viernes, 7 de marzo de 2014
Llevo un
tiempo desilusionado y desganado con lo que ocurre en la realidad. Lo que
sucede en la realidad contradice mi fondo de esperanza, que no es otro que ver
algún día una manifiesta y aplastante victoria del trabajo sobre el capital.
Solo observando los conflictos sociales de Ucrania podemos comprobar que las
luchas entre las grandes regiones económicas están determinando el curso del
desarrollo social y no las luchas sociales entre capital y trabajo. Me desgana
aún más ver a insignes representantes de la izquierda radical caer una y otra
vez en el mismo error: tomar como punto de partida de sus análisis no lo que
ocurre en la realidad, sino lo que gravita en su pensamiento. Siguen presa de
la representación de la lucha de clases del siglo XIX y principios
del siglo XX: las diferencias entre el capital y el trabajo eran en ese
entonces claras y sus contornos no se confundían. Pero aquel mundo ha dejado de
existir. No en el sentido de que la lucha de clases y con ella las clases
sociales hayan desparecido, sino en el
sentido en que las transiciones entre las clases sociales y las formas mixtas
de clase son lo dominante. Este mundo nuevo, que tomó cuerpo después de la
segunda guerra mundial, fue lo que provocó el revisionismo de los partidos
comunistas europeos y la volatilización de los principios de la izquierda
radical, que sigue moviéndose en los márgenes de la historia. Sigue hablando de
los trabajadores como si constituyeran una masa homogénea con intereses comunes
fáciles de organizar, aunque la realidad, y la prueba la encontramos en las
consultas electorales, sigue demostrándoles que dicha masa es enormemente
heterogénea.
La heterogeneidad de las clases sociales: propiedad
y gestión
En el siglo XIX quienes percibían beneficios se
volvían ricos, mientras que los que percibían un salario solo tenían para
satisfacer sus necesidades básicas. Antes para
enriquecerse había que ser propietario privado de los medios de producción,
mientras que hoy día puedes enriquecerte hasta los topes sin necesidad de
cumplir con ese requisito. Desde que surgieron las grandes empresas, desde
que la propiedad de las empresas se volvió social, los grandes directivos se
volvieron los amos del mundo. En concepto de salario, primas e incentivos ganan
más dinero en un mes que lo que ganan en concepto de beneficio los pequeños y
medianos capitalistas en un año. Resulta contradictorio que cuando sobrevino la
propiedad social de las empresas, cuando los propietarios de las empresas se
cuentan por millones, el enriquecimiento de las minorías se ha vuelto
disparatado e incontrolable. A los consejos de administración de las grandes
empresas nadie los controla y sus miembros ganan lo que quieren. Han convertido
el contrario del capital, esto es, el trabajo, bajo la modalidad especial de
directivo, en una fuente de tal caudal de ingreso que el más
avispado de los capitalistas del siglo XIX jamás pudo imaginar. Marx celebraba
el advenimiento de las sociedades anónimas, con la separación de la propiedad
de la gestión, como un momento clave en la transición entre la sociedad
capitalista y la sociedad socialista. Se demostraría de ese modo que los
capitalistas se enriquecían no por su trabajo sino por ser los propietarios de
los medios de producción. No pudo imaginar en ese entonces que el golpe de
gracia a favor del capitalismo más desaforado iba a provenir de la función de
trabajo y no de la función de la propiedad. Y así ha sido: los sueldos de los
directivos de las grandes empresas no dejan de impresionarnos. Los sueldos, por
ejemplo, de los directivos del BBVA pueden ascender a 7 millones de euros
anuales. En diez años se vuelven inmensamente ricos.
Hay otra cuestión más importante. Para dominar el
mundo no necesitas poseer la mayoría de las acciones de una empresa. Piénsese
que Emilio Botín posee solo el 1 por ciento de las acciones del Banco Santander
y preside esa entidad bancaria desde 1986. Su patrimonio asciende a más de
1.600 millones de euros. Se ha enriquecido mediante la función de trabajo y
mediante la propiedad minoritaria del banco. Hay un cambio sustancial en las
relaciones entre capital y trabajo tal y como se daba en
el siglo XIX y tal como se ha ido dando desde los años veinte del siglo pasado.
