PUBLICADO POR ACUARELA ON MARTES, 26 DE MARZO DE 2013
(Primera parte del
prólogo a Fuera de Lugar. Conversaciones
entre crisis y transformación, por Amador Fernández-Savater. Es un
texto largo, lo puedes leer o imprimir en
PDF aquí)
El octavo pasajero
En septiembre de
2007 apareció el primer ejemplar de Público, donde colaboré
durante cinco años y se publicaron las conversaciones que recoge este
libro. Público fue hijo de los primeros indicios de
resquebrajamiento de la Cultura de la Transición (CT), ese orden simbólico que
ha organizado el campo de lo posible en España desde hace más de treinta años:
lo que se puede y lo que no se puede ver, pensar, hacer o recordar. El
casillero previsible donde todo tiene su lugar (los políticos y la gente, lo
normal y lo marginal, la izquierda y la derecha, los fachas y los catalanes,
etc.) y en el fondo no pasa nada. La cultura consensual, desproblematizadora y
despolitizadora que presenta la democracia-mercado como la única posibilidad de
convivencia y organización de lo común.
Desde el «Nunca
Máis» hasta las sentadas por una vivienda digna en 2006, desde el «No a la
guerra» hasta el «Queremos la verdad» tras el atentado terrorista de marzo de
2004, nuevas politizaciones conmocionaron las formas establecidas de la
política y abrieron una grieta liberadora en la CT que ahora el 15-M ha
profundizado y hecho visible para todo el mundo. Fueron movilizaciones
insólitas que cuestionaron inesperadamente la distribución de lugares y
funciones de la CT: la política es cosa de los políticos, la palabra pública es
asunto de expertos e intelectuales, el papel de la ciudadanía es votar y punto,
etc. Y que desordenaron el orden de las clasificaciones, al no identificarse en
ninguno de los lugares preestablecidos en el casillero para hacer política y
abrir espacios de participación donde cualquiera podía implicarse.
Ese agrietamiento
de la CT ensanchó lo posible y en ese ensanchamiento nació Público.
El periódico se proponía cubrir un hueco a la izquierda del muy
desgastado El País y dirigirse a las jóvenes generaciones que
ya no leen periódicos.
El pensador y
activista Franco Berardi (Bifo) habla de
«generaciones posalfabéticas»: generaciones conectadas que han aprendido más
palabras e historias de las pantallas que de la boca de sus madres, sin gran
afinidad por la cultura crítica escrita, educadas más bien en y por las
tecnologías de comunicación electrónicas, el cine de masas, las series y las
redes sociales, la tele e Internet. Un público generalmente despreciado e
ignorado por los medios de comunicación tradicionales. O, en todo caso,
arrinconado en suplementos de tendencias que se dirigen a él como a un
consumidor infantil y atontado. Esas mismas generaciones, afectadas en lo más
hondo por el petróleo que se derramaba por las costas, por las políticas del
miedo, la mentira y la guerra, o por la falta de vivienda digna, activaron en
el cambio de siglo sus saberes y herramientas cotidianas en las nuevas
politizaciones que empezaron a abrir brecha en la CT.
Público nació así con
algunos desafíos y preguntas apasionantes: ¿cómo puede relacionarse un
periódico con una subjetividad crítica no educada principalmente por la cultura
escrita tradicional? ¿Cómo dialogar con los movimientos de la sociedad que
están cambiando desde abajo el estado de las cosas? Preguntas y desafíos que
surgen en el agrietamiento de la CT. Y que al mismo tiempo son su síntoma.
Un poco antes de la
aparición de Público, yo había emprendido junto a un grupo de
amigos un viaje fuera de los movimientos sociales que habitaba hasta entonces.
Perseguía precisamente entender esas nuevas politizaciones enigmáticas. Veía en
ellas una posibilidad de renovación de la vida política que quería pensar y
compartir. La persecución no era una tarea fácil, porque me arrastraba a
tierras extrañas y desconocidas. Imprevisibles, autoconvocadas y sin estructura
de organización clásica detrás, esas nuevas politizaciones iban y venían,
aparecían y desaparecían. No hablaban a través de lenguajes codificados
ideológicamente, sino que acertaban a decir un malestar a la vez íntimo y
compartido mediante algunos lugares comunes: «Vuestras guerras,
nuestros muertos», «Todos íbamos en ese tren», «No vas a tener casa en la puta
vida». Sus actores principales no eran profesionales de la política en ninguna
de sus variantes (ni militantes de partidos políticos, ni activistas de
movimientos sociales), sino gente cualquiera. Para sostener la persecución sin
someter la novedad al conjunto de representaciones previas, debía dibujar
nuevos mapas conceptuales con los que captar y leer otras señales de la
realidad. Moverme de los lugares que conocía e iniciar una especie de travesía
del desierto, sin interlocutores muy claros y en una cierta soledad.
