08-11-2014
Traducido para Rebelión por Paco
Muñoz de Bustillo
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Introducción
La
principal razón por la que Washington se empeña en guerras, sanciones y
operaciones clandestinas para asegurar su poder en el exterior es que sus
clientes no consiguen ganar en elecciones libres.
Un
breve repaso a resultados electorales recientes muestra el escaso atractivo que
tienen para sus votantes los partidos apoyados por Washington. La mayoría de
los electorados democráticos rechazan a los candidatos y partidos que apoyan la
agenda global estadounidense: políticas económicas neoliberales; una política
exterior muy militarizada; la colonización y anexión israelí de Palestina;
concentración de la riqueza en el sector financiero; y escalada militar contra
Rusia y China. Mientras la política de EE.UU. intenta volver a imponer el saqueo
y el dominio de la década de los noventa mediante regímenes clientelares
reciclados, los electorados democráticos desean avanzar mediante gobiernos
menos belicosos y más inclusivos que restauren los derechos laborales y
sociales.
Estados
Unidos pretende imponer el mundo unipolar de la era Bush padre y Clinton y se
muestra incapaz de reconocer los enormes cambios que ha experimentado la
economía mundial, entre otros el ascenso de China y Rusia como potencias, la
aparición de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y otras
organizaciones regionales y, sobre todo, el aumento de la conciencia
democrática de los pueblos.
Al
no poder convencer a los votantes mediante la razón o la manipulación,
Washington ha optado por intervenir mediante la fuerza y financiar a
organizaciones que subviertan el proceso electoral. La facilidad con que la
política exterior de EE.UU. recurre a las armas y la coacción económica cuando
no consigue el “resultado apropiado” mediante las urnas muestra su naturaleza
profundamente reaccionaria. Reaccionaria tanto en sus fines como en los medios
utilizados para conseguirlos. En la práctica, las políticas socioeconómicas
imperiales aumentan las desigualdades y reducen el nivel de vida. Los medios
para conseguir el poder, los instrumentos de esas políticas, que incluyen
guerras, intervención y operaciones encubiertas, son similares a los de los
regímenes extremistas y cuasi-fascistas de extrema derecha.
Elecciones
libres y rechazo a los clientes de EE.UU.
Los
partidos y candidatos apoyados por Estados Unidos han sufrido derrotas en todo
el mundo, a pesar del generoso apoyo financiero y de las campañas de propaganda
de los medios de comunicación de masas internacionales. Lo más sorprendente de
estas derrotas electorales es que la inmensa mayoría de los adversarios no son
anticapitalistas ni “socialistas” y que todos los clientes de EE.UU. son
partidos y líderes de derecha o extrema derecha. Es decir, que el
enfrentamiento se suele producir entre partidos de centro-izquierda y de
derecha; lo que está en juego es reforma o reacción, una política exterior
independiente o satelital.
Washington
en Latinoamérica: Fracaso tras fracaso
En
la última década, Washington respaldó a todos los candidatos neoliberales que
fueron derrotados en América Latina y posteriormente intentó subvertir los
resultados democráticos.
Bolivia
Desde
2005, Evo Morales, el dirigente de centro izquierda partidario de reformas
sociales y una política exterior independiente, ha ganado tres elecciones
presidenciales contra partidos de derecha apoyados por EE.UU., cada vez con un
margen mayor. En 2008, expulsó al embajador estadounidense y a la DEA por
intervenir en la política interna del país; en 2013 hizo lo mismo con la
agencia de desarrollo USAID y la misión militar estadounidense, que habían
apoyado un golpe de Estado fallido en el departamento de Santa Cruz.
Venezuela
A
lo largo de los últimos quince años, el Partido Socialista Unificado de
Venezuela (PSUV) y su predecesor han ganado todas las elecciones presidenciales
y legislativas (excepto una), a pesar de las ayudas financieras valoradas en
miles de millones de dólares de EE.UU. a los partidos opositores neoliberales.
Incapaz de derrotar al gobierno de reformas radicales encabezado por Chávez,
Washington respaldó un violento golpe de Estado (2002), un paro patronal
(2002-03) y una serie de ataques paramilitares a líderes y activistas
pro-democracia a lo largo de diez años.
Ecuador
Estados
Unidos se ha opuesto al gobierno de centro-izquierda de Rafael Correa por
expulsarle de su base militar de Manta, renegociar y rechazar el pago de parte
de su deuda externa y apoyar pactos regionales que excluyen a EE.UU. Por estos
motivos, Washington apoyó el golpe de Estado encabezado por la policía en 2010
que fue rápidamente derrotado.
