Publicado
por Francisco Umpiérrez Sánchez en 10:05
martes, 1 de julio de 2014
No solo hay
que prestarle atención a la desigualdad de los extremos, sino también a la
multidesigualdad, esto es, a la desigualdad que cubre todos los escalones de
ingresos.
Se está
hablando mucho de Piketty y de su libro El capital en el siglo XXI. Es
una denuncia de la desigualdad; sobre todo la que ejerce el 1 por cien de la
población sobre el resto. El argumento principal de su libro, según se dice, es
el siguiente: como la tasa de acumulación del capital crece más rápido que la
economía, se produce una desigualdad en constante aumento. La
desigualdad, hablamos de la desigualdad desproporcionada, siempre ha
existido. Es propio de la sociedad dividida en clases. Así que lo que hay de
nuevo es el carácter de esta desigualdad, esto es, la desigualdad generada por
la globalización capitalista bajo la hegemonía absoluta del poder financiero.
Nadie encuentra razones que justifiquen que una exigua minoría de directivos de
los fondos de inversión gane hasta 400 millones de dólares al año.
Se quiere justificar estos ingresos, lo hace la derecha, por los méritos
contraídos. No es nada riguroso, en términos económicos, hablar de méritos.
Tampoco tienen razón quienes afirman, esto lo hace la izquierda reformista, que
las brechas entre los ingresos puedan explicarse por las diferencias en la
formación profesional de los ciudadanos. Ni los conocimientos ni los méritos
pueden explicar las desproporciones en la desigualdad. Debe buscarse en el
sistema y en la naturaleza capitalista del mismo. Pero muchos de los que luchan
contra el 1 por cien de los super ricos no quieren que el sistema se toque en
su esencia, lo único que pretenden es que por medios fiscales se amortigüen las
diferencias extremas.
Hablemos de
Abu Dabi que posee el 9 por cien de todas las reservas de petróleo del mundo.
Es la capital de los Emiratos Árabes Unidos, sede de importantes instituciones
financieras y de empresas nacionales y multinacionales. Es una ciudad que ha experimentado
un crecimiento urbanístico impresionante y que tiene encandilado a todo el
mundo. Hay muchos programas televisivos que nos exponen con estilo apologético
el execrable lujo del que disfrutan diferentes capas sociales, desde los muy
ricos a los medianamente ricos. Muchos profesionales van allí a forrarse.
Ningún sector social importante cuestiona ese sistema. Demos un dato que nos
habla de desigualdad sin ser extrema: un trabajador de la construcción sin
cualificación gana entre 100 y 200 euros al mes más “alojamiento” –barracones–,
y uno cualificado difícil de encontrar en los alrededores puede ganar entre
10.000 y 20.000 euros. En términos comparativos un obrero especialmente
cualificado gana 100 y 200 veces más que un obrero sin cualificación. Es lógico
que esta capa social, los que se mueven con estos ingresos, incluso los que se
mueven con ingresos entre 4000 y 10.000 euros al mes, estén contentos y no
pongan en cuestión el sistema.
Las
diferencias extremas, las desproporcionadas, las que se dan entre el 1 por cien
y el resto de la población, escandalizan al más pintado. Contra esta
desproporción reaccionan hasta los miembros de la clase media alta. Y no porque
se sientan especialmente solidarios, sino porque estas prácticas económicas
ponen en riesgo el sistema. Reaccionan no porque sean revolucionarios, sino por
todo lo contario: porque son conservadores. Si es cierta la tesis de Piketty,
que la tasa de acumulación del capital crece más rápido que la economía, no
cabe duda que el sistema puede estallar o padecer crisis con costes humanos y
económicos muy graves. Y si estalla el sistema o se resquebraja, perdemos
todos; incluidas todas las capas de la clase media. Pero las diferencias no
extremas, las que se dan en el ejemplo que les puse, permiten conservar el
sistema.
Escuchemos
a este propósito a Aristóteles en el capítulo IX del libro VI de La
Política: “Es evidente que la asociación política es sobre todo la mejor
cuando la forman ciudadanos de regular fortuna. Los Estados bien administrados
son aquellos en que la clase media es más numerosa y más poderosa que las otras
dos reunidas o, por lo menos, que cada una de ellas separadamente”. Esa clase
media de la que habla Aristóteles, la de regular fortuna, no existe en las
sociedades capitalistas modernas. Entre el 1 por cien de la población y los
trabajadores que ganan 6.000 euros al mes hacia abajo, se encuentran un sinfín
de estratos, entre los cuales hay muchísimas diferencias. Hilary Clinton gana
por conferencia 225.000 dólares; muchos economistas afamados ganan cifras
parecidas. Hay abogados que ganan 50.000 y 100.000 euros al mes. No existe esa
clase media de la que habla Paul Krugman ni de la que hablan tantos analistas
económicos. La desigualdad no es la desigualdad entre el 1 por cien y el resto
de la población, sino la desigualdad que atraviesa todo el sistema y todas las
capas sociales. La desigualdad es un mal estructural del sistema. Y
la clave para su solución está en lo que dice Platón referido por Aristóteles
en el capítulo IV del libro segundo de la obra mencionada anteriormente: “Ya he
dicho que Platón, en el tratado de las Leyes, permitía la
acumulación de la riqueza hasta cierto límite, que no podía pasar en ningún
caso del quíntuplo de un mínimum determinado”. La solución a la desigualdad
estructural, no la que enfrenta al 1 por cien con el resto de la población sino
la que afecta a la totalidad de la sociedad, se solucionaría cuando se
establezca un tope superior a los ingresos. No podemos depositar las esperanzas
en las reformas fiscales. Solo recortan un poco las riquezas desproporcionadas.
El concepto
de desigualdad no debería separarse del concepto de sistema. La acumulación
desigual de riquezas es un resultado del sistema, no un resultado natural por
los méritos contraídos o por la formación académica de los ciudadanos. El
sistema supone la interdependencia de todos con respecto a todos. Pero son
decisivas en el sistema las fuerzas que contribuyen a su conservación. Les
pongo un ejemplo: ¿quiénes se atreven a criticar los sueldos desproporcionados
de ciertos deportistas? No lo hacen otros deportistas porque aspiran a lo
mismo. No lo hacen los periodistas porque viven gracias a ellos y gozan también
de ingresos altos. Y no lo hacen los profesionales más diversos porque también
participan de grandes ingresos. Así que en el sistema no sólo es decisivo ver
la interdependencia, sino las alianzas que hay entre fuerzas individuales y
colectivas presentes en todas las esferas de la sociedad para que el sistema se
conserve. No hay que perder de vista que parte de estas fuerzas conservadoras
están al frente de la defensa de los más desfavorecidos y en contra del 1 por
cien super rico. Pero no quieren revolucionar el sistema, no quieren acabar con
la desigualdad estructural del sistema, sino que quieren por medios fiscales
paliar las injusticias que generan entre quienes lo tienen todo y quienes
tienen lo mínimo. No solo hay que prestarle atención a la desigualdad de los
extremos, sino también a la multidesigualdad, esto es, a la desigualdad que
cubre todos los escalones de ingresos. La desigualdad de los extremos es tan
cegadora que no apreciamos la importancia social que tiene la multidesigualdad.
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