Indignación y política: ¿Una nueva época?
Texto Alejandro
Llano
El
15 de mayo surgió en España un nuevo colectivo: los indignados. Es cierto que
el idealismo y las propuestas de los orígenes se han contaminado después con
algunos desórdenes públicos, y que hoy también se pueden encontrar indignados
de los indignados; sin embargo, parece evidente que aquella acampada espontánea
en la Puerta del Sol fue el origen de un fenómeno llamado a animar la política
española, casi siempre cíclica y previsible. El 15M tiene sus partidarios y sus
detractores, pero ha llevado a interesarse por la gestión de su país a millones
de personas que nunca antes se habían pronunciado. Su actitud ha cundido además
en el extranjero.
Pocas
novedades depara, al cabo del año, el cansino decurso de la vida social y
política española. Lo que nos sobresalta últimamente con demasiada frecuencia
son los titulares –casi nunca positivos– acerca de la crisis económica. Por eso
fue acogida con cierta animación la noticia de que el 15 mayo se habían reunido
varios cientos de personas, jóvenes especialmente, en la madrileña Puerta del
Sol. El panorama adquirió mayor interés aun cuando se supo que los concentrados
en el corazón de la Villa y Corte habían decido pernoctar sobre el terreno,
refugiados en pequeñas tiendas de campaña o simplemente al raso, con sacos de
dormir y mantas. La fecha del comienzo de la aventura les dio nombre –15M– y
allí permanecieron durante varias semanas, en una historia que comenzó a saltar
a las portadas de periódicos de medio mundo, que se enturbió durante la Jornada
Mundial de la Juventud (JMJ), y que no hay que dar por concluida.
Aportaba
dramatismo a un fenómeno tan insólito el hecho de que una semana más tarde, el
22 de mayo, tendrían lugar en España las elecciones autonómicas y municipales,
a las que la coyuntura política confería gran valor simbólico. No tardaron en
surgir rumores sobre una posible interferencia del movimiento 15M en el proceso
electoral, como había sucedido tras el atentado terrorista del 11 de marzo de
2004, con la consecuencia aquella vez de un drástico cambio en los resultados
previstos. El Gobierno decidió no actuar enérgicamente contra los acampados, y
las elecciones arrojaron un resultado más claro que el anunciado por las
encuestas: los conservadores del PP triunfaron claramente sobre los socialistas
del PSOE.
Al fin y al
cabo, los acampados en la Puerta del Sol habían asegurado que ellos no tenían
ningún propósito de influir en la consulta, porque su finalidad era más amplia
y profunda: regenerar y dar vida a una democracia esclerotizada y secuestrada
por los propios partidos que la protagonizaban. Por eso, su lema preferido
sonaba así: “¡Democracia real ya!”.
A esta preocupación se unía la inquietud, padecida y sentida por todos los
españoles, acerca de las abultadas cifras de desempleo, que –con el 20% de la
población activa sin trabajo– arrojaba un número de cerca de cinco millones de
parados. Entre los jóvenes, mayoría en el movimiento del 15M, el porcentaje de
quienes se encontraban sin ocupación y sin perspectivas de obtenerla a corto y
medio plazo rondaba el 45%.
A todo esto,
la afluencia de los que –en línea con el llamamiento del anciano y activo escritor
francés Stéphane Hessel– se llamaban a sí mismos los indignados, había
desbordado la castiza plaza, inundaba ya los barrios de la ciudad y se había
contagiado a casi todas las capitales de provincias. Decenas de miles de muy
diversas edades y profesiones se habían puesto a discutir sobre las más
variadas cuestiones de la vida pública española: enseñanza, distribución de la
renta, organización municipal, sanidad y, por supuesto, política y economía.
Repensar la
política.
Cuando uno
habla con algún indignado y le pregunta cuál es la clave de su éxito, él no
duda en contestar: nuestro método.
