25-05-2015
En los últimos tiempos no hacemos más que ver cómo
se suceden declaraciones de desprecio a los trabajadores, a la clase obrera
desde el parado al indefinido, superando cada descalificación el desprecio de
la anterior. Se trata de un discurso hegemónico centrado en la perversión de la
imagen de los trabajadores y el desprecio del valor del trabajo: el trabajador
que pide derechos es un irresponsable, el parado es un vividor que no quiere
trabajar, el trabajador indefinido es un lastre al capitalista en su capacidad
de sacar a los pobres de su pobreza, el trabajador de los países del sur es
generalmente (no sé si genéticamente) un vago improductivo... y los parados se
acomodan y no buscan trabajo.
Ni es algo
puntual ni es inocente. Del mismo modo que Marx y Engels nos dijeron que era
necesaria la construcción de conciencia de clase y con sus argumentos nos
enseñaron a defender nuestro valor; en sus antípodas, Huntington y Friedman
(principalmente) señalaron a los de arriba que era necesario volver a construir
una “apariencia de élite” (si me permitís este nombre) y les dieron los
argumentos para volver a presentar sus intereses como los intereses de todos, y
mostrar a los demás como dependientes de valor subordinado, etc...
Se trata de
una estrategia de reacción contra la emergencia de los nadies que se habían
levantado [i] para sacudir los privilegios de las élites, creo que en eso
consiste lo que llamamos neoliberalismo.
El ataque es
tan furibundo porque se requiere que los trabajadores acepten la pérdida de
derechos básicos que les corresponden como personas, y se encuentren sin
fuerzas ni apoyos (a veces de nosotros mismos -todos los trabajadores son malos
menos yo significa que me ataco a mí mismo-), para que su trabajo pueda ser
convertido en mercancía.
Debemos
entender algo: el trabajo solo puede ser mercancía cuando el trabajador es
sometido a un régimen jurídico que le reduce a la categoría de persona
dependiente o de objeto jurídico.
Pervertir la
visión o el sentido común sobre el trabajador y el valor del trabajo, permite
regular la situación del trabajador con un régimen jurídico de “objeto”, y esto
es necesario para que el trabajo sea una mercancía.
Contra un
discurso así no nos sirve el Estado del Bienestar en el que se acepta la
posición del trabajo como mercancía, y el contrato de trabajo que pone al
trabajador en situación de subordinación, dependencia y ajenidad.
El trabajo
como mercancía, el obrero como objeto
La clave del
trabajo como mercancía es que la capacidad para decidir sobre el trabajo de un
trabajador y los derechos generados por el trabajo de ese trabajador se
atribuyen a quien “compra” ese trabajo como mercancía (el salario no es un
derecho generado por el trabajo, sino por la “venta” del trabajo).
Para
producir este efecto jurídico, el trabajador debe ser sometido a un estatuto jurídico
“de objeto”, de herramienta del otro o persona dependiente. El contrato de
trabajo por cuenta ajena somete al trabajador a una situación jurídica de
subordinación, dependencia y ajenidad en su trabajo.
Esta
situación, como han denunciado ya muchos autores, es incompatible con la
dignidad humana del trabajador. La dignidad humana debe suponer, como mínimo,
que una persona plena debe tener siempre autonomía o capacidad de decisión
sobre su vida y sus actos (lo que es contrario a una situación de dependencia o
subordinación) y que le deben ser atribuidos los mínimos derechos que le
corresponden como persona igual de valiosa que cualquier otra y las
consecuencias jurídicas de sus actos (lo que es contrario a un régimen de
dependencia y ajenidad).
El trabajo,
como hacer humano, es un desarrollo del “ser” humano del trabajador, con el que
satisface sus necesidades, reproduce la vida, transforma la realidad, crea
capacidades colectivas, etc... Y su valor es por tanto un derivado de la propia
dignidad humana del trabajador.
Como tal
desarrollo, el trabajo genera o debería generar derechos para quien trabaja,
derechos como el de usar los medios de producción que se han puesto en
funcionamiento, o derecho a disfrutar los frutos del trabajo, etc... De la
misma manera, debe dar derecho a decidir sobre el trabajo, como dice Dahl, o a
participar en las decisiones colectivas.
