La Vanguardia
23-02-2015
Hoy se
cumple un año de la masacre de Kiev, con decenas de muertos, tanto protestantes
como policías, que fue decisiva para derrocar a un gobierno ucraniano reticente
al pleno alineamiento con la Otan y la Unión Europea y sustituirlo por otro
plenamente conforme con ello. La masacre no ha sido investigada oficialmente.
Las nuevas autoridades de Kíev fueron juez y parte de una mascarada al
respecto. Las potencias occidentales que apadrinaron al movimiento, no han
mostrado interés alguno en una investigación independiente.
Centuria
celestial
Las víctimas
han sido declaradas “Centuria celestial” y utilizadas para glorificar el cambio
de régimen como producto de una gesta popular. Un año después, el canal Arte
ofrece una larga recopilación de imágenes que ilustra hasta qué punto el
movimiento fue violento.
El documento
concluye con imágenes de protestantes muertos, sin ofrecer imágenes de policías
muertos. He aquí los nombres de algunos de los policías muertos, concretamente
de once de ellos, que yo mismo recopilé en un acto celebrado en Odesa: Sergei
Spichak, Vasili Bulitko, Andrei Fedyukin, Sergei Tsengun, Dmitri Vlasenko,
Vladimir Evtushok, Vitali Goncharov, Aleksei Ivanienko, Maksim Tretiak, Piotr
Savitski, Iván Tepliuk. Todos ellos muertos por herida de bala. La lista es
incompleta. Los medios de comunicación ucranianos nunca han mencionado esos
nombres, y los del resto de policías y adversarios del Maidán muertos aquellos
días en Kíev, que podrían rondar la veintena, en las listas de las 98 víctimas
de aquellas jornadas.
Enfrascado
en una guerra civil que precisa mitologías patrióticas, el nuevo régimen
instauró la “Orden de la Centuria Celestial” que reconoce el “coraje cívico y
el patriotismo”. Algunas calles han sido bautizadas con ese nombre y el nuevo
presidente y séptima fortuna de Ucrania, Petro Poroshenko, ha declarado el 20
de febrero como, “Día de los cien héroes celestes” para conmemorar la
“Revolución de la Dignidad”.
Como
expliqué el pasado noviembre (http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2014/11/20/el-conflicto-que-occidente-ha-provocado-en-ucrania-54209/)
el único estudio académico sobre aquella masacre, obra del profesor Ivan
Katchanovski, de la School of Political Studies de la Universidad de Otawa
concluye lo siguiente:
“Las
evidencias indican que una alianza de elementos de la oposición y la extrema
derecha estuvo implicada en la masacre de manifestantes y de policías, mientras
que la implicación de las unidades especiales de la policía en la muerte de
algunos manifestantes no puede excluirse. El nuevo gobierno que llegó al poder
en gran parte como resultado de la masacre, falsificó la investigación,
mientras que los medios de comunicación ucranianos contribuyeron a tergiversar
la matanza de manifestantes y policías. Las evidencias indican que la extrema
derecha desempeñó un papel clave en el violento derrocamiento del gobierno de
Ucrania”.
Un año
después, la BBC, uno de los canales importantes para la propaganda de las
guerras y cambios de régimen inspirados por potencias occidentales, estima
ahora que por lo menos algunos de los que tiraban el 20 de febrero eran
antigubernamentales:
http://www.bbc.com/news/magazine-31359021. Muy poco y demasiado tarde para reivindicar una mínima decencia informativa.
Un riesgo
conocido
Obviamente,
si todo eso hubiera ocurrido con los vectores y escenarios invertidos -un
gobierno favorable a los intereses occidentales, en México o Canadá, derrocado
bajo patronazgo chino y ruso, con políticos rusos, chinos y venezolanos de primera
fila repartiendo pastelitos entre los manifestantes y expresando su solidaridad
con ellos– no se habría celebrado como progreso democrático, sino como
escandaloso y sangriento golpe de estado, intolerable ingerencia extranjera,
terrorismo y demás. La guerra que ha resultado de todo ello, como culminación
de veinte años de política exterior y de seguridad europea sin Rusia y
contra Rusia, se presenta como resultado de un “expansionismo ruso”.
La
fragilidad de Ucrania era asunto evidente para cualquier observador ya hace
tiempo. En una crónica publicada por este diario el 22 de diciembre de 1991 en
la que se mencionaba que la nueva Ucrania independiente contenía once millones
de rusos, se decía lo siguiente: “esa realidad demográfica existe y está geográficamente
concentrada en el sureste de Ucrania, como una gran Eslavonia latente. Ni la
previsible agudización de la crisis económica ni los malos entendidos militares
o comerciales, ni la debilidad de la cultura democrática entre los dirigentes
de ambos estados, impiden descartar riesgos”. Quien iba a decir entonces que el
principal riesgo se derivaría del expansionismo político militar de
Euroatlántida en la región, con una OTAN no disuelta sino ampliada con bases y
soldados en Rumania, Bulgaria, Turquía, Países bálticos y Polonia, así como
relaciones militares y bases en gran parte de las repúblicas ex soviéticas, por
citar únicamente el cinturón de hierro alrededor de Rusia.
La
fragilidad de Minsk
El segundo
acuerdo de Minsk recién alcanzado este mes ha sido resultado directo de los
éxitos militares de los rebeldes prorusos. Ese acuerdo tiene como principal
problema que ha dejado fuera a muchas fuerzas hostiles a todo diálogo realista.
Los Estados Unidos no están. Temen que si Francia y Alemania llegan a un modus
vivendi con Rusia, su liderazgo de la política exterior y de seguridad
europea se vaya al garete. Prefieren más guerra. Crearle un Afganistán a Europa
es preferible a perder el control de su política exterior y de seguridad. Es el
cálculo del Imperio del caos, el mismo que ha incendiado Oriente Medio. Por
este lado hay que prepararse para lo peor.
