08-11-2014
La trágica muerte de Fidel
Flores, ocurrida el 30 de octubre pasado, debiera ser una lección para
todos. Cajamarca, como todos los pueblos que luchan por una casa, entrega
lecciones de las que se pueden extraer valiosas enseñanzas. Vale reflexionar en
torno a algunas de ellas. El sacrificio de este valeroso ciudadano cajamarquino
nos refleja el convulso escenario nacional en el que es posible luchar y aún
ofrendar la vida, por una causa justa.
Y
es que ahora Cajamarca es un pueblo que sabe que tiene derechos. Y está
dispuesto a enfrentar la adversidad por ellos. Ha aprendido, en el quehacer
cotidiano, que nada está sembrado en la tierra y que nada, cae del cielo. Todo
tiene que ser forjado con sus propias manos y regado por su sangre. Sólo así,
obtendrá victorias.
Si
Fidel pudo enfrentar el acoso de hordas policiales amparadas por la Ley; es
porque estaba seguro de la justeza de su causa. Ella le dio valor, y capacidad
e resistencia.
El
hecho ocurrido en la azotea de una vivienda, nos mostró, adicionalmente lo que
es capaz la “justicia de clase” de la sociedad capitalista y burguesa. Un Poder
Judicial al servicio de los poderosos. Una policía, presta siempre a actuar en
su nombre. Una gama de matones que se mueve por dinero. Y una indiferencia
notable que vio una lucha desigual, pero no intervino en ella por prudencia,
cautela, o más bien falta de solidaridad activa.
La
muerte de Fidel es injusta. Pero también inútil. Nada justificaba un
procedimiento judicial que -hoy se sabe- comenzó hace más de veinte años y no
se resolvió por desidia y parsimonia de los rostros de la justicia.
Nada,
tampoco, la aplastante presencia policial que podría haber enfrentado a una
vigorosa banda delictiva, pero que, en el caso, fue llamada apenas para
doblegar la resistencia de una sola persona. Los “custodios del
orden” -15 contra a 1- actuaron como sus similares, los “héroes de Chavín de
Huántar”: infinitamente superiores en hombres, armas y preparación de guerra en
la Residencia Nipona en abril de 1997. Esta vez, se enfrentaron sólo a Fidel
quien, sin duda, llevaba bien puesto su nombre.
Y
nada justificaba tampoco el uso de armas letales, como la que le arrancó la
vida a una persona que solo defendía el techo para sus hijos en un rincón
profundo de nuestro martirizado país.
El
suceso muestra, además, hasta que punto la desesperación puede llevar a un
hombre a una resistencia sin perspectiva. Fidel estaba a punto de perder su
casa, la de su familia y la de sus hijos. Y no tenía nada más que algunas
piedras para cautelar su futuro. Las usó. Y recibió, en respuesta cacerolas
completas de disparos asesinos.
No
debiera sorprender la reacción de “la prensa grande” ante los
hechos. No los ha ocultado. Al contrario. Los ha mostrado a grandes titulares y
repetido en la “tele” hasta el hartazgo ¿Para qué? No para mostrar el heroísmo
de Fidel y su pertinacia; ni el rostro impasible de la injusticia personificada
en la juez que condujo el “desalojo”; sino tan sólo para confirmar la ineptitud
de un gobierno, mostrándolo brutal e insensible.
El
Presidente Humala, tomó distancia de los hechos. En una primera reacción,
aseguró que éste era un acontecimiento muy malo. Y el Ministro del Interior
criticó la violencia policial y dispuso medidas de castigo a sus autores. En
los “medios” no faltaron, sin embargo, los que, en ese marco, dijeron que, en
el fondo, lo que estaba en juego era “el imperio de la ley”. Fidel
se alzaba contra ella y tenía que ser doblegado. Esa fue su visión de
clase. Althaus dixit.
No
han cesado, sin embargo, los ataques al gobierno por este hecho. Y eso, es lo
que ha marcado la diferencia. ¿El entonces Presidente García criticó, acaso,
los sucesos de Bagua? ¿No los alentó y justificó plenamente asegurando, además
que sus protagonistas “se creían ciudadanos de primera clase”?
¿Alguna
vez Jaime Althaus, Cecilia Valenzuela o Aldo M. le dijeron algo a Mercedes
Cabanillas criticando los sucesos de Bagua? “Perú 21”, “Correo” o el diario
“Expreso” ¿acusaron de pronto al gobierno aprista por esa matanza?
