx contenidas en el primero de los Manuscritos de Economía y Filosofía,
página 112 según la edición 1980 de Alianza Editorial:
“El animal forma únicamente
según la necesidad y la medida de la especie a la que pertenece, mientras que
el hombre sabe producir según la medida de cualquier especie y sabe siempre
imponer al objeto la medida que le es inherente; por ello el hombre crea
también según las leyes de la belleza”.
Me fijo en el concepto de
medida y aprecio su importancia para la Estética. No digo que la belleza se
reduzca a la medida ni que sea la medida su único concepto, pero sí es un
concepto fundamental. Me fijo después en que cada especie tiene su medida.
Pienso en los nidos de los pájaros y en su medida. Aprecio su belleza. Añado a
su medida su forma. Ahora pienso en la primera superioridad del ser humano
respecto a los animales: sabe producir según la medida de cualquier especie.
Esto le da al ser humano su aíre imponente de universalidad. Pienso luego en su
segunda superioridad: sabe siempre imponer al objeto la medida que le es
inherente. El ser humano se vuelve objeto de alabanza y admiración. Se vuelve
dios. Es el más grande de los creadores que habita en la tierra y en el
universo.
He hablado de la estética de
las cosas y de la medida que es inherente a los objetos. Pero los propios seres
humanos y sus relaciones mutuas también deben ser objeto de las leyes de la
belleza. Luego deberían estar sometidos a la medida que les es inherente. Pero
en el terrero de la construcción de las relaciones sociales se abre paso la
fealdad: lo desmedido y lo desproporcionado. Hay seres humanos que viven con
tan poco, están tan sometido a las medidas pequeñas, que no llegan a vivir
siquiera como seres humanos. Y mueren. Son la enorme fealdad. Y a su lado hay
otros seres humanos que viven con desproporcionada riqueza, viven enajenados en
el exceso y el derroche, viven sometidos al humor y al capricho. Son víctimas
de la codicia y representan una fealdad aún peor que la que representan los
seres deshumanizados por las necesidades insatisfechas.
Eso es el capitalismo: la
construcción de las relaciones sociales según el principio de la fealdad: la
desproporción y la desmedida. Y esto debería ser el socialismo: la construcción
de las relaciones sociales según el principio de la belleza: la medida que le
es inherente a la vida humana.
II
“El animal forma
únicamente según la necesidad y la medida de la especie a la que pertenece,
mientras que el hombre sabe producir según la medida de cualquier especie
y sabe siempre imponer al objeto la medida que le es inherente; por ello el
hombre crea también según las leyes de la belleza”.
En su obra Ciencia
de la Lógica, Hegel dice lo siguiente: “Todo lo que existe tiene
una medida. Toda existencia posee una magnitud, y esta magnitud pertenece a la
naturaleza del algo mismo; constituye su naturaleza determinada y su
ser-dentro-de sí”.
Todo tiene una medida. Y
cada parte de cada todo también tiene una medida. Hay proporción en la medida
de las partes de un todo. No podemos pensar en el cuerpo de una hormiga con
patas de guepardo. Sí podemos pensarlo, pero sabemos que algo así no puede
existir. Tampoco puede existir un elefante con patas de león. Hay medida en
todo y en cada parte del todo. Y hay proporción entre las partes del todo. La
proporción puede ser concebida como una armonía elemental, forzando en este
caso el concepto de armonía. Mejor quedaríamos si dijéramos: el concepto de
armonía incluye el concepto de proporción y este a su vez el concepto de
medida.
La belleza no es obra
exclusiva del hombre. La belleza se encuentra en la naturaleza y en
las más diversas formas. Hay belleza en la forma y hay belleza en el color. Y
también hay belleza en la medida y en la proporción, que es un desarrollo del
concepto de medida. Cada especie crea según su medida. Un ave hace su nido de
acuerdo al tamaño de su prole. Pero el hombre sabe hacer las cosas según las
medidas de todas las especies. Hace cosas, como las catedrales góticas, donde
las grandes medidas se hacen con enorme belleza. Esas grandes
medidas no puede decirse que sea la medida de la especie humana. Pero hemos
dicho que el ser humano puede hacer las cosas con las medidas de todas las
especies y, por lo tanto, con medidas que están más allá de su medida natural.
Pensemos a este respecto, además de en las catedrales góticas, en
los trasatlánticos y en los rascacielos.
La medida existe en todo:
en el vaso, en el tenedor, en la cuchara, en la mesa, en la toalla, en los
zapatos,… Hay adecuación de la medida de todas estas cosas a las medidas de las
distintas partes del ser humano. La medida se impone. Y en todos esos enseres
está la belleza. Donde hay medida hay belleza. Y la sensibilidad no
es el requisito básico para percibir la belleza, porque en tal caso los
animales podrían disfrutar de ella. El requisito básico es el concepto, y la
medida es objeto del concepto, como también lo es la forma. Pero
todo lo que se hace objeto del concepto termina modificando la sensibilidad del
ser humano. La sensibilidad se hace más conceptual. Y al hablar de la medida
como una de las determinaciones primeras de la belleza estamos transformando
nuestra sensibilidad por medio de ese concepto.
David Galán se dedica a
la música. La música es arte. Y en la música el sonido es lo fundamental. Y la
medida de las secuencias de sonidos es decisivo: pensemos en el compás y en el
metrónomo. Según Hegel el sonido es la mejor objetivación del tiempo. Y el
tiempo es la medida más universal y galáctica que existe, además incluye el ser
y el no ser. Puede ser lo más grande y al tiempo lo más efímero, y huye de la
modalidad del ser. Es puro devenir.
¡Ay, los conceptos!, como
el de medida, está unido a tantas cosas, que concebirlo de forma separada es
imposible. Si la medida está en todo y todo tiene una medida, la medida está
unida a todo y a todas las partes de cada todo.
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