Despolitizarme para repolitizarme.
Y así, mi camino se
cruzó con el de Público. Al dirigirse a la sensibilidad que se
hacía visible en las nuevas politizaciones, el periódico se convertía en un
lugar interesante desde el que interrogarla y por eso acepté la invitación de
Nacho Escolar a colaborar. Ciertamente, Público identificaba
esa sensibilidad con la izquierda y proponía contenidos en esa línea. Es la
ilusión Zapatero, tras la victoria de 2004: la posibilidad de un cambio interno al
sistema de partidos y a la Cultura de la Transición. Mi percepción era muy
diferente. Me parecía que lo que se había puesto en movimiento en la calle y en
las redes expresaba más bien una «crisis de representación» general (política,
cultural, mediática, etc.). Es decir, no solo una crítica de estos o aquellos
«contenidos» en nombre de otros, sino el
cuestionamiento de una arquitectura de la realidad vertical, centralizada,
autoritaria, unidireccional, opaca y de acceso muy restringido. Y la
proliferación, a veces callada e invisible, a veces callejera y multitudinaria,
de experiencias sin modelo que trataban de pensar con cabeza propia a partir de
sus propios problemas. En definitiva, una rebelión de los públicos contra
su condición espectadora y consumidora de la realidad. Y la reapertura de la
pregunta política por excelencia: ¿cómo queremos vivir juntos?
Aunque la lectura
de la situación fuese muy diferente, desde Público podía
probar a enviar señales y emitir en mi frecuencia, en la confianza de que otros
iban a sintonizar con ella. Una frecuencia de perfil ideológico muy bajo que
desplazase la polarización izquierda/derecha y acompañase con el pensamiento
las preguntas abiertas por las nuevas politizaciones. Por eso, trabajando
en Público siempre me imaginé como un contrabandista o un
radioaficionado, una especie de alien en todo caso que pone sus huevos en
cuerpo ajeno.
Pensar y opinar
Empecé escribiendo
irregularmente artículos para las páginas de Opinión, pero a finales de 2008
Nacho Escolar me invitó a colaborar más asiduamente en el periódico, con una
columna o sección fija. ¡El huésped le pedía al alien que pusiera más huevos!
La invitación reactivó las preguntas que me hacía desde el comienzo: ¿es
posible pensar en un periódico? ¿Cómo resistir a la figura del opinador? ¿Qué
otras figuras y formatos de pensamiento se pueden ensayar?
A lo largo de los
años, primero en los movimientos sociales y después persiguiendo las nuevas
politizaciones, he ido haciendo una experiencia de pensamiento como algo
fundamentalmente práctico (que sirve
al hacer sin ser utilitario), situado
(que habla desde un lugar o experiencia concreta), colectivo (que se teje junto a otros en torno a problemas comunes),
desafiante (que pretende no dejar al
mundo ni a uno mismo igual que estaba) e implicado
(que parte de preguntas que uno se hace sobre su propia vida). Es el
pensamiento al que he aprendido a aspirar y que he rozado en ocasiones.
Pero la opinión que
se sirve a diario en los medios de comunicación me parece todo lo contrario:
dice lo que hay que pensar, sin preocuparse demasiado por inspirar o interrogar
otros haceres posibles; nunca se distingue muy bien desde dónde habla quien
habla, desde qué práctica o construcción de mundo; es autosuficiente y no se
entreteje con ningún nosotros; es cómoda y da seguridad a quien la emite; y no
arranca desde preguntas, sino de posiciones que las más de las veces busca
simplemente confirmar.
La opinión es una
especie de producto degradado de las nociones de «denuncia» y «compromiso» que
han marcado el pensamiento crítico durante el siglo XX. Según explica Marina
Garcés, ambas nociones (o, al menos, sus versiones estándar) conciernen más a
una conciencia frente al mundo que a un cuerpo que está en y
con el mundo. La «conciencia crítica» es así como una especie de voz en
off. No sabes de dónde sale, pero lo sabe todo y lo ve todo. No está
involucrada en los contextos y las situaciones, sino que las sobrevuela. No
expone a quien la enuncia, sino que habla siempre desde la distancia. Juzga más
que acompaña.