Sin embargo,
en el contrato de trabajo por cuenta ajena, el régimen jurídico al que se
somete al trabajador no reconoce estos derechos. El régimen jurídico que se
contiene para el trabajador en el contrato de trabajo por cuenta ajena es el de
una persona-objeto, herramienta o persona dependiente. No es de extrañar,
puesto que el contrato de trabajo por cuenta ajena (uno de los grandes pilares
básicos del capitalismo) proviene del contrato romano de arrendamiento de
esclavos.
En Roma, el
esclavo era tratado jurídicamente como una persona-objeto o persona
dependiente. Su decisión no era considerada válida ni vinculante (como un
objeto o herramienta) por lo que quedaba subordinado a la decisión del amo. Su
estatuto jurídico no permitía que se le atribuyeran derechos por sus actos, por
lo que los derechos generados por su trabajo eran atribuidos al amo o
propietario del trabajo.
El Estado
del Bienestar no atacó esta lógica, sino que, en su línea, mantuvo las
injusticias capitalistas pero poniendo límites a sus efectos. Al trabajador se
le reconoció como persona en el Estado, pero era una ciudadanía de segunda, al
estar los derechos que le correspondían reconocidos siempre dentro del marco de
las bases del estado burgués y bajo los límites de posibilidad de la economía
capitalista, manteniendo al trabajador en la situación de dependencia. Es más,
los derechos sociales coinciden básicamente con las áreas en las que se ponían
obligaciones a los señores y esclavistas en las épocas de escasez de mano de
obra o peligro de rebelión (cuidado en la infancia, cuidado en la enfermedad,
manutención adecuada para vivir y reproducirse, manutención en la vejez, o
descanso suficiente diario y semanal), nacieron en un momento de escasez de
mano de obra dependiente (por las guerras mundiales y los trabajadores de los
países comunistas) y peligro de rebelión obrera (con la URSS como gran potencia
para prestar apoyo), y se han acabado cuando esas circunstancias han
finalizado, como tantas veces ha pasado en la historia de la esclavitud, el
señorío o el trabajo en ajenidad y dependencia en general.
El
reconocimiento de derechos sociales implica que el trabajo es mercancía, pero
una mercancía limitada como tal. Y esta es la gran queja de los grandes
explotadores de trabajo ajeno: los costos del trabajo no se adaptan a las
fluctuaciones del mercado, no se pueden desprender del trabajo “comprado”
cuando no les conviene, etc... Lo que llaman “flexibilidad” laboral no es más
que la reivindicación de que el trabajo pueda ser tratado como una pura
mercancía. Y claro, para esto, el trabajador debe volver a ser puesto en un
estatuto jurídico puro de objeto en su prestación laboral.
El Estado
del bienestar ponía límites a la injusticia, pero no la abolía. Ahora son esos
límites los que están cayendo, devolviendo al trabajador a las profundidades y
rotundidad de un régimen jurídico indigno de una persona, casi de objeto, para
que el trabajo vuelva a ser una mercancía totalmente disponible al beneficio
del capital.
Y así, las
élites político-financieras imponen unas políticas de desigualdad que incluyen
que el trabajo sea “flexible”, pura mercancía, sometiéndose a las condiciones de
las oferta y la demanda.
Las medidas
que están tomando para imponer esta flexibilidad son regulaciones que afectan
al trabajador como persona y recortan sus derechos básicos incluso como
ciudadano de un Estado de Derecho. Por ejemplo, se le quita al trabajador el
derecho a que se respeten los términos de los contratos que se firman con él.
Nadie más tiene la capacidad de cambiar unilateralmente los términos de un
contrato salvo el empresario respecto al trabajador. Se quita al trabajador el
derecho a recibir un salario suficiente para la vida, se recortan sus
posibilidades de obtener tutela judicial, se le impone la aceptación de
horarios incompatibles con una vida digna, se aumenta su separación con los
medios de producción con los avances hacia el despido libre, etc...
En realidad,
no cabe la menor duda: para que el trabajo sea una mercancía (y eso es lo que
se pide cuando se pide flexibilidad laboral), el trabajador no puede ser
tratado como una persona, plena y adulta, no puede ser tratado con dignidad.
