Francia, Grecia y Brasil
30-03-2015
Traducido del inglés para Rebelión por Carlos
Riba García
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Introducción
En el último
año, las que parecían ser esperanzadas señales del surgimiento de gobiernos de
izquierda que serían vigorosas alternativas a los regímenes de derecha
favorables a Estados Unidos se convirtieron en un calco de aquéllos; en los
años venideros, esto les relegará al basurero de la historia. El ascenso y la
rápida decadencia de los gobiernos de izquierda en Francia, Grecia y Brasil no
son el resultado de un golpe militar, ni tampoco de las maquinaciones de la
CIA. La debacle de esos gobiernos de izquierda es el resultado de unas
decisiones políticas deliberadas que rompen decididamente con unos programas
progresistas, unas promesas y unos compromisos que los líderes políticos
hicieron al electorado compuesto por trabajadores y representantes de las
clases medias que finalmente les eligieron.
Cada vez
más, los votantes ven como traidores a aquellos gobernantes de izquierda que
han vendido a sus partidarios que están a su entera disposición y los comparan
con sus más importantes enemigos de clase: los banqueros, los capitalistas y
los ideólogos liberales.
Los
gobiernos de izquierda cometen suicidio
La
autodestrucción de la izquierda es una imprevista victoria de lo más retrógrado
de las fuerzas políticas neoliberales. Estas fuerzas han procurado destruir el
sistema de bienestar, imponer sus reglas mediante funcionarios no elegidos, han
ampliado y profundizado la desigualdad, debilitado los derechos de los
trabajadores y privatizado los sectores más lucrativos de la economía.
Hay tres
casos de incumplimiento de promesas que destacan en este proceso de suicidio:
en Francia, la segunda principal potencia de Europa, el gobierno socialista de
François Hollande (2012-2015); en Grecia, el gobierno del izquierdista Syriza
elegido el 25 de enero de 2015, que se presentó como el invalorable propulsor
de una política alternativa a la de “austeridad fiscal”; y Brasil, con el
Partido de lo Trabajadores gobernando (2003-2015) el país más extenso de
América latina y miembro importante de los BRICS.
El
“socialismo” francés: el gran salto atrás
En su
campaña presidencial, François Hollande prometió aumentar los impuestos a los
ricos hasta el 75 por ciento; rebajar la edad de jubilación de los 62 a los 60
años; lanzar un programa de inversión pública para reducir el desempleo;
incrementar significativamente el gasto público en educación (contratando a
60.000 nuevos maestros), salud y vivienda social; y retirar las tropas
francesas de Afganistan, como primer paso de la reducción del papel de París
como colaborador del imperio.
Desde 2012,
cuando fue elegido, hasta este momento (marzo de 2015), ha incumplido todas sus
promesas y todos sus compromisos políticos: la inversión pública no se
materializó y el desempleo creció; hoy, los parados superan los tres millones.
El recién nombrado ministro de economía Emmanuel Macron, un ex socio de la
Banca Rothschild, redujo drásticamente –50.000 millones de euros– los impuestos
al sector de los negocios. Manuel Valls, su primer ministro [nombrado en marzo
de 2014], un liberal entusiasta, implementó importante recortes en los
programas sociales, debilitó la regulación gubernamental de los negocios y los
bancos, y erosionó la seguridad laboral. Hollande nombró a Laurence Boone,
proveniente del Bank of America, como su principal asesor en economía.
El
“presidente socialista” francés envió tropas a Mali, aviones de bombardeo a
Libia, asesores militares a la junta de Ucrania y ayudó a los llamados
“rebeldes” sirios (en su mayor parte mercenarios yihadistas). También aprobó la
venta de equipo militar por 1.000 millones de euros a la monarquía dictatorial
de Arabia Saudí y se echó atrás en un contrato de venta de barcos de guerra a
Rusia.
Hollande se
sumó a Alemania en la exigencia a Grecia del cumplimiento total y en término de
los pagos de deuda a los banqueros privados y el mantenimiento del brutal
“programa de austeridad”.
