El arte de la
guerra napoleónico y la termodinámica
POR NICOLE
SCHUSTER
“¡Denme un punto
de apoyo y moveré el mundo!”
Arquímedes
Desde algunos años circula en Estados
Unidos la tesis según la cual el sector militar no sólo se benefició de las
nuevas tecnologías promovidas por los avances teóricos realizados por la
ciencia, sino que éstos repercutieron en la organización de las armadas y en
sus modalidades de combate(1). Lo expuesto a continuación se
centrará en la era newtoniana y de la termodinámica y en el ejemplo de
Napoleón, que analistas militares como Antoine Bousquet(2) inscriben
dentro del paradigma de la termodinámica. Después de hacer una breve reseña de
lo que fue la relación entre la ciencia y la guerra en la época griega antigua
y clásica, presentaré el rumbo que tomó la ciencia a partir de los tiempos
modernos y los principios físicos que se elaboraron durante las eras newtoniana
y termodinámica para luego exponer cómo esos principios fueron interpretados y
aplicados en el sector militar a nivel táctico. Me empeñaré en mostrar que
clasificar en función de ciclos científicos los campos en los que predomina el
aspecto humano procede de un enfoque cientista arbitrario. En efecto, ni la
vida ni la guerra responden a un determinismo científico habida cuenta que son
productos de interrelaciones que se dan a nivel político, económico, cultural,
psicológico, entre otros, y en las que el azar juega un rol importante.
LA COLABORACIÓN CIENCIA Y GUERRA
Los orígenes de la aplicación de los
principios de la física en el sector de la guerra se sitúan generalmente en la
época griega. Se pretende que mientras se desempeñaba como ingeniero militar, el presocrático Tales de Mileto(3), que era a la vez
filósofo, matemático y astrónomo, pudo, en base a su metodología fundamentada
en el razonamiento deductivo del cual es el inventor, calcular la distancia que
separaba los barcos de las costas así como desviar el curso de un río para
evitar que los soldados de Creso tengan que construir un puente de escape.
Igualmente, habría previsto un eclipse que influyó en el cese del conflicto
entre Lidia y Meda(4). Algunos siglos más tarde, Arquímedes logró aplicar leyes físicas
basadas en la estática en la construcción de impresionantes máquinas que
sembraron el pánico entre las tropas romanas durante el sitio de Siracusa(5).
Es muy probable que sin sus sólidos conocimientos en geometría(6),
el sabio griego no hubiera estado en posición de realizar tales obras.
Pero es en el periodo conocido como “los Tiempos
Modernos” que se sitúa en Occidente el verdadero inicio de la formalización de
la colaboración
entre ciencia(7)y guerra. A finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII, mientras el
campo de la ciencia estaba marcado principalmente por el pensamiento de Kepler,
Galileo y Descartes, el Estado-Nación se hallaba en su fase de despegue. Según
el filósofo francés Michel Foucault, fue el momento en que la política se
convirtió en la nueva racionalidad gubernamental y el Estado en el eje
regulador, teniendo como nuevo principio el respeto del equilibrio de las
relaciones de fuerza, tal como lo definió el Tratado de Westfalia(8).
Foucault pretende que esta noción de fuerza se encuentra tanto en la esfera
política como de la física por lo que no sorprende que Leibniz fuera luego el
teorizador de la fuerza desde una perspectiva histórico-política así como
científica(9). Con la instauración gradual del Estado-Nación, la guerra se nacionalizó
y se desplazó de los perímetros feudales controlados por las autoridades
señoriales hacia las fronteras del territorio nacional(10). El
prisma agonístico se convirtió en el dispositivo a través del cual se
aprehendió la evolución de las relaciones interestatales, las cuales
repercutían directamente en la política interna de las naciones europeas,
llevando los gobiernos de las naciones europeas a dotarse de un aparato militar orientado a salvaguardar el equilibrio de
fuerzas en Europa por medio de la guerra(11) .
LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS Y SUS REPERCUSIONES
EN LA TÁCTICA DE GUERRA
LA ERA NEWTONIANA
El advenimiento de los Tiempos modernos no
ocurre con Newton, sino que se plasma en el legado de hombres como Guillermo de
Ockham, quien abre en el siglo XIV el camino al positivismo, introduciendo la
ruptura entre el conocimiento práctico y el conocimiento teórico(12),
entre el conocimiento abstracto y el conocimiento intuitivo(13). El
giro positivista que tomó desde entonces la cienciacorresponde por lo tanto a un profundo cambio de
mentalidad en cuanto a la visualización del mundo. Aun si no se refutaba su
existencia, Dios ya no aparecía como el protagonista único en el sistema que
regía el movimiento de los planetas y la tierra. Su intermediación directa y
exclusiva en la comprensión que el hombre tenía de su propio rol en la tierra y
para con lo celeste se vio progresivamente eclipsada por la política y la
ciencia. En la
misma época, la visión cuantitativa de Platón de un mundo estructurado por las
matemáticas, que revelarían el funcionamiento del universo, ganó de nuevo en
importancia y empezó a hacer tambalear los principios cualitativos
aristotélicos. La matemática se convirtió en el instrumento predominante para
medir y calcular los fenómenos terrestres y celestes, mientras que una rama de
la mecánica, la dinámica, monopolizó la mayoría de los esfuerzos de
investigación. En este sentido, la “Revolución matemática”(14) que
vino de Italia hacia 1620 y el surgimiento de numerosos sabios italianos como Tartaglia, Cardan, Benedetti, y luego
Torricelli, expresaron muy bien el espíritu del tiempo, por cuanto coadyuvaron
en la racionalización, vía el cálculo matemático, de las leyes que gobernaban
la balística naciente. Para que esta última se constituyese en una nueva
ciencia, fue necesario un alejamiento gradual de la concepción errónea que Aristóteles tenía
del movimiento(15), la cual había regido los principios de la
mecánica durante toda la edad medieval. La correlación entre física terrestre y
física celeste(16), que hombres como Copérnico, Kepler, Galileo, Gassendi,
Descartes, habían
tratado de demostrar a través de leyes físicas, fue finalmente formulada por
Newton a través de la ley de la gravitación universal. Asimismo, la noción de masa estudiada por Newton, que
considera la velocidad en la definición de la fuerza, permitió al matemático
elaborar el concepto de “centro de gravedad”. Con ello, Newton reveló la
existencia de un punto de convergencia de las fuerzas en la masa que le da a
ésta su equilibrio, mientras brindó a los jefes de la guerra un elemento clave
para la elaboración de su estrategia operacional.
Con esta “primera revolución científica” se abrieron las puertas de una lógica
mecanicista y lineal implacables, en virtud de la cual se sedimentaron algunos
axiomas como: cada efecto tiene su causa; el todo es igual a la suma de las
partes individuales; y la ley de la reversibilidad excluye todo tipo de
imprevisión(17). El reloj se transformó en el símbolo de esa era de movimientos
regulares, inexorables y previsibles, y su ritmo en el parámetro que los
decidores políticos y empleadores, en su afán de rentabilizar el rendimiento
humano, lograron instaurar en la vida cotidiana de los individuos(18).
En otras palabras, los principios de la física mecánica newtoniana impregnaron el
pensamiento científico, político, económico, militar y socio-cultural de los siglos siguientes. Se puede afirmar
que, hasta el día de hoy, la mecánica clásica dejó sus huellas a través de un
determinismo que caracteriza todavía la manera de razonar de muchos sectores de
la sociedad.
APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS NEWTONIANOS EN LA
GUERRA
El impacto que la Revolución científica
newtoniana tuvo en el sector militar se tradujo en la introducción de máquinas
pesadas y la formación de armadas masivas organizadas de modo que se manténgase
el equilibrio numérico de las fuerzas. Los dos personajes que son normalmente
erigidos como modelo de la guerra lineal de carácter newtoniano se encuentran
en las personas del prusiano Federico el Grande de Prusia y de su émulo, el
Mariscal Mauricio de Sajonia, que sirvió en la Armada francesa(19).
Aplicaron de manera extrema en la táctica de guerra las leyes newtonianas del
mecanismo del movimiento y, en el caso de Federico el Grande, de la fuerza
ejercida como masa. Como lo nota Michel Foucault, a partir del siglo XVII se
implanta en Europa, dentro del proyecto naciente de biopolítica, un sistema de
disciplina que busca domesticar el cuerpo del hombre a través de un control
estricto de sus fuerzas a fin de rentabilizarlas en base a una relación
docilidad-utilidad(20). A ello se
sumó el axioma según el cual «el tiempo pertenece a Dios y no puede ser
desgastado»(21). Este sistema disciplinario, que se esbozó en los
conventos y establecimientos religiosos educativos siglos antes, se tradujo a nivel de las Armadas por una
racionalización de los movimientos tácticos, que se ejecutaban con la precisión
matemática de un reloj, así como por la sumisión de los soldados organizados en
líneas (las columnas estaban en proceso de ser introducidas) a un entrenamiento
sistemático muy duro y a una cadencia difícil de emular(22). El movimiento rítmico de las tropas no tenía motor propio, sino que era
monitoreado por el comandante, quien ordenaba y decidía cada paso, excluyendo
así toda capacidad de maniobra autónoma de las Armadas. Esta forma rígida de
combatir fue luego sujeta a grandes cambios, gracias particularmente a la
comprensión que tenía Napoleón de la guerra y a las circunstancias
histórico-sociales que permitieron a éste realizar una revolución en la
organización de lo que hoy se denomina “estrategia operacional”.