Lo cual choca con la visión que tiene el espectador de televisión o el curioso
que se acerca a sus lugares de reunión. Porque lo que allí se ve es que uno
cualquiera de los acampados habla en medio de un círculo de personas, y quienes
le rodean prestan su aquiescencia con las manos en alto y un rápido movimiento
de dedos (o rechazan con otros signos sus propuestas). Pero luego el espectador
se entera de que hay comisiones que se reúnen periódicamente, y que todo lo
acordado queda recogido por escrito en actas que se van confrontando en niveles
superiores hasta dar lugar a algo parecido a un programa de actuaciones. Lo
que, sobre todo, asombra es que no haya enfrentamientos entre posturas opuestas
ni presencia –explícita, al menos– de ideologías políticas. Para que una moción
se apruebe requieren una mayoría clara y una audiencia numerosa. Si hay pocos
participantes, vuelven a tratar el tema en otro momento. Si el desacuerdo es
manifiesto, se deja a un lado la proposición y se va a otra cosa.
Los
participantes en el 15M se consideran a sí mismos como una generación que
quiere repensar los diferentes aspectos de la participación política en su
país, después de más de treinta años de democracia. Y desean que el
procedimiento de esta insólita revisión no sea ni el enfrentamiento ni la pura
y simple ocultación de los temas vidriosos. Aspiran entre ellos a una completa
libertad de expresión y persiguen el consenso como valor clave. Cualquiera que
conozca la historia contemporánea española y las vicisitudes políticas
recientes no podrá dejar de felicitarse por tales planteamientos. Otra cosa es
que tenga optimismo suficiente como para pensar que de semejante intento puedan
brotar resultados concretos y viables; o piense más bien que este empeño es
flor de un día y que no se sacará nada en limpio (o peor: que hay una
manipulación subterránea que acabe por emerger).
Lo que los
indignados han demostrado es que su movimiento tiene recorrido. Ya están
organizados en casi toda la piel de toro, y han celebrado dos demostraciones en
Madrid con muchos miles de manifestantes cada una, y completamente pacíficas,
sin un solo incidente. He presenciado personalmente las dos, y puedo confirmar
que el ambiente fue sereno y hasta divertido. Se ha hecho famosa la presencia
de un tipo de bohemios, casi mendigos, a los que se denomina “perroflautas”.
Copio el texto escrito en cartón que exhibía uno de ellos: “Los perroflautas no
tenemos nada que ver con lo que hagan los del 15M. Nosotros somos gente
tranquila, que vamos dakikipalliki sin meternos con nadie… Y
ahora por favor dejen sus donativos”. Y el inefable personaje avanzaba con la
mano derecha un cuenco de loza, mientras con la izquierda sostenía la
emblemática flauta. A su lado estaba sentado el perro. Y firmaban los
dos: El Chirlas y Tobi, este último con la huella
en tinta de su pata.
El despliegue
policial en el centro de Madrid era espectacular, pero en ningún momento
tuvieron que actuar las fuerzas de orden público. Los organizadores –que varían
y que no se sabe muy bien quiénes son– tuvieron una brillante idea y dieron a
los participantes este consejo: que quienes pudieran llevaran una cámara de
vídeo o un simple móvil. Si alguien incitaba a la violencia, había que tomar
inmediatamente una imagen del agitador, para que –en su caso– se pudiera
individuar a los interesados en armar jaleo.
El punto
negro en este orden de cosas se registró en Barcelona. Hubo un precedente: los
indignados pernoctaban sobre el duro suelo en la Plaza de Cataluña. Muy de
mañana, la policía los pilló dormidos o soñolientos, y les conminó a despejar
el lugar, porque “había que limpiar”. Cuando apenas les había dado tiempo de
asombrarse, los guardias cargaron contra los que tenían cerca, con una
contundencia de la que son reflejo las imágenes televisivas. La agresión se
saldó con varios heridos y una investigación para determinar las
responsabilidades del asalto policial. Poco después se celebraba una reunión
plenaria del Parlamento Catalán, y esta vez fueron algunos manifestantes los
que atacaron sin consideración a los representantes populares, de cierta edad
algunos de ellos. Si no fueran perversas, algunas escenas resultarían cómicas:
políticos próximos a la vejez demostraban una envidiable agilidad al saltar por
encima de coches y vallas para huir de los amotinados. La aclaración de lo
sucedido dio lugar a una distinción entre los componentes del movimiento en
Barcelona: a los habituales del 15M se había sumado un grupo de los
antisistema, cuyo propósito es la agitación misma.
Actualizar la
democracia.
