jueves, 22 de enero de 2015

EMILIO CHOY: UN SOLDADO DE OPCIÓN SOCIALISTA[1]






De sorpresa murió Emilio Choy en 1976. Con su discreción de siempre, sin ruido ni fastidio. Un gran hombre de ciencia y de moral, sabio, bueno y justo. No un santo, sino un soldado de su opción socialista. Sin pedir ni recibir nada a cambio.

Choy no estudió en la Universidad. Era un autodidacta como Guamán Poma, Garcilaso, González Prada y Mariátegui. Y al igual que ellos era un creador. Muchos científicos sociales han contribuido positivamente a la acumulación de datos sobre la cultura andina. Pero muy pocos, en cambio, proporcionaron como Choy conceptos generales, esquemas ordenadores y ejemplos de método. Su mérito principal consistió en relacionar, antes que nadie, al marxismo con la antropología peruana en el mismo momento en que el neopositivismo norteamericano ingresaba a la ciencia social de latinoamericana al implantar modelos monográficos de investigación. Fue el primero en aplicar al mundo andino los conceptos y la metodología de Gordon Childe y en recomendar las clasificaciones ceramográficas de Semienov y Gorodzov, que tienen en cuenta la función y el uso cotidianos en vez de la decoración como criterio ordenador. Y advertía también los peligros del ecologismo no tanto porque fuese una versión más refinada de la geopolítica y el determinismo geográfico, sino porque a través de sus micro análisis regionales rompía a veces las grandes unidades de interacción histórica.

En los últimos tiempos demostró también su clarividencia al defender la pertinencia científica del concepto revolución. Desde luego que es difícil encontrar evidencias arqueológicas de un fenómeno revolucionario. Pero esto constituye un desafío técnico metodológico y no una prueba contra la existencia de las revoluciones. La dificultad principal consiste en que el arqueólogo está acostumbrado al análisis de los productos finales del proceso social donde no siempre resulta explícita la respectiva relación social, que es el plano donde primariamente ocurren las revoluciones. El equipo material de una sociedad determinada puede, en ese sentido, cambiar con un ritmo diferente al de su contexto demográfico, económico, social e ideológico. Caben al respecto numerosos tipos de desfasamiento. Si algún arqueólogo hiciera una excavación en Rusia para los estratos correspondientes a principios del siglo XX, es probable que no encuentre testimonios muy claros de la Revolución de Octubre. Todavía más, en la medida que el equipamiento material de toda sociedad industrial avanzada es aproximadamente el mismo, podría ese arqueólogo erróneamente concluir que no había diferencias a mediados del siglo XX entre Estados unidos, Rusia, Italia y Suecia. Algunos arqueólogos se niegan a comprender esta posición. Sospecho incluso que el catastrofismo del barón Cuvier es combatido no por sus ingenuidades, sino porque evoca de lejos, al nivel de la naturaleza, los fenómenos revolucionarios que ocurren en lo social. Según algunos arqueólogos lo que se comprueba no es una revolución, sino diferentes procesos evolutivos-funcionalistas que se conectan suavemente a través de períodos transicionales.

Emilio Choy tenía una clara convicción de la necesidad de hipótesis  novedosas y atrevidas. Todavía recuerdo las animadas sugerencias que se producían en las tertulias convocadas por Emilio Choy, Lorenzo Roselló, Cardich, Alfredo Torero y otros. Alguna vez Lorenzo Roselló  nos habló de los cambios ocurridos en la cuenca del rio Rímac alrededor del primer milenio antes de Cristo. Hasta entonces el Rímac desembocaba ocho kilómetros más al sur que hoy día. Pero un mega sismo cambio su cauce. Destruyó los catorce valles o acequias del complejo Rímac – Chillón. En el curso del debate alguien hizo ver que ese gran trastorno geológico podría haber formado parte de una reactivación sísmica mundial que habría producido la desaparición de la cultura de Creta en el Mediterráneo. Alguna otra vez Cardich nos dio un adelanto de sus estudios sobre cambios climáticos y los episodios de enfriamiento. Alguno de los presentes nos hizo ver que las fechas de ese deterioro de temperatura coincidían con la aparición y desarrollo de los llamados horizontes. ¿Por qué razón? Choy sugirió que esa coincidencia era la respuesta obligada pues el enfriamiento producía una reducción de los terrenos de cultivo y exigía una administración política más severa para replantear las nuevas relaciones sociales que el clima exigía. Recuerdo también como a propósito de la iconografía de Alfredo Torero nos propuso una lectura diferente de las estelas de Sechín para que pudiéramos apreciar no tanto su extraordinario impacto estético sino más bien el hecho de que era la celebración desembozada de un genocidio.

Por desgracia la coherencia de la obra de Choy realizada durante 25 años continuos está dispersa en numerosos artículos y, todavía más, en conversaciones y debates orales. Choy veía cada una de sus producciones como una batalla en el curso de una guerra y no parecía comprender la utilidad de una recopilación. Quizá convencerlo para que reuniera en un solo volumen  toda su producción cuyo ordenamiento quedamos en discutir. Tímidamente me sugirió meses después que intentáramos solo una antología. Insistí entonces en el plan original porque era y podía dar una imagen siquiera aproximada de la obra y personalidad de Choy.

Si menciono estas cuestiones es porque Emilio Choy tenía un claro conocimiento de la influencia que ejercen sobre el desarrollo de las ciencias sociales peruanas. Dudo que nadie haya donado sumas tan cuantiosas como Emilio para financiar investigaciones grandes y pequeñas. Los estudiantes sabían que, podían encontrar en Choy un amigo callado y bien dispuesto a darles el dinero que necesitaban para escribir sus tesis. Cuando yo no pude conseguir todos los fondos para comprar el templo de Pacopampa, Emilio Choy los proporcionó con esa brusquedad que usaba para evitar el agradecimiento. Choy no pretendía con estas donaciones ejercer el mecenazgo ni crear una clientela alrededor suyo.

A Choy le preocupaba, la situación interna o mejor dicho el desamparo profesional dentro del cuál debía trabajar el arqueólogo peruano. La arqueología no tiene las ventajas que las profesiones liberales gozan en sociedades como las nuestras. Un arqueólogo no tiene más empleo que el de funcionario público en un museo o profesor en alguna universidad. Pero la disponibilidad de estos puestos es muy exigua y se plantea una competencia dentro de la escasez que mina la solidaridad entre los arqueólogos. 

Choy percibió estos problemas y propuso en una reunión conmigo y Lorenzo Roselló la formación de una entidad, independiente del Estado, que tuviera como fin diseñar un plan  de emergencia para la arqueología andina y recoger información sobre lo que al respecto venía ocurriendo.

La lucidez política de Choy, así como su generosidad y el inmenso valor de sus estudios fueron sin duda contribuciones esenciales. Pero por encima de ellas estuvo su autoridad moral. Nunca hizo ni quiso hacer daño a nadie. Tenía siempre una excusa para disculpar a los demás y dejar abierta la rehabilitación. Conquistó así  el respeto de todos. Su sola presencia impedía que se cometieran abusos. 

A pesar de estos recuerdos, a pesar de la falta que nos hace, diría sin paradoja que Emilio murió a tiempo. En pleno trabajo, agitado por la emoción y la curiosidad, preguntando sobre todos los misterios y todas las dudas que rodean a la historia del hombre, mirando lejos y arriba, con una sonrisa. Y repitiendo: “Nunca es más oscura la noche que antes de amanecer”.

Lima, octubre 2013
Pablo Macera


[1] Discurso en homenaje a Emilio Choy, U.N.M.S.M. octubre 2013

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