LA ERA TERMODINÁMICA
La era Newtoniana había contribuido a la
abstracción y sistematización de los principios físicos que gobiernan el
movimiento, convirtiendo el reloj y su mecanismo en su símbolo supremo. A ello
se aunaron las tentativas de Newton de racionalizar las experiencias que
realizó en materia de energía térmica, básicamente aquellas relativas a la
transferencia de calor en medios dados. Esas investigaciones, que desembocaron
en la Ley del enfriamiento de Newton, constituyeron un aporte importante a la
fabricación de la máquina a vapor. Esta etapa echó las bases para que la fase
ulterior del desarrollo científico, la termodinámica, pueda emanciparse de la
tracción manual, animal, del viento o del agua, así como de la dependencia
geográfica (cercanía a los ríos, al campo y, en consecuencia, distanciamiento
de las ciudades), que las técnicas tradicionales de producción de fuerza motriz
implicaban. Esta emancipación se materializó a través de la fabricación de un
nuevo modo de propulsión autónomo, el motor. De esa manera, este último
suplantó al reloj en tanto símbolo y fue erigido en la metáfora del nuevo
periodo científico que se abría. Las investigaciones en materia de motores a
vapor eran, en una primera etapa, destinadas a satisfacer los requerimientos de
los sectores minero, metalúrgico y textil. Pero es sobre todo a partir del
siglo XIX que el motor a vapor encontró sus esferas de aplicación privilegiadas cuando se orientó hacia los sectores ferroviario, marítimo y naval(23).
En este sentido, la era termodinámica se presenta realmente como la ciencia
ingenieríl, así como lo aseveraba el físico Ilya Prigogine(24).
La era termodinámica se asimila a la conversión
de la energía en fuerza propulsora, con el calor como agente motor. Fue Benjamín Thompson (1753-1814), conde de Rumford, quien equiparó
trabajo y calor. Como lo señalamos, la ciencia y el sector militar ya eran
dos campos estrechamente entremezclados, por lo tanto no resulta sorprendente
que Thompson haya sido el administrador en jefe de la Armada de Baviera,
responsable de la supervisión de los cañones, y que el examen que hizo del
estado de los tubos de cañones después de que dispararan le haya conducido a
formular la equivalencia entre calor y trabajo(25). Es sin embargo
en James Prescott Joule (1818-1889) que recayó el mérito de exponer la relación
cuantitativa entre unidades de calor y unidades de trabajo(26).
La primera fase de la termodinámica se basaba en
el fundamento que, en un sistema cerrado, la energía siempre se conserva y las
únicas transformaciones que pueden intervenir se manifiestan bajo la forma de
la conversión de la energía en otra forma de energía. Pero el equilibrio queda
constante. No hay fricciones perturbadoras que alteren el mecanismo
global de la producción de energía. Como decía en la segunda parte del siglo
XVIII el supuestamente primer químico francés, Antoine Lavoisier: “nada se
pierde, nada se crea, todo se transforma”. Aquí podemos notar una cierta
continuidad en relación con la mecánica newtoniana que, si bien tomaba en
cuenta en el movimiento de los proyectiles el concepto de “resistencia”,
presentaba a ésta como previsible y sujeta a cálculos precisos. Por ejemplo,
Newton estableció que la resistencia en el movimiento uniforme de los proyectiles
era proporcional a la velocidad(27). Dentro de sus consideraciones
sobre la resistencia, empleaba en lugar de “fricción” el término “ruido”, el
cual visualizaba como un fenómeno inocuo, ya que en el marco de su esquema el
“ruido” no hacía variar el mecanismo global del movimiento(28). Es
evidente que el minimizar el efecto de resistencia en la producción de energía
motriz significaba ignorar toda forma de oposición y contingencia que llevaría
a lo imprevisible.