A todo esto,
cabría preguntarse: ¿por qué ahora y aquí este revuelo que nadie esperaba? Lo
primero que muchos pensamos, nada más producirse las iniciales concentraciones
en la Puerta del Sol, fue que por fin los jóvenes españoles salían de su
estolidez y se interesaban por la vida pública. Ellos mismos ofrecen la
explicación. En la segunda mitad de los años setenta, la transición de la
dictadura a la democracia hubo de hacerse con alfileres, porque muchos
componentes del régimen franquista no estaban dispuestos a tolerar un cambio
drástico del autoritarismo a la libertad. El ejército y la policía seguían con
los mismos mandos. Y los partidos de extrema izquierda preferían la ruptura a
la evolución. Había que andarse con mucho tiento para no dar un paso en falso.
Y esa cautela se reflejó incluso en el texto de la Constitución, cuyas
disposiciones para una posible revisión son extraordinariamente severas y
exigentes. Pues bien, el movimiento 15M considera que se aproxima el momento de
abrir un proceso de revisión constitucional. E incluso apuntan ya a tres puntos
inaplazables, pertenecientes al núcleo duro de la ley fundamental: la necesidad
de actualizar las disposiciones sucesorias de la Monarquía; la reforma de la
ley electoral; y la adecuación de la configuración del Senado a la estructura
autonómica de España.
No son
cuestiones que se puedan aplazar indefinidamente. Alguna vez hay que
afrontarlas, y tal vez convenga que se aborden conjuntamente. Para que la
reflexión y discusión no sea traumática se requiere un ambiente en el que se
den conjuntamente el consenso y la capacidad de afrontar problemas delicados.
Y, al mismo tiempo, no puede ser algo en lo que solamente intervengan los
políticos, sino que conviene que se implique una buena parte de la población,
para que la reforma salga adelante y cuente con apoyo de la ciudadanía. A los
indignados no les molesta que los caractericen como un conjunto heterogéneo,
justo porque pretenden que se establezca un diálogo lo más abierto posible
entre sectores de la población que habitualmente no se comunican entre sí.
La índole
escasamente formalizada y muy flexible no es un rasgo que los integrados en el
15M consideren como negativo. En este punto, han recurrido a la inspiración de
la sociología actual, porque toman de Zygmunt Bauman la
descripción de la sociedad contemporánea como algo “líquido”. Si se pretende
que se produzca una amplia participación de los ciudadanos, no cabe organizar
de manera estricta los cauces a través de los cuales manifiesten sus ideas o
preferencias. Se trata más bien de preparar interlocutores mutuamente
permeables que se vayan avezando a un diálogo entre personas que piensan de
maneras diferentes e, incluso, que utilizan vocabularios de procedencias muy
diversas. En su empeño está presente, por tanto, un aspecto informalmente
pedagógico. Al parecer, se organizan grupos en los que un experto en alguna
materia facilita a otros que son legos en el tema una síntesis de la
información imprescindible para manejarse en algún terreno con cierta agilidad.
¿No
utilizarán esa ventaja quienes están más entrenados en discusiones políticas o
económicas, para ejercer una taimada influencia sobre otros? Por de pronto, los
temas van cambiando, con lo cual el liderazgo no corresponde siempre a los
mismos. Además, junto con una cierta proporción de parados, la mayoría trabaja
y tiene una familia, lo cual les impide una gran dedicación a las tareas del
movimiento. Se produce así una rotación natural en la composición de los grupos
de trabajo, de manera que los ambientes enrarecidos son menos frecuentes que en
los partidos políticos o en los sindicatos. Aunque nadie haya tenido ocasión de
tipificarlos y cuantificarlos, la impresión que tienen algunos indignados es
que las personas que tienen más influencia y peso en los debates proceden de
ongs, fundaciones o instituciones asistenciales. Si fuera así, el ambiente
sería más propio del mutualismo y de la benevolencia que de la pretensión de
poder y el ansia de dinero. Sería otra manifestación de lo que, en un libro de
mediados de los años ochenta, denominé Nueva sensibilidad (Espasa):
un conjunto de estilos de pensamiento y de actuación que se inscriben en una
acepción plausible de la “posmodernidad”.
La evolución
del movimiento.
