Israel y el nihilismo
Por
Santiago Alba Rico.
Es
imposible no estremecerse al leer estos comentarios antisemitas de jóvenes
árabes que se desahogan en la red: “les deseo una muerte dolorosa a los
judíos”; “odiar a los judíos no es racismo, es un mandamiento de Dios”; “al
final no habrá más judíos, Dios lo quiera”; “os escupo, judíos malolientes”, o
“desde el fondo de mi corazón, deseo que les prendan fuego a los judíos”. La
aceptación natural de este tipo de comentarios, y la institucionalización del
odio a los judíos, desembocó a mediados del siglo pasado en los lager y las cámaras de gas, celebradas o
aceptadas, como sabemos, por la mayor parte de los europeos.
Alambradas de un campo de concentración nazi
Pero no.
Cuidado. Estos comentarios no proceden de jóvenes árabes fanáticos sino de
normalísimos adolescentes israelíes y el objeto de su odio no son obviamente
los judíos sino los árabes en general y los palestinos -bombardeados y
mutilados- en particular: “hay que quemar a todos los árabes”. Bellas y
provocativas israelíes de 16 años publican selfies en
Twitter acompañados de peticiones de tortura y destrucción. Son los futuros
soldados del Estado sionista y tienen ya muy claro lo que tienen que hacer:
exterminar a todos los salvajes. Muchos de estos tweets han sido recogidos por el periodista
canadiense David Sheen, pero
no han generado la menor polémica ni han llevado tampoco -desde luego- a
extraer conclusiones de carácter moral o étnico sobre la “personalidad judía” o
sobre la “cultura israelí”
¿Verdad
que el eslogan “matemos a todos los judíos” impresiona mucho más -y nos parece
mucho más violento e inaceptable- que el de “matemos a todos los árabes”?
Probemos de nuevo. Leamos estos comentarios publicados en la página Islam.net tras el secuestro y asesinato de los jóvenes colonos el pasado mes
de julio: “Desgraciadamente son pocos. Hurra por la yihad” o “qué bella escena;
espero que ocurra una y otra vez” o “¿Sólo tres? Queremos más” o “genial, hay
que matar a todos los adolescentes judíos” o “hay que matarlos a todos”.
Impresiona mucho; duele en el alma; aterra y ensombrece toda esperanza de
civilización y humanidad. Pero no. Cuidado. Esos comentarios proceden de la
página Walla y corresponden a normalísimos israelíes que expresan su gozo tras
el asesinato de cuatro niños palestinos mientras jugaban al balón en una playa
de Gaza: “nada más hermoso que ver morir niños árabes”; “tenemos que matar a
todos los niños”; “quemémoslos a todos”.
Los que así se expresan visten a la
europea, comen en restaurantes exóticos de Tel Aviv y tienen nombres
razonables. Si sacan a la calle las sillas y las cervezas para ver caer desde
una loma de Sderot una lluvia bíblica de misiles sobre los hospitales y
escuelas de Gaza y celebran cada detonación y cada hongo de humo y fuego, con
sus correspondientes cadáveres destrozados, como si fuese una victoria del
Maccabi en una final de baloncesto, si esos hombres y mujeres vestidos a la
europea y con nombres razonables se alegran de la destrucción y la muerte es
que la destrucción y la muerte son fenómenos irrelevantes o incluso -sí-
apetecibles. Una cosa es que Rachel desee la muerte de Fatma y otra muy
distinta que Fatma desee la muerte de Rachel. Que Fatma desee la muerte de
Rachel es una muestra irrefutable del fanatismo y antisemitismo árabes. Que
Rachel desee -y aplauda- la muerte de Fatma es, en cambio, una tan comprensible
y aceptable prueba de civilización como fumar cigarrillos mentolados o
frecuentar locales de música country.