En el siglo XIX, la sensación de “certidumbre”,
que derivaba del carácter lineal y determinista del sistema newtoniano y de la
primera fase de la termodinámica, fue perdiendo vigencia. Se debió a que el
ingeniero francés, Sadi Carnot, descubriera en los años 1820 los elementos que
sustentaban lo que se denominó “segunda ley de la termodinámica” cuando se
formalizó cuarenta años después. Este segundo principio de la termodinámica
establece que, en un sistema cerrado, el volumen de energía utilizable decrece
debido a las fricciones inherentes al mecanismo interno y/o a la
non-uniformidad de los parámetros en el sistema, que son la densidad de las
partículas, la temperatura y la presión(29). Se denomina “entropía” la medida de este fenómeno de disipación de
energía(30). Con su corolario, la flecha del tiempo, que indica la irreversibilidad,
la entropía apunta, desde el punto de vista de la representación imaginativa,
hacia una desorganización e incluso una desestructuración del sistema(31).
Se desmoronó entonces el reino de la reversibilidad y del reduccionismo, donde
el todo es igual a la suma de las partes individuales. La creación de un cierto
desorden resultante de la entropía reveló que el modelo newtoniano basado en la
regularidad y el determinismo ya no correspondía a la realidad, incitando a la
no-linealidad y su corolario, la “probabilidad”, a hacer su ingreso al campo de
la ciencia.
¿ES EL ARTE DE LA GUERRA NAPOLEÓNICO LA METÁFORA
DE UN PARADIGMA CIENTÍFICO?
El transponer los principios newtonianos en el
plano militar significaba no hacer intervenir la noción de fricción en el
teatro de guerra e implicaba que la progresión de la operación militar no podía
ser desviada de su plan inicial. Ello se reflejaba en la práctica a través de
una táctica inflexible así como de una composición y un movimiento rígido de
las tropas que ningún elemento exterior podía perturbar, un aspecto por el cual
Federico el Grande fue acerbamente criticado(32). En esas
circunstancias, la emergencia de factores exteriores no previstos provocaba el
desmantelamiento de todo el operativo, sujeto al caos.
Para Jomini, Napoleón no hacía otra cosa que
aplicar mejor que otros los eternos principios de la guerra y, tanto en sus
campañas como en las de Federico de Prusia, prevalecía la aplicación de axiomas
newtonianos(33). Por su lado, Bousquet señala que los principios de
la termodinámica insuflaron al sector militar una nueva dinámica y que Napoleón
respondía perfectamente a este nuevo paradigma. Pone de relieve las semejanzas
que existen entre el proceso de descentralización promovido por la
termodinámica a través de la introducción de un motor que permite la
auto-generación de energía y aquel suscitado por Napoleón dentro de su Ejército luego
de fomentar la descentralización en la organización de su ejército mediante la
formación de batallones, tal como lo había preconizado ya en 1770 (pero no
puesto en la práctica) el militar francés Jacques Antoine, Conde de Guibert. En
efecto, Napoleón articuló de manera eficiente las diferentes maniobras gracias
a los ataques frontales y en los flancos lanzados contra la armada adversa,
conservando así su libertad de acción frente al enemigo. Es en base a esas
maniobras ofensivas, que generaban un punto débil en la armada adversa, que se
lograba dislocar al enemigo y aniquilarlo. Ello se realizó gracias a la
creación de divisiones autónomas, favoreciendo la emergencia de “líderes
naturales” y aplicando en su táctica de guerra los preceptos de Sun Tsu, que
son la sorpresa, la velocidad, y la concentración. Es decir que se promovían
jefes jóvenes desde el interior de las tropas, un proceso de democratización
que provenía de la Revolución francesa.
Según Bousquet, se puede hablar del
reforzamiento de la capacidad de combatividad de los soldados gracias a la
dosis de patriotismo y de orgullo nacional que Napoleón inyectó a sus tropas,
dosis dinamizante que Bousquet equipara a la energía, vista ésta como un pilar
de la termodinámica. Es decir, según el raciocinio de Bousquet, que la
exaltación nacionalista que animaba las tropas napoleónicas se asemejaba a una
especie de energía casi metafísica, que se metamorfoseaba en fuerza guerrera y
que contribuía en influir directamente en el movimiento de la Historia, en el
destino histórico del país. En otros términos, se asimila las fuerzas liberadas
que avivaron el ideal nacionalista y revolucionario de las tropas napoleónicas
a la transformación de la energía en movimiento mecánico, tal como ocurre en la
termodinámica. Aludiendo a esta energía que servía de propulsor a la capacidad
combativa de las tropas napoleónicas, Bousquet señala que, hasta el momento en
que fuera decepcionado por la actitud de Napoleón, Hegel veía en él el
“espíritu del mundo” y la encarnación del “motor de la historia”(34).