En el 15M no
hay, que se sepa, líderes consolidados. La gente de la base no identifica –ni
se interesa por recordar– a quienes más frecuentemente dirigen las asambleas o
adoptan el papel de portavoces. Como resultaba previsible, el tipo de ideas que
circulan en los diversos niveles de trabajo y de reunión bascula más bien hacia
la izquierda. No es de extrañar, porque en España los conservadores se
preocupan escasamente por las causas comunes, lo cual sí que ha de considerarse
como un riesgo permanente –y no sólo en el contexto del 15M– para el equilibrio
del país.
Uno de los
enfoques más debatidos entre los indignados es la cuestión de si la política y
la economía forman un bloque que ha de considerarse conjuntamente, o se trata
de campos diferentes que no conviene mezclar. Constituye, posiblemente, la
cuestión ideológicamente más delicada. Porque es fácil pensar que la política
sin la economía queda privada de uno de sus más importantes contenidos. También
–se dirá– la economía ha de ser democrática y ha de tener, por tanto, un
componente de participación popular. Y parece indudable que las grandes líneas
de la política económica y su planteamiento básico no pueden quedar ignoradas
por la actividad estrictamente política. Pero la fusión entre estos dos ámbitos
de la sociedad conduce peligrosamente a un populismo cuya deriva hacia el
totalitarismo no resulta un fenómeno desconocido. Baste pensar en algunos
países latinoamericanos en los que el riesgo inmediato para la democracia es
precisamente el intervencionismo económico. Si la izquierda quiere ganar áreas
de influencia en tiempos de crisis, este será indudablemente su terreno de
acción preferido.
¿En qué
dirección está evolucionando el 15M? El escaso tiempo transcurrido –menos de
tres meses en el momento de escribir estas líneas– no proporciona elementos
para aventurar un diagnóstico serio. Parece claro que ha disminuido el número
de participantes en los eventos organizados por este movimiento. El hecho de
que la participación descendiera en época de exámenes indica que la presencia
de estudiantes no es accidental. Y también los indignados se fueron de veraneo.
En todo caso, la afluencia a las manifestaciones generales ha sido
impresionante. Y el eco que obtienen en los medios nacionales e internacionales
es indicativo de que se trata de un fenómeno con recorrido y peso, aunque nadie
pueda pronosticar qué sucederá dentro de unas semanas o de unos meses. Los que
han permanecido a pie de obra han comprobado algo interesante: cuando la
asistencia es escasa, los planteamientos se radicalizan; pero vuelven a
moderarse cuando acude el número habitual de las personas que frecuentan el
grupo en cuestión. Y esto último es, justamente, lo que no ha sucedido a lo
largo del verano. Confían los componentes más serios del 15-M que la rentrée del
curso político, con unas elecciones generales a la vista, restablecerá la
normalidad perdida.
Se ha
subrayado, con razón, la importancia de las redes sociales en las convocatorias
y trabajos de este movimiento. Estamos ante el comienzo de la incidencia de las
nuevas tecnologías en la vida política, aunque ya en las últimas elecciones
presidenciales estadounidenses comenzaron a jugar un significativo papel.
El nivel
intelectual y la altura política son muy desiguales. Está presente una minoría
muy bien preparada, procedente de universidades y profesiones liberales. Otros
muchos, en cambio, ignoran casi todo acerca de lo que se está tratando, aunque
procuran aprender al hilo de las propias discusiones. Resulta inevitable, con
todo, comprobar que la altura no es mucha y que se respira un cierto ambiente
de inmadurez y hasta de ingenuidad. No es casual.
Políticos
cuestionados.
El hecho de
que haya aflorado una cierta indignación ante la irresponsabilidad –e incluso
la corrupción– de ciertos políticos revela que la población española no es
insensible a lo que nos está sucediendo, entre otros motivos porque reviste
notable gravedad. Todas las encuestas reflejan que los españoles consideran que
la clase política es uno de los primeros problemas con los que nos enfrentamos,
muy por delante del riesgo que, por ejemplo, presenta el terrorismo. Contamos
con pocos hombres públicos bien preparados y con un ethos digno
de confianza. La relación entre los partidos resulta casi siempre lamentable,
porque los intereses de parte se ponen por encima del bien común. Y esta
situación no pasa inadvertida. No tenemos políticos completamente fiables. Pero
no se suele indagar la causa de esta situación, tan desazonadora en tiempos de
crisis económica y de fuertes tensiones internacionales. Algunos han querido
comparar el fenómeno del 15M español con lo acontecido en el norte de África.
