PUBLICADO POR ACUARELA ON LUNES, 13 DE
MAYO DE 2013
ENGARCES
Los engarces son historias aparentemente
imposibles de alianzas que transforman el dolor por el mayor de los daños (la
muerte violenta de los seres queridos) en fuerza creadora de nuevos vínculos y
posibilidades de vida. Que rompen la cadena fatal de victimización,
resentimiento y violencia, más victimización, más resentimiento y más
violencia. Que desmontan las imágenes de enemigo que ocultan la dimensión
humana del otro. Y dan así un sentido fuerte y positivo a la palabra “paz” en
tanto que vida compartida, convivencia.
Versión completa de la
entrevista con Jo Berry y Pat Magee aparecida en Público el 19 de junio de
2010. Realizada durante el encuentro en Bilbao “Paz en positivo: un reto
posible”, organizado por la Fundación Sabino Arana. Juan Gutiérrez y Juan
Cordero me echaron una mano con todo, ¡gracias!
Jo Berry es hija de Sir
Anthony Berry, miembro del Parlamento británico y del partido conservador
inglés asesinado por el IRA en el atentado del Grand Hotel de Brighton de 1984.
Pat Magee fue el militante del IRA que puso la bomba. Tras pasar 13 años en la
cárcel, salió amnistiado gracias al Acuerdo de de Paz de Viernes Santo en 1999.
Ambos se encontraron en el año 2000 y exponen juntos desde entonces su apuesta
por la paz, el diálogo y la reconciliación.
Han realizado un documental
para la BBC sobre su experiencia (Facing
the enemy) y ahora preparan un libro. Jo es presidenta de la
organización Building Bridges for
Peace (Construyendo puentes para la paz) y de la Red Internacional por
la Paz. Pat es un defensor activo del proceso de paz en Irlanda
del Norte. En el veinticinco aniversario del atentado de Brighton, ambos fueron invitados a hablar juntos en el Parlamento
inglés.
No llevan nada apenas
preparado cuando hablan en público. Parece como si en realidad prosiguieran una
larga conversación íntima. Cada encuentro es en carne viva. No sólo se percibe
el dolor, sino también una extraña alegría. Y sobre todo la grandísima fuerza
de una vulnerabilidad compartida.
¿Qué les ocurrió?
Jo. Cuando hace veinticinco años murió mi padre, a quien yo adoraba,
decidí emprender un viaje: renunciar a condenar a los demás, transformar mi
dolor, poner fin al ciclo de violencia y venganza. Una parte de mi anhelaba la
paz. Quería transformar mi trauma, pero ¿cómo? No lo sabía, me encontraba muy
sola. Pero tenía confianza para emprender el viaje, una semilla a la vez frágil
y fuerte.
Una noche, cuando volvía a
casa en Londres, esperando el autobús me encontré con un joven que venía de
Belfast. Charlamos y cogimos finalmente un taxi juntos. Me contó que su hermano
había muerto a manos de soldados británicos. Entonces vi claro qué tenía que
hacer para transformar mi trauma en algo positivo: convertirme en un puente.
Construir un mundo en el que no estemos de pronto divididos como ese chico y
yo, sino donde podamos ser amigos.
Pat. Nunca es fácil hablar al lado de Jo, yo he dejado un legado
terrible y quiero reconocerlo. Crecí en una comunidad sin poder. Irlanda estaba
dividida, una minoría no era escuchada, todas las herramientas políticas
estaban proscritas. La violencia fue el resultado inevitable. No teníamos
opciones y por eso decidí participar en la lucha armada. En realidad, nuestra
violencia surgió de nuestra propia debilidad: no teníamos recursos políticos
para cambiar la realidad, sólo los encontramos mucho más tarde. Por eso no
podíamos cerrar el grifo del conflicto armado. Brighton fue un atentado
importante dentro de una campaña por llevar la guerra fuera de Irlanda,
directamente a nuestros enemigos, a las personas culpables del terrorismo de
Estado. Entonces nos pareció la mejor manera de actuar.
¿Cómo fue su encuentro?
J. En los años 80 y 90, visité muchas veces Irlanda del Norte. Era
una auténtica zona de guerra. Conocí a irlandeses que dormían totalmente
vestidos porque esa misma noche sus casas podrían ser asaltadas y ellos
detenidos. En esas condiciones era difícil dar con los espacios necesarios para
elaborar mi trauma emocional. Encontré mucha humanidad, pero era realmente
difícil escuchar y ser escuchada. Mi acento inglés sonaba como una amenaza para
la gente. Tras el acuerdo de paz, las condiciones cambiaron: entonces podía ser
escuchada y escuchar sin miedo.