Analizando a Clausewitz, quien estudió de cerca
el estilo de guerra de Napoleón, Beyerchen(35) indica que, para
el estratega alemán, las guerras son sistemas en los que mucha energía se
desgasta. Merman al hombre, su moral y recursos. Como vemos, Beyerchen traza
explícitamente un paralelo entre los principios de la termodinámica y el
pensamiento analítico de Clausewitz. El capítulo VII del libro I de De
la Guerra de Clausewitz, parece darle la razón a Beyerchen, dado que
de ello se desglosa que el estratega alemán estaba al tanto de los avances en
materia de termodinámica. Toma de la terminología de la termodinámica la noción
de “fricción” y plantea que “la fricción es la única concepción que de un
modo bastante general corresponde a lo que distingue la guerra real de la
guerra sobre el papel”. Añade: “Esta terrible fricción, que no se halla
concentrada, como en la mecánica, en unos pocos puntos, aparece por lo tanto en
todas partes en contacto con el azar, y produce así incidentes casi imposibles
de prever, justamente porque corresponden en gran medida al azar”. Para
Clausewitz, Napoleón era uno de los únicos en lograr interpretar las fricciones
y aprovecharse de ellas(36). Esas contingencias, que pueden arruinar
cualquier estrategia planificada en cada detalle, fueron entonces tomadas en
consideración por el Emperador a fin de poder superarlas y tener así la ventaja
sobre el adversario al estar en posición de controlar la situación. En otras
palabras, pronosticar la injerencia de agentes no previstos para dominarlos
permite a un Comandante conservar su libertad de acción, un imperativo
fundamental en la guerra, y orientar de esa manera el curso de la batalla en
beneficio suyo.
NAPOLEÓN ENTRE DOS FUEGOS PARADIGMÁTICOS
Si las acciones de los jefes históricos de la
guerra se analizarían exclusivamente en función de principios científicos, uno
podría aventurarse a objetar que Napoleón no pertenece ni a la era newtoniania,
ni a la termodinámica, sino a la de la teoría del caos. En su libro The
33 strategies of war, Robert Greene(37) narra que Friedrich
Ludwig, Príncipe de Hohenlohe-Ingelfingen(38), que había servido
bajo Federico el Grande(39), había estudiado a Napoleón durante años
y estaba desesperado por combatirlo y asestarle el máximo golpe de su vida. Su
estrategia: recurrir a la famosa formación en orden oblicuo que Federico el
Grande había ideado décadas antes y que se repitió en varias campañas. En
Octubre 1806, cerca de la ciudad alemana de Jena, Hohenlohe finalmente encontró
a Napoleón. Todo estaba listo del lado prusiano: tambores para marcar la
cadencia y soldados alineados como robots bien adiestrados. Pero se enfrentaron
a una armada napoleónica totalmente indisciplinada, dispersa, con
franco-tiradores en los techos, cada soldado actuando de forma totalmente
autónoma con una velocidad asombrosa, contribuyendo a romper las formaciones
prusianas. En un momento totalmente inesperado, amplios conjuntos de soldados
napoleónicos surgían de la nada para envolver a la armada de Hohenlohe. Este
último no había entendido la práctica descentralizada de Napoleón. Peor aún:
incapaz de adaptarse a las circunstancias, persistía en ordenar a sus tropas
efectuar las series de movimientos retrógradas y obsoletas que en nada ayudaban
frente al orden en el caos de Napoleón. Los prusianos perdieron la batalla de
Jena(40). Esta descripción corrobora lo planteado por el Mayor Mark
T. Calhoun(41) de la US Army. Calhoun afirma por ejemplo que
los cambios introducidos por Napoleón en sus tropas provienen de su capacidad
de pensar la guerra en términos que hoy pertenecen a la teoría del caos. Por
ejemplo, el Emperador era consciente que los campos de batalla ofrecían un
nivel de complejidad elevado, pero que ésta y la incertidumbre que deriva de
ella podían ser aprovechadas e incorporadas en la guerra a través de maniobras
lideradas por agentes de cambio que desestructuralizarían el plan del enemigo.