Mantener el trabajo como mercancía siempre supuso negar al trabajo su dignidad.
Relación
discurso-derecho
Para lograr
este objetivo de cambiar la regulación del trabajo y la situación reconocida al
trabajador es que se lleva a cabo esta batalla en el discurso público. Existe
una relación entre derecho y discurso. El derecho estatal nunca podría
funcionar con la única base de la coerción (ni la física ni la económica),
necesita construir o utilizar una aceptación significativa por la sociedad a
través de parámetros de legitimidad. El sentido común hegemónico en una
sociedad es determinante de la normatividad en dicha sociedad.
Con este
ataque discursivo, se está logrando imponer una percepción de menosprecio o
desprecio de la clase obrera (en abstracto, como clase) como un sentido común
aceptado generalmente, tanto que los propios trabajadores aceptan y reproducen
esta visión a pesar de que en la gran mayoría de los casos que conocen de forma
directa ven que la realidad no es así, y ven el valor del trabajo y la dignidad
de las y los trabajadores.
El discurso
hegemónico actual sobre el trabajador es tan negativo que hasta ha pervertido
la propia visión de los trabajadores sobre sí mismos como clase. Si preguntas a
cualquier trabajador español si la gente que trabaja con él, sus amigos, su
familia, su entorno, la gente de su barrio o su pueblo, son vagos o son buenos
trabajadores, te dirá que en su entorno conoce (directamente, en concreto) a
gente muy buena que trabaja mucho, en la mayoría de los casos y parados que
están parados sin culpa, aceptan condiciones leoninas y buscan trabajo de
verdad. Seguramente, dirá que, entre la gente que conoce, la mayoría son buenos
trabajadores y personas decentes que tratan de sobrevivir. Sin embargo, si le
preguntas si los trabajadores españoles son vagos o buenos, te dirán que son
vagos, si les preguntas por los parados en abstracto (como clase o parte de una
clase) te dirá que están cobrando por otro lado o que no buscan trabajo...
Hay que ser
muy conscientes de que estos discursos despectivos y la humillación continuada
puede llegar a convencer a un explotado o excluido de que las normas que le
someten son válidas, de que su situación es justa, de que se merece lo que le
está pasando, de que debe sacrificarse porque no hay otra manera, porque lo
bueno para quien le explota es lo bueno para él, porque su virtud debe ser
cumplir con ese papel social que se le ha dado, etc... Esto lo tienen muy
presentes las luchas feministas, las de las minorías étnicas o sexuales, incluso
cuando luchamos contra la depredación del medio ambiente... pero parece que
desde la lucha como clase obrera lo hubiéramos olvidado. Y precisamente creo
esto era precisamente lo que Marx y Engels llamaban construir conciencia de
clase: construir una visión de los intereses y el valor de la clase más allá
del capitalismo y sus límites, sus valores o los intereses del capital. Y
claro, para eso no sirve ni mucho menos el Estado del Bienestar.
Lo que
debemos entender es que el discurso que defiende los derechos sociales como lo
que corresponde a la dignidad de la clase obrera, no solo es inadmisible, sino
que está perdido de antemano. En este discurso el valor que se le da al
trabajador y al trabajo está subordinado, es dependiente, del capital y su valor.
El valor del trabajo no está más allá del capitalismo, sino que es entendido
dentro (subsumido) de la lógica del capital como mercancía y de sus
posibilidades de retribución como mercancía.
Este
discurso no nos sirve, ni los derechos sociales responden a la dignidad del
trabajador, ni la defienden. En este discurso, el valor del trabajador depende
de la viabilidad capitalista de la empresa (beneficios del capital crecientes),
los intereses del trabajador son los del beneficio del capital o solo son posibles
bajo este beneficio, el trabajador debe implicarse en la lucha de competencia
de la empresa contra otras empresas, en lugar de unirse en solidaridad obrera
debe competir por mayor retribución inmediata o más cuota de venta con los
demás obreros como cualquier otra mercancía... Los puntos cruciales en la
construcción de la conciencia de clase son negados en los valores detrás de los
derechos sociales del trabajador para caer en las creencias que buscan fomentar
la apariencia de élite.
Nota:
[i] Considero
que para entender el momento actual debemos partir de esta previsión del
Manifiesto Comunista...
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