14-03-2015
Estados
Unidos, cínicamente, prepara una enésima aventura político-militar, en este
caso contra Venezuela. Es ridículo que ésta (o cualquier otro país
latinoamericano pueda constituir una “amenaza” a la seguridad de la primera
potencia mundial y justifique una emergencia nacional. La supuesta
fundamentación de esta medida –existencia de presos políticos, restricciones a
la libertad de prensa, corrupción de funcionarios- es igualmente aberrante,
además de prepotente y violadora de las leyes de gentes y de los principios de las
Naciones Unidas. La corrupción, que es amplia y existe pero no es diferente de
la existente en los países súbditos de Estados Unidos, como México, es una
plaga que los venezolanos mismos pueden y deben resolver. En cuanto a los
supuestos presos políticos están encarcelados por golpistas o terroristas o por
actos delincuenciales probados y la oposición antichavista controla la mayoría
de los diarios y emisoras existentes en el país y difunde las mentiras que
quiere. Obama recuerda la fábula de La Fontaine sobre el lobo y el cordero en
la que el lobo, que bebía aguas arriba del cordero, queriendo comérselo, lo
acusó de enturbiarle el agua y, ante los argumentos lógicos de su víctima,
respondió “si no eras tú, fue tu abuelo!” y se abalanzó sobre él.
La amenaza a
Venezuela forma parte de la misma ofensiva que afecta al gobierno brasileño de
Dilma Rousseff y al de Cristina Fernández, en Argentina. Venezuela, Brasil y
Argentina son el pilar del Mercosur y de la UNASUR y de una política
diferenciada de la del Departamento de Estado. Estados Unidos necesita “limpiar
y poner orden” en su patio trasero (es decir, derribar los gobiernos que no
sean, como el de México, agentes serviles aunque tengan políticas capitalistas
muy moderadas) para encarar con las espaldas libres la preparación del
enfrentamiento bélico contra Rusia y China.
La
recuperación de la economía estadounidense es débil, frágil, y está amenazada
por el aumento de la crisis racial y social; Europa sufre ahora los efectos del
aumento del dólar (que sólo a más largo plazo favorecerá las exportaciones
alemanas, inglesas y francesas pero aumentará la crisis social en los países
meridionales). El retorno a Estados Unidos de las divisas antes dedicadas a la
especulación con el petróleo o las materias, arroja gasolina sobre el fuego en
los países que exportan dichos productos (monarquías árabes, BRICS, países
“emergentes”). Eso mientras Washington fue derrotado en Irak, no consigue nada
en Siria, Libia y Afganistán y en Ukrania y pierde poco a poco su hegemonía
(que aún conserva, sobre todo en el plano militar). Aunque el capitalismo no
está amenazado por una revolución socialista en ninguna parte del mundo, sí lo
está en cambio por los movimientos nacionales en defensa de la soberanía
nacional, cubiertos o no por velos raciales o religiosos) a los que califica de
terroristas (cuando el terrorista es quien invade, bombardea, amenaza, sabotea
y mata masivamente desde hace décadas). Sobre todo, teme los efectos que una
catástrofe mundial mayor (bélica o ecológica) provocada por el lucro de los
monopolios a costa de todos y todo podría tener sobre la decisión y la visión
política de las grandes masas.
Ese es el
sentido de la amenaza contra Venezuela: preparar un posible bloqueo naval, o
bombardeos, o una invasión de mercenarios desde Colombia si una rápida
contraofensiva diplomática de los países de la región y un apoyo a Caracas
desde Rusia o Beijing no le dificulta la tarea.
Maduro no es
Chávez, que tenía mayor sensibilidad y apertura a los trabajadores. Es torpe, pretende
luchar contra la derecha extrema con el aparato y las instituciones, no
enfrenta a la burocracia y ve a obreros y campesinos como simple infantería,
que para él pesa mucho menos que los mandos militares, educados en un
pensamiento verticalista y conservador Aparte de sus delirios con los
pajaritos, llevado por la verborragia no sabe medir las consecuencias de sus
palabras y regala así pretextos y armas a los enemigos del proceso venezolano.
Su cesarismo, al mismo tiempo, le aleja amigos en una izquierda que no sabe
distinguir entre un proceso social de cambio, confuso e inédito, y su dirección
transitoria y es chavista acrítica o antichavista ciega ante el el hecho de que
el imperialismo ataca a Venezuela por temor al contagio a otros países sudamericanos
de las experiencias de autoorganización popular venezolanas y no por las
torpezas de Maduro. Casi la mitad de los electores venezolanos no son
chavistas, y en ese sector sólo un grupo es proimperialista y fascista. Cuando
Maduro acusa a toda la oposición de terrorismo y de servir a Estados Unidos, la
une, cuando lo elemental es separar entre los simplemente atrasados o
conservadores y los explotadores y agentes de la CIA.
Pero los
pueblos no se deben dejar engañar. Los enemigos de Washington no son los
gobiernos “progresistas” (Maduro, Fernández, Rousseff) sino los sectores
populares que éstos a la vez controlan, contienen, subordinan y utilizan como
apoyo. La acción desestabilizadora de esos gobiernos busca hacer retroceder aún
más a los trabajadores y sus conquistas para tener las manos libres para
aumentar la explotación y las ganancias. La amenaza no va contra Maduro sino
contra el nivel de conciencia y de organización logrado desde hace años en
algunos países a los que se quiere imponer una situación y un gobierno del tipo
mexicano. Es una amenaza contra todos y además forma parte de un plan salvaje
que desemboca en una terrible guerra para la cual desde hace rato se prepara
Estados Unidos.
Debemos oponer
un fuerte frente a los intentos destructivos de Estados Unidos. Los que, como
el gobierno uruguayo y su vicepresidente Raúl Sendic, creen que sacarán
provecho de su vergonzoso papel de lamebotas, deben ser repudiados porque
ayudan a los modernos esclavizadores.
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