Como
consecuencia de la estafa a los votantes franceses, la traición a los
trabajadores y el abrazo con los banqueros, los grandes negocios y los
militares, la visión positiva del gobierno “socialista” por parte del
electorado francés se ha reducido a menos del 19 por ciento, y el PSF ocupa
ahora el tercer puesto entre los principales partidos. La política en favor de
Israel de Hollande y su línea dura respecto de las negociaciones EEUU-Irán, los
ataque islamofóbicos del ministro Valls en los suburbios de las grandes
ciudades francesas –donde predominan los musulmanes– y el apoyo a las
intervenciones militares contra los movimientos islámicos [en Oriente Medio y
norte de África] han polarizado cada vez más a la sociedad francesa e
incrementado la violencia étnico-religiosa en el país.
Grecia: la
súbita transformación de Syriza
Desde que
Syriza ganó las elecciones griegas el 25 de enero de 2015 hasta la mitad de
marzo, Alexis Tsipras, primer ministro, y Yanis Varoufakis, nombrado ministro
de economía, faltaron a cada una de las promesas –las más importantes y las
menos– del programa electoral. Adhirieron, en cambio, a lo más retrógrado de
los procedimientos, medidas y relación con la Troika (el FMI, la Comisión
Europea y el BCE) que Syriza había denunciado en su programa de Salónica poco
tiempo antes.
Tsipras y
Varoufakis repudiaron la promesa de rechazar los dictados de la Troika. En
otras palabras, aceptaron la regla colonialista y la continuación del
vasallaje.
Rasgo típico
de su demagogia y engaño: ambos procuraron encubrir su sumisión a la
universalmente odiada Troika apodándola “la institución” –sin engañar a nadie
más que a sí mismos– y se convirtieron en el hazmerreír de los más cínicos
observadores de la Unión Europea.
Durante la
campaña, Syriza había prometido impugnar toda o buena parte de la deuda griega.
Una vez en el gobierno, Tsipras y Varoufakis aseguraron inmediatamente que la
reconocían y prometieron hacerse cargo de todas las obligaciones relacionadas
con la deuda.
Syriza había
prometido priorizar el gasto humanitario y negar la austeridad, aumentando el
salario mínimo, volviendo a emplear a los destituidos en la salud y la
educación y aumentando las pensiones. Después de dos semanas de humillarse
servilmente, los “reformados” Tsipras y Varoufakis priorizaron la austeridad
realizando pagos de deuda y “postergando” incluso los gastos más magros contra
la pobreza. Cuando la Troika le dejó al gobierno Syriza 2.000 millones de euros
para que pudiera alimentar a los griegos hambrientos, Tsipras alabó a los
supervisores y prometió que les presentaría una lista de regresivas “reformas”
por varios miles de millones de euros.
Syriza había
prometido reexaminar las sospechosas privatizaciones de lucrativas empresas
públicas realizadas por los anteriores gobiernos de derecha y parar aquellas
que estaban en proceso y las proyectadas para el futuro. Una vez en el
gobierno, Tsipras y Varoufakis renegaron rápidamente de esa promesa. Aprobaron
todas las privatizaciones; las pasadas, las presentes y las futuras. De hecho,
hicieron tanteos para conseguir nuevos “socios” privatizadores, ofreciendo
jugosas concesiones para deshacerse de más empresas públicas.
Syriza
prometió enfrentar la alta tasa de desempleo (26 por ciento en el ámbito
nacional, con el 55 por ciento en el sector juvenil) por medio del gasto
público y la reducción en el pago de la deuda. Diligentemente, Tsipras y
Varoufakis satisficieron los pagos de deuda y ¡no asignaron dinero alguno para
la creación de puestos de trabajo!
Syriza no
solo continúa las políticas de la derecha; además, lo hace con un estilo y una
sustancia grotescos, adoptando ridículas posturas públicas y gestos demagógicos
sin coherencia alguna: un día, Tsipras dejará una corona de flores en la tumba
de 200 guerrilleros griegos asesinados por los nazis en la Segunda Guerra
Mundial y al día siguiente se prosternará ante los banqueros alemanes para
satisfacer sus exigencias de austeridad presupuestaria, negando dinero público
a dos millones de griegos en el paro.