Honduras
Durante
el gobierno democráticamente elegido de Manuel Zelaya, de centro-izquierda,
Honduras intentó estrechar sus relaciones con Venezuela para conseguir mayores
ayudas económicas y acabar con su reputación de república bananera controlada
por Estados Unidos. Washington fue incapaz de derrotarlo en las urnas y
respondió apoyando un golpe militar (2009) que derrocó a Zelaya y puso de nuevo
al país bajo el control estadounidense. Desde entonces, Honduras es tristemente
el país latinoamericano que ha sufrido más asesinatos de líderes populares
(200).
Brasil
El
Partido de los Trabajadores ha ganado cuatro elecciones directas frente a los
candidatos neoliberales apoyados por Washington, desde 2002 hasta las
recientemente celebradas en 2014. La maquinaria de propaganda de EE.UU.
-incluyendo el espionaje de la NSA a la presidenta Dilma Rousseff y a la
compañía estatal de petróleo, Petrobras- y la prensa financiera internacional
hicieron todo lo posible por desacreditar al gobierno reformista de centro-izquierda.
Sus esfuerzos fueron en vano. Los votantes prefirieron al régimen
social-liberal “inclusivo” que practica una política exterior independiente
antes que a una oposición integrada en las políticas socialmente regresivas
desacreditadas del régimen de Cardoso (1994-2002). Durante la campaña electoral
previa a estas últimas elecciones, los especuladores financieros brasileños y
estadounidenses intentaron crear temor en el electorado apostando en contra de
la divisa brasileña (el real) y provocando una caída del mercado de valores.
Pero no sirvió de nada. Roussef ganó con el 52% de los votos.
Argentina
En
Argentina, una revuelta popular masiva acabó con el régimen neoliberal apoyado
por EE.UU. del presidente De la Rua en 2001. A continuación, en 2003, el electorado
se decantó por el gobierno de centro-izquierda de Kirchner frente al candidato
derechista apoyado por Estados Unidos, Menem. Kirchner desarrolló un programa
reformista imponiendo una moratoria sobre la deuda externa y combinando un alto
crecimiento económico con importantes gastos sociales y una política exterior
independiente. La oposición de Estados Unidos aumentó con la elección de su
esposa Cristina Fernández. Las élites financieras, Wall Street y los tribunales
y el Tesoro de EE.UU. intervinieron para desestabilizar al gobierno, tras
fracasar en la reelección de Fernández. Las presiones financieras
extraparlamentarias se han unido al apoyo económico y político a los políticos
derechistas en preparación para las elecciones de 2015.
Con
anterioridad, en 1976, Estados Unidos apoyó el golpe militar y el terror
político que provocaron la muerte de 30.000 activistas y militantes. En 2014,
Estados Unidos ha apoyado un “golpe financiero” al tomar partido desde los
tribunales por los “fondos buitre”, sembrando el terror financiero en los
mercados internacionales contra un gobierno elegido democráticamente.
Paraguay
El
presidente Fernando Lugo era un antiguo obispo moderado que proponía un
programa descafeinado de centro-izquierda. A pesar de ello, algunos de los
temas que puso sobre la mesa entraban en conflicto con la agenda extremista de
Washington, entre ellos la entrada de Paraguay en los organismos regionales que
excluyen a EE.UU., como Mercosur. Lugo contaba con el apoyo de los trabajadores
rurales sin tierra y mantuvo lazos con otros regímenes de centro-izquierda
latinoamericanos. Fue depuesto por el Congreso en 2012, en un más que dudoso
“golpe institucional” que rápidamente recibió el respaldo de la Casa Blanca, y
fue reemplazado por el neoliberal Federico Franco, que mantenía estrechos lazos
con Washington y era hostil a Venezuela.
Amenazas
globales de Estados Unidos a la democracia
Las
trabas a la democracia impuestas por Estados Unidos cuando formaciones
políticas de centro-izquierda compiten por el poder no se limita a
Latinoamérica. ¡Ahora ha adquirido dimensiones globales!
