La Vanguardia
23-03-2015
Que se ha muerto
Líber Forti, argentino de Tupiza (Bolivia), boliviano de Tucumán
(Argentina), anarquista, teatrero -que es mucho más que actor o director
de teatro-, sindicalista revolucionario, conversador inagotable,
leyenda latinoamericana que lo vivió casi todo e intensamente, desde la
Argentina volcánica de su adolescencia, a la Bolivia de la Central
Obrera de Juan Lechín. También sobrevivió a todo y con galanura, al
hambre, a la tortura, a la pena, a la pobreza y hasta al amor, porque si
algo cabe añadir como estrambote al soneto quevedesco que fue su vida,
atrajo a mujeres de tronío, desde su compañera militante de la primera
hora, Ana Santiago, hasta la que ahora quedará como viuda imperecedera,
Gisela Eufemia Ana Derpic Salazar, abogada de Potosí, que acabará
convirtiéndose en legataria del patrimonio de un anarquista histórico,
que se reduce a una hija -Gladeli-, papeles y palabras.
Líber
Forti falleció el miércoles -madrugada del 11 de marzo-, apenas unos
días antes del Día Internacional del Teatro y a esa edad provecta pero
siempre inquietante de los 95 años. Había nacido un 19 de agosto de 1919
y era un Leo inscrito en el manual del zodiaco. Para llegar a los 95
años hay que saber manejarse muy bien en la vida; la vejez hasta tan
alto grado no consiente improvisaciones sino valores consolidados. Supo
escoger amigos fieles y damas con posibles. No es un reproche, tan sólo
un apunte al hombre que admiré por su bravura en medio de un mundo
desmoronado. ¿Qué quedaba de la audacia temeraria del viejo anarquismo
argentino? Quizá poco más allá del porte, el gesto y la bella retórica
de un hombre cabal que respondía al nombre de Germinal Líber Forti
Carrizo.
Bastaría ese Germinal, del que Zola hizo una tradición
ácrata, o el Líber que consagraba la raíz italiana de algunos míticos
anarquistas argentinos. Su padre, Marco Forti, impresor y librero, huyó
de la represión argentina para instalarse en Tupiza, en el sur de
Bolivia, donde se había creado en 1906 la primera organización
anarquista boliviana, la Unión Obrera 1º de Mayo, editora de La Aurora
Social. (Me siento, mientras escribo esto, como un anticuario que
exhibiera una pieza insólita de la brutal historia de la entonces
denominada clase trabajadora).
Como es obligado el toque de color
local -¿a qué viene este, contándonos historias de sudacas, ausentes de
catalanidad y arraigo casolano?- debo decir que yo conocí a Líber Forti
en Barcelona, donde fuera de un puñado de admiradores más viejos que la
pana y algún arrumbado de última hora, ni dios le hizo maldito caso. Y
eso que vivía entonces con Nuria Álvarez, un encanto de mujer con
paciencia infinita, segura y arrogante, pero un tanto perpleja ante
aquel tipo donde se mezclaba el amor a la humanidad y el egoísmo
patológico de todo redentor seguro de sí mismo.
A Líber Forti
debo la aventura quizá más surrealista de mi vida. Embarcarme en una
biografía del desconocido Rafael Barrett (1876-1910) que me lanzó al
Buenos Aires violento del anarquismo, al Paraguay irredimible y a la
ciudad-mundo de Montevideo, con escalas en Perú y Bolivia, desde La Paz a
su amada Cochabamba. Por mi culpa perdí la única oportunidad de ser
nombrado ciudadano honorífico de una ciudad donde no había estado nunca,
Tupiza, donde me esperaba desde el alcalde hasta el común de sus
habitantes para concederme tal honor, y que él mantuvo en tanto secreto
que yo no acerté a ir porque me quedaba lejísimos. Tupiza, con sus
autoridades a la cabeza, se indignó por mi gesto de no recibir el honor
que había organizado Líber Forti y del que yo desconocía todo. Prometí
ir a disculparme y resarcirme, pero ya creo que será reencarnado en
pájaro andino.