Hagamos
un poco de memoria. No necesitamos hablar mucho de Fujimori para ello porque
todos sabemos cómo ocurrían las cosas allí: se hubiese capturado a un ciudadano
cualquiera, molido a palos para que “confiese” que Fidel lo adiestró para hacer
actos terroristas; detenido a Fidel en una obscura madrugada y en pocas horas se
le hubiese puesto a disposición de un Tribunal sin rostro, y en juicio secreto,
dictado una sentencia anónima por “terrorismo agravado”: Cadena Perpetua,
hubiese sido el desenlace ¿No era así la cosa? Nuestro querido Eduardo González
Viaña hubiese podido escribir otro libro: “Fidel en el infierno”.
Pero
en los años de Toledo, cuando el pueblo de Arequipa se alzó contra la
privatización de empresas, el gobierno mandó “reprimir a la población y
retomar la ciudad a cualquier costo”. No hubo muertos porque los
nuevos jefes militares -los primeros después del fujimorato- no quisieron
actuar sin una orden “expresa y escrita”, firmada por el titular
del sector. No querían graduarse de asesinos.
Algunos
años después, -en los años de García- el general Jordán, de la
policía nacional recibió la orden de “emplear la fuerza” contra pacíficos
manifestantes de Moquegua. Y cuando debió hacerlo, se vio ante una multitud pacífica
y desbordante que virtualmente lo desarmó. No quiso actuar y lo dijo: “mi
misión, no es matar”. Desde el gobierno y la “prensa grande” le
dijeron de todo: cobarde, pusilánime y hasta traidor.
Pero se negó a enfilar sus fusiles contra el pueblo. Y lo echaron de la
institución por eso ¿lo recuerdan?
Ellos
quisieron siempre que se impusiera la fuerza y se doblegara la voluntad de la
población, en todas partes. Y nunca les importó la vida de la gente ¿A qué
tanta gritería ahora? Fidel no merece que nadie trafique con su sangre.
Lo
que ocurre es que todo esto, forma parte de una misma campaña. Ella se orienta
a desacreditar al máximo al Presidente y consolidar en el escenario a las
esperpénticas figuras de Keiko y Alan, sus cartas para el 2016.
Como
“el caso” López Meneses no da para más, y cómo lo de Chanduví no alzó vuelo,
como aquello de la “vacancia presidencial” no entusiasmó a las galerías,
entonces levantan otras cosas: Los sucesos del 30 de octubre en la azotea de la
casa de Fidel, les cae de perillas, el tema de Martín Belaúnde, o el de Manuel
Burga, les viene también como anillo al dedo.
Lo
de Martín Belaúnde es muy claro. El dice que lo atacan porque
es amigo de Ollanta y de Nadine. Y no le falta razón: si fuera amigo de
Keiko, no le pasaría nada. Como no le pasa al Congresista Gagó a quien
han “exonerado de culpa” pese a sus truhanerías; o al también congresista
Grandes, acusado de alentar la prostitución infantil; o a Spadaro, por otras
pillerías. Todos ellos gozan de impunidad por ser “amigos de Keiko” ¿verdad? Y
si Martín Belaúnde lo fuera ¿no le iría mejor?
Algo
parecido se puede decir con relación al tema de Manuel Burga, el
odiado “Jefe de la Federación Peruana de Futbol ¿Acaso no sabe todo el país que
vivió a la sombra del gobierno de García los cinco años de gestión gubernativa
del APRA?
El
escenario nacional está convulso porque las denuncias referidas a la corrupción
están a la orden del día. Y porque las Mafias se defienden como gato panza
arriba para librarse de ellas ¿Acaso no hemos visto a Luciana León,
la congresista aprista, decir que contra ella “hay persecución política” porque
a Procuraduría puso en evidencia clamorosos desbalances patrimoniales? ¿Acaso
no hemos sido testigos de los aullidos de Mauricio Mulder y Javier Velásquez,
empeñados ambos en “cerrar” el caso de García para que se abandone la
investigación al ex Presidente?
La
Mafia busca desesperadamente liberar a Alberto Fujimori antes de fin de año. Y
cuenta, según parece, con la benévola complicidad de un alto Magistrado que ya
antes hablo a favor de delincuente convicto y confeso, recluido hoy en la
DINOES, y en toro a cuyo caso habrá de fallar en semanas.
Aunque
el cielo peruano parece siempre brumoso, poco a poco se está despejando. Y
lentamente se va haciendo luz en cada recodo del camino. También para todo
esto, Cajamarca enseña.
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
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