La opinión es la
versión más pobre de esta voz en off. Es una «palabra fácil» que tiene todas
las respuestas de antemano, elude todo trabajo de pensamiento y se limita a
aplicar un juicio express a cualquier cosa. No desafía nada,
sino que cumple su papel en el juego dirigido de preguntas y respuestas.
Previsible, repetitiva y automática, siempre acusa de todos los males a otro y
de ese modo se absuelve a sí misma.
Pensar es otra
cosa. No opinar sobre lo que la agenda político-mediática nos pone ante los
ojos a cada momento, no enjuiciar, cargarse de razón o «dar caña», sino
«aprender de nuevo a ver y a dirigir la atención», como decía Albert Camus.
Interrumpir el tráfico de estereotipos que nos deja como estábamos, confirmados
en lo que ya creíamos. Aprender a plantearnos nuestras propias preguntas: no
temas que desfilan ante nosotros, sino preguntas que nos atraviesan forzándonos
a pensar. Elaborar y dar sentido propio a lo que nos pasa. Un desafío en primer
lugar para nosotros mismos, en tanto que máquinas de repetición y
autojustificación infinitas, educadas solo para ver lo que queremos ver.
¿Se puede pensar en
un periódico?
La aparición
de Público en la esfera pública ensanchó la realidad de lo
visible y decible, cuestionando algunos tabúes «atados y bien atados» de la CT
como el papel de la monarquía, ofreciendo miradas críticas sobre la situación
de la vivienda o la precariedad laboral, el modelo hegemónico de propiedad
intelectual, el «todo vale» de la lucha antiterrorista o la desinformación
sistemática sobre los gobiernos progresistas en América Latina (Bolivia,
Venezuela, etc.). No es poco. Siempre encontraba uno entre sus páginas algo
imprevisto y que daba qué pensar, empezando por la columna diaria de un
electrón libre como Rafael Reig.
Al mismo tiempo, el
periódico recogía y daba valor a otros modos de entender la acción política, la
creación cultural o la relación con las nuevas tecnologías. La experiencia
vital de las personas que hacían el periódico a diario —mucha gente joven
educada en una relación confiada y no temerosa con la Red, que conoce de
primera mano la precariedad a todos los niveles y comparte la típica sensación
de asfixia en el marco cerrado de la CT— se filtraba muchas veces para bien
entre sus páginas. Pequeños detalles aquí y allá daban forma a un periódico
menos «viejuno» que el resto del mainstream (aunque se rozase
también muchas veces la banalidad típica de la cultura de mercado).
Sin embargo, a
pesar de esas aperturas, muy pronto fue evidente que Público quería
jugar en el marco de la CT:
-en primer lugar,
asumió la polarización izquierda/derecha como seña de identidad principal.
Estar con unos o con otros, blancas o negras, seleccionar de la realidad lo que
nos confirma o daña al contrario, desechar lo que nos contradice para «no hacer
el caldo gordo a tal», «ni dar razones a cual», nada de eso nos deja pensar con
autonomía, porque hay posiciones previas a las que nos tenemos que adscribir
bajo pena de excomunión, porque nuestro marco de interpretación presupone ya lo
que son las cosas en lugar de acercarse a escucharlas.
-en segundo lugar,
apenas experimentó con nuevos lenguajes capaces de transcribir la complejidad
de lo social. De hecho, tras el cierre de la edición en papel de Público y
el despido de la mayoría de la plantilla, los ex-trabajadores han
puesto en marcha otras publicaciones: La Marea o eldiario.es (información
y opinión), Mongolia (humor), Materia (Ciencia)
o Líbero (deporte), más interesantes, arriesgadas y creativas
que el propio Público. Lo que habla claramente de que en el
periódico existía un potencial de invención contenido y neutralizado por los
formatos y lenguajes estandarizados del «buen periodismo».
-en tercer lugar,
no inventó ni supo abrir espacios para la «autogestión de la palabra» donde la
inteligencia conectada de los lectores pudiera expresarse y organizarse sin
filtros. Es el miedo típico de la cultura consensual al desborde de la palabra
que se da en la Red. La participación quedaba reducida a su nivel más simple:
el comentario a la noticia, la carta al director, etc. La web de Público siempre
fue un espacio sorprendentemente convencional para un periódico impulsado por
personas que venían del mundo de Internet (empezando por su primer director).