Yo quería encontrarme con Pat
para escuchar qué le llevó a asesinar a mi padre. Pat salió de la cárcel
gracias a los acuerdos de paz de Viernes Santo. Cuando escuché la noticia por
televisión, sentí dolor e ira. Pero yo quería escucharle. Algunos amigos
intentaron organizarme una reunión con él. Un día, estando yo en Irlanda del
Norte en el año 2000, me llamaron y me dijeron: “¿quieres conocer a Pat esta
noche?” Yo me dije: “no estoy preparada, no tengo ganas en este momento”, pero
al final acudí. La reunión fue de una intensidad extraordinaria, duró tres
horas. Durante la primera hora y media, Pat se puso un sombrero político: me
daba razones y argumentos que justificaban el atentado que acabó con mi padre.
Yo no quería culparle, sino escuchar su historia, comprenderla. Pero entonces
algo sucedió y Pat me dijo: “me gustaría escuchar su dolor y su ira, ¿qué puedo
hacer para ayudarla?” Ahí empezó nuestro viaje.
P. Cuando salí de la cárcel, la situación era nueva. Y yo me
preguntaba qué nuevo papel podía jugar. Un tiempo después, supe que Jo quería
encontrarse conmigo. Cuando me reuní con ella, yo llevaba puesto un sombrero
político. Le explique porqué había hecho lo que había hecho. Pero estar junto a
alguien que escuchaba me cambió profundamente. Entonces reconocí lo asombroso
de aquel momento. Lo que me dejó sin habla fue que Jo no expresaba ira. Todo
hubiera sido más fácil para mí si Jo se hubiese encolerizado o enfrentado
conmigo. Pero su disponibilidad a escuchar y conocer mi historia me desarmó. Y
esa apertura ha motivado 10 años de exploración conjunta.
¿Podría haberse usted
acercado a Jo como ella lo hizo?
P. Habría sido un error que yo tomase la iniciativa de contactar
con ella. Se hubiese malinterpretado, habría sonado a autojustificación o a
instrumentalización. La iniciativa debe partir de la víctima, cuando ella
siente que el siguiente paso en su proceso es ir al encuentro del asesino.
¿Ha habido arrepentimiento
o perdón?
J. Todo el mundo opina: “está bien que perdones”, “¿por qué no
perdonas?” Perdón es una palabra difícil. Hay un contexto cristiano de la
palabra. ¿Y si perdono pero más tarde siento de nuevo ira hacia Pat? En todo
caso el perdón es un viaje. Pero yo no tengo nada que perdonar. Yo no entré en
este proceso para cambiar a Pat. Para mí
no se trata de perdón, sino de conocimiento. A veces, después de escuchar
la historia de Pat, creo que he comprendido con tanta claridad su vida que no
queda nada por perdonar y que de haberla vivido yo habría hecho las mismas
elecciones que él. Todos somos seres humanos involucrados. Yo también estoy
involucrada en el conflicto al formar parte de un país que no escuchaba y
diabolizaba al otro. Se trata de abrir otras opciones. Ahora veo a Pat como a
un ser humano, no como a un enemigo sin rostro.
P. Yo tomé mis decisiones conscientemente. No digo con ello que
todas fueran correctas. Pero mi exploración con Jo no tiene que ver con el
arrepentimiento o con la búsqueda del perdón. En todo caso trata de que haya
menos conflicto interior, menos dolor. Para mí esto no pasa por el perdón, sino
por comprender. Yo era responsable de tener una visión ciega del otro. No
reconoces la integridad de su posición, la legitimidad de sus argumentos. Hay
que hacerlo. Tener una imagen más completa, ese es mi aprendizaje. Conocer a Jo
y a otras víctimas ha ampliado mi visión.
¿Han sido criticados?
J. Sí, hay quien percibe este proceso de hacerse amigo del enemigo
como una amenaza. Los políticos lo temen. Pero recibo mucho apoyo, me siento
cada vez más fuerte en este camino y eso supera todas las críticas. Lo
importante es convertir el dolor en algo positivo, pero para las víctimas no
hay dos caminos idénticos, todos son distintos e íntimos. Mi transformación
habría seguido sin el encuentro con Pat, otros puentes pueden construirse. Cada
cual debe hacer su proceso y muchos no pasan por conocer directamente al
asesino. Conozco a madres que perdieron a sus hijos el atentado del 7 de julio
en el metro de Londres y emprenden otros caminos.