En el
interior de Europa, Polonia, Estonia, Lituania y Letonia, son claramente
hostiles al acuerdo que consideran concesión. Donald Tusk, el polaco germanófilo
que preside el Consejo Europeo, expresa abiertamente su escepticismo. El
gobierno de Kíev está dividido entre grupos armados de ultraderecha que han
proclamado su hostilidad al acuerdo, el primer ministro Yatseniuk que se alinea
por completo con las posiciones de Washington y el Presidente Poroshenko que
surfea entre diversos patrones con especial atención a Alemania.
Si el asunto
es así de frágil, aún más preocupante es la ambigüedad de la única esperanza
existente: el sentido común de Alemania y Francia. ¿Qué puede esperarse de
gente como Merkel y Hollande, que ya han demostrado su talla en la catastrófica
gestión de la eurocrisis? Merkel ha explicado en Munich que la razón de ser del
acuerdo de Minsk y de su oposición a no armar a Ucrania es que, “militarmente
no se puede vencer a Rusia”. “Esa es la amarga realidad”, dijo respondiendo a
un senador americano. Cuando a su inconsistente ministra de defensa, Ursula von
der Layen, le preguntaron en Munich por qué se apoya militarmente a los kurdos
contra el Estado Islámico y no a los ucranianos contra Rusia, la ministra
respondió en la misma clave: los kurdos tienen posibilidades de vencer
militarmente a sus adversarios, mientras que los ucranianos, no, dijo.
Regreso a
1983
El clima de
la conferencia fue más belicista y agresivo que nunca. Rusia fue el único tema
y el debate fundamental fue armar o no armar a Ucrania. Sin rastro del más
mínimo examen de responsabilidades. La intervención del antes respetado
ministro de exteriores ruso, Sergei Lavrov, fue contestada con risas y
preguntas agresivas sin precedentes en la sala del hotel de lujo en el que se
celebra la conferencia cada año. En una extraordinaria muestra de cambio de
acentos, el discurso de Merkel expresó el agradecimiento alemán al “valor de los
pueblos de Europa central y Oriental” en su lucha contra el comunismo. Eso fue,
dijo, lo que hizo posible la reunificación de Alemania. “Hasta ahora se solía
citar la contribución de los dirigentes de la reformada URSS a aquello, pero
los acentos cambian”, dice filosóficamente un experto ruso, que presenció el
espectáculo de Munich. Hay que retroceder hasta el otoño de 1983, en plena
época de Andrópov, después del derribo del Boeing surcoreano por los
soviéticos, para encontrar un clima tan hostil a Moscú como el que hoy domina
en Europa, dice Andrei Kortunov, un respetado polítólogo occidentalista ruso.
“Antes a
nivel de expertos se diferenciaba entre la propaganda y el análisis, ahora se
practica una mezcla de géneros preocupante”, dice este observador según el cual
el principal problema es, “la dificultad de Estados Unidos por reconocer las
limitaciones de las propias posibilidades”. En una época de emergencia de
nuevos polos de poder mundiales, “en Washington se mantiene la mentalidad del
podemos con todo”, dice.
Medicina
griega para Ucrania
La situación
económica de Ucrania es catastrófica. “Yuzhmash” la gran industria de
Dnepropetrovsk está paralizada. Hace 8 meses que sus obreros no reciben salario
y diez mil de ellos han sido enviados de vacaciones. La industria del automóvil
está paralizada: en enero se han producido 352 unidades. Por presiones del
Fondo Monetario Internacional, que aplica en Ucrania la misma política que ha
arruinado a Grecia, los precios del gas se van a multiplicar por cinco en el
primer trimestre de este año, igual que los gastos de vivienda, agua,
electricidad, etc. Millones de ucranianos al borde de la pobreza van a verse
afectados. Todo esto va a pudrir la situación social y complicará el clima de
violencia, desorden y guerra civil en un país lleno de batallones y milicias
descontentas en el que la población elude masivamente el reclutamiento militar.
Retroceder
es perder
El problema
fundamental es que nadie puede permitirse pasos atrás significativos sin
arriesgarse a grandes derrotas. Si Estados Unidos cede y permite que los
divididos europeos alcancen el modus vivendi con Moscú, pendiente desde
el fin de la guerra fría, su influencia en Europa menguará mucho. ¿Qué habrá
que hacer con la OTAN, organización encargada de la desestabilización
continental cuyo sentido es, precisamente, mantener esa influencia
militarizando la política exterior? ¿Qué pasará con el principio de
autoridad, (http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2015/02/05/el-principio-de-autoridad-45435/),
con el mal ejemplo que el desafío ruso lanza a todas las potencias emergentes
de que sí se puede detener militarmente la intrusión imperial occidental? Es
muy difícil esperar pasos atrás por este lado. Respecto a Moscú, retroceder
significa entrar de pleno en el escenario 1905: completo desprestigio nacional
del régimen de Putin y apertura hacia escenarios caóticos de mayor nacionalismo
ruso y grandes convulsiones sociales. Si para Occidente es una cuestión de
imagen, del prestigio de la disciplina imperial, para Rusia es un ser o no ser.
Un año
después de aquel desfile de ministros europeos necios repartiendo solidaridades
y pastelitos en la plaza de Kiev, nos encontramos con una guerra a la que no se
le ve marcha atrás. Y la Alemania que nos ha conducido al fracaso del euro es
quien nos debe sacar de este pantano. ¡Que Dios nos coja confesados!
Fuente
original: http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=195726
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