Poco a poco, fue haciéndose más autónoma y menos subordinada al papel, llegando
a convertirse en un espacio de referencia para miles de lectores, pero sin
alterar en ningún momento su arquitectura convencional. A día de hoy, es lo
único que sobrevive al expolio final que acometieron los propietarios del
periódico.
Ninguna de estas
observaciones críticas es nueva. Las fui exponiendo en diversas ocasiones. Más
sutilmente en mi segunda colaboración en el periódico («Mayo del 68, futuro anterior», 14-10-2007) y más
directamente en el especial del primer aniversario («Poder al público», 26-9-2008). O ya
en el blog, con ocasión de la marcha de Rafael Reig («A propósito de la salida de
Rafael Reig», 9-11-2009). Huevos de alien que no prendieron ni contaminaron al
huésped. Si las cito ahora es para dar algunos elementos que contextualizan el
nacimiento de «Fuera de Lugar» y también porque, más allá de Público,
son tres líneas abiertas de discusión con la izquierda en general. (...)
PUBLICADO POR ACUARELA ON JUEVES, 28 DE MARZO DE 2013
(Segunda parte del
prólogo a Fuera de Lugar. Conversaciones
entre crisis y transformación, por Amador Fernández-Savater. Es un
texto largo, lo puedes leer o imprimir en
PDF aquí)
Escuchar y editar
La propuesta que le
devolví a Nacho Escolar consistía en un espacio de entrevistas, con regularidad
quincenal, que sostuve durante dos años y medio más o menos. Es decir, en lugar
de opinar sobre todo y cualquier cosa, se trataba de buscar y dar la palabra a
algunas voces (más o menos visibles o escondidas) que hacen un trabajo de
pensamiento sobre problemas específicos. Ofrecer, no tanto una opinión más,
como un ramillete de voces. Una investigación coral sobre nuestra realidad
entre crisis y transformación.
«Fuera de Lugar»
quería ser un espacio donde acompañar, catalizar y dar a conocer a otros el
pensamiento de otros, como lo fue para mí la revista Archipiélago o
lo es la editorial Acuarela. Un trabajo que me permite satisfacer mis
inclinaciones naturales: curiosear, conversar, articular, investigar,
compartir... Pero «dar la palabra» no es un ejercicio pasivo ni significa
negársela uno mismo. Más bien todo lo contrario. François Zourabichvili ha
escrito estas líneas sobre el papel del «comentador» en filosofía: «No hay
posición subyacente y autónoma del comentador, sino causa común del autor
comentado y del autor que comenta (…) Se trata de una manera de prestar la
propia voz a las palabras del otro, lo que termina por confundirse con su
reverso, es decir, hablar por cuenta propia tomando la voz del otro».
Zourabichvili habla de una «zona de indiscernibilidad» entre comentador y
comentado. Pienso que algo muy parecido puede darse también entre entrevistador
y entrevistado. Tampoco hay una posición autónoma del entrevistador con
respecto al entrevistado, sino que, a través del trabajo de escucha y edición,
se arma una causa común y las voces entran en cierta confusión.
Me explico. Por un
lado, la entrevista es una indagación en el pensamiento del otro. El arte de
dar espacio, dejar espacio, dejar hablar, hacer decir. No se trata tanto de
discutir, polemizar o «ir a pillar», como de meterse en el carril del otro y preguntar
desde ahí. Los amigos del colectivo argentino Situaciones proponen la siguiente
distinción entre crítica y objeción: la crítica es exterior, un distanciamiento
afectivo que ya no permite pensar al interior de un proceso común. Polarizar
entre dos posiciones puede ser estimulante en algunos casos, pero también
volver muy rígida la conversación, inhibiendo las dudas y los claroscuros. La
objeción por el contrario es interna, un momento necesario del pensamiento para
seguir avanzando. La objeción empuja, pero no fuera de tu camino, sino hasta
el final de tu propio camino. «Son entrevistas de amigo», me dijo alguien.
Y es verdad. Me considero amigo del pensamiento de todos los entrevistados: me
interesa y lo valoro, quiero llevarlo más lejos o a otros sitios, agotar sus
posibilidades, impregnarme de él y darlo a conocer. Esa complicidad permite
recorrer con el otro un camino de pensamiento.