Esos agentes de cambio se encontraban, según Calhoun, en la persona de los
Mariscales, una función creada por Napoleón, quienes orientaban “de manera
consciente el proceso de auto-organización hacia modelos nuevos o más
adaptables de relaciones y comportamientos”(42). La capacidad de
adaptación, la astucia, la sorpresa, son los elementos claves que dominaban sus
Mariscales. Gracias a esas cualidades, estaban en posición de precipitar la
situación “al borde del caos” a fin de poder llevar a cabo la maniobra del
“desbordamiento”(43) y ganar la batalla decisiva. Si retomamos
la terminología propia a la teoría del caos, podríamos decir que la progresión
evolutiva de este tipo de procesos complejos hace que emerjan otras estructuras
promovidas por agentes de cambio. A partir de los sistemas complejos se desata
un proceso interno dinámico que lleva a que elementos/interacciones no
previstos puedan modificar una estructura en su integridad. En el caso de
Napoleón, el pensar la complejidad, la emergencia y las probabilidades que
dominan el teatro de guerra e incorporarlas en la conducta de la guerra fue
posibilitado por el proceso de descentralización y de división de la Armada en
batallones(44), semi-brigadas, sub-divisiones puesto en marcha por
el Emperador, ya que permitió dar lugar al surgimiento de líderes capaces de
suscitar una reorganización del campo de batalla gracias a su capacidad de
adaptación.
Esta aseveración formulada por el Mayor Mark T.
Calhoun(45) debe sin embargo ser relativizada, puesto que este
modelo de descentralización respondió al modo de liderazgo propugnado por
Napoleón al inicio de su mando. En su obra Histoire militaire de la
France, André Corvisier subraya que, a partir de 1813, el espíritu de
iniciativa y la capacidad de adaptación de los Mariscales tendieron a
disminuir. A parte del Mariscal Louis-Nicolas Davout, nadie podía asumir tales
funciones, por lo que Napoleón tuvo que sustituir a la maniobra la acción
frontal, como ocurrió en Wagram y Waterloo. De esa manera, compensaba la
debilidad de sus comandantes(46), en los cuales
Napoleón perdía la confianza. El Emperador tampoco pudo vencer la guerrilla en
España por su incapacidad de adaptación a las modalidades de combate de la
guerrilla(47). Pero durante el periodo en que delegaba las misiones
a sus jefes de guerra permitiéndoles liderar el proceso de decisión en las
operaciones que dirigían, el estilo de combate dinámico que Napoleón adoptó fue
aquel llamado luego por los alemanes la “Auftragstaktik”(48). Este
concepto se refiere a una organización operacional descentralizada(49),
que se realiza en función de misiones tácticas lideradas por comandantes
flexibles e independientes. Como lo nota Bousquet, el Auftragstaktik representó
una modalidad de combate que dotaba a los comandantes de la facultad de tener
un nivel de iniciativa mayor a fin de poder adaptarse a la fluidez de la
batalla y de las circunstancias(50). O sea, las modalidades de
combate de la Auftragstaktik, tal como las prevé la teoría del caos, son
similares a las que aplicó Napoleón cuando se encontraba en su fase de
creatividad estratégico-militar.
Conclusión
Pese a que podría resultar para muchos tentador
asimilar el arte de la guerra a los diferentes paradigmas científicos, ya que
con ello el análisis de las guerras se hace más mecánico y, por ende, más
fácil, se tiene que tomar en cuenta que, si bien la guerra tiende a integrar
siempre más principios provenientes del ámbito de la ciencia, las batallas son
libradas por hombres motivados por consideraciones doctrinales, culturales,
subjetivas, entre otras. Tanto Maquiavelo como Clausewitz
pensaban que un buen jefe de guerra sabía manejar el azar, llamado por el primero
«fortuna» y por el segundo «fricciones». Hasta ahora resulta difícil para la
tecnología suplantar al hombre en su capacidad de captar, entender e
incorporar, en medio de la realización de una maniobra programada con
antelación, las alternativas que se presentan con el surgimiento del azar.
Incluso los
soviéticos, quienes fueron los grandes promotores de un sistema
político-económico sustentado en la predominancia de las fuerzas productivas, y
en consecuencia, de una visión cientista y determinista, reconocieron las
limitaciones de los principios científicos en la guerra. Para ellos, “existen
invariantes en la historia de la guerra que se expresan en la articulación
entre los diferentes niveles de la operación y a través de las formas de
estructuración y de organización de las fuerzas como en los principios que
guían los planes formulados por los comandantes. Pero más allá que las simples
capacidades de producción en cuantidad y cualidad o que los recursos
presupuestarios, se tiene que tomar en cuenta la moral de las tropas y de la
población, las formas sociales de organización que intervienen directamente en
la manera de combatir(51) así como la correlación de fuerzas a nivel interno e
internacional”, que, en una
guerra, juega un papel de suma importancia. “Es decir, por abarcar un infinito de
ámbitos, la guerra se vuelve en una actividad total(52), y por ello
no puede ser explicada en función de principios científicos”. Este párrafo
tiene aun más vigencia si se considera, como lo señaló Jean-Paul Sartre(53) en
su conferencia dada en 1955 sobre Stalingrado, que es gracias al combate
encarnizado del pueblo soviético contra el invasor que las fuerzas armadas
soviéticas vencieron a los alemanes en 1943, abriendo el camino para la
victoria de los europeos sobre los nazis dos años después(54).
