27-12-2014
Las activas movilizaciones
de los jóvenes peruanos, ocurridas en las dos últimas semanas, han despertado
vivo interés. No se apreciaban acciones similares desde fines del siglo pasado,
cuando nutridos contingentes juveniles salieron a las calles para enfrentar al
fujimorismo, violento y corrupto.
Ellas -se ha
dicho ahora- fueron el preludio de la caída de ese régimen de oprobio;
añorando, quizá la posibilidad que hoy tengan la misma consistencia, y den al
traste con el gobierno elegido en junio del 2011, y que signó la derrota de la
Mafia.
En el marco
del debate, han surgido las más variadas interpretaciones y maneras de expresar
puntos de vista. Un fujimorista de planta ayer, y hoy columnista editorial de
un diario independiente, tuvo la ocurrencia de recordar la letra de una canción
chilena de Violeta Parra.
Al evocar
sus estrofas -“Que vivan los estudiantes, / jardín de las alegrías. / Son
aves que no se asustan / de animal ni policía, / y no le asustan las balas / ni
el ladrar de la jauría. / Caramba y zamba la cosa, / que viva la astronomía”
- no acudió a la delicadeza de citar autora del texto, ni referirse a
las circunstancias en las que éste fue inspirado, Le habría sabido a chicharrón
de sebo, por cierto.
Violeta
Parra, cantautora chilena de muy reconocida ejecutoria,
fue la creadora que puso muy en alto el arte popular y la canción protesta. Y
que escribió “¡Que vivan los estudiantes…!”, cuando en su condición de
militante del Partido Comunista de su país, quiso saludar la lucha de los
jóvenes enfrentados a una horrenda dictadura. La letra, la autora, y la
oportunidad en la que se difundió el canto, poseen una consistencia que dejaría
alelado al columnista de marras. Prefiere soslayarla, entonces, para dar cauce
a la supuesta simpatía que le despierta la movilización juvenil de nuestro
tiempo.
Eso que ha
ocurrido con este columnista, ha sucedido de modo general con la “Prensa
Grande” con los voceros de los partidos reaccionarios; todos los cuales han
alentado la movilización juvenil, abrigando la ilusión que ella, finalmente,
responda a sus objetivos.
Veamos las
cosas con objetividad: La llamada Ley Pulpín, en ingeniosa alusión a la bebida
para los infantes, fue aprobada por el Congreso de la República con el
voto aprobatorio de los denominados “partidos mayoritarios”. No sólo el Partido
Nacionalista dio su visto bueno a la iniciativa proveniente del Ministerio de
Economía, sino también el Fujimorismo, el APRA y el Partido Popular Cristiano.
Todos aplaudieron la idea y votaron entusiasmados por ella -que fue compartida
además Pedro Pablo Kuczinsky-. Y es que suscribían la esencia de una
disposición que -innegablemente- conculca y recorta derechos de jóvenes en edad
de trabajar.
Todos estos
áulicos del capital cambiaron abruptamente de opinión cuando de dieron cuenta
que la medida podía originar naturales reacciones en el ámbito juvenil y
generar protestas. Automáticamente “se cambiaron de bando y se “pasaron al otro
lado” cuando percibieron que podrían explotar el tema para acusar al gobierno
de “fabricar esclavos”.
Cuando eso
ocurrió, se volcaron todos en apoyo a la causa de los jóvenes. Las
manifestaciones -sobre todo la del pasado 22- fueron respaldadas por esas
colectividades y partidos; y publicitadas abiertamente por la “Prensa Grande”,
escrita, radial y televisada, que le brindó la más amplia cobertura
informativa.
Incluso el Canal
N -El Komercio de la TV- , se dio el lujo de trasmitir en vivo y en
directo la movilización, registrando todas sus acciones, desde las pacíficas
-que fueron la inmensa mayoría- hasta las violentas, ocurridas al fin de la
marcha y en la madrugada del 23.
Es bueno
subrayar que la demanda de los jóvenes es justa y legítima. Ellos quieren -y
eso es enteramente comprensible- un trabajo honorable y bien remunerado.
Quieren, además, gozar de beneficios laborales que establece la ley, y tener
acceso a los mecanismos reguladores del empleo, registrados en los convenios
internacionales. Seria tonto suponer otra cosa. Nadie, en su sano juicio, busca
un empleo mal pagado, y sin derechos.