No es una historia personal la de Líber Forti por
más que él me animara a reconstruir la vida y obra de Rafael Barrett, y
su compadre y mecenas Tyron Heinrich, boliviano de Santa Cruz, me
ayudara en el operativo por tierras ignotas. Aquel librito que le llenó
de zozobra y que titulé Asombro y búsqueda de Rafael Barrett (que
publicaría sin muchas ganas mi amigo Herralde en Anagrama, allá por el
otoño del 2007 con gran éxito de crítica y público, diríamos con
sarcasmo, porque no recuerdo más que una reseña y era insultante).
Resultó que su intención de hacer un gran homenaje a quien había sido
inspiración del anarquismo argentino, ayuno de fuste teórico y riquísimo
por otra parte en la acción directa, terminó en un librito amoroso
hacia la figura del protagonista, el olvidado Rafael Barrett,
santanderino de Torrelavega cuando aún no existía Cantabria, aristócrata
tronado, gran cultura de músico y políglota, y sobre todo una
personalidad intachable de intelectual en la vorágine entre dos siglos,
el XIX y el XX, viajando entre el provinciano Madrid, el París
cosmopolita y el que para nuestra cultura sería un lejano Londres. Una
experiencia que para mí se resumió en un esbozo biográfico y una
implacable crítica a los oportunistas que habían manipulado su brillante
obra de periodista de ideas.
Pero lo cierto es que Rafael
Barrett era tan anarquista como podría haberlo sido yo, pero no como
Líber Forti, militante de la acracia, y eso le generó un desasosiego que
superó con su despierta inteligencia y su desprecio hacia los
arribistas, que le exigieron una declaración pública rechazando mi libro
y que se encontraron con el muro infranqueable de su honestidad
intelectual. Apenas fue un incidente en una vida como la suya donde
había pasado primero por la FORA, la legendaria organización sindical
anarquista argentina, tras una experiencia como linyera (léase en
castellano liñera), o lo que es lo mismo, los que se subían a los
vagones de ganado y se instalaban en vagabundos errantes en busca de
trabajo y oxígeno, huidizos de los pistoleros de la patronal por los
territorios de la Pampa.
Conservo un apunte de mis interminables
conversaciones con Líber Forti, datada el día 1 de enero del 2005 en
Cochabamba, que he vuelto a leer emocionado: “No tengo celos por las
mujeres. Me los quitó una prostituta en Tucumán cuando tenía pocos años,
iba de pantalón corto y los cafisos que jugaban a las cartas después de
comer me llamaban El Bachiller. ¡Ciao Bachiller! La conocí porque me
encargó llevarle 20 pesos a una hija que tenía en un colegio. Se
sorprendió tanto de que yo cumpliera, que un día me saludó con otra del
oficio de la que me enamoré, perdidamente, pero me dijo que tenía un
cafiso que estaba enfermo, y como yo viera una guitarra colgada de la
pared -era músico- yo se lo dije como lo sentía, que no tenía que
dejarlo. Estaba enamorado de una mujer que se acostaba con otro y yo lo
comprendía. Un día no quiso seguir ese juego y se marchó y ni en la casa
de prostitutas supieron más de ella. Yo tampoco”.
En junio del
2012 Líber Corti vino a España por última vez. Quería ir a Asturias,
para él otra arcaica leyenda revolucionaria, y escuchar al amigo
Jerónimo Granda, cantante de Oviedo, al que yo reconocí como el
principal promotor intelectual del libro sobre Rafael Barrett. Le
acompañó su amigo y mecenas Tyron Heinrich, que se había convertido en
su alma máter tras quedar seducido al escucharle conferenciando en un
colegio de élite en Santa Cruz, Bolivia. Fue nuestro último encuentro en
vivo. El siguió luego hasta París para charlar con Elizabeth Burgos y
Regis Debray sobre la eterna experiencia de Bolivia, del Che, de su
derrota, y de esa esperanza en un mundo diferente.
Ahora, que
acaba de morir a edad tan conservadora como son 95 años, quisiera
recordarle con una estrofa del peruano César Vallejo. Él hubiera
preferido que fueran de nuestro León Felipe, al que trató y que le
dedicó elogios inolvidables, pero el derecho de los supervivientes a
veces se reduce a escoger el epitafio: “Al fin de la batalla, y muerto
el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: ‘No mueras, te amo
tanto’. Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo”.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196809
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