El propósito de desprestigiar con ello a los indignados expande un cierto aroma
de racismo, y además marra el golpe, porque las respectivas situaciones no son
comparables.
La actual
tesitura revela en nuestro país una peculiar modalidad de lo que el
sociólogo Víctor Pérez Díaz denomina “malestar de la
democracia”, fenómeno que reviste diferentes modalidades. Llevo tiempo
señalando que el déficit de competencia política que se produce entre nosotros
revela un notable desinterés por la cultura y, en especial, por la dimensión
cívica y social del conocimiento. Este despego es un tipo de irresponsabilidad
especialmente notorio entre los profesionales de cierto nivel y las familias
con planteamientos más conservadores. Ciertos ambientes católicos tampoco se
verían libres de tal reproche. Y así, sin comerlo ni beberlo, algunos jóvenes
participantes de la JMJ han recibido los insultos y empujones debidos al
dogmatismo de los incrédulos y a la inhibición social de no pocos creyentes. La
idea de un servicio desinteresado a la sociedad suele acogerse por estos pagos
con frialdad e incluso con una sonrisa de conmiseración. Lo cual resulta cómodo
a corto plazo, pero denota una miopía que se pagará a la larga. Algunas
reacciones ante el movimiento del 15M manifiestan quizá un desprecio de algo
que se ignora y, tal vez, se teme. Pero ignorar o desaprobar no basta: es
preciso saber y actuar.
Tanto los
logros como las insuficiencias de la indignación que estamos presenciando están
clamando por una dedicación más seria a la cultura política que se ha de exigir
a todo ciudadano responsable. Si anhelos tan básicos han tenido que desplegarse
en la calle, es sin duda porque carecen de acogida institucional. Si han sido
personas no suficientemente preparadas las que están discutiendo acerca de
temas tan graves, hay motivos para pensar que quienes deberían ser competentes
en tales materias hacen de su capa un sayo. Algo muy fundamental está fallando
en la España de comienzos del siglo xxi. Se dirá que la cosa viene de atrás. Y
es cierto. Pero la historia no se puede reescribir y la responsabilidad apunta
siempre hacia el encaminamiento del futuro.
El problema
de la educación.
Terminaré
apuntando sólo una de las posibles conclusiones. Cuando los problemas tienen el
calado que ahora comenzamos a vislumbrar, el pragmatismo de cortos vuelos
revela su insuficiencia. Es algo que la crisis económica ha puesto claramente
de manifiesto. La insolidaridad es el medio más rápido para que algunos se
enriquezcan, pero resulta el camino más derecho para que todos nos veamos
abocados a callejones sin salidas. Desde una perspectiva más amplia, cabe hacer
este tipo de consideraciones referidas al campo del conocimiento y la cultura.
Limitarse a cultivar los saberes puramente utilitarios puede procurar algunas
ventajas para unos pocos a corto plazo, pero socialmente nos conduce a un tipo
de desorientación que resulta difícil corregir. El discurso de Benedicto
XVI en El Escorial a los profesores jóvenes puso el dedo en la llaga.
El problema
al que nos vemos enfrentados es, al cabo, el de la educación. Lo grave es que,
siendo lo más importante de todo, no acabamos de tomárnosla en serio. Y así van
accediendo al ámbito público generaciones que no alcanzan la madurez necesaria
para encaminar la vida en común de manera sensata y éticamente aceptable.
Se trata de
un problema real que tiene una solución viable, algunos de cuyos efectos
positivos podrían llegar a detectarse en un plazo no muy largo. Quiero pensar
que los interesantes planteamientos del movimiento 15M comenzarán a actuar como
un catalizador para no posponer una vez más la apasionante tarea de contribuir
a la formación de las nuevas generaciones. La mejor manera de facilitarles el
camino es adelantarse a recorrerlo. De no hacerlo, habrá que atenerse a las
consecuencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario