PREFACIO
La sensación de no
tener poder sobre las personas y los hechos resultarnos insoportable: cuando
nos sentimos desvalidos nos sentimos miserablemente mal. Nadie quiere tener
poco poder; por el contrario, todos aspiramos a poseer una cuota cada vez
mayor. Sin embargo, en el mundo en que vivimos en la actualidad, resulta
peligroso demostrar demasiadas ansias de poder o actuar abiertamente para
obtenerlo. Debemos mostrarnos decentes y equitativos. De modo que tenemos que
ser muy sutiles, agradables y simpáticos y, al mismo tiempo, arteros;
democráticos pero engañosos.
Este juego de
constante duplicidad se parece muchísimo a las dinámicas del poder que existían
en el maquinador mundo de las antiguas cortes aristocráticas. A lo largo de la
historia, las cortes siempre fueron formándose alrededor de la persona que
ejercía el poder: un rey, una reina, un emperador o un líder. Los cortesanos
que componían esa corte se encontraban en una posición particularmente
delicada: tenían que servir a sus amos pero, si se mostraban demasiado
aduladores y cortejaban con demasiada obviedad, los otros integrantes de la
corte se volvían contra ellos. Por lo tanto, los intentos de ganar el favor del
amo debían ser muy sutiles. E incluso los más hábiles cortesanos, capaces de
tales sutilezas, debían protegerse de sus pares que intrigaban para
desplazarlos.
Entretanto, se
suponía que la corte representaba la cumbre de la civilización y del
refinamiento. Se desaprobaba cualquier
actitud violenta o abierta que promoviera el poder; los cortesanos
trabajaban de manera silenciosa y secreta contra cualquiera que recurriese a la
fuerza. El gran dilema del cortesano siempre fue el de mostrarse como el
paradigma mismo de la elegancia y, al mismo tiempo, burlar a sus adversarios y
desbaratar los planes de éstos de la forma más sutil y disimulada posible. El
cortesano exitoso aprendía, con el tiempo, a realizar todos sus movimientos de
forma indirecta; si le clavaba un puñal por la espalda a su contrincante, lo
hacía con guantes de terciopelo y con la más afable de las sonrisas. En lugar
de recurrir a la coerción o a la franca traición, el cortesano perfecto lograba
sus objetivos a través de la seducción, el encanto, el engaño y las estrategias
más sutiles, planificando siempre sus movimientos por adelantado. La vida en la
corte era un juego permanente, que exigía vigilancia constante y agudo
pensamiento táctico. Era una guerra civilizada.
Hoy en día
encontramos una paradoja similar a la del cortesano del Renacimiento: todo debe
aparecer civilizado, decente, democrático y logrado a través del juego limpio.
Pero si nos atenemos en forma excesivamente estricta a estas pautas, si las
tomamos demasiado al pie de la letra, seremos aplastados por aquellos, de entre
quienes nos rodean, que son menos ingenuos que nosotros. Como dijo el gran
diplomático y cortesano del Renacimiento, Nicolás Maquiavelo: "Todo hombre
que intente ser bueno todo el tiempo terminará arruinado entre la gran cantidad
de hombres que no lo son". La corte se consideraba el pináculo del
refinamiento, pero debajo de esa brillante superficie hervía un caldero de
oscuras emociones: ambición, envidia, deseo, odio. También nuestro mundo actual
se considera el pináculo de la equidad y la justicia, pero son las mismas
oscuras emociones de siempre las que laten dentro de cada individuo. El juego
es el mismo. Por fuera hay que simular respeto y cortesía, mientras que por
dentro —salvo que usted sea un necio— deberá aprender rápidamente a ser
prudente y seguir el consejo de Napoleón: "Cubre tu mano de hierro con un
guante de terciopelo". Si, al igual que el cortesano de otros tiempos,
usted logra dominar el arte del juego indirecto, aprendiendo a seducir,
encantar, engañar y maniobrar sutilmente a sus adversarios, accederá al
pináculo del poder. Logrará que la gente se doblegue a su voluntad, sin darse
cuenta de sus maniobras. y, al no darse cuenta, tampoco le opondrán resistencia
ni alimentarán resentimiento contra usted.
Para algunos, la
idea de desarrollar en forma consciente los juegos del poder —aunque se lo haga
de manera indirecta— resulta malvada, antisocial, un recuerdo del pasado. Creen
que pueden salir del juego, comportándose de una manera que no tiene nada que
ver con el poder. Es necesario cuidarse de ese tipo de personas porque, mientras
hacia afuera expresan esas convicciones, por dentro suelen ser los más adictos
participantes del juego del poder. Utilizan estrategias que disimulan con
habilidad la naturaleza de la manipulación que están ejerciendo. Esos
individuos suelen hacer gala de su debilidad y de su falta de poder, como si se
tratase de una virtud moral. Pero quienes de veras carecen de poder no muestran
su debilidad con el fin de ganar simpatía o respeto. Cuando se hace marcada
ostentación de las propias debilidades, en realidad se está utilizando una
estrategia muy eficaz, sutil y engañosa del juego del poder (véase Ley N° 22,
"Táctica de la capitulación").
Otra estrategia del
individuo que, supuestamente, no se dedica a buscar con afán el poder consiste
en exigir la igualdad en todas las áreas de la vida. -Según esas personas,
todos debieran recibir el mismo trato, sea cual fuere su posición y su fuerza.
Pero si, para evitar el tinte con que suele marcar el poder, se intenta tratar
a todos por igual, de modo equitativo, se comprueba que existen personas que
hacen determinadas cosas mejor que los demás. Tratar a todos por igual equivale
a ignorar sus diferencias, y por ende elevar al menos capaz y rebajar a quienes
se destacan. También en este caso, muchos de los que actúan de esta forma en
realidad están haciendo gala de otra de las estrategias del poder, al
redistribuir las recompensas a su antojo.
Otra forma de evitar
el juego del poder es demostrar una absoluta sinceridad, dado que una de las
principales técnicas de quienes buscan el poder es el engaño y el disimulo.
Cuando se es muy franco, inevitablemente se lastima e insulta a muchas
personas, algunas de las cuales optarán por devolver el golpe recibido. Nadie
verá esas afirmaciones sinceras como algo por completo objetivo y carente de
motivaciones personales. Y además estarán en lo cierto: la sinceridad suele
ser, en efecto, una estrategia de poder, dirigida a convencer a la gente de que
se es noble, altruista y de buen corazón. Es una forma de persuasión e, incluso,
de sutil coerción.
Por último, quienes
afirman no participar de este juego suelen adoptar un aire ingenuo, que los
protege de la acusación de perseguir el poder. También en este caso es
recomendable tener cuidado, dado que el manto de la ingenuidad puede constituir
una eficaz manera de fingir y engañar (véase Ley N° 21, "Muéstrese más
tonto de lo que es"). E incluso la candidez genuina no se encuentra libre
de las trampas del poder. Los niños pueden ser ingenuos en muchos aspectos,
pero a menudo actúan a partir de una necesidad fundamental de ejercer el
control sobre quienes los rodean. El niño, por lo general, tiene una gran
sensación de impotencia en el mundo de los adultos y por lo tanto utiliza todos
los medios que se hallen a su disposición para imponer su voluntad. Individuos
genuinamente inocentes pueden estar, sin embargo, comprometidos con el juego
del poder y con frecuencia son horrendamente eficaces en él, dado que no se ven
trabados por la reflexión. También aquí, quienes hacen gala de su inocencia
suelen ser los menos inocentes.
Es posible reconocer
a quienes supuestamente se abstienen de participar en el juego de la búsqueda
del poder, por la manera en que hacen alarde de sus cualidades morales, de su
piedad o de su exquisito espíritu de justicia. Pero, puesto que todos tenemos
ansias de poder, y que casi todas nuestras acciones tienen por objetivo
obtenerlo, quienes dicen que no lo buscan sólo procuran encandilamos y
distraemos de sus juegos de poder a través de sus aires de superioridad moral.
Si se los observa con detenimiento, se comprobará que con frecuencia son los
más hábiles de todos cuando se trata de manipular indirectamente a los demás,
cosa que algunos hacen en forma por entero inconsciente. Y de ninguna manera
toleran que se difundan las tácticas que utilizan a diario.
Si el mundo es como
una gigantesca corte intrigante y manipuladora en la cual nos hallamos todos
atrapados, no tiene sentido alguno tratar de eludir el juego. Esto sólo nos
privará del poder, y la impotencia nos hará sentir más desgraciados. En lugar
de luchar contra lo inevitable, en lugar de argumentar, gemir y sentirse
culpable, es mucho mejor destacarse en el juego del poder. La verdad es que,
cuanto mejor sepa manejar el poder, tanto mejor será como amigo, amante,
pareja y persona. Al seguir el camino
del cortesano perfecto (véase Ley N° 24) aprenderá a hacer sentir bien a los
demás y se convertirá en una fuente de placer para ellos, que pasarán a
depender de sus habilidades y ansiarán su presencia. Dominar las 48 leyes que
se presentan en este libro les ahorrará a los demás el dolor que genera el mal
uso del poder, que es como jugar con fuego sin conocer sus propiedades. Si el
juego del poder es ineludible, es mejor ser un artista que un burdo
principiante o un negador.
Aprender este juego
exige adecuarse a una cierta forma de ver el mundo, a un cambio de perspectiva.
Requiere esfuerzos y años de práctica, ya que las aptitudes necesarias no
aparecen en forma espontánea. Se necesita dominar ciertas habilidades básicas,
y sólo cuando las haya dominado, se hallará en condiciones de aplicar con mayor
facilidad las leyes que gobiernan el logro del poder.
La más importante de
esas habilidades, y la piedra fundamental del poder, es la capacidad de dominar
sus emociones. Las respuestas emocionales suelen ser la mayor y principal
barrera que lo separa del poder, un error que le costará mucho más que
cualquier satisfacción temporaria que pueda producirle la expresión de sus
sentimientos en un momento dado. Las emociones nublan la razón y, si no es
capaz de ver la situación con claridad, no podrá prepararse para ella ni
responder con un cierto grado de control.
La ira es la más
destructiva de las reacciones emocionales, ya que es la que más intensamente
nubla la visión. También ejerce un efecto multiplicador que de manera
invariable torna la situación cada vez menos controlable, incrementando la
intrepidez de su enemigo. Si usted procura destruir a un enemigo que lo ha
herido, deberá lograr que baje la guardia, fingiendo amabilidad frente a él, en
lugar de dejar traslucir su ira.
El amor y los
afectos también son potencialmente destructivos, al cegarlo a los intereses,
con frecuencia egoístas, de quienes usted menos sospecha que se hallen
involucrados en el juego del poder. No es posible reprimir la ira o el amor, o
evitar experimentar estos sentimientos, ni debería intentarlo. Pero sí debería
tener mucho cuidado con el modo de expresarlos y —lo más importante— no
permitir nunca que influyan sobre sus planes y estrategias.
Estrechamente
relacionada con la capacidad de dominar sus emociones se halla la habilidad de
distanciarse del momento presente y reflexionar de manera objetiva sobre el
pasado y el futuro. Como Jano, la deidad romana de dos rostros, guardiana de
todas las puertas y entradas, deberá ser capaz de mirar a la vez en ambas
direcciones a fin de poder lidiar mejor con el peligro, cualquiera sea la dirección
de la que provenga. Éste es el rostro que debe forjarse: una cara que otee
continuamente el futuro y otra que examine el pasado.
Para el futuro, su
lema debería ser: "Ni un día sin estar alerta". Nada debiera tomarlo
por sorpresa, porque usted está imaginando constantemente los potenciales
problemas, antes de que éstos se produzcan. En lugar de perder el tiempo
soñando con el final feliz de su plan o proyecto, debe trabajar sobre el
cálculo de cualquier posible trastorno o problema que pudiese surgir en su
desarrollo. Cuanto más lejos logre ver, más pasos podrá prevenir y más poderoso
será.
El otro rostro de
Jano mira hacia el pasado, pero no para recordar dolores o alimentar
resentimientos. Esto sólo reduciría su poder. La mitad del secreto del juego
radica en aprender a olvidar los hechos del pasado que lo van carcomiendo y que
nublan su razón. El verdadero objetivo de esa mirada hacia el pasado es llevar
a cabo un constante proceso de autoeducación: mirar hacia el pasado para
aprender de quienes lo precedieron. (La gran cantidad de ejemplos históricos
que se incluyen en el presente libro lo ayudarán en ese proceso.) Una vez
analizado el pasado histórico, se detendrá a mirar el pasado más inmediato,
poniendo bajo la lupa sus acciones y las de sus amigos. Ésta es la escuela más
eficaz para aprender, dado que las enseñanzas provienen de su experiencia
personal.
Comience por revisar
los errores cometidos en el pasado, sobre todo los que más serios problemas le
causaron en su vida. Analícelos guiándose por
Las 48 leyes del poder y extraiga de cada uno una lección y hágase una
promesa: "Nunca voy a repetir ese error; nunca volveré a caer en ese tipo
de trampa". Si logra observarse y evaluarse de esa manera, podrá aprender
a romper los esquemas según los cuales actuaba en el pasado, lo que constituye
una capacidad sumamente valiosa.
El poder requiere la
habilidad de jugar con las apariencias. Para ello, deberá aprender a ponerse
muchas máscaras y a llevar una bolsa llena de trucos y artimañas. El engaño y
la simulación no deben considerarse algo sucio o inmoral. Toda interacción
humana exige cierta cuota de engaño en distintos niveles, y en cierta medida lo
que diferencia al ser humano del animal es su capacidad de mentir y embaucar.
En los mitos griegos, en el ciclo Mahabharata de la India, en la leyenda épica
de Gilgamesh del Oriente Medio, el uso de las artes del engaño es privilegio de
los dioses. Uno de los grandes hombres de la mitología, Ulises, fue valorado
por su habilidad de rivalizar con la capacidad de los dioses, robarles algunos
de sus poderes divinos y competir con ellos en agudeza de ingenio y
triquiñuelas. El engaño es un desarrollado arte de la civilización y una de las
armas más poderosas en el juego del poder.
No se puede engañar
con éxito si no se toma una cierta distancia de uno mismo, es decir, si no se
logra ser muchas personas distintas, llevando la máscara que el día y el
momento requieran. Con un enfoque de tal flexibilidad frente a todas las
apariencias, incluso la suya propia, perderá gran parte de esa carga interior
que lo retiene o limita. Torne su rostro tan maleable como el de un actor,
trabaje para ocultar sus intenciones frente a los demás, practique el arte de
atraer a la gente hacia sus trampas. Jugar con las apariencias y dominar el
arte del engaño es uno de los placeres estéticos de la vida. Y también
constituye un componente clave en la adquisición del poder.
Si el engaño es el
arma más poderosa de su arsenal, la paciencia (en todos sus actos) debe ser su
escudo fundamental. La paciencia lo protegerá de cometer crasos y estúpidos
errores. Al igual que el control de sus emociones, la paciencia es una
habilidad que no surge en forma espontánea, sino que se adquiere. Pero, para el
caso, nada de lo relacionado con el poder es natural. El poder tiene más
relación con lo divino que con el mundo natural. Y la paciencia es la virtud
suprema de los dioses, que disponen de todo el tiempo del mundo. Todo lo bueno
sucederá al fin; el pasto volverá a crecer si usted le da tiempo y sabe
anticipar el futuro. La impaciencia, por su parte, sólo lo debilitará. Es la
principal barrera entre usted y el poder.
El poder es, en
esencia, amoral. Una de las habilidades más importantes que deberá adquirir es
la capacidad de aprender a ver circunstancias, en lugar de, simplemente, el
bien o el mal. El poder es un juego -esto es algo que hay que reiterar una y
otra vezy en un juego usted no juzga a sus contrincantes por sus intenciones
sino por el efecto de sus acciones. Usted mide la estrategia y el poder de su
adversario por lo que puede ver y sentir. ¡Cuántas veces se hace hincapié en
las intenciones de alguien, sólo para disimular el engaño! ¡Qué importancia
tiene si otro jugador, ya sea amigo o rival, tiene buenas intenciones y sólo
piensa en los intereses de usted, si los efectos de su acción conducen a la
ruina y a la confusión? Es natural que las personas enmascaren sus acciones con
todo tipo de justificativos y afirmen siempre que han actuado de buena fe.
Usted tiene que aprender a reírse por dentro cada vez que oiga algo semejante y
nunca permitirse evaluar las intenciones y acciones de alguien por medio de
juicios morales, que en realidad sólo son una excusa para la acumulación de
poder.
Se trata de un
juego. Su adversario está sentado frente a usted. Ambos se comportan como un
caballero o una dama, observando las reglas del juego y sin tomar en forma
personal nada de lo que se hace o dice. Usted juega con una estrategia
determinada y observa los movimientos de su contrincante con la mayor serenidad
de que es capaz. Al final, apreciará más la cortesía de quienes juegan contra
usted que sus buenas y dulces intenciones. Entrene su ojo para seguir los
resultados de los movimientos de su adversario, para observar las
circunstancias externas, y no permita que nada lo distraiga.
La mitad de su
dominio del poder proviene de lo que usted omite hacer, de lo que usted no se permite involucrar. Para dominar esta
habilidad, deberá aprender a juzgar todo según lo que le cuesta. Como dijo
Nietzsche: "El valor de una cosa a veces no radica en lo que se logra con
ella, sino en lo que se paga por ella, es decir, lo que nos cuesta".
Quizás usted logre su objetivo, e incluso un objetivo valioso, pero...
¿a qué precio? Aplique esta pauta a todo, aun cuando se trata de colaborar con
otros o prestar ayuda a alguien. Al final de cuentas, la vida es corta, las
oportunidades son pocas y usted sólo posee una cantidad limitada de energía. En
este sentido, el tiempo es un factor tan importante como cualquier otro. Nunca
pierda tiempo valioso, o su paz espiritual, en los asuntos de otras personas:
hacerlo equivale a pagar un precio demasiado elevado.
El poder es un juego
social. Para aprenderlo y dominarlo deberá desarrollar la habilidad de estudiar
y comprender a la gente. Como expresó Baltasar Gracián, el gran pensador y
cortesano del siglo xvII: "Mucha gente invierte su tiempo en estudiar las
características de animales o de plantas. ¡Cuánto más importante sería estudiar
a la gente con que tenemos que vivir o morir!". Para ser un maestro en el
juego del poder, también deberá ser un maestro en psicología. Deberá reconocer
motivaciones y ver a través de la cortina de humo con que la gente rodea sus
acciones. La comprensión de los motivos ocultos de la gente es el conocimiento
fundamental para adquirir poder. Le abre las puertas a infinitas posibilidades
de engaño, seducción y manipulación.
El ser humano es
infinitamente complejo, y usted podrá pasarse la vida entera observando a la
gente sin comprenderla por completo. De ahí que sea de crucial importancia
comenzar su aprendizaje ya mismo. Al hacerlo, también deberá tener presente un
principio importante: Nunca discrimine a quien estudie ni en quien confíe.
Nunca confíe en nadie por completo y estudie a todo el mundo, incluso a sus
seres queridos y a sus amigos.
Por último, deberá
aprender a tomar siempre por el camino indirecto hacia el poder. Disimule su
astucia. Como una bola de billar, que carambolea varias veces antes de dar en
el blanco, sus movimientos deberán ser planificados y desarrollados de la
manera menos evidente. Al aprender el arte de la acción indirecta prosperará en
las cortes modernas, ya que aparentará ser un paradigma de decencia y, en
cambio, será un manipulador consumado.
Considere Las 48
leyes del poder como una especie de manual en el arte del accionar indirecto.
Estas leyes se basan en escritos de hombres y mujeres que han estudiado y
llegado a dominar el juego del poder. Estos escritos abarcan un período de más
de tres mil años y fueron creados en civilizaciones tan dispares como la antigua
China y el Renacimiento Italiano. Sin embargo, tienen hilos conductores y
tramas en común, que guardan directa relación con la existencia de una esencia
del poder que aún no se ha articulado por completo. Las 48
leyes del poder son el destilado de esa
sabiduría acumulada, recogida de los escritos de los más ilustres estrategas
(Sun-tzu, Clausewitz), estadistas (Bismarck, Talleyrand), cortesanos
(Castiglione, Gracián), seductores (Ninon de Lenclos, Casanova) y de los
grandes estafadores (Yellow Kid Weil) de la historia.
Las leyes se rigen
todas por una premisa muy simple: Determinadas acciones casi siempre
incrementan el poder del individuo (la observancia de la ley), mientras que
otras lo reducen e incluso conducen a su ruina (la transgresión de la ley).
Estas transgresiones y observancias se ilustran por medio de ejemplos tomados
de la historia. Las leyes son definitivas y atemporales.
Las 48 leyes del
poder puede ser usado de diversas
formas. Leyendo el libro en forma cronológica, de principio a fin, usted podrá
aprender mucho sobre el poder en general. A pesar de que quizá le parezca que
algunas de las leyes no tienen relación directa con su vida, es probable que
con el transcurso del tiempo descubra que todas ellas tienen cierta aplicación
y que, de hecho, se hallan todas interrelacionadas. Al obtener un panorama
general de todo el tema le será posible evaluar sus propias acciones en el
pasado y obtener un mayor grado de control sobre sus circunstancias inmediatas.
Una lectura detenida y profunda del libro seguirá inspirando su forma de pensar
y de reevaluar sus actos, aun mucho después de haberla finalizado.
El libro también ha
sido diseñado para hojearlo y analizar la ley que, en un momento determinado,
le resulte más cercana a su realidad. Supongamos que está viviendo un problema
con un superior y no logra comprender por qué sus esfuerzos no han obtenido
mayor reconocimiento o conducido a un ascenso. Varias de las leyes se refieren
de manera específica a la relación entre jefe y subordinado, y sin duda usted
está transgrediendo alguna de ellas. La lectura de los párrafos iniciales
referidos a las 48 leyes, en la tabla de contenidos de este libro, le permitirá
identificar la ley relacionada con su situación específica.
Por último, el libro
puede ser leído sin seguir un orden específico, por mero entretenimiento y para
emprender una grata recorrida por las debilidades y los grandes logros de
quienes nos han precedido en el tiempo y en la historia, en el juego del poder.
Pero aquí cabe hacer una advertencia para quienes pretendan leer este libro por
simple y superficial diversión: El poder es, a su manera, infinitamente
seductor y engañoso. Es un laberinto, y su mente quedará atrapada en la
resolución de sus innumerables problemas; cuando menos lo piense, se dará
cuenta de cuán profundamente se ha enfrascado en el tema. Es decir que el libro
resulta mucho más divertido si se lo toma en serio. Un tema tan crítico no
admite frivolidades. Los dioses del poder desaprueban a los frívolos; sólo
brindan satisfacción plena a quienes estudian y reflexionan, y castigan a
quienes chapotean en lo playo, buscando apenas pasarlo bien.
Cualquier hombre que intente ser bueno todo el tiempo
terminará yendo a la ruina entre la gran cantidad de hombres que no lo son. Por
lo tanto, un príncipe que quiera conservar su autoridad deberá aprender a no
ser bueno y usar ese conocimiento, o prescindir de su uso, según las
necesidades que se presenten.
EL PRÍNCIPE, Nicolás Maquiavelo, 1469-1527
Las cortes son, incuestionablemente, sede de
cortesía y buena cuna; si no fuera así, serían sede de masacre y desolación.
Quienes ahora se sonríen y se abrazan se enfrentarían y apuñalarían entre sí,
si los buenos modales no se interpusieran entre ellos...
LORD CHESTERFIELD
1694-1773
No es en absoluto extraño que los corderos
detesten a las aves de rapiña, pero esto no es motivo para condenar a las
grandes aves de rapiña porque roban corderos. Y cuando los corderos murmuran
entre ellos: "Estas aves de rapiña son malvadas; ¿acaso esto no nos da
derecho a decir que todo aquello que sea lo opuesto de un ave de rapiña tiene,
por fuerza, que ser bueno?", no hay nada intrínsecamente erróneo en
semejante argumento, a pesar de que las aves de rapiña se mostrarán, en cierto
grado sorprendidas y dirán: "No tenemos absolutamente nada en contra de
esos buenos corderos; todo lo contrario: la verdad es que los adoramos; nada
más sabroso que un cordero bien tierno".
FRIEDRICH
NIETZSCHE
1844-1900
Las únicas armas que nos permiten obtener de
la gente lo que queremos son la fuerza y la astucia. Dicen que también el amor
es un arma de ese tipo, pero ello equivale a esperar los días soleados, y en la
vida es necesario aprovechar cada instante.
JOHANN VON GOETHE
1749-1832
La flecha disparada por el arquero podrá
matar o no a una única persona. Pero las estratagemas urdidas por el hombre
sabio pueden matar incluso al niño en el vientre de su madre.
KAUTILYA, FILÓSOFO
INDIO, SIGLO III A. C.
No pude menos que pensar, para mis adentros,
en los engaños, en la gran cantidad y variedad de artimañas, en la diligencia
con que el hombre agudiza su ingenio para engañar a los demás y de qué manera,
a través de esas infinitas variaciones, se embellece el mundo.
FRANCESCO VETTORI,
CONTEMPORÁNEO Y AMIGO DE MAQUIAVELO, PRINCIPIOS DEL SIGLO XVI
Los principios no existen; lo único que
existe son los hechos. No hay bien ni mal, ya que éstos son sólo
circunstancias. El hombre superior se compromete con los hechos y las
circunstancias a fin de dirigirlos. Si hubiese principios y leyes fijas, las
naciones no los cambiarían como uno cambia la camisa, y no se puede esperar que
un hombre sea más sabio que toda una nación.
HONORÉ DE BALZAC
1799-1850
Fuente: 48 Leyes del
Poder, / Robert Greene y Joost Elffers. - 21a ed. -Buenos Aires: Atlántida,
2010. 528 p. ; 15,5x23,5 cm. ISBN 978-950-08-3768-2
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