Una tarde,
el ministro Varoufakis posará en una sesión de fotos para Paris Match
que lo muestra, con un cóctel en la mano, en la terraza de su lujoso ático con
vistas a la Acrópolis y ¡unas horas más tarde estará haciendo un discurso para
las masas empobrecidas!
Incumplimiento
de promesas, engaño y demagogia, todo durante los dos primeros meses en el
gobierno; Syriza ha establecido un récord en su conversión de un partido de
izquierdas contrario a la austeridad en un vasallo conformista y servil de la
Unión Europea.
La exigencia
de Tsipras a Alemania de que pague reparaciones por los daños a Grecia durante
la Segunda Guerra Mundial –una reclamación que, aunque correcta, ha sido
largamente postergada– es otra farsa demagógica diseñada para distraer a los
empobrecidos griegos de la capitulación de Tsipras y Varoufakis ante los
actuales requerimientos alemanes de austeridad. Un cínico funcionario de la UE
le dijo al Financial Times (12/MAR/2015, p. 6), “Ahí está (Tsipras)
dándoles (a los militantes de Syriza) un caramelo para que chupen”.
Nadie espera
que los líderes germanos cambien su línea dura por unas injusticias del pasado,
sobre todo porque son traídas a colación por un interlocutor que está
arrodillado... En la UE, nadie toma en serio la exigencia de Tsipras. Es vista
como una retórica de lo más vacía hecha para el consumo interno.
Hablar de
unas reparaciones alemanas de 70 años evita hablar de la adopción de medidas
prácticas hoy, como repudiar la deuda o reducir los pagos de una deuda
ilegítima a los bancos alemanes o negarse a obedecer los dictados de Merckel.
La diáfana traición de los compromisos más elementales con el arruinado pueblo
griego ya ha dividido a Syriza. Más del 40 por ciento de la comisión central,
incluido el presidente del parlamento, repudiaron los acuerdos de Tsipras-Varoufakis
con la Troika.
La gran
mayoría de los griegos que votaron por Syriza esperaba algún alivio inmediato y
unas reformas. Sin embargo, está cada día más desencantada. No esperaba que
Tsipras nombrara a Yanis Varoufakis, un ex asesor económico de George Papandreu,
el corrupto líder del neoliberal PASOK, como ministro de economía. No se
marcharon en masa muchos votantes del PASOK en los últimos cinco años para
encontrar a los mismos cleptócratas e inescrupulosos oportunistas ocupando los
cargos más altos de Syriza puestos allí por el dedo índice de Alexis Tsipras.
El
electorado tampoco puede esperar una lucha, una resistencia, una decisión de
romper con la Troika de los profesores anglo-griegos* llamados de regreso a
Grecia por Tsipras. Estos izquierdistas de salón (seminaristas marxistas) nunca
se implicaron en los conflictos urbanos ni sufrieron las consecuencias de la
prolongada depresión.
Syriza es un
partido liderado por acomodados profesionales, académicos e intelectuales con
movilidad social ascendente. Aunque en nombre de los trabajadores empobrecidos
y asalariados de clase media, los gobiernan desde su posición prominente, pero
atienden a los intereses de los banqueros –tanto los griegos como especialmente
los alemanes–. Priorizan la pertenencia a la UE por encima de una política
independiente y nacional. Su actitud respecto de la OTAN es de tolerancia, que
se manifiesta en su apoyo a la junta de Kiev en Ucrania, a las sanciones contra
Rusia, a la intervención de la OTAN en Siria e Iraq, y en ¡el mantenimiento de
un sonoro silencio en relación con la amenaza militar a Venezuela!
Brasil:
recortes presupuestarios, corrupción y revuelta popular
El gobierno
del supuesto Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, en el poder durante 13
funestos años, ha sido uno de los más corruptos de América latina. Respaldado
por las principales confederaciones de trabajadores y varias organizaciones de
campesinos sin tierra, y compartiendo el poder con partidos de centroizquierda
y de centroderecha, fue capaz de atraer la inversión de decenas de miles de
millones de dólares de capital extranjero proveniente de la industria
extractiva, las finanzas y los agronegocios. Gracias al boom de un decenio de
altos precios de las materias primas del agro y la minería, al crédito fácil y
a las reducidas tasas de interés, hubo un alza en los ingresos, el consumo y el
salario mínimo mientras se multiplicaban los beneficios de la elite económica.