___________________
Notas de pie:
(1) Antoine Bousquet.The scientific Way
of Warfare. Order and Chaos on the battlefields of Modernity. Hurst & Company. London. 2009. Bousquet, a su vez, se inspira de la misma teoría
sintetizada por Manuel de Landa en su libro War in the Age of
Intelligent Machines. Swerve Editions. New York. 1991.
(2) Ibid.
(3) 639 - 547/6 a. C.
(4) Lucien Jerphagnon. Histoire de la pensée. Philosophies et
philosophes. 1. Antiquité et Moyen Age. Editions Thalandier. 1989.
(5) Entre los mecanismos a los que recurrió en la guerra contra los
romanos, figuran la palanca y la polea. Es estudiando el movimiento de los
planetas que Arquímedes fue llevado a formular el principio científico según el
cual: “Dimensiones inconmensurables se equilibran a distancias inversamente
proporcionales a sus respectivas gravedades” que le permitió idear el
mecanismo de la palanca como punto de apoyo. Para más detalle, ver Arquímedes.
Matemático y físico griego.(287- 212 a . de C.). Por Eduardo
Congrains Martín. (Colección “Grandes Hombres de la Historia”. Tomo II.
Científicos).
(6) Sus maestros habían sido impregnados de la enseñanza de Euclides.
(7) André Pichot. La Naissance de la science. Mésopotamie,
Egypte. Editions Gallimard. 1991.
(8) Ver p.293. Sécurité, territoire, population. Cours au
Collège de France. (1977-1978). Gallimard. Seuil. Oct. 2004.
(9) Ver p. 340. Sécurité, territoire, population. Op.cit.
(10) Ver Michel Foucault. Il faut défendre la société. Cours au
Collège de France (1975-1976). Editions du Seuil. Paris. 1997. P.42.
(11) Ver P. 304. Michel Foucault. Sécurité, territoire,
population. Op.cit.
(12) Ver P. 149-150, Jacques le Goff. Les Intellectuels au
Moyen Age. Editions du Seuil. Paris. 1985.
(13) El
conocimiento abstracto se enmarca dentro de una metodología que procede de
Aristóteles y el conocimiento intuitivo se inscribe en la línea de
inspiración agustiniana. Ver Olga L. Larre de González. El conocimiento
intuitivo de lo no existente en Guillermo de Ockham: contexto y limitaciones de
la ejemplificación ockhamista. En
http://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/3814/03-larre-scripta-v3-n1.pdf
(14) Es menester mencionar que las matemáticas, en la edad medieval,
tenían un alcance mucho más amplio que hoy, dado que involucraban la geodesia,
las medidas en la arquitectura, las de la profundidad del agua, de la tierra,
las medidas en la balística.Ver Des mathématiciens au service des Princes. La Recherche. La
science et la Guerre.400 ans d’histoire partagée. Hors série nº7. Avril/Juin 2002.
(15) El mundo físico de Aristóteles derivaba de sus concepciones
cosmológicas. Para él, el mundo era en movimiento perpetuo y a cada movimiento
correspondía un factor motor. Al ascender en la jerarquía de los movimientos,
de la dinámica propia a cada ser y objeto, se llegaba al origen de este
movimiento, que era una fuerza suprema, un motor inmóvil, que le daba a las
cosas una dinámica. Ver p. 49 Atlas de la Philosophie.Peter Kunzmann, Franz-Peter Burkard et Fraz
Wiedmann. Collection
Encyclopédies d’Aujourd’hui. La Pochothèque. 1993.
(16) Ver Alexandre Koyré. Etudes d’histoire de la pensée
scientifique. Gallimard. 1973.
(17) Ver La mécanique au XVIIème siècle. René Dugas.
Editions du Griffon.Neuchatel-Suisse.
1954.
(18)También es menester mencionar que son las campanillas de los Monasterios
las que daban el ritmo a la vida social antes de que lo hiciera el reloj. Ver Jacques le Goff, La civilisation de
l’Occident mediéval. Editions Arthaud. 1965.
(19)Hijo natural del rey de Polonia, Mauricio de Sajonia fue incorporado en
la Armada francesa, a la cual sirvió en tanto que Mariscal.
(20) Ver Michel Foucault. Surveiller et punir. Naissance de la
prison. Editions Gallimard. 1975. P. 161.
(21) Ver Michel Foucault. Surveiller et punir. Op. cit. P.179.