Ucrania
El
ejemplo más notorio es el de Ucrania, a la que Estados Unidos dedicó más de
6.000 millones de dólares a lo largo de quince años. Washington financió,
organizó y apoyó a las fuerzas de choque favorables a la OTAN que derrocaron al
régimen elegido democráticamente del presidente Yevtushenko, que intentaba
equilibrar los vínculos con Rusia y Occidente. En febrero de 2014, un
levantamiento armado y una revuelta de masas provocaron la caída del gobierno
electo y la imposición de un régimen títere completamente dependiente de
Estados Unidos. Los golpistas violentos encontraron resistencia por parte de
muchos activistas pro-democracia del este del país. La junta de Kiev dirigida
por Petro Poroshenko envió tropas por tierra y aire para reprimir la
resistencia popular con el apoyo unánime de EE.UU y la UE. Cuando el régimen
derechista de Kiev decidió imponer su control sobre Crimea y romper el tratado
militar que permitía el uso de sus bases por Rusia, los ciudadanos de Crimea
votaron (con una gran mayoría del 85%) para decidir su escisión y la unión con
Rusia.
Tanto
en Ucrania como en Crimea, la política estadounidense tenía como objetivo
imponer por la fuerza la subordinación de la democracia al plan de la OTAN para
rodear a Rusia y debilitar su gobierno elegido democráticamente.
Rusia
Tras
la elección de Vladimir Putin como presidente, Estados Unidos organizó y
financió un gran número de grupos de estudio (think tanks) y
ONG entre la oposición para desestabilizar al gobierno. Las manifestaciones a
gran escala organizadas por estas ONG tuvieron gran eco en todos los medios de
comunicación occidentales.
Incapaces
de asegurar una mayoría electoral tras sufrir una serie de derrotas en
elecciones legislativas y presidenciales y utilizando el pretexto de la
“intervención” rusa en Ucrania, Estados Unidos y la UE declararon una guerra
económica a gran escala contra Rusia. Se aprobaron sanciones económicas con la
esperanza de crear un colapso económico y una revuelta popular. Pero nada de
esto ha ocurrido. Putin ha aumentado su popularidad y mejorado su posición en
Rusia y ha consolidado relaciones con China y otros países BRIC.
En
resumen, Washington ha recurrido a revueltas populares, cercos militares y una
escalada de las sanciones económicas para derrocar a gobiernos independientes
en Ucrania, Crimea y Rusia.
Irán
Irán
celebra elecciones periódicas en las que compiten partidos pro y anti
occidentales. Irán ha despertado la ira de Washington por su apoyo a la
liberación de Palestina del yugo israelí; su oposición a los estados
absolutistas del Golfo Pérsico; y sus vínculos con Siria, Líbano (Hezbolá) y el
Iraq post-Saddam Hussein. Por lo tanto, Estados Unidos ha impuesto sanciones
económicas con el fin de paralizar su economía y sus finanzas y ha sufragado
ONG y facciones políticas entre la oposición pro-occidental neoliberal. Ante su
incapacidad para derrotar electoralmente a la élite islamista en el poder, ha
optado por desestabilizar el país mediante sanciones para alterar su economía,
asesinar a científicos y librar una ciberguerra.
Egipto
Washington
fue un fiel aliado de la dictadura de Hosni Mubarak durante más de tres
decenios. Tras la revuelta popular de 2011, que consiguió derrocar al régimen,
Washington mantuvo y fortaleció sus lazos con la policía, el ejército y el
aparato de inteligencia de Mubarak. Al mismo tiempo que promovía una alianza
entre el ejército y el recién electo presidente Mohamed Morsi, Washington
financió a ONG que actuaron para subvertir al gobierno mediante manifestaciones
masivas. El ejército, encabezado por el general Abdel Fattah el-Sisi, favorable
a EE.UU., ilegalizó a la Hermandad Musulmana y abolió las libertades
democráticas.
Inmediatamente,
Washington renovó la asistencia militar y económica a la dictadura de Sisi,
reforzando sus lazos con el régimen autoritario. En línea con la política
estadounidense e israelí, el General Sisi intensificó el bloqueo a Gaza, aliado
con Arabia Saudí y los déspotas del Golfo, reforzó sus lazos con el FMI y puso
en marcha un programa neoliberal regresivo, eliminando las subvenciones al
combustible y los alimentos y reduciendo los impuestos a las grandes empresas.
El apoyo al golpe de Estado y la restauración de la dictadura era la única
manera en que Washington podía asegurar la permanencia de clientes leales en el
norte de África.