Como
consecuencia de la crisis financiera de 2009 y la bajada de los precios de los
commodities, la economía brasileña se estancó justo cuando fue elegida la nueva
presidenta, Dilma Rousseff. El gobierno de Rousseff, como el de su predecesor,
Lula Da Silva, favoreció los agronegocios en detrimento del reclamo de una
reforma agraria por parte de los trabajadores rurales sin tierra. Su gobierno
dio alas a los barones de la madera y los productores de soja, y propició el
avance de estas industrias en las tierras de las comunidades indígenas y la
selva amazónica.
Elegida para
un segundo mandato, Rousseff se encontró ante una importante crisis política y
económica: profundización de la recesión económica, déficit fiscal, y detención
y proceso de muchos miembros corruptos del PT y legisladores aliados,
directivos de la empresa Petrobras.
Los líderes
del PT como las finanzas de campaña del Partido recibieron millones de dólares
de sobornos de las empresas de construcción para asegurar contratos de la
gigantesca empresa petrolera semipública. Durante su campaña electoral, la
presidenta Rousseff prometió que “continuará apoyando los programas sociales en
beneficio del pueblo” y que “erradicará la corrupción”. Sin embargo,
inmediatamente después de ser elegida abrazó la ortodoxia de la política
neoliberal y nombró un gabinete de neoliberales de la derecha dura, entre ellos
al banquero Joaquín Levy, de Bradesco, en el ministerio de finanzas. Levy
propuso reducir las prestaciones por desempleo, las pensiones y los salarios
del sector público. También se manifestó en favor de una mayor desregulación
del sector bancario y propuso debilitar la legislación de protección del
trabajador para atraer al capital. Además, reclamó el superávit presupuestario
y la necesidad de atraer la inversión extranjera a expensas del sector laboral.
Rousseff, en
coherencia con la adopción de la ortodoxia neoliberal, designó a Katia Abreu,
senadora de derecha, líder de toda la vida de los intereses del agronegocio y
acérrima enemiga de la reforma agraria, para que se haciera cargo del
ministerio de agricultura. Apodada “Miss Deforestación” por Greenpeace, la
senadora Abreu se ha opuesto con vehemencia al Movimiento de Trabajadores sin
Tierra (MST) y a la confederación de trabajadores, pero ha sido en vano. Con el
total respaldo de Rousseff, Abreu está empeñada en acabar con la muy mínima
redistribución de la tierra emprendida por la presidenta en su primer mandato
(estableciendo colonias que beneficiaron a menos del 10 por ciento de los
ocupantes sin tierra). Abreu aprobó normas que facilitan la expansión de
cultivos genéticamente modificados y promete el desalojo forzoso de los
indígenas amazónicos que habitan tierras productivas para favorecer a las
corporaciones del agronegocio a gran escala. Además, promete defender
vigorosamente a los terratenientes contra las ocupaciones de tierra por parte
de trabajadores rurales sin tierra.
La
incapacidad de Roussef y/o su falta de voluntad para llevar a los tribunales al
tesorero del Partido de lo Trabajadores, involucrado en un escándalo por 1.000
millones de dólares en sobornos y coimas que ya lleva 10 años, ha profundizado
y ampliado la oposición popular.
El 15 de
marzo de 2015 más de un millón de brasileños se lanzaron a la calle en todo el
país; las manifestaciones estaban convocadas por los partidos de derecha pero
consiguieron el apoyo de las clases populares, que exigen inmediatos juicios
contra la corrupción y duras condenas pero también la revocación de los
recortes en el gasto social implementados por Levy.
La
contramanifestación en apoyo de Rousseff organizada por la CUT –la central de
los trabajadores– y el MST solo movilizó la décima parte de aquélla; a unas
100.000 personas.