Por otro lado, la
entrevista es también un trabajo de edición. Las conversaciones son muchas
veces un caos, por su propia naturaleza a la deriva y aleatoria. El trabajo de
edición (re)construye un recorrido en ese caos. Clarifica, pone el acento en lo
importante y devuelve un mensaje. Es un trabajo de orfebrería muy gozoso y
delicado: uno tiene auténticas joyas a su disposición, pero hay que
entresacarlas, pulirlas bien y darles una estructura. Parafraseando a Juan
Gutiérrez, si la escucha es inspiración («cuéntame más, qué relación tiene esto
con aquello»), la edición es expiración («de qué hemos hablado, en torno a qué
preguntas o ideas ha girado la cosa»). Lo mejor que puede pasar con la edición
es lo que ocurre a veces con un árbitro de fútbol: nadie nota su presencia,
como si el juego fluyese solo. Y la mayor alegría es cuando —aunque exagere— un
entrevistado te dice tras releerse: «Me has ayudado a entenderme a mí mismo» o
algo por el estilo. Pero la teoría siempre es más fácil que la práctica. Muchas
veces uno actúa como un mal árbitro: dirige o interviene en exceso, se hace
notar demasiado, reduce el caos pero también la frescura del juego, etc.
Desafíos y límites
«Fuera de Lugar»
era una apuesta por el pensamiento en un medio de comunicación. Es decir, no
descuidaba la actualidad, sino que trataba de ayudar a pensarla por fuera de
los posibles prescritos y la superficialidad mediática («donde nada lleva a
nada y todo se evapora»). Dirigirse a cualquiera, no sólo a los lectores
especializados de las revistas críticas, aprender a mezclar periodismo y
pensamiento, tratando de aportar algunas imágenes que vienen por ejemplo del
mundo de la filosofía para mirar de otra forma la actualidad, trabajar al ritmo
de un periódico sin ceder por ello a la facilidad o la banalidad... Se aprende
y se crece mucho saliendo de las propias zonas de confort y colocándose en
espacios incómodos. Marco Schwartz y Lucía Álvarez me ayudaron también a ello
desde la redacción de Público.
El desarrollo de la
sección tuvo también sus limitaciones. En primer lugar, el espacio. Tan exiguo
en papel y siempre en función de la llegada o no de la publicidad en el último
momento. La publicación en papel se fue convirtiendo cada vez más en un
pretexto para la publicación en el blog. No solo porque allí podía ofrecer las
versiones íntegras de las entrevistas, sino también porque no hay color entre
el rebote que se recibe en uno u otro medio. En el papel, en el mejor de los
casos, algún comentario personal. En la Red, respuestas inmediatas de
desconocidos, reenvíos en las redes sociales y réplicas en otros blogs. Son
esferas públicas de discusión completamente diferentes: una distante y
silenciosa, la otra mucho más horizontal y participada. Personalmente, me
resultaba bien interesante poder seguir los efectos que generaban las
entrevistas: cómo se leían, desde dónde, qué reacciones suscitaban. Rara vez
contesté inmediatamente a los comentarios, pero muchos me dieron qué pensar y
les respondí más tarde y en otro sitio. Y aunque las versiones íntegras de las
entrevistas son largas para los estándares de la Red, apenas recuerdo quejas al
respecto. Creo que el trabajo de edición es decisivo en este punto: permite la
lectura sostenida de un texto más largo, denso o complejo.
En segundo lugar,
la exigencia que me llegaba desde el periódico de «palabra experta». Todo lo
crítica o radical que yo quisiese, pero autorizada. Los títulos académicos
siguen siendo la acreditación de que se tiene algo que decir en este mundo,
aunque hoy los saberes desborden tan ostensiblemente las instituciones
tradicionales y haya tantísimo conocimiento complejo y de calidad funcionando
en sus márgenes. Entrevisté a varios «expertos en experiencia», como les llama
Antonio Lafuente en este libro: expertos en lo que les pasa. Maquillé levemente
la presentación de algunas voces que desarrollan un trabajo de pensamiento
repleto de claves para interpretar el presente pero sin muchos títulos detrás.
Y por lo general busqué, entre los discursos con algún tipo de acreditación
intelectual, los que están atentos a las corrientes de fondo que cambian las
cosas, los que son capaces de aportar imágenes útiles para el hacer.
Por último, aunque
la mayoría de las personas entrevistadas piensan muy entremezcladas en
experiencias colectivas, no supe dar espacio y mostrar formas colectivas de
elaboración de pensamiento: grupos, bandas, plataformas o colectivos de
enunciación. (...)