(22) Ver William Mc Neill. La recherche de la puissance. Technique, force
armée et société depuis l’an mil. Chapitre VI. Influence des révolutions politique
et industrielle sur l’art de la guerre. P. 207-240.
Editions Economica. Paris. 1992.
(23) Ver la serie de artículos que escribí sobre la Guerra
ruso-japonesa en la que describí la evolución de la máquina a vapor, situando
su primer ejemplar en la “máquina a vapor” fabricada por Herón de Alejandría y
llamada “Aeolípila”.
(24) Ilya Prigogine. 25 January 1917 – 28 May 2003. Sobre Ilya Prigogine, ver mi artículo La
ciencia del caos y la táctica de guerra en el caos.
(25) Ver La thermodynamique chimique. Les Éditions
Études Vivantes. 2001. P.5.
(26) Ibid.
(27)La ley de la resistencia de Newton era proporcional a la velocidad,
luego al cuadrado de la velocidad y finalmente a una combinación linera de
ambos. Ver Michel Blay. Les
“Principia” de Newton. Editions Presses Universitaires de France. 1995.
(28) Ver Antoine Bousquet. The
scientific way of warfare. P.47.
(29) Ver Chapitre 4. Le second principe. La fonction entropie. Institut
de Physique de Rennes. UMR Université de Rennes 1 - CNRS n° 6251.
(30) Ver Michael D. Bryant. Accenture
Endowed Professor. Entropy and Dissipative Processes of Friction and
Wear. University of Texas at Austin. Mechanical Engineering Department.
(31) Ver Alain Hersovici. Historicité, entropie et instabilité
structurelle: une étude préliminaire.
(32) Ver Antoine J. Bousquet. The
Scientific Way of Warfare: Order and Chaos on the Battlefields of Modernity. Op.cit. P.76.
(33) Ver p. 11. Bruno Colson. La culture stratégique
américaine. L’influence de Jomini.Editions Economica. 1993.
(34) Ver Antoine J. Bousquet. The
Scientific Way of Warfare. Op.cit. P.77.
(35) Alan Beyerchen. Clausewitz: Non
linearity and the impredictibility of war.International Security, 17:3 (Winter,
1992/1993), pp. 59-90.
(36) Citado p.43 en Décider dans l’incertitude. Général
Vincent Desportes. Edition Economica. 2007.
(37) Ver Robert Greene. The 33
strategies of war. Penguin Books Ltd. 2007. Pp.16-17.
(38) 1746-1818.
(39) 1712-1796.
(40) Ibid.
(41) Mark Calhoun. Complexity an
Innovation: Army transformation and the Reality of War. Op. cit.
(42) Ibid.
(43) Para ver el funcionamiento del desbordamiento, ver mi artículo Tácticas
futuras en la guerra: hacia una robotización del campo de batalla.
(44) Es menester mencionar que la idea de subdividir a la Armada no
emane de Napoleón, puesto que el General Jacques Antoine Hyppolyte Guibert
preconizaba antes de Napoleón el fraccionamiento de las Armadas y privilegiaba
la movilidad y la maniobra en la guerra. Ver Dictionnaire de la Pensée
Stratégique. François Géré. Editions Larousse. 2000. P.128-129.
(45) Ver Mayor Mark T. Calhoun en su
artículo Complexity an Innovation: Army transformation and the Reality
of War. School
of Advanced Military Studies. United States Army Command and General Staff
College. Fort
Leavenworth. Kansas,
(46) Ver Histoire militaire de la France. Des origines à 1715. Sous
la direction de Philippe Contamine. Presses Universitaires de France. Paris.
1997. P.335.
(47) Ibid. P.334.
(48) Alan Beyerchen. Clausewitz: Non linearity and the impredictibility of war.International Security, 17:3 (Winter, 1992/1993), pp. 59-90.
(49) Ver Joseph Henrotin. Les ré(é)volutions du caméléon. Combat
futur et formation des structures de force entre Transformation, guerres
hybrides et nouvelles formes d’application des conceptions de techno-guérilla. Centre
d’Analyse et de Prévision des Risques Internationaux (CAPRI).
(50) Alain Bousquet. The scientific
way of warfare. P.32 y P.87.
(51) Jacques Sapir. Le discours stratégique soviétique.
Elaboration et pertinence d’un langage stratégique. Revue Mots. 51. Juin
97. Pp.22 à 40.
(52) Ibid.
(53) Jean-Paul Sartre. La Leçon de Stalingrad in:
France – U.R.S.S., no. 115, April 1955, S. 4-5.
(54) Ibid.
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