En el siglo XXI al interior del sistema capitalista se agudiza la
contradicción entre la tendencia a la centralización global del capital y la
permanencia de dinámicas capitalistas de origen nacional-imperial.
Por una parte se observa la conformación de una burguesía financiera
global, que es fruto de la superposición de intereses, entrelazamiento de
capitales, imbricación de empresas deslocalizadas por el mundo,
entrecruzamiento de deudas y déficit fiscales de Estados “nacionales”, y por el
otro, se mantienen dinámicas económicas, militares y geopolíticas de los
imperios constituidos en siglos anteriores, bloques imperiales y agrupamientos
de nuevas potencias que luchan por la apropiación del excedente capitalista, el
control de las materias primas y la hegemonía mundial.
Las crisis financieras y económicas incentivan esa contradicción y sacan
a flote la contradicción entre quienes tienen intereses e influencias en
diferentes niveles, espacios y territorios de la economía global y quienes
dependen de ejes “nacionales”, como algunos capitalistas que le han jugado
todas sus apuestas al complejo industrial militar de EE.UU.
Los analistas de la economía y la política internacional –por lo general–
sólo ven un aspecto de esa contradicción. Unos se aferran a la tendencia
predominante, la extrapolan y llegan a la conclusión de que ya existe una
burguesía financiera global que todo lo planea y controla. Otros se centran en
el análisis de la geopolítica, la lucha entre potencias y bloques regionales, y
hacen todo tipo de cálculos sobre el grado de hegemonía que mantienen los
EE.UU., concluyendo que entre más pierde en el terreno económico más aprieta en
el campo militar. Las dos partes tienen algo de verdad.
Los primeros suponen la existencia del imperio global; los segundos
mantienen la visión clásica de la confrontación entre imperialismos. Para los
teóricos críticos del “imperio”, la revolución proletaria debe ser mundial y
simultánea, desconociendo la ley del desarrollo desigual y combinado; para los
teóricos de los imperialismos, el proletariado puede aprovechar las fisuras y
contradicciones entre
los diversos bloques económicos e imperiales, y entonces, la táctica nacional
tiene su fundamento.
Ambas posiciones se han encontrado y distanciado frente a los casos de
intervención imperialista en Libia y Siria, para mencionar algunos casos. Unos,
justifican que las fuerzas revolucionarias se apoyen tácticamente en las
potencias imperiales para derrotar a los gobernantes criminales y
dictatoriales, dado que lo importante es sobrevivir para avanzar más adelante.
Los otros, denuncian la intervención imperial y apoyan a los dictadores, porque
son anti-imperialistas y defienden el “interés nacional” de esos pueblos. Los
unos reivindican el internacionalismo; los otros, el anti-imperialismo.
Cada cual se aferra a un aspecto de la contradicción. Sólo un movimiento
internacional de los trabajadores con una posición coherente a partir de la
aceptación de la existencia de esa contradicción y de un “análisis concreto de
la situación concreta” puede interpretar la realidad en forma dialéctica y
actuar en consecuencia.
Sólo entendiendo la dinámica de la contradicción y la tendencia actual a
la centralización, se puede desentrañar la complejidad de los conflictos y las
tensiones inter-imperialistas que se han presentado en casos como los de
Kosovo, Libia, Siria, Sudán, Ucrania, Irak, Afganistán y demás países
intervenidos de una u otra manera por las potencias (EE.UU., UE, Rusia, China).
Allí hubo un proceso de desmembración de la unidad nacional de esos países,
aprovechando particularidades y fisuras étnico-nacionales, tribales, religiosas
y culturales, para repartirse sus riquezas e impedir el avance de la revolución.
La lucha geopolítica se juega a fondo en cada uno de los países y
regiones del mundo: unos imperios ganan, otros pierden. Si no se ha llegado a
una guerra aguda y abierta entre las potencias es porque finalmente ceden
coyunturalmente ante la necesidad de preservar su estabilidad política y
económica. El temor a una guerra nuclear juega también, pero es secundario. Lo
central es la economía que es frágil e inestable. Por ello, la tendencia a la
centralización se impone y va apareciendo una súper-burguesía mundial
omnipotente.
La burguesía global “en formación” ha elaborado una serie de políticas
para mantener su dominio y fortalecerlo. Tiene un inagotable acumulado de
experiencias, cuenta con innumerables y poderosos centros de pensamiento y
perfecciona permanentemente la estrategia. Su meta medular es impedir que el
proletariado y los pueblos del mundo identifiquen sus intereses y tracen una
política anti-capitalista de carácter internacional.
Invisibilizar al proletariado es su tarea central. Resaltar los intereses sectoriales de la población y convertirlos en
algo especial y esencial, ha sido un trabajo ideológico sistemático emprendido
desde los años 80s del siglo pasado (XX). Estimular las diferencias étnicas
(indígenas, afrodescendientes, mestizos, blancos, etc.), nacionales (nativos y
migrantes), etarias (jóvenes, adultos, viejos), de género (mujeres, hombres,
LGTB), religión y demás intereses culturales (ambientalistas, animalistas,
humanistas, etc.), es su estrategia. El análisis de clase es desechado, la
identidad sectorial es el referente principal.