PUBLICADO POR ACUARELA ON LUNES, 1 DE ABRIL DE 2013
(Tercera parte del
prólogo a Fuera de Lugar. Conversaciones
entre crisis y transformación, por Amador Fernández-Savater. Es un
texto largo, lo puedes leer o imprimir en
PDF aquí).
Crisis y
transformación
Las entrevistas se
realizaron casi todas entre finales de 2008 y mediados de 2011. En 2008 explota
la crisis económica. Lo que creíamos sólido y garantizado empieza a
desintegrarse. El suelo se abre bajo nuestros pies. Lo llamamos crisis, pero la
palabra no alcanza. No se trata simplemente de «recortes», sino de un cambio
radical de escenario.
Solemos pensar las
crisis como procesos fundamentalmente negativos, que padecemos como víctimas y
de los que hay que salir cuanto antes para regresar a la normalidad. Pero como
dice Peter Pal, «las crisis, las catástrofes, las rupturas, los colapsos de
sentido o como queramos llamar a los momentos de derrumbe, son también las
condiciones de posibilidad para una renovación subjetiva, existencial, vital,
sea en contextos macro o micro». ¿Cómo no quedar inmovilizados por el miedo?
¿Cómo no obedecer el reflejo del sálvese quien pueda? ¿Cómo resistir a los
cantos de sirena que vienen a decirnos «está todo bajo control, despreocúpate,
nosotros nos encargamos»?
Hoy casi podríamos afirmar que la realidad en crisis nos fuerza a
pensar-crear. Por todas partes se abren preguntas inéditas, preguntas que
nos ponen en movimiento. Una constelación de experiencias ensaya otros modos de
producir, decidir y convivir, reinventando la política como participación común
en los asuntos comunes. Pero las palabras que tenemos para decirnos y
nombrarnos nos fallan. Los mapas que hemos heredado no orientan ya nuestra
lectura del mundo. Las imágenes disponibles no significan lo que (nos) pasa.
Sin partido, organización ni dogma, hoy pensamos la vida entre amigos. Y amigo
es todo aquel con el que se puede pensar la vida. Quizá no exista un gran relato,
pero hay mil voces. Y no son voces privadas, sino que tejen una conversación
incesante en las calles y las redes, poniendo en circulación reflexiones,
imágenes, nociones, historias.
Un libro donde
quepan muchos libros
Las que fui
reuniendo en «Fuera de Lugar» son voces entrelazadas en torno a preguntas,
problemas y perspectivas comunes. El blog funcionaba como una especie de
archivo donde las conversaciones entraban a su vez en conversación. Y de eso se
trata también aquí. Construir un campo de resonancias. No simplemente apilar
las entrevistas, sino darles una nueva vida proponiendo relaciones entre ellas.
La misma estructura
quiere sugerir algunas conexiones posibles. Señalar nudos, convergencias y
aproximaciones, respetando que cada entrevista es una punta abierta: un camino
entre otros para el desarrollo de nuevas investigaciones. Las entrevistas están
repartidas en cinco capítulos: «catástrofes», «hechizos», «desbordes»,
«ficciones» y «engarces».
-Las «catástrofes»
piensan sobre el carácter ambivalente de las crisis, a la vez agotamiento de
algo y posibilidad de un desplazamiento. Entrevistas con Franco Berardi (Bifo),
Peter Pál Pelbart, Etienne Balibar, Thomas Frank, Franco Ingrassia, Ramón
Fernández Durán y Jesús Palacios.
-Los «hechizos»
analizan dispositivos de poder que se hacen cargo del
mundo por nosotros y en nuestro nombre. Entrevistas con Guillem Martínez,
Emmánuel Lizcano, Frederic Neyrat, Guillermo Rendueles, María Naredo, Santiago
López Petit y Concha Fernández Martorell.
-Los «desbordes» se
aproximan a algunas experiencias donde nos volvemos participantes activos en la
construcción de nuestros propios mundos. Entrevistas con Cristina
Sánchez Carretero, Antonio Lafuente, Amparo Lasén, Michel Bauwens, Margarita
Padilla y Luis Navarro.
-Las «ficciones»
reflexionan sobre imágenes y narrativas a través de las cuales cuestionamos los
estereotipos que nos clavan en lo que hay y aprendemos de nuevo a ver.
Entrevistas con Georges Didi-Huberman, Jacques Ranciére, Leónidas Martín Saura,
Reinaldo Laddaga y Wu Ming 4.
