El Ciudadano
27-09-2013
Las elecciones presidenciales de este
2013 están marcadas por la necesidad de que los pueblos de Chile se doten de
una nueva constitución. Aunque las otras candidatas lo rechacen agresivamente o
se den mil vueltas de carnero para evadirlo con las fintas de siempre, el
problema constituyente está instalado y llegó para quedarse. No es posible
salir a la calle a pedir el voto sin dar la cara respecto a la posibilidad de
un cambio constitucional.
De esta instalación ha resultado la propuesta de la
“asamblea constituyente” que tanto asusta a la Nueva Pillería y la Alianza
unidas, jamás serán vencidas. Como buenos perros guardianes del capitalismo
neoliberal que son, sus principales rostros empiezan con ataques de estornudos
y comezones cada vez que se ven frente a la posibilidad de que el pueblo
organizado tome la historia en sus manos y empiece a gobernar(se). Por eso las
arcadas y caras de asco de los Escalona, los Viera-Gallo, los Walker, los
Larraín, en fin, de toda esa servidumbre de lobbistas y de grandes empresas
(“el duopolio”) cuando escuchan la palabra “Asamblea”. Lo suyo no es nada más
que miedo a la democracia, al pueblo protagonista, a los y las de abajo
conquistando el poder en favor de las grandes mayorías y no del capital.
Esta reacción del duopolio sería penosa si los
motivos de su miedo no fueran a su vez bastante cómicos. Y cómicos por lo
equivocados, no por otra cosa. La “asamblea constituyente”, así a secas, tal y
como ha sido planteada por algunas entusiastas, no constituye amenaza alguna
para quienes hoy detentan el poder político y económico en Chile. Al contrario.
Lo más probable es que, al final del camino, sea funcional a sus intereses. La
razón es simple: la “asamblea constituyente”, así a secas, no es otra cosa que
un parlamento minoritario, como el que opera en condiciones normales como la
actual, pero con atribuciones extraordinarias temporales. En esta “asamblea
constituyente” sería una minoría reducida (probablemente electa, pero minoría
reducida al fin y al cabo) la responsable de redactar una constitución. Es
decir, haría lo mismo que hace ahora el parlamento binominal: concentrar en
manos de una pequeñísima elite la responsabilidad de definir nuestras vidas y
nuestro futuro.
Cuando he planteado esto en entrevistas y otros
espacios me han respondido: “Pero Roxana, en una constituyente los asambleístas
al menos serían elegidos y no designados a dedo, así que estaría garantizado
que fuera una asamblea democrática”. Si eso fuera cierto, entonces nuestro
parlamento actual sería igual de democrático, pues los zánganos que hoy se han
apropiado de él también han ganado elecciones. Y sabemos que eso, más allá del
binominal, no es cierto. Como se vio en el caso de Giorgio Jackson y Camila
Vallejo, los parlamentarios y las parlamentarias en Chile no son elegidos y
elegidas en votaciones. Al contrario. Son designados y designadas antes por los
partidos, que a su vez están apropiados por pequeñas burocracias que toman
decisiones entre cuatro paredes y generalmente a favor de sus parentelas y
amiguis íntimos. ¿Les suenan los clanes Walker, Latorre-Rincón,
Martínez-Alvear, Frei, Lagos-Escobar-Weber, Sabat, Larraín, Coloma? Bueno, ahí
tienen; así funciona la política en Chile: un par de familias controlan las
burocracias partidarias, y éstas controlan a todo un partido; a través de ese
control designan (“negocian” dicen ellos) a sus candidatos y candidatas y
listo, asunto terminado. Cuando llegan al proceso de votación, ya está todo
cocinado. Con nuestro voto no dirimimos nada.
