Un milenario
proverbio oriental señala que “es un necio aquel que pretende que todos los
caminos pasen por su puerta”. Algo que ha sido confirmado una vez más por la
reciente lucha y victoria contra la denominada “ley pulpin”.
La lección
es clara: Nada políticamente significativo, es decir que cuente con suficiente
mayoría para incidir, puede hacerse en el Perú de hoy -tal como en toda
Latinoamérica-, sino se trata de una sumatoria de actores diversos, ya sea que
se pongan de acuerdo, que es mejor, u ocurra de hecho, como ha sido más o menos
ahora.
En esta
lucha -al igual que en toda actividad humana en esta época histórica y por
mucho tiempo hasta el futuro-, las disputas por figuración y conducción son
inevitables, y no es verdad, no es serio, pretenderse ajeno a ellas. Lo
importante es comprender que estas legítimas disputas no pueden pensarse con la
pretensión de un monopolio que niegue a los otros, que eso simplemente no va a
ocurrir, es irrealizable.
Se trata de
múltiples actores con diferencias de todo tipo, programáticas, de discurso, de
prácticas, que pueden ser más o menos grandes según el caso, pero que convergen
en un mínimo de metas y acciones comunes, porque así lo impone de hecho la
participación de mayorías significativas que están centradas en el logro de la
meta trazada y son completamente ajenas a las disputas que son propias de
grupos siempre más pequeños.
No es
cuestión de apelar a los grandes y refritos discursos de “unidad”, casi siempre
repetidos en el mismo momento en que en la práctica de la conducta se cae en
toda clase de pequeñeces humanas hacia los “otros”, sino de entender que las
pretensiones de figuración y conducción son una realidad inevitable y legítima,
pero cuando se pretenden monopólicas son de hecho irrealizables, y finalmente
disociadoras, porque así lo impone la propia realidad estructural y social del
país y eso se refleja en la política.
Es por esta
imposibilidad estructural, material, de monopolio que la realidad impone sin
piedad, que la pretensión monopólica conduce inevitablemente a la frustración,
la descalificación, la negatividad y la disociación.
Por el
contrario, quienes aceptan y saben trabajar con esta diversidad, son los más
adaptados al movimiento de la realidad. No es que sean “mejores” o “más legítimos”
-ese es otro discurso disociador-, sino que tienen la modesta pero crucial
cualidad, compaginada con la estructura plural del movimiento, de articular con
“otros” sobre la base de los mínimos comunes, sin hacer un drama insalvable con
sus diferencias, sin auto atribuirse arrogantes superioridades de cualquier
tipo y, sobre todo, entendiendo que el monopolio simplemente no es posible,
guste o no.
Es la hora
de los articuladores y no se verá más que su luz.
Fuente: https://ricardojimeneza.lamula.pe/2015/01/29/el-imposible-monopolio-progresista/ricardojimeneza/
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