Esa maniobra es utilizada también por los bloques imperiales para
defender sus áreas de influencia, mercados y territorios. Así lo hacen ahora
en América del Sur estimulando las “memorias” de pueblos indígenas hacia la
conformación de una nación “aymará-quechua” o hacia “autonomismos” que colocan
como aspecto principal la lucha por la territorialidad, la “economía propia” y
la crítica al desarrollismo, pero que no enfrentan la lógica del gran capital en
el terreno de poder político concreto (imperial-capitalista) sino en el campo
de la crítica a la “colonialidad del poder”. Su objetivo: quebrar la unidad de
Estados nacionales que se les han salido del control y crear condiciones para
la intervención imperial.
Por un lado es una estrategia global, integral, de clase
dominante. Por el otro, es una política regional, sectorial, también de
clase pero donde predomina el interés de su Estado imperial y de determinados
grupos capitalistas que tienen afincados intereses sectoriales. La segunda está
subordinada a la primera. Sólo la lucha de clases muestra en qué momento se
hace evidente esa subordinación. Dominación, hegemonía, control, se
entrecruzan.
Por ejemplo, cuando la revolución árabe estaba mostrando sus potencialidades
de clase, la intervención imperial se hizo necesaria, más que para hacer una
nueva repartición de las riquezas petrolíferas, para impedir la profundización
de la revolución en términos sociales. Por ello, la intervención iba dirigida a
dividir el frente revolucionario con intereses tribales, étnicos y religiosos.
La unidad popular fue quebrantada y no se pudo avanzar hacia caminos
anti-neoliberales y anti-capitalistas.
Es importante precisar que la estrategia global de la burguesía no se
casa con nacionalismos pero tampoco los desecha. Ella hace análisis de cada
caso en particular. Trabaja a largo plazo y usa la complejidad no lineal para
defender sus intereses. Es flexible y oportuna.
Cuando los “nacionalismos” son encabezados por alianzas entre fuertes
burguesías “nacionales” y elites de trabajadores de sectores estratégicos
(centralizados) de la economía de países dependientes (Brasil, Uruguay,
Argentina), la burguesía global acepta sin reparos la aplicación de políticas
de redistribución parcial de la riqueza mientras no afecten la estructura
básica de funcionamiento del capitalismo. Cuando los nacionalismos son
liderados por clases subordinadas (trabajadores, campesinos y pequeña-burguesía
en proceso de proletarización), los capitalistas planetarios impulsan la
política de contención, debilitan sus economías por medio de bloqueos abiertos
o camuflados, preparan diferentes formas de intervención y saboteo mientras
empoderan a las burguesías locales para recuperar la hegemonía política. Es lo
que han hecho en Venezuela, Ecuador y Bolivia, y están logrando resultados.
Los trabajadores del mundo entero tenemos que superar las visiones
parciales y lineales. Debemos aprender a ser
tan flexibles o más que nuestros enemigos de clase. Debemos identificar los
intereses globales del proletariado –la revolución anti-capitalista–, pero en
cada caso en particular tenemos que determinar cómo juega cada aspecto de la
contradicción y responder con la táctica acertada.
Por ejemplo, en Ucrania dos imperios luchan por intereses geopolíticos
(EE.UU. y Rusia). Alinearse con uno u otro es perder la independencia de clase.
La unión de los trabajadores ucranianos –por encima de diferencias
étnico-nacionales– alrededor de los intereses coyunturales de su Nación, es la posición
correcta. Hay que rechazar ambas intervenciones como parte de la guerra
imperialista.
Pero a la vez que se lucha por la autodeterminación nacional se debe
impulsar la unidad de los trabajadores ucranianos con los rusos, europeos,
estadounidenses y del mundo entero contra la explotación capitalista, dado
que la unidad nacional no garantiza –en un planeta globalizado y controlado por
el capitalismo– ni una verdadera independencia y autonomía ni la resolución de
los problemas vitales y estratégicos de los trabajadores.
Sólo así podremos explotar ambos aspectos de la contradicción y no
quedar amarrados a un bloque imperial y a la ilusión nacionalista. Sólo así fusionaremos dialécticamente el análisis global de clases
sociales enfrentadas con el estudio de la geopolítica imperial, y avanzaremos
en la conformación de un gran movimiento proletario de características
internacionales.
Sólo así podremos desafiar con fuerza nuevamente al capitalismo
depredador de la vida y aspirar a construir un mundo mejor. Las nuevas
generaciones lo valorarán.
Popayán, 4 de mayo de 2014 (Énfasis agregados)
Fernando Dorado <ferdorado@gmail.com>
Fecha: 5 de mayo de 2014, 8:51
Asunto: Estrategia global capitalista y táctica imperial
de: Jose Gabriel ruiz santamaria <comasolven8@gmail.com>
para: A Viviana Moscoso <centrobolivarianoph@yahoo.es>,
(…)
fecha: 5 de mayo de 2014, 20:46
enviado por: gmail.com
firmado por: gmail.com
Nota.-La Rus de Kiev fue el origen de lo que hoy es Rusia. Salvando
distancias, la relación Rus de Kiev-Rus de Moscú es como la relación
Cusco-Lima. Rus fue una forma tosca de Estado de pueblos eslavos que se
afincaron en Europa Oriental. La Rus de Kiev predominó hasta la declinación de
Bizancio. Luego la Rus de Moscú, Rossía, Rusia, Unión Soviética, Rusia, llegó a
lo que conocemos hoy.
El autor, desde Popayán Cauca, sur de Colombia, hace un examen exhaustivo
usando la dialéctica marxista de interpretación de la historia. Aprendamos
la lección.
Ragarro
23.05.14
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