Los artistas son
hombres extraordinarios. Creo, que si Dios
existiese serían sus mensajeros enviados para transformar la realidad, de su
aspecto desabrido, en un mundo de encantamiento. Sin embargo, son hombres comunes y corrientes
cuando están entre sus iguales, es decir, entre la gente del pueblo en
cualquier lugar en que se encuentren; ya fuese en Chucschi o en Estocolmo. Como es el caso de nuestro querido Jorge
Acuña.
Pero cuando los
artistas ejercen la magia de su arte se trasmutan en mensajero de los dioses y
todos caen embelesados bajo el influjo de su capacidad expresiva; de la
elocuencia del silencio del mimo Jorge Acuña.
Llevo su arte a la calle, a la plaza, a las plazuelas y parques de
Lima. Pero sobre todo, a los pequeños
pueblos del Perú.
Jorge Acuña es amado y
reconocido por personas anónimas del pueblo sin gritos estridentes ni
histéricos sino como si fueran sus familiares queridos. Esos son los artista populares que están a
gusto fuera del mercado de las ilusiones fabricadas y no sentidas. Lo arriesgan todo por llevar el arte al
pueblo y a la vez darles –sin proponérselo muchas veces- una esperanza de reivindicación social. Son los héroes populares sin mayores
aspavientos que deambulan por el mundo con una brújula implantada en el
corazón. Al conocerlos uno cree que son
sus viejos amigos que los han reencontrado y hasta le palmotea la espalda como
muestra de confianza y cariño; Acuña se brinda generosamente. Ese es el mimo Jorge Acuña; quien el sábado
31 de enero, actuó y recibió el homenaje amoroso de los libreros del Jr.
Amazonas y del público asistente en el mejor escenario limeño a donde acuden
los artistas populares, el teatrín Vargas
Llosa. Una de sus representaciones
fue la conocida Sopita del pobre.
Jorge Acuña no se
jubila por la sencilla razón de que tiene una vocación que cuando la ejerce
está en perpetuo jubileo. Y como no es
un artista mediocre o de moda siempre está vigente y es recordado; como lo
recordamos nosotros, luego de más de cincuenta años desde cuando en la plaza
San Marín brindaba su arte, es decir, en pleno jubileo compartido.
Jorge Acuña no solo es
mimo –y vaya paradoja- sino un maravilloso narrador oral. En el otrora mítico bar Palermo narró el
cuento antologable del profesor Francisco Izquierdo Ríos: El
Bagrecito. Y hasta los bulliciosos
parroquianos enmudecieron asombrados.
Ese bar estaba en la cercanía de la Casona de la universidad de San Marcos. Ahí concurrían políticos de café y artistas
consagrados y en ciernes.
Las ocurrencias y
anécdotas de Jorge Acuña son numerosas.
Una de esas ocurrencias fue en Ticlio, el punto más alto de la carretera
Central (4818 msnm). El vehículo en el que viajaba con un grupo de
amigos se detuvo unas horas por el exceso de nieve que había caído. Acuña le solicitó a un amigo que le tomara
una foto en la nieve. Cuando el amigo se
dispuso a tomarle la foto, él se desnudó y alzó los brazo. Tal era su estado emocional que no sintió
frío; pese a no ser serrano sino selvático, de Iquitos. Esa foto la llevaba consigo en su billetera
Motivado por el
reciente reencuentro con Jorge Acuña, contaré un suceso insólito que apunta al
corazón y del cual fui testigo. Ocurrió
en Casagrande, cerca a Trujillo en plena cooperativización de las negociaciones
azucareras por la Reforma Agraria del gobierno del General Velasco. Entre el grupo de artistas que llegaron para
sensibilizar a la población estaba Jorge Acuña. Ellos ofrecieron funciones en los diversos
caseríos y anexos. En esas
circunstancias, observé a un joven del lugar que asistía en primera fila a las presentaciones
del mimo y el que con entusiasmo desbordante celebraba sus actuaciones. Terminada la función, lo seguía como una
sombra a todas partes. Me preguntaba a
qué se debía la extrema admiración del joven lugareño por el mimo Acuña y no
hallaba respuesta. Hasta que un día y de
improviso tuve la respuesta a mi interrogante.
De casualidad ingresé a una tienducha de Casagrande que fungía de bar y observé
en una mesa de un rincón del “bar” al joven lugareño conversar animadamente,
entre copa y copa, con el mimo Acuña. ¡Vaya mi sorpresa! Sus ojos refulgían por haber descubierto una
persona afín y el mimo Acuña se prodigaba con la mejor actuación de su vida. El joven lugareño era sordomudo.
Antonio Rengifo Balarezo
Lima, Unidad Vecinal
N°3, 02/02/15
Jorge Acuña y Antonio
Rengifo: feliz reencuentro
Antonio Rengifo
Balarezo (sociólogo), Hugo Romero Manrique (profesor), Jorge Acuña Paredes (héroe
del pueblo)) y Robinson Ortiz Agama (arquitecto). Teatrín Vargas
Llosa de los libreros del Jr. Amazonas, Lima.
El Mimo y el minino
(arriba, a la derecha)
Fotos: Robinson Ortiz A. (31/01/15)
"Al comienzo cuando salí a la plaza pensé que la calle era el final
de todo. No, ahora después de cincuenta años entiendo que la calle es el
comienzo de todo. Yo creo que allí se debatirán los problemas que no se
pudieron esclarecer en las aulas universitarias y en los salones
doctorales."
Jorge Acuña Paredes
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