-Los «engarces»
cuentan historias aparentemente imposibles de alianzas que transforman el dolor
por el mayor de los daños (la muerte violenta de seres queridos) en fuerza
creadora de nuevos vínculos y posibilidades de vida. Entrevistas con Jo Berry y
Pat Magee, Juan Gutiérrez, Aaron Barnea, Ali Abu Awwad y Terry Rockefeller.
(Por razones de
extensión, he dejado fuera, con todo el dolor de mi corazón, varias entrevistas
que se pueden consultar en el blog de «Fuera de Lugar»: Alain Brossat,
Christian Marazzi, Daouda y Serigne, Jan Martí, Mazen Faraj, Raúl Zibechi y
Roland Denis)
Estos cinco títulos
no remiten a «temas», sino más bien a distintas «dimensiones» de la experiencia
contemporánea. Cada entrevista se desarrolla siempre en más de una. El hecho de
que estén situadas en un capítulo u otro es una cuestión de énfasis: dónde está
puesto el acento del análisis y el discurso. El riesgo que puede correrse
organizando así los materiales es que los capítulos se lean como compartimentos
estancos, cuando cada uno es más bien una constelación de voces entrecruzada
con las otras. Por eso, a la manera de Internet, he marcado cada entrevista con
una serie de «tags» o «palabras clave» que sugieren otras vecindades entre
ellas: afectos, ambivalencia, confianza, enemigo, entrelazamientos,
estereotipos, expertos, malestar social, miedo, nueva derecha, nueva
politización, sanación, seguridad y victimización.
Este es el paseo
que yo propongo. Un primer recorrido «guiado» y luego cada uno, si quiere, que
vuelva y curiosee por donde se le ocurra. Y quien desee transitar directamente
por el libro con su propia brújula también es bienvenido. Nada más fácil que
ignorar las señales.
Por último, he
invitado a los entrevistados a añadir una coda o posdata a la conversación. Lo
que se llama en inglés un revisited: que se relean uno, dos o tres
años más tarde y propongan una breve actualización o prolongación de lo dicho,
al hilo de sus inquietudes, preguntas o líneas de investigación presentes. Casi
todos han encontrado el tiempo y algo qué decir, en muchos casos sobre la
evolución de la crisis o lo que ha abierto el 15-M.
Corto y cambio
En septiembre de
1987, el Real Madrid se enfrentaba al Nápoles de Maradona con el Bernabéu
cerrado al público por sanción disciplinaria. El partido se retransmitió por
televisión. El filósofo francés Jean Baudrillard encontró ahí una metáfora de
nuestra organización social: «Hoy, los asuntos de la propia política deben
desarrollarse en cierto modo ante un estadio vacío (la forma vacía de la
representación) del que ha sido expulsado cualquier público real en tanto que
susceptible de pasiones demasiado vivas y de donde solo emana una
retranscripción televisiva (las pantallas, las curvas, los sondeos). Sigue
funcionando, casi cautivándonos, pero sutilmente es como si una Federación
política internacional hubiera suspendido al público por un período indeterminado
y lo hubiera expulsado del partido. Así es nuestra escena transpolítica: la
forma transparente de un espacio público del que se han retirado los actores,
la forma pura de un acontecimiento del que se han retirado las pasiones».
Seguramente, la CT
tuvo en su día razones de ser, pero con el paso del tiempo se ha endurecido y
acartonado completamente, convirtiéndose en el «estadio vacío» de Baudrillard.
Un sistema de información centralizado, jerárquico y unidireccional, donde el público
real ha sido completamente borrado en tanto que susceptible de preguntas
demasiado inconvenientes, lenguajes demasiado incorrectos, chistes demasiado
gruesos, culturas demasiado vivas, malestares demasiado profundos. Y sustituido
por una retranscripción simplificada de la realidad. Aunque esa escena siga
funcionando, ya no nos cautiva y cada vez menos gente se reconoce en ella. Nos
impide directamente pensar a fondo y asumir colectivamente los problemas que
tenemos hoy como sociedad. No nos representa.
