16-05-2015
Los
jornaleros huelguistas de San Quintín, en Baja California, han logrado con su
lucha la liberación de cuatro compañeros presos y un salario mínimo garantizado
por el Estado de 200 pesos por ocho horas de trabajo. Su valiente y tenaz
resistencia, su enfrentamiento a una represión salvaje y el apoyo de los
sindicatos combativos y de la Nueva Central Obrera, así como la amenaza de los
trabajadores agrícolas de Canadá y Estados Unidos de boicotear la producción de
San Quintín si no se resolvía el conflicto les permitieron sindicalizarse en la
Alianza de Organizaciones y triunfar.
Ellos vencieron en esta batalla, que será la
primera de una larga serie, a la alianza de hecho entre los patrones
esclavistas, los medios orales, escritos y televisivos al servicio de éstos,
las fuerzas represivas, los charros que temen los conflictos sociales porque
les mueven el piso y el Estado nacional, que es siervo de los esclavistas
nacionales y extranjeros explotadores de los jornaleros y organiza la
sangrienta represión a toda resistencia obrera o popular.
Las empresas exportadoras de fresas pertenecen a
capitales agrícolas estadounidenses o a miembros o ex miembros del gobierno del
estado de Baja California. Mientras en Canadá o en Estados Unidos impera un
salario de 10 dólares por horas (más de 150 pesos) en San Quintín pagaban 100 o
un máximo de 150 pesos pero por jornada de trabajo sin límites, que superaba
largamente las ocho horas legales. Además, los patrones no pagan aguinaldos ni
ninguna prestación legal ni cumplen con ninguna reglamentación ambiental o de
protección sanitaria de los trabajadores y sus familias, que ellos reclutan en
sus lugares de origen, en Guerrero o en Oaxaca.
Los recolectores de fresas reciben pagas irrisorias
por cajón recogido, habitan en pésimas condiciones de comodidad y de higiene y
generalmente deben dormir en esteras por el suelo y bañarse en las acequias.
Estas condiciones de virtual esclavitud permiten que los patrones exporten
anualmente por valor de más de 500 millones de dólares y hacen que esos
exportadores sean sumamente sensibles a un boicot canadiense o estadounidense
que podría costarles mil millones de dólares por año y teman como la peste la
solidaridad obrera y popular con los huelguistas, que podría encarecer los
salarios incluso en las regiones de reclutamiento de mano de obra, por lo
general indígena.
De ahí la importancia de la solidaridad y la
fraternidad obrera internacional (de los trabajadores agrícolas de Canadá y
Estados Unidos) y de la solidaridad del Sindicato Mexicano de Electricistas,
otros sindicatos combativos y la Nueva Central Obrera que, al defender los
salarios y mejorar las condiciones de trabajo de los jornaleros de San Quintín,
defienden al mismo tiempo sus propios derechos frente a la alianza agresiva y feroz
entre los explotadores y los servidores de los mismos en el aparato del Estado
local y nacional.
Porque hay un lazo entre la represión en San
Quintín, la de Atenco por el entonces gobernador del estado de México, Enrique
Peña Nieto, la represión salvaje en Tlatlaya y la matanza y desaparición de los
normalistas de Ayotzinapa. Los represores son los mismos y en todos los casos
el Estado hiere, tortura, asesina, secuestra a quienes se oponen a la
expropiación de sus tierras, como en Atenco, o los que luchan por elementales
derechos laborales o democráticos contra un capitalismo que quiere imponer
condiciones de vida del siglo XIX porfiriano.
Si ahora el Estado nacional no acompaña la violenta
represión contra los jornaleros de San Quintín y ofrece garantizar un aumento
de salarios, es por temor al contagio de la solidaridad, que quiere limitar lo
antes posible, y para no ofrecer otro espectáculo sangriento en pleno período
electoral ante la opinión pública internacional, horrorizada ya por lo que pasa
en México.
De todos modos, el aumento a 200 pesos la hora y la
limitación de la jornada a las ocho horas legales, más unos pesos más por cajón
de fresas, hace que el costo salarial directo en San Quintín sea menos de un
quinto del que impera del otro lado de la frontera y sigue asegurando, por lo
tanto, ganancias extraordinarias a los explotadores de los jornaleros.
Es muy lamentable que la situación de los
jornaleros no haya conseguido modificar la actitud fundamentalmente
electoralista de MORENA o el autismo del EZLN, que encontró tiempo para
organizar un homenaje de Chiapas de Luis Villoro (cosa justa y necesaria, pero
que se podía hacer en cualquier momento), pero no para llamar a la solidaridad
con los jornaleros de Baja California, mayoritariamente indígenas.
En México son cada vez más comunes las condiciones
de trabajo semiesclavistas impuestas por el moderno capitalismo agrario y
debemos soportar aún un gobierno que mantiene la militarización del país y, al
convertir al Estado en un semiEstado, favorece el saqueo del país por el
capital financiero internacional y el accionar del narcotráfico, que se arma en
Estados Unidos. Las luchas sociales, como la de los jornaleros de San Quintín,
refuerzan la conciencia y la organización de los únicos que tienen interés, a
la vez, en la obtención de conquistas laborales y democráticas y en la
supresión de la explotación capitalista. Son peligrosamente utópicos los que
creen posible que las fieras, que viven del trabajo, la sangre y el sudor
ajeno, se hagan legalistas y vegetarianos y respeten pacíficamente la voluntad
del electorado. Son igualmente peligrosos quienes no disputan el poder a los
que, con ese poder, oprimen, torturan y asesinan a quienes se oponen al mismo.
Hoy y mañana, lo fundamental sigue siendo desarrollar la organización política
independiente de los trabajadores y ayudar en todos los terrenos a imponer un
cambio en las relaciones de fuerzas sociales, hoy desfavorables para los
oprimidos.
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