La respuesta
de Dilma Rousseff fue llamar al “diálogo” y asegurar que está “abierta a
[considerar] propuestas” sobre la corrupción aunque rechazó explícitamente
cualquier cambio en su regresiva política fiscal, sus nombramientos para un
gabinete neoliberal y su opción por la agenda del sector del agronegocio y el
de la minería.
En menos de
dos meses el PT y su presidenta han manchado indeleblemente a sus líderes, sus
políticas y sus apoyos con la brea de la corrupción y la regresión en las
políticas sociales.
El apoyo
popular se ha ido a pique. La derecha está creciendo. En las grandes
manifestaciones del 15-M incluso estuvieron presentes los activistas que abogan
por el autoritarismo y el golpe de estado militar; llevaban carteles que
reclamaban el “juicio político” y el regreso al gobierno de los militares.
Como en la
mayor parte de América latina, la derecha autoritaria brasileña es una fuerza
que está en ascenso y se posiciona para la toma del poder mientras el
centroizquierda adopta la agenda del neoliberalismo en todo el continente. Los
partidos apodados “de centroizquierda”, como el Frente Amplio en Uruguay y el
progubernamental Frente para la Victoria en Argentina están estrechando los
vínculos con el capitalismo corporativo del agronegocio y la minería a cielo
abierto.
Opiniones
sin fundamento de escritores izquierdistas de Estados Unidos, como Noam
Chomsky, que dicen que “América latina es la vanguardia contra el
neoliberalismo” están atrasadas al menos un decenio y, ciertamente,
equivocadas. Fueron engañados por declaraciones políticas de tipo populista y
se niegan a reconocer que las políticas de corte neoliberal están fomentando el
descontento popular. Los gobiernos que adoptan políticas regresivas en lo
socio-económico no constituyen una vanguardia hacia la emancipación social...
Conclusión
¿Cómo se
explican estos bruscos retrocesos y rápidos incumplimientos de las promesas
electorales por parte de los –supuestamente– “partidos de izquierda”
recientemente elegidos en Europa y América latina?
Se podía
esperar este tipo de comportamiento en América del Norte: del Partido Demócrata
de Obama en EEUU o del Nuevo Partido Democrático de Canadá... Pero estábamos
dispuestos a creer que en Francia, con su tradición republicana de izquierdas,
un gobierno socialista –“críticamente”– respaldado por izquierdistas
anticapitalistas iba al menos a poner en marcha reformas sociales progresistas.
Un ejército de blogueros progresistas también nos había dicho que Syriza, con
su carismático líder y retórica radical iba a cumplir al menos las promesas
electorales más básicas levantando la dominación impuesta por el yugo de la
Troika, empezando a poner fin a la miseria y proporcionando electricidad a las
300.000 viviendas iluminadas con velas. Los “progresistas” nos repitieron una y
otra vez que el Partido de los Trabajadores había sacado de la pobreza a 30
millones de personas. Proclamaron que “un ex trabajador de la industria
automotriz” (Lula Da Silva) nunca permitiría que el PT volviera a los recortes
presupuestarios neoliberales y se abrazara con sus supuestos “enemigos de
clase”. Los profesores izquierdistas de EEUU se negaron a dar crédito al burdo
robo de 1.000 millones de dólares al Tesoro Nacional de Brasil durante el
mandato de dos presidentes del PT.
A nuestra
mente llegan varias explicaciones para estas traiciones políticas. Una es que a
pesar de su discurso popular y “obrerista”, estos partidos estaban dirigidos
por abogados, profesionales y burócratas sindicales de clase media,
desconectados orgánicamente de su base militante. Durante las campañas
electorales, en procura de los votos, se unen un momento con los trabajadores y
los pobres, pero después pasan el resto del tiempo en restaurantes caros para
conseguir “acuerdos” con los banqueros, hombres de negocios propensos al
soborno e inversores extranjeros para financiar las elecciones siguientes, la
escuela privada de sus hijos y el lujoso piso de su querida...
Durante un
tiempo, cuando la economía estaba en alza, los beneficios de las grandes
corporaciones, las compensaciones y los sobornos iban de la mano con los
aumentos de salarios y los programas contra la pobreza. Pero cuando se
desencadenó la crisis, los líderes “populares” se quitaron la insignia del
partido de la solapa y dijeron “la austeridad fiscal era inevitable” mientras
mendigaban algo a sus financistas internacionales.