El público regresa
al estadio del que había sido expulsado: pita, silba y se cachondea. Pone en
crisis el «modelo televisión» donde solo unos pocos pueden ocupar la escena y
toda manifestación del público se considera una molesta interferencia. Cuestiona
radicalmente, ya no solo lo que se hace y se dice en esa escena, sino quién tiene
derecho a hacer y decir: la división entre «capaces» e «incapaces» típica de la
cultura consensual. Desde la ciencia o el periodismo ciudadano hasta el 15-M,
la creatividad social se desborda hoy por fuera de los centros jerárquicos de
sentido desde donde emanan las retranscripciones de la realidad: academia,
museo, media, partido, sindicato, etc. La arquitectura del
desbordamiento tiene mucho más que ver con una red que con una televisión:
distribuida y no centralizada, cooperativa y no jerárquica, conversacional y no
vertical, amateur y no experta, autoritativa y no autoritaria.
¿En qué podría
consistir entonces el trabajo intelectual en tiempos de rebelión de los
públicos y arquitectura de red? Una respuesta entre otras posibles la da
Reinaldo Laddaga en su entrevista. Laddaga afirma que hoy podemos concebir a un
autor, no solo como el especialista que trabaja en el retiro del mundo una obra
con bordes estrictos y se relaciona a distancia con un público silencioso y
desconocido, sino también como «un punto de paso en una conversación incesante
que captura al vuelo y relanza una y otra vez».
El autor como
«punto de paso» se piensa a sí mismo en medio de una riqueza de lenguajes,
pensamientos, prácticas e imágenes. Su tarea no es suplir carencias ni dirigir
la opinión, sino activar procesos y hacer circular las ideas. Tejer, no
representar. Él mismo está siempre en circulación. Llevando y trayendo. Ni
dentro ni fuera, sino trabajando en las costuras. Como un extranjero, un
contrabandista, un alien. No funciona en circuito cerrado ante un «estadio
vacío», como el monólogo del experto, sino que necesita a otros y trabaja con
otros. Escucha, registra, enhebra, traduce, propone y devuelve todo el rato,
atento siempre al rebote de la realidad. Dibuja figuras uniendo puntos que
estaban desligados, como en aquel juego infantil. Pero no conexiones numeradas
ni figuras preexistentes, sino conexiones y figuras inéditas. Y de ese modo contribuye
a la autogestión del sentido y la autorrepresentación social, frente a la
captura y recodificación constante de lo que (nos) pasa en los casilleros
establecidos de la política de los políticos y los media.
Así, el nombre que
figura en este libro como autor debe entenderse como el nombre de un «punto de
paso». El nombre de una línea entre puntos, un nombre propio pero no privado.
Pensar desde el
nombre es pensar las consecuencias del nombre, pensar lo que el nombre puede
ligar, conectar, cohesionar, y no qué argumentos satisface. No importa quién
es; importa más qué puede o qué hace. Lo que puede y lo que hace, eso es lo que
es (Ignacio Lewkowicz).
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Algunas
referencias:
El octavo pasajero:
CT o la Cultura de
la Transición (crítica a 35 años de cultura española), varios
autores, Mondadori (2012)
Generación
post-alfa, Franco Berardi (Bifo), Ediciones Tinta Limón (2007)
«Las luchas del vacío», Amador
Fernández-Savater y Margarita Padilla (se puede encontrar en la red, en la
página www.espaienblanc.net)
«FAQ (Frequently Asked
Questions) sobre la fuerza del anonimato», Amador
Fernández-Savater y Leónidas Martín Saura (se puede encontrar en la red, en la
página www.espaienblanc.net).
Pensar y opinar:
«Renovar el
compromiso», Marina Garcés, revista Espai en Blanc, número dedicado a «El
impasse de lo político» (2011)
«Crisis de la presencia. Una
lectura de Tiqqun», Amador Fernández-Savater (se puede encontrar en
la red, en la página www.espaienblanc.net)
El mito de Sísifo, Albert Camus,
editorial Alianza (varias ediciones).
¿Se puede pensar en
un periódico?
En “Despedida (censurada) de
Público.es” se puede leer el triste final de mi experiencia en Público (se
puede encontrar en la red, en la página acuarelalibros.blogspot.com.es).
Escuchar y editar:
Deleuze, una
filosofía del acontecimiento, François Zourabichvili, Amorrortu
(2004)
Un elefante en la
escuela, Colectivo Situaciones, Tinta Limón (2008)
«Caja de
herramientas», Juan Gutiérrez, Gernika Gogoratuz (1999)
Para seguir
conversando:
La transparencia
del mal, Jean Baudrillard, Anagrama (1989)
Estética de la
emergencia, Reinaldo Laddaga, Adriana Hidalgo (2006)
Sucesos argentinos, Ignacio
Lewkowicz, Paidós (2002)
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