Libia
Estados
Unidos, la OTAN y sus aliados del Golfo tuvieron que recurrir a la guerra
contra el gobierno popular y de bienestar del Coronel Gadafi (2011) como único
modo de acabar con él. Incapaces de derrotarlo mediante la subversión interna y
de desestabilizar su economía, Washington y sus secuaces de la OTAN lanzaron
cientos de bombardeos acompañados de envíos de armamento a los sátrapas islámicos
locales, clanes, tribus y otros grupos autoritarios. El posterior “proceso
electoral” careció de las mínimas garantías políticas y estuvo plagado de
corrupción, violencia y caos, produciendo diversos centros de poder rivales.
Washington optó por debilitar los procedimientos democráticos produciendo un
mundo violento y hobbesiano y sustituyendo un régimen popular de bienestar por
el caos y el terrorismo.
Palestina
La
política de Washington se ha caracterizado por el apoyo a la ocupación y
colonización de territorio palestino, los bombardeos salvajes y la destrucción
generalizada de Gaza. La determinación israelí de acabar con el gobierno
democráticamente elegido de Hamás ha contado con el apoyo incondicional de
EE.UU. El régimen colonial israelí ha implantado colonias racistas y armadas a
lo largo de toda Cisjordania, financiadas por el gobierno estadounidense,
inversores privados y donantes sionistas de EE.UU. Cuando han tenido que optar
entre un régimen nacionalista democráticamente elegido, Hamás, y un régimen
militarista brutal, Israel, los legisladores estadounidenses no han dejado de
apoyar a Israel en su propósito de destruir el mini-Estado palestino.
Líbano
Estados
Unidos, junto con Arabia Saudí e Israel, se ha opuesto a la coalición de
gobierno dirigida por Hezbolá que ganó las elecciones en 2011. Asimismo, apoyó
la invasión israelí de 2006, que fue derrotada por las milicias de Hezbolá, y a
la coalición de derechas liderada por Hariri (2008-2011) que perdió las
elecciones en 2011. Su intención era desestabilizar la sociedad apoyando a los
extremistas suníes, especialmente en el norte de Líbano. Al carecer de
suficiente respaldo electoral para convertir el Líbano en un Estado clientelar,
Washington se basa en las incursiones militares israelíes y en los terroristas
con base en Siria para desestabilizar al gobierno elegido democráticamente.
Siria
El
régimen sirio de Bashar al-Asad ha sido blanco de la enemistad de Estados
Unidos, la Unión Europea, Arabia Saudí e Israel a causa de su apoyo a Palestina,
sus lazos con Irak, Irán, Rusia y Hezbolá. Asimismo, su oposición al despotismo
de los estados del Golfo y su negativa a convertirse en un Estado clientelar de
EE.UU. le ha supuesto la hostilidad de la OTAN. Bajo presiones de su oposición
democrática interna y sus aliados externos, Rusia e Irán, el régimen de Asad
convocó una conferencia de partidos opositores, líderes y grupos no violentos
con el fin de hallar una solución electoral al conflicto actual. Pero
Washington y sus aliados rechazaron la vía de resolución democrática,
prefiriendo financiar y armar, con ayuda de Turquía y los países del Golfo, a
miles de extremistas islámicos que invadieron el país. El resultado directo de
la decisión de Washington de conseguir un “cambio de régimen” mediante el conflicto
armado ha sido más de un millón de refugiados y 200.000 muertos entre la
población.
China
China
se ha convertido en la mayor economía del mundo, el líder comercial e inversor
del planeta. Ha sustituido a Estados Unidos y la Unión Europea en los mercados
asiáticos, africanos y latinoamericanos. Obligado a hacer frente a la
competencia económica pacífica y a propuestas de acuerdos comerciales
beneficiosos para ambas partes, Washington ha escogido llevar adelante una
política de cerco militar, desestabilización interna y acuerdos de integración
en el área del Pacífico que excluyen a China. Estados Unidos ha ampliado sus
instalaciones militares y sus bases en Japón, Australia, y las Filipinas. Ha
incrementado la vigilancia naval y aérea en los límites fronterizos chinos
dando alas a las reclamaciones marítimas de sus vecinos y amenazando las vías
marítimas vitales para el país.
EE.UU.
ha dado su apoyo a los separatistas violentos de la región autónoma Uigur, a
terroristas tibetanos y a las protestas populares de Hong Kong, con el fin de
fragmentar y desacreditar el gobierno chino sobre su territorio soberano. El
fomento de la separación mediante métodos violentos ha provocado una dura
represión, que crea malestar entre sus ciudadanos y ceba las críticas de la
prensa occidental. La clave de la oposición estadounidense al ascenso económico
chino es política: fomento de las divisiones internas y debilitamiento de la
autoridad central. La democratización que pretenden los ciudadanos chinos tiene
poco que ver con el sainete de “democracia” financiado por Estados Unidos en
Hong Kong o la violencia separatista de las provincias.