Capitalistas, en el sentido de propietarios de acciones, lo son una gran masa
social, donde debemos incluir a muchos trabajadores. Los trabajadores dueños de
acciones no son trabajadores puros, han sido flechados por las formas del
capital y cobran dividendos, aunque sean en poca cantidad. Y los
directivos, como Emilio Botín, son capitalistas flechados por la función de
trabajo, la de gestor, y por ese concepto se enriquecen más que por su
condición de propietario de capital. O para mayor precisión: el dinero que
ingresan bajo el concepto de salario lo convierten de continuo a la forma de
capital. De ahí que afirme que las clases sociales en la actualidad no son
puras sino mixtas. Pero los líderes más destacados de la izquierda radical
siguen representándose el mundo de forma errónea: en un lado ponen a los
trabajadores, como una gran masa social desposeída de los medios de producción,
y enfrente ponen a los capitalistas, como los grupos minoritarios propietarios
de los medios de producción. Les domina la representación de la lucha de clases
del siglo XIX frente a la realidad actual, donde solo el caso de Emilio Botín
demuestra que el mundo ya no es aquel, pues poseyendo solo el 1 por ciento de
las acciones tiene el poder del Banco de Santander, esto es, el poder de un
capital social cuya capitalización asciende al 28 de febrero de 2014 a 75.909
millones de euros.
Los dueños de preferentes y subordinadas, aunque
sean muchos de ellos familias de trabajadores y hayan sido estafados, han
participado de los beneficios que reporta las formas del capital productor de
interés. Luego una gran masa de trabajadores no solo perciben ingresos
derivados de su función de trabajo, sino también de su función de propietarios
de capital. Si a ello sumamos el hecho de que hay bastantes trabajadores que
tienen viviendas en alquiler, esto nos afianza aún más en la idea de
que las clases sociales tienen formas mixtas. Y las formas mixtas es el anuncio
de que vivimos en una época de transición. Lo que sucede es que muchos creen
que cuando se habla de transición se habla de un periodo corto, de
un puente que nos lleva de un lugar a otro; pero en la historia económica esto
no es así: los periodos de transición pueden durar siglos.
La globalización y la adecuación de las fuerzas
sociales
Que el mundo se haya vuelto global significa no
solo una mayor interdependencia entre las naciones respecto a periodos
anteriores, puesto que desde el descubrimiento de América podemos considerar
que el mundo inició la etapa de su globalización, sino que la regionalización
de la economía ha recibido nuevos impulsos –la Unión Europea es una de las
pujantes manifestaciones de esa regionalización– y los fenómenos
económicos se han vuelto más simultáneos, hecho que se demuestra
fundamentalmente en el ámbito financiero. La época de la globalización exige
fuerzas sociales globales y, por lo tanto, superpoderosas. En este respecto son
las grandes empresas y en especial los grandes bancos los que más se adecuan
por sus dimensiones al mundo global. Han quedado por detrás los Estados y aún
más por detrás los partidos políticos. De ahí la importancia de los
macroestados, como son los casos de EEUU, China y Rusia, como medio para
combatir el desenfreno generado en el mercado mundial por las grandes empresas.
De ahí igualmente la necesidad de avanzar en el proceso de institucionalización
de la Unión Europea. No podemos pensar en pequeño y actuar con fuerzas pequeñas
en el periodo histórico donde domina lo grande. En este sentido las tendencias
dominantes en la izquierda radical siguen siendo desoladoras: por una parte,
por esa tendencia imparable a crear pequeñas formaciones políticas, y por otra
parte, por esa tendencia carente de horizonte y de apego a la realidad que la lleva
a defender que España se salga de la unión monetaria europea. Si ya desde la
Unión Europea resulta difícil luchar contra las fuerzas capitalistas globales,
mucho más lo será desde una nación aislada. Creo que sin la mentalidad de
pensar en grande en el ámbito de la actuación política, el destino de la
izquierda radical seguirá siendo los márgenes de la historia.
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