Guillermo
Almeyra
Nicolás Maduro debe
estar agradeciendo todos los días la torpeza, la arrogancia y la prepotencia
brutales de los imperialistas, sobre todo estadunidenses, pero también la de
los perros falderos de Washington que controlan la prensa y la diplomacia de
los países europeos. Las medidas y las amenazas estadunidenses contra
Venezuela, so pretexto de que ésta pondría en peligro la seguridad de la
primera potencia militar del planeta, le han servido, en efecto, al gobierno
venezolano para movilizar la población, así como para exaltar el nacionalismo y
el papel de las fuerzas armadas, que son el principal apoyo del gobierno.
Éste trata así de contrarrestar el impacto de la carestía y la escasez
de bienes de primera necesidad, de la inflación, del desastre productivo y
económico provocado por la incapacidad y el subjetivismo de los planificadores
seguidores al pie de la letra de sus maestros de la ex Unión Soviética o de
Cuba. Con la movilización patriótica-militar intenta enfrentar la caída del
precio del petróleo, de cuya renta vive toda Venezuela, y la feroz especulación
de la burguesía, incluida laboliburguesía, crecida con apoyo del Estado y
apañada desde un ala del chavismo en el poder.
La brutal estupidez del Departamento de Estado yanqui le da ahora nuevo
oxígeno, con la aclaración oficial por éste y por Obama de que la frase
sobre la amenaza a la seguridad de Estados Unidos es sólo formal y aparece como
justificación permanente en todas las medidas que éste –por sus pistolas– toma
contra el que elige como villano. Esa supuesta aclaración, en efecto, confirma
que todos los pretextos son y fueron falsos, tanto en el caso de esta agresión
a Venezuela como en todos los demás (desde Vietnam, Grenada, Panamá hasta
Siria, pasando por Libia e Irak). O sea, que Estados Unidos, como el
hitlerismo, declara prescindir de la legalidad internacional cuando le parezca
conveniente y, por lo tanto, amenaza a todos los países con la descarada
utilización de la fuerza militar basada sólo en su voluntad depredadora.
Maduro, dicho sea de paso, saludó esta aclaración como una
concesión cuando en realidad no es más que otra demostración de cinismo y una
maniobra destinada a la cumbre panamericana de Panamá que, mientras quita
importancia a las frases sobre la ridícula supuesta amenaza venezolana a
Estados Unidos, mantiene en pie todas las medidas ilegales y unilaterales
contra el gobierno constitucional venezolano.
Es muy importante el apoyo antimperialista latinoamericano a Venezuela y
la movilización patriótica que logró dividir a los opositores entre los agentes
yanquis de un lado y los que, chavistas, ex chavistas o simpatizantes de los
partidos neoliberales, protestan por motivos legítimos, del otro. Pero el
efecto de ese nacionalismo venezolano y latinoamericanista es efímero mientras
la crisis está ahí, pues ahí están las colas, la carencia de alimentos y bienes
esenciales, la baja productividad y la corrupción en el propio aparato estatal.
Maduro cuenta con las fuerzas armadas, pero no tiene el prestigio que
tenía Chávez, proveniente de éstas y jefe del golpe que derribó al viejo
régimen. Es el heredero político designado por Chávez, pero el poder lo
controla en gran parte Diosdado Cabello, patrón de la Asamblea
Nacional y del PSUV, que no es un partido, sino una mera máquina electoral con
apoyo popular por ahora mayoritario pero variable, además de ser la cabeza
visible de la boliburguesía en el gobierno. Además, como demostraron los
intentos golpistas y las defecciones de altos jefes, las FFAA, son
policlasistas, heterogéneas y no son insensibles a la lucha política y hasta a
la influencia del imperialismo. Como institución, son conservadoras,
verticalistas y temen a la democracia y al poder popular, que amenaza su poder
real.
El presidente, por su parte, es sobre todo un hombre de aparato, elegido
por el aparato. Confía sólo en el aparato militar, utiliza el PSUV como mero
instrumento electoral, sin vida ni democracia interna, y quiere dar una lucha
burocrática de aparato contra la burocracia y la burguesía opositora y la
boliburguesía.
Pero éstas medran, precisamente, porque no tienen contrapeso en la
participación y la movilización independiente de los trabajadores y de los
pobres en general. Porque el llamado poder popular o las misiones son en
realidad –como en Cuba los Comités de Defensa de la Revolución– organismos del
Estado, creados, controlados y subordinados por éste, que intentan canalizar
los deseos populares de pesar en la adopción de las decisiones y en la solución
de los problemas.
La intervención de los trabajadores, un funcionamiento democrático del
PSUV y la existencia de verdaderos organismos de poder popular podrían en
cambio unificar en la solución de los problemas a los chavistas y los
opositores honestos, por motivos reales, disminuyendo así la tensión política, el
peso de la burguesía y del imperialismo.
La independencia sindical del Estado no quiere decir que los sindicatos
sean independientes de hacia dónde debe ir una Venezuela, significa que los
trabajadores deben ser protagonistas de la lucha contra la burocratización y la
corrupción. El control desde debajo de la producción y la distribución de los
alimentos y de qué productos se importan es un arma fundamental contra la
corrupción y la desigualdad social. Sólo el convencimiento puede transformar a
la población educada en el rentismo petrolero en productores eficientes de
alimentos y bienes industriales. Sólo el control popular puede establecer
prioridades en la importación, el financiamiento, el consumo. Venezuela está en
tiempos de guerra: éstas serían, sobre todo, las medidas de guerra más eficaces
que el servicio militar y las milicias que también son necesarios porque la
democracia es el fusil en las manos de los trabajadores.
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