Los
esfuerzos estadounidenses por excluir a China de los principales acuerdos
comerciales y de inversión asiáticos han resultado un fracaso irrisorio. Los
principales aliados de EE.UU., Japón y Australia, tienen una fuerte dependencia
del mercado chino. Los aliados (de libre comercio) de Washington en América
Latina (Colombia, Perú, Chile y México) están ansiosos por incrementar su comercio
con China. India y China están camino de suscribir acuerdos inversores y
comerciales multimillonarios con China y la política de exclusión económica de
Washington ha sido abortada desde su inicio.
En
resumen, la decisión estadounidense de primar la confrontación frente a la
conciliación y la asociación, el cerco militar frente a la cooperación y la
exclusión frente a la inclusión es lo contrario a una política exterior
democrática diseñada para promover la democracia en China y otros lugares. La
opción autoritaria para conseguir una supremacía inalcanzable en Asia no es una
virtud, sino un signo de debilidad y decadencia.
Conclusión
En
nuestra revisión global de las políticas de Estados Unidos frente a la
democracia, los gobiernos de centro-izquierda y las elecciones libres podemos
encontrar innumerables pruebas de oposición y hostilidad sistemáticas. La base
política de la “guerra contra el terrorismo” de Washington es un ataque
planetario y continuado pernicioso contra los gobiernos independientes, especialmente
aquellos de centro-izquierda que se proponen seriamente reducir la pobreza y la
desigualdad.
Los
métodos elegidos por Washington para llevarla a cabo oscilan desde la
financiación de partidos políticos derechistas a través de USAID y otras ONG,
hasta el respaldo a golpes militares violentos; desde el apoyo a las revueltas
callejeras destinadas a la desestabilización hasta invasiones aéreas y
terrestres. La hostilidad de Washington ante los procesos democráticos no se
limita a determinada región o grupo religioso, étnico o racial. Estados Unidos
ha bombardeado africanos negros en Libia, organizado golpes de Estado en
Latinoamérica contra indígenas y cristianos en Bolivia, apoyado guerras contra
musulmanes en Irak, Palestina y Siria, financiado “batallones” neofascistas y
ataques armados contra cristianos ortodoxos en el este de Ucrania y denunciado
a ateos en China y Rusia.
Washington
subvenciona y apoya elecciones únicamente cuando las ganan los regímenes
clientelares neoliberales y se dedica a desestabilizar sistemáticamente los
gobiernos de centro-izquierda opuestos a sus políticas imperiales.
Ninguno
de los objetivos de las agresiones estadounidenses es, estrictamente hablando,
anticapitalista. Bolivia, Ecuador, Brasil y Argentina son regímenes capitalistas
que pretenden regular, fiscalizar y reducir las disparidades de riqueza
mediante reformas moderadas del bienestar.
A
lo largo de todo el mundo, Washington apoya a los grupos políticos extremistas
ocupados en actividades violentas y anticonstitucionales que acosan a
dirigentes democráticos y a sus partidarios. El régimen golpista de Honduras ha
asesinado a cientos de activistas demócratas, campesinos pobres y trabajadores
rurales, tanto dirigentes como simples militantes.
Los
yihadistas armados por Estados Unidos para combatir en Libia han perdido el
favor de sus mentores de la OTAN y ahora están en guerra unos contra otros,
ocupados en masacrarse mutuamente.
Dondequiera
que se han producido intervenciones estadounidenses en Asia central y meridional,
norte de África, América Central y el Cáucaso, los grupos de extrema derecha
han sido, al menos durante un tiempo, los principales aliados de Washington y
Bruselas.
Las
fuerzas favorables a la OTAN y la UE en Ucrania incluyen a un fuerte contingente
de neonazis, bandas paramilitares y cuadros del ejército propensos a bombardear
barrios civiles con bombas de racimo.
En
Venezuela, las fuerzas terroristas paramilitares y los extremistas políticos
bajo la nómina de Washington asesinaron a un líder socialista del Congreso y a
docenas de izquierdistas.
En
México, Estados Unidos ha asesorado, financiado y apoyado regímenes derechistas
cuyas fuerzas militares, paramilitares y narcoterroristas recientemente
asesinaron y quemaron vivos a 43 estudiantes de magisterio y que están
implicadas en la muerte de otros 100.000 ciudadanos en menos de un decenio.
