Guillermo Almeyra
¿En cuál relación de
fuerzas europeas e internacional se inscribe el triunfo electoral del pueblo
griego? La pregunta no es ociosa, ya que los países no actúan en el vacío sino
en la estrecha interrelación que les impone la mundialización y, en el caso de
Grecia, la pertenencia a la Unión Europea y a la OTAN, su enorme deuda
impagable y su debilidad económica (ya que representa sólo 2 por ciento del PIB
de la UE).
La gran burguesía europea
se plantea el problema pues teme 1) que lo que queda de la socialdemocracia,
alemana, en particular, tienda a hacerle concesiones a Tsipras, que hace rato
negocia con ella, 2) que los social liberales franceses insinúen, como lo hacen
ya el presidente François Hollande y el primer ministro Manuel Valls, que la
austeridad (léase ajuste social salvaje) de Angela Merkel es insostenible, 3)
que Vladimir Putin, el zar ruso, juegue la pieza griega en los Balcanes, de
donde Rusia fue echada desde la guerra contra Serbia y la ocupación de Kosovo y
4) que la chispa griega incendie España, posibilitando el triunfo de Podemos en
la cuarta potencia económica de la UE, con la posibilidad de contagiar a
Portugal.
Para esa gente, los
trabajadores, los desocupados, jubilados, los explotados y las mujeres de
Grecia (donde los salarios actuales tienen nivel chino) no cuentan, aunque es
evidente que el triunfo sólo fue posible por las constantes luchas (10 huelgas
generales en años recientes) y por la rápida evolución política de un
electorado que multiplicó por nueve, en apenas seis años, su apoyo a Syriza.
Ese proceso político-social destruyó los partidos burgueses, educó y organizó a
quienes votaron por la coalición. Este partido canalizó y encauzó el proceso,
pero la victoria es de éste, de la autoorganización, más que del partido, que
fue su instrumento electoral de Alexis Tsipras, que en el último congreso de
Syriza enfrentó una izquierda que contó con 40 por ciento de los delegados.
Desde 2012, las grandes
luchas anteriores estaban en declinación, entre otras cosas, porque 10 huelgas
nacionales sin resultados cansan; la gente quería un triunfo y concentraba sus
ilusiones en un posible cambio por vía electoral, sobre todo porque el grueso
del electorado de Syriza había votado previamente por el PASOK o por Nea
Democracia (por la que vota la derecha tradicional pero también una parte
importante de las clases medias conservadoras, pero democráticas, que ahora
mirarán con interés hacia la coalición).
En esa desmovilización
relativa, la abstención llegó a 35 por ciento. Eso hace que 36 por ciento de
Syriza equivalga en realidad a casi 22 por ciento de los griegos en condiciones
de votar. O, en otras palabras, que la coalición tenga un apoyo electoral de un
quinto de la población, mientras los cuatro quintos restantes o están
expectantes, no tienen confianza en ese partido o se le oponen y son, por
tanto, una base social en potencia para diversas políticas opositoras, las
cuales van desde el esfuerzo para asfixiar a Grecia y poner a su gobierno de
rodillas (el Banco Central alemán), hasta la esperanza en domesticar a
Tsipras (el PSD alemán) o, incluso, en imponer un nuevo gobierno de los
coroneles, apoyándose en los lazos importantes de una parte de las fuerzas
armadas y de la policía, con los neonazis de Amanecer Dorado (la OTAN).
Para tratar de
contrarrestar ese peligro, Tsipras nombró ministro de Defensa al líder del
partido nacionalista xenófobo con el que hizo una coalición, y no a un
izquierdista. Para tratar de alejar una posible amenaza, formó un gobierno de
alianza nacionalista con un partido de derecha y pasó, así, sobre la resolución
del congreso de su partido, que había votado contra un posible gobierno de
alianza de centroizquierda.
Palmiro Togliatti, líder
del Partido Comunista Italiano, aplicando las instrucciones de Stalin, no sólo
reconoció en 1946 al rey fascista a riesgo de dividir su partido y de perder
los resistentes que combatían al fascismo en nombre del socialismo, sino que
también formó un gobierno de unidad nacional con la Democracia Cristiana
anticomunista de De Gasperi y reconstruyó el Estado capitalista italiano… hasta
que fue echado a patadas del gobierno por Estados Unidos. Tsipras declara ser
discípulo de Togliatti y de Berlinguer y cree posible hacer un gobierno de
unidad nacional, el cual, además, pone al jefe de gobierno en una posición de
árbitro o de César.
De ahí un doble peligro.
Porque para explotar una victoria táctica, cuando el enemigo sigue siendo más
fuerte, se necesita cautela y realismo, pero sobre todo audacia. Si el pueblo
griego no aprovecha la grieta abierta por el triunfo electoral de Syriza para
abrirse espacios con la lucha y ocupar el terreno político-social, exigiendo la
aplicación de las medidas inmediatas prometidas por Syriza y, desarrollando las
bases para un cambio profundo en los años venideros, la relación de fuerzas
podría empeorar con la decepción temprana de un electorado aún flotante,
favoreciendo la contraofensiva de una derecha mundial que sufrió una importante
derrota y quiere evitar otra más en España. Una victoria no explotada y parcial
puede preparar una derrota.
Si los miembros de Syriza
delegan a Tsipras la conducción del proceso, en una especie de peronismo
europeo, en vez de exigir la discusión democrática de la estrategia y de la
táctica y de cada medida o propuesta, se corre el riesgo de convertir al mismo
Alexis Tsipras en el líder infalible por definición burocrática o en el mejor,
como era Togliatti para los togliattianos hasta el desastre.
Movilización, desarrollo
de la autogestión, sustitución del aparato estatal griego impotente y
reaccionario por una democracia, democracia en Syriza, libre discusión en los
sindicatos y en todos los campos de la lucha popular. Eso es lo necesario. Es
lo que requiere Grecia, lo que Grecia reclama.
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