Los
sentimientos se construyen, pero tienen la contundencia de los hechos -y de las
montañas-. Lo cierto es que, antes de cualquier racionalización, nos impresiona
mucho más la llamada a matar judíos que la llamada a matar palestinos o
musulmanes. Se dirá que es lógico. Después de la tentativa europea de genocidio
judío y como consecuencia de la culpabilidad y el horror, los europeos estamos
muy sensibilizados frente al antisemitismo. Pero eso mismo debería
preocuparnos. Nos hemos sensibilizado justamente -más allá de la propaganda
israelí que explota el Holocausto- tras el asesinato de seis millones de
judíos, colofón de siglos de guetos, pogromos y discriminaciones. Ahora bien,
lo que permitió ese racismo violento y su expresión criminal en los lager fue precisamente el hecho de que, durante siglos, la idea de “matar a todos los judíos” impresionaba muy
poco a las poblaciones occidentales o incluso resultaba -también
electoralmente- apetecible. El linchamiento de un judío
-como el de un negro en EEUU- no escandalizaba a casi nadie y las mayorías
sociales podían sentirse más o menos desasosegadas, pero en todo caso ‘sentían’
que la muerte de un judío -o de un negro- tenía mucha menos importancia que la
muerte de un ‘ario’ o de un blanco. Eso hizo posible el nazismo, cuya jerarquía
racial compartían la mayor parte de los alemanes y de los europeos, como lo
demuestra la indiferencia de casi todos (salvo algunos comunistas y algunos
católicos) ante el exterminio en los campos de concentración.
Pues
bien, los ‘judíos’ de hoy son los palestinos -y los árabes y musulmanes en
general-. O si se prefiere: en 1930 los judíos eran los ‘árabes’ de Europa (de
hecho, el racismo dominante hacía pocas diferencia entre los dos). Nos
escandaliza o duele tan poco hoy la muerte de 400 niños palestinos como nos escandaliza o dolía muy poco la muerte de 400 judíos en
un pogromo en Polonia en 1920. Hoy hay muy pocos -poquísimos- atentados
antisemitas en el mundo, a pesar del esfuerzo de Israel por alimentarlos; se
puede decir que los judíos están a salvo. ¿Cuántos palestinos habrá que matar
para que un día la muerte de un palestino nos duela lo mismo que la de un
alemán o un español? Mientras tratemos a los palestinos -en nuestra imaginación
y con nuestras opiniones- como tratábamos hace cien años a los judíos, la
maldición nazi seguirá viva y seguirá produciendo los mismos efectos.
Puesto de control de Qalandia, entre
Ramallah y Jerusalén (Cisjordania Ocupada)
La mayor
parte de la población israelí considera a los palestinos de la misma manera que
la mayor parte de la población europea de 1930 consideraba a los judíos. Ese
sentimiento fue explotado electoralmente por Hitler como es
explotado hoy por Netanyahu y por casi todos los
partidos políticos del espectro ‘democrático’ sionista. Si hay un obstáculo para la paz, la justicia y la convivencia en
Próximo Oriente -el mismo que en la Europa de 1930- es el nihilismo de la
sociedad israelí, nihilismo trasladado a unas instituciones estatales (con su
ejército y sus armas de destrucción masiva) que a su vez lo alimentan con
propaganda racista y manipulación mediática. ¿En qué
consiste finalmente la democracia en Israel? En que gana las elecciones el
candidato que ha matado o promete matar más niños palestinos. Esa es otra de
las razones de que haya en Gaza tantos niños muertos: el nihilismo da votos. Con eso y un buen aparato de propaganda se apoderó Hitler de Alemania en
1933 y a punto estuvo de apoderarse de una Europa (culta, refinada,
progresista) a la que los judíos le traían tan al fresco como hoy los árabes y
que -como recordaba la filósofa y militante Simone Weil- lo
único que reprochaban a los nazis es que ‘quisieran tratar a los europeos como
los europeos trataban a los pueblos colonizados’. Mientras la sociedad israelí
y los gobiernos occidentales no cambien, la maldición del nazismo seguirá viva.
Y seguirá matando. Matando judíos con nombres árabes: Mohamed, Fatma, Salwa,
Yamal. Lloremos, por favor, a todos los judíos, aunque sean palestinos.
Santiago
Alba Rico es filósofo y columnista.
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