En
los últimos once años, Estados Unidos ha inyectado más de 6.000 millones de
dólares en asistencia militar a Colombia, creando seis bases militares y varios
miles de comandos de operaciones especiales, duplicando el tamaño del ejército
colombiano. Como resultado, miles de activistas de derechos humanos y de la
sociedad civil, periodistas, líderes sindicales y campesinos han sido
asesinados. Más de tres millones de pequeños campesinos han sido expulsados de
sus tierras.
Los
medios de comunicación mayoritarios encubren estas decisiones de EE.UU. de
apoyar a la extrema derecha, describiendo a los gobiernos que asesinan en masa
como “regímenes de centro-derecha” o “moderados”: perversiones lingüísticas o
eufemismos grotescos tan estrafalarios como las actividades bárbaras
perpetradas por la Casa Blanca.
No
hay crimen que no se cometa para conseguir la supremacía mundial, ninguna
democracia que se oponga puede ser tolerada. Ni siquiera países tan pequeños
como Honduras y Somalia o tan grandes y poderosos como Rusia y China escapan a
la ira y la desestabilización encubierta de la Casa Blanca.
La
búsqueda de la dominación mundial va de la mano de la creencia subjetiva en “el
triunfo de la voluntad”. La supremacía global depende por completo de la fuerza
y la violencia, de la destrucción de un país tras otro: bombardeos masivos en
Yugoslavia, Irak, Afganistán y Libia; guerras por delegación en Somalia, Yemen
y Ucrania; asesinatos masivos en Colombia, México y Siria.
No
obstante, la propagación de los “campos de exterminio” se ha topado con ciertos
límites. En Venezuela, Ecuador y Bolivia, los procesos democráticos están
siendo defendidos por movimientos ciudadanos consolidados. La proliferación de
golpes de Estado violentos con el apoyo del Imperio se ve obstaculizada por el
advenimiento de otras potencias globales. Tanto China en el Lejano Oriente como
Rusia en Crimea y el este de Ucrania han adoptado medidas enérgicas para
limitar la expansión imperial estadounidense.
En
el ámbito de la ONU, el presidente de Estados Unidos y su delegada, Samantha
Powers, despotrican llevados por el paroxismo contra Rusia, calificándola de
“el mayor Estado terrorista del mundo” por su resistencia a verse cercada
militarmente y a la anexión violenta de Ucrania. El extremismo, el
autoritarismo y la insensatez política no conocen fronteras. El extraordinario
crecimiento de la policía política secreta, la Agencia de Seguridad Nacional
(NSA), la destrucción de las garantías constitucionales, la conversión de los
procesos electorales en farsas multimillonarias controladas por las élites, la
creciente impunidad de la policía en los asesinatos a civiles, todo ello
sugiere que la conquista violenta del dominio mundial necesita la existencia de
un Estado policial totalitario dentro de Estados Unidos.
Los
movimientos ciudadanos, los partidos y gobiernos de centro-izquierda
coherentes, los trabajadores organizados, en Latinoamérica, Asia y Europa, han
demostrado que es posible derrotar a los extremistas autoritarios delegados de
Washington. Es posible revertir las desastrosas políticas neoliberales. A pesar
de los esfuerzos imperiales por impedirlo, es posible crear leyes que defiendan
los estados de bienestar y la reducción de la pobreza, el desempleo y las
desigualdades.
La
inmensa mayoría de los estadounidense, aquí y ahora, se oponen rotundamente a
Wall Street, las grandes empresas y el sector financiero. Tres cuartas partes
del pueblo estadounidense desprecian a la Presidencia y al Congreso de su país
y se oponen a las guerras en el exterior. El público norteamericano tiene sus
propias razones e intereses para compartir con los movimientos a favor de la
democracia de todo el mundo una enemistad común hacia Washington y su búsqueda
del poder mundial. Aquí y ahora, en los Estados Unidos de América, debemos
aprender y construir nuestros propios instrumentos políticos democráticos
poderosos.
Debemos
contener y derrotar “la razón de la fuerza”, la insensatez política que
conforma la “voluntad de poder” de Washington, mediante “la fuerza de la
razón”. Tenemos que deconstruir el Imperio para reconstruir la República.
Debemos detener nuestras intervenciones contra la democracia en el exterior
para construir una república democrática del bienestar en casa.
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su
libertad para publicarlo en otras fuentes.
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