Nuestra intención al crear el Partido Igualdad,
Herramienta de los Pueblos, fue romper con esa forma de entender lo que es un
partido. Por ello todos nuestros candidatos y nuestras candidatas se eligen en
y a través de las bases. Eso es lo que nos permite convocar a los pueblos de
Chile a votar por ellos y ellas; son todos candidatos y candidatas de las bases
y definidos y definidas por las bases. Pero en una elección de integrantes de
una asamblea constituyente no sólo participaría el Partido Igualdad y sus
candidatos y candidatas definidas por las bases, sino todas las fuerzas del
duopolio neoliberal, que entienden la política como disputa de espacios de
poder que usan como feudos personales en favor suyo y de los grupos económicos.
Y en una asamblea constituyente, estas fuerzas harán lo único que saben hacer:
usar un instrumento de la soberanía popular para servir a los intereses del
gran capital.
¿Se imaginan a Camilo Escalona o Carlos Larraín
presidiendo el proceso constituyente? Bueno, eso, más que una pesadilla, es la
realidad más probable con la convocatoria a una mera asamblea constituyente,
así, a secas. Y el resultado lo conocemos ya: sin ser o representar una mayoría
social, las fuerzas del capitalismo neoliberal, la Nueva Pillería y la Alianza,
hacen uso de su política de exclusión del pueblo, de las grandes mayorías, en
contra de los intereses de las grandes mayorías. Así lo han hecho hasta ahora
con el parlamento y así lo quieren seguir haciendo con cualquier dinámica
constituyente.
Resumiendo: convocar a una asamblea constituyente,
así, a secas, es una gran irresponsabilidad histórica. Dejaría en manos de una
minoría oligarca, la misma que lleva 40 años gobernando en favor del gran
capital, la responsabilidad de crear una constitución entre cuatro paredes, sin
el concurso de las mayorías, del pueblo. Y eso significaría crear una Comisión
Ortúzar 2.0; de un centenar de integrantes, pero una comisión minoritaria y
oligarca de todas formas.
Contra esta Comisión Ortuzar 2.0 que sería una
asamblea constituyente a secas, el Partido Igualdad y las fuerzas que me han
elegido como su candidata proponen la celebración de una Asamblea Constituyente
Social. La “Asamblea Constituyente Social” o simplemente “Asamblea Constituyente
Democrática” es aquella en que la constitución es redactada a través de la
deliberación de toda la sociedad. El proceso de deliberación tiene lugar en
cada uno de los niveles de organización social y político-territorial, desde la
junta de vecinos y otras organizaciones de base hasta el nivel nacional,
pasando por la comuna, la región y el distrito.
La deliberación en cada nivel es una fase de
desarrollo del proceso completo. Al concluir una fase, las unidades
organizacionales definen a sus delegados y delegadas para que actúen de voceros
y voceras en la deliberación que se producirá en el nivel político-territorial
inmediatamente superior. Y así sucesivamente hasta la conformación de una gran
Asamblea Constituyente Social de nivel nacional que se compone por voceros y
voceras que han pasado por todo el proceso constituyente en cada nivel
político-territorial.
De la deliberación en este último y más general
nivel político-territorial nace la versión final del texto constitucional que
será sometido a aprobación por los pueblos de Chile a través de un referéndum
vinculante.
El proceso completo, desde la deliberación en las
organizaciones territoriales de base hasta la gran Asamblea Constituyente
Social nacional, da como resultado una Constitución generada a través de la
participación y deliberación activa de las mayorías.
Entendemos este mecanismo como el más democrático,
inclusivo e igualitario posible. Es, además, una garantía de que el texto
constitucional no será objeto del secuestro de la soberanía popular por parte
de minorías. Y, lo que es fundamental, convertirá en sujeto constituyente a
cada estudiante, a cada ciudadano y ciudadana, a cada poblador y pobladora, a
cada trabajador y trabajadora.
Con la Asamblea Constituyente Social, sin pedir
permiso a nadie, crearemos nuestra constitución a mano y hasta con faltas de
ortografía. Pero será una constitución hecha por el pueblo y para el pueblo,
por las grandes mayorías y para las grandes mayorías.
¡Será nuestro primer paso hacia una sociedad en la
que el pueblo mande!
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