Ocurre, sin
embargo, que ninguno de los gobiernos que tuvieron en sus manos las riendas del
poder desde 1975 a la fecha, se preocuparon en lo más mínimo de eso. ¿O es que
los que trabajan hoy, tienen alguna protección?
Al
contrario, la esencia de todos los programas económicos impulsados desde
entonces, fue el “adelgazamiento” de las planillas y la eliminación de los
“costos laborales”. Todas las “reformas a la ley” en materia del trabajo se
orientaron a bloquear salarios y pensiones, reducir beneficios de los
trabajadores, eliminar conquistas sociales y acabar con lo que se había
alcanzado durante el gobierno de Velasco, desde la denominada “estabilidad
laboral” hasta las compensaciones por tiempo de servicio, y otras.
Particularmente
tanto el régimen de Fujimori como el de García, -hermanados en la aplicación
del “ajuste neo liberal”- recortaron los derechos laborales al máximo,
en beneficio siempre de los empresarios. Ellos si obraron con la idea de
convertir a los trabajadores en esclavos del capital.
Si hoy
hablan en sentido inverso, lo hacen de palabra. Si tuvieran la posibilidad de
obrar, actuarían igual que en el pasado y con mayor vesanía: buscarían
multiplicar los beneficios de los explotadores y conculcar, y hasta eliminar
completamente, los derechos de los explotados. No cabe duda.
Si hoy se
vive el convulso escenario generado por la Ley, eso ocurre porque el gobierno
busca crear puestos de trabajo, en un país en el que hay 1’300.000 jóvenes que
no estudian ni trabajan.
Ese
escenario resulta extremadamente peligroso en las condiciones de hoy. De ese
inmenso ejército de desocupados, en el marco de la crisis económica y moral que
nos devora- surge el sicariato, la drogadicción, el narcotráfico, y otras
deformaciones alentadas por el consumismo de la sociedad capitalista de nuestro
tiempo. México da el ejemplo.
Ocurre, sin
embargo, que el gobierno de Humala tiene una capacidad reducida de crear
puestos de trabajo por dos razones. Porque los gobiernos anteriores
privatizaron las empresas públicas y destruyeron el sector estatal de la
economía. Si el Estado carece de empresas ¿cómo podría “dar trabajo” en entes
que no existen? Y porque el país carece de mano de obra calificada dado que ni
los gobiernos se preocuparon por atender el tema, ni a los empresarios del
importó. Para ellos, lo decisivo es ganar más; no producir mejor. ¿A cuántos
jóvenes capacitaron los millonarios hambrientos en décadas?
¿Quiénes
pueden en un país como el nuestro, crear realmente puestos de trabajo? Sólo las
empresas privadas. Y ellas lo harían sólo a condición que los trabajadores que
contraten, sean jóvenes, perciban salarios ínfimos y no tengan derechos
laborales. Ese es el origen de la “ley Pulpín” y la razón del entusiasmo
inicial mostrado por la derecha y la Mafia en todos sus matices.
Es legítimo
entonces luchar contra un régimen laboral así concebido. Hay que tratar de
construir un marco distinto. Pero eso pasa, por cargarle la mano a quienes
tienen la responsabilidad principal. Es decir, a los que crearon las
condiciones para que el país afronte los problemas que hoy lo agobian.
Así lo ha
entendido un segmento muy considerable de jóvenes que el 22 de diciembre marchó
con grandes pancartas contra la “prensa vendida”, los “medios
mafiosos” y los arquetipos de la corrupción: Alan García y Keiko Fujimori.
No hay que subestimar, sin embargo, el papel que juegan “los jóvenes” apristas
que defienden y añoran los más viejos privilegios que subsisten en el país, los
del Gran Capital, y que creen que “renovar”, es poner otra vez a García en el
Poder. Ni el cómplice papel del “Movadef”.
Hay que
tener conciencia plena de las responsabilidad que cada quien tiene en el
escenario y darse cuenta de cuál es el enemigo fundamental, y cuál el peligro
que se cierne sobre la sociedad peruana. Los “amigos de los jóvenes” que hoy
levantan cabeza deben ser desenmascarados y vencidos.
Gustavo
Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera.
Rebelión ha
publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
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