01-08-2014
Todo
el ballet diplomático y las acusaciones y absoluciones que se suceden en el
caso del avión de la Air Malaysia derribado en Ucrania oriental ilustran al
pasar las relaciones que existen entre las tres grandes superpotencias (Estados
Unidos, Rusia y China) y también entre éstas y los protagonistas de segundo o
tercer orden de la política mundial a los que, por comodidad y brevedad y a
costa de la precisión, llamaré subpotencias o subsub, en escala descendente.
En
efecto, el avión es malayo y el conflicto en Ucrania y de Rusia con Ucrania
nació de la defenestración por la Unión Europea (UE) del presidente
constitucional pro-ruso Yanukóvich para que un grupo de oligarcas, apoyados por
fascistas, firmase un tratado de integración a la UE funesto, en particular,
para Ucrania oriental. Sin embargo, en la discusión sobre cómo fue derribado el
Boeing, Estados Unidos ignora por completo a Malasia, Bruselas y Kiev y negocia
directamente con Rusia en una relación Barack Obama- Vladimir Putin, en la que
Washington prescinde de todos aunque eso aumente su pérdida de hegemonía
mientras Moscú trata por su parte a los ucranianos independentistas como meras
piezas que nadie consulta.
En
efecto, Estados Unidos absorbió sin problemas la anexión rusa de Crimea y Moscú
la defenestración de Yanukóvich, su instrumento en Ucrania, y dejó a su suerte
a los separatistas pro-rusos de Ucrania oriental limitándose a darles algunas
armas, pertrechos y una discreta asistencia militar. En el caso del avión de
Air Malaysia Estados Unidos –que tiene sobre la zona estacionado un satélite
que puede comprobar todos los movimientos- afirmó primero que un avión ruso lo
había derribado para ofrecer después una versión que exculpa a Moscú pues dice
sólo que los culpables serían ”guerrilleros ucranianos mal entrenados” mientras
Rusia, que había recibido las cajas negras encontradas por los independentistas
ucranianos, las devolvió para que las entregasen a las autoridades de la UE (ni
siquiera a las de Malasia, país al que pertenecía el avión abatido).
En
el escenario mundial se reproduce lo que se puede observar en Ucrania. En el
mismo momento en que Estados Unidos tantea las reacciones rusas en su frontera
occidental (Ucrania) y eleva la apuesta en Medio Oriente respaldando el
genocidio en Gaza que están realizando los fascistas sionistas que desde el
gobierno de Tel Aviv buscan la “solución final” al caso palestino, Moscú y
Beijing se enraízan en el famoso patio trasero de Estados Unidos mediante las
giras de Vladimir Putin y de Xi Jinping y las alianzas estratégicas reafirmadas
en esas visitas a Brasilia, Buenos Aires, Caracas, La Habana y en los acuerdos
con la UNASUR y la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños).
Brasil
financia en Cuba la transformación del puerto de Mariel en un puerto de aguas
profundas que podría dar base a un cluster (servicios
portuarios y técnicos concentrados para muchos barcos de gran tamaño y calado).
Desde allí podría ser redistribuido el comercio atlántico hacia China que no
puede superar los atascos y la estrechez del canal de Panamá ni esperar la
construcción del más competitivo canal transoceánico en Nicaragua, con
financiamiento chino. Rusia, por su parte, construirá otro puerto de aguas
profundas que podría ser utilizado por naves de guerra en Santiago de Cuba, en
la estratégica parte oriental de la isla. Si se tienen en cuenta los acuerdos
militares con Venezuela en el campo naval, la noticia se enriquece mucho. Al
mismo tiempo, el apoyo que China le brindó a la maltrecha economía argentina es
también un respaldo al grupo de países que aunque practican una política
comercial neoliberal y respaldan a los empresarios buscan al mismo tiempo
depender menos de las transnacionales. Las inversiones chinas en el campo
nuclear, la producción petrolera y la energía hidroeléctrica y la venta de
material ferroviario sin duda fueron un buen negocio para Chin, pero también
crean las condiciones para paliar más rápidamente algunas de las gravísimas carencias
de la economía argentina.
En
los años 1920, los bancos y algunas empresas estadounidenses empezaron a ocupar
en América del Sur los espacios que cedían Francia y, sobre todo, Inglaterra,
las potencias dominantes en la zona antes de la Segunda Guerra Mundial. Ahora
aparecen empresas chinas y hasta el Banco de Comercio Exterior chino expande su
actividad. Las inversiones chinas abarcan la minería, la agricultura, la
producción de energía hidroeléctrica y de una central nuclear, el transporte de
mercancías y de pasajeros, sectores de la industria liviana y de la automotriz.
China se asegura una fuente importante y competitiva de alimentos en Argentina
y Brasil y, de paso, amplía el mercado para sus productos.
Así
como no falta nunca un sudamericano que acuse a Brasil de “subimperialismo”,
comienzan a escucharse voces de nacionalistas asustados por el “imperialismo
chino”, por no hablar de los sectores oligárquicos siempre muy a su gusto con
el domino del dólar y que dicen temer ahora el avance de los yuanes. Pero el
capitalismo chino todavía no llegó a esa fase: simplemente amplía sus bases en
un sistema capitalista mundial que comparte y refuerza pero que no dirige y
piensa sobre todo en el futuro. El presidente Xi, por ejemplo, dijo en Buenos
Aires que China es actualmente un país de desarrollo medio pero que, en el 2050
(dentro de un cuarto de siglo) será un país próspero. Si se tiene en cuenta que
la economía china crece a un promedio anual del 7.5 por ciento cuando la
japonesa y la de la UE están estancadas y la estadounidense crece por debajo
del crecimiento demográfico, el cálculo de Xi podría tener alguna base…a
condición de que la política no cambie los datos económicos. O sea, de que
Washington se resigne a declinar lentamente como le pasó a Inglaterra.
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=187937
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