P. Yo siempre traté de proteger a mis familiares de las
consecuencias de mis decisiones. Me alejé deliberadamente de ellos. Sólo en los
años recientes he podido comprender cómo les afectaron mis decisiones. Mi
familia no apoya las decisiones que tomé, tengo un hijo comprometido con la no
violencia. Pero apoyan lo que hago ahora y eso ayuda. Creo que el documental
que he hecho con Jo ha ayudado a mi familia a entenderme. Cuando lo estábamos
rodando, algunas personas de mi entorno se sintieron amenazadas. Me decían: “te
han engañado”, “¿de veras que creías que podría salir en la BBC y justificar la
lucha armada?” Pero en la calle recibí muchas palabras de enhorabuena. Creo que
ese documental sido muy útil y ha contribuido al cambio de otras personas.
¿Se puede generalizar un
caso tan excepcional?
P. Nuestra experiencia no es excepcional, odiaría pensar eso. De
hecho, siempre ha habido un proceso de diálogo por abajo en la sociedad que
contribuyó a que las comunidades estuvieran preparadas en su momento para la
paz. Es más fácil la reconciliación si hay proceso de paz, pero se puede dar
antes.
Creo que en nuestra
experiencia hay una lección aplicable a otros contextos y situaciones:
cualquier acuerdo debe ser incluyente, nadie debe quedar marginado, todo el
mundo debe ser escuchado. Cuando la gente se siente impotente recurre a la
violencia.
Yo no soy pacifista, pienso
que en la situación en la que estábamos no teníamos otra opción que la que
elegimos, pero hoy es distinto, ahora podemos construir. Dediqué casi treinta
años de mi vida a esa lucha, diecisiete de ellos en la cárcel que para nosotros
era otro frente de lucha. Estoy encantado de haber salido de este conflicto, de
tener otras opciones ahora. Y sí, creo que el conflicto armado abrió estas
posibilidades, lo defiendo. Es muy duro decir esto al lado de Jo. En el otro
extremo está el lado humano del conflicto. Ahora estoy en eso. Conocer a Jo ha
ampliado mi visión. Y me hace estar menos en conflicto conmigo mismo. Eso es lo
mejor que puedo ofrecer ahora.
¿Cómo valoran los diez años
de relación?
J. No se trata de valentía, sino de asumir un riesgo. Este proceso
es como un viaje en busca de respuestas. Es muy importante poder contar la
propia historia. Escuchar, ser escuchada, sin juicios. Que broten el odio y la
ira, pero también trabajar mucho internamente para canalizarlos de modo seguro.
Sin embargo, en este viaje hay que pagar un precio: no se puede olvidar. Cada
vez que aparecemos juntos, recuerdo muy vivamente la muerte de mi padre. Pero
creo que el coste personal es menor que la importancia de mi trabajo. Yo no
puedo volver a ser una persona normal. Para mí los encuentros merecen la pena,
ensanchan mi humanidad. Ahora hay más alegría en mi vida, más conexión profunda
con el mundo.
Nuestra reconcilliación no
es sólo emocional, tiene algo de político. Lo que hay es una profunda
transformación. Lo importante es que seguimos aprendiendo. Pat y yo nos retamos
cada vez que hablamos, tenemos opiniones muy diferentes, pero seguimos
comunicándonos. Es un desafío y a la vez un regalo. No es una comunicación como
la de los políticos: no se trata de juzgar qué posición es correcta y cuál no.
A mí me hace feliz por dentro hacer algo positivo con lo que ocurrió. He
transformado el dolor en pasión por la paz y así he ampliado mi humanidad. Le
agradezco a Pat haberme ayudado a hacer eso. No hay muchos hombres del IRA
capaces de escuchar a víctimas como Pat. Pat encontró la fuerza para hacerse
vulnerable. Y yo mantuve siempre la confianza en que él iba a hablar de las
emociones personales, también en público. Esa confianza nos hizo continuar en
esto. Ahora nos llamamos amigos.
P. Yo ya sabía en la cárcel que en el futuro tendría que sentarme
con mis enemigos de entonces: soldados británicos, lealistas, etc. Sabía que ellos formarían parte
conmigo del proceso de paz para Irlanda del Norte. Pero nunca imaginé que
pasaría diez años en este proceso con Jo. Desde la primera reunión, me impactó
su disponibilidad. Me emocionó. La sensibilidad, la capacidad de escucha, la
inteligencia… Veo todos esos dones en Jo y ahora pienso que provienen de su
padre, eso lo hace todo más duro. Encuentro muy difícil estar junto a Jo, pero
sé que he de hacerlo. Poco a poco las fronteras entre nosotros se desdibujan, nos
redescubrimos, pensamos juntos sobre el pasado y aprendemos de él, entendemos
mejor la medida de la pérdida, tenemos una mayor comprensión del otro. Me
siento muy honrado por la confianza de Jo durante todos estos años, teniendo en
cuenta que yo maté a su padre.
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