En todos
esos países, que ahora viven tiempos difíciles, los líderes de la izquierda
procedentes de la clase media le temían tanto al problema (la crisis
capitalista) como a la auténtica solución (la transformación radical de la
sociedad). En lugar de enfrentar el problema se volvieron hacia la “única
solución”: se acercaron a los líderes del capitalismo y trataron de convencer a
las asociaciones del mundo de los negocios y, por sobre todo, a los
financistas, de que ellos eran “políticos serios y responsables” deseosos de
renunciar a la agenda social y adoptar la disciplina fiscal. Para el consumo
interno, insultaron y amenazaron a las elites, esto es, un poco de teatro para
entretener a los seguidores de la plebe, ¡antes de capitular!
Ninguno de
estos líderes –académicos devenidos en izquierdistas– tenía un vínculo profundo
y durable con las luchas populares. Su “activismo” se limitaba a la lectura de
documentos en “foros sociales” y al aporte de ponencias en congresos sobre
“emancipación e igualdad”. La sumisión política y la austeridad fiscal no ponen
en peligro su posición económica. Si sus partidos de izquierda son derrotados
por electorados enfadados y movimientos sociales radicales, los líderes
izquierdistas hacen la maleta y regresan a su cómodo empleo de siempre o a su
bufete de abogado. Ellos no tienen por qué preocuparse por los despidos en masa
o la reducción de las pensiones de subsistencia. En los ratos libres podrán
sentarse y escribir un artículo más sobre la forma en que la “crisis del
capitalismo” afectó a su bien intencionado proyecto o cómo vivieron la “crisis de
la izquierda”.
Debido a su
desconexión con el sufrimiento de quienes han caído en al pobreza y los
votantes que están en el paro, los izquierdistas de clase media en el gobierno
no ven la necesidad de romper con el sistema. En realidad, comparten los puntos
de vista de sus supuestos adversarios conservadores: ellos creen también que se
trata de “el capitalismo o el caos”. A este lugar común adoptado se lo hace
pasar por una profunda reflexión propia de los dilemas de la socialdemocracia.
Los funcionarios y asesores izquierdistas de clase media siempre utilizan la
excusa de las “limitaciones institucionales”. “Teorizan” su impotencia
política; nunca reconocen el poder de los movimientos protagonizados por las
organizaciones de clase.
La cobardía
política de estos izquierdistas de clase media es estructural y facilita las
traiciones morales: sostiene que “la crisis no es el momento para hacer ajustes
en el sistema”.
Para la
clase media, el “tiempo” se convierte en una excusa política. Los líderes de
clase media de los movimientos populares, carentes de audacia o programas de
lucha, siempre hablan de cambio... en el futuro...
En vez de
comprometerse en la lucha popular, corren de un lado a otro, de un centro del
poder financiero al Comité Central, confundiendo el “diálogo” que termina en
sumisión con la resistencia consecuente.
Al final, el
pueblo les corresponderá dándoles la espalda y rechazando sus pedidos de
reelección para “una segunda oportunidad”.
La tragedia
es que toda la izquierda resulta manchada. ¿Quién puede creer las bonitas
palabras de “liberación”, “la voluntad de tener esperanza” y “recuperar la
soberanía” después de haber vivido lo contrario durante años?
Las
políticas de izquierda serán las perdedoras durante toda una generación, al
menos en Brasil, Francia y Grecia.
La derecha
ridiculizará el cierre de cremallera de Hollande, la falsa humildad de Dilma
Rousseff, los gestos vacíos de Tsipras y las payasadas de Varoufakis.
El pueblo
maldecirá su recuerdo y su traición a una causa noble.
* Entre
estos profesores ‘repatriados’, están el propio Yanis Varoufakis y Costas
Lapavitsas, ambos diputados electos en las últimas elecciones. Los dos se
graduaron en Inglaterra y fueron profesores universitarios; en Australia, el
primero, y en Inglaterra, el segundo. (N. del
T.)
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