“Europa no puede abandonar la UE
ni el Euro, pero su problema interno es si la UE y el Euro son de todos los
países europeos o de una Troika. (La UE es o debe ser una Suiza a nivel
continental) Y la solución no la puede dar la izquierda vieja o nueva (Holande
o Tsipras), sino el nuevo sistema social.” Ramón
García Rodríguez
Raúl Zibechi/Resumen
Latinoamericano/ALAI, 17 de julio de 2015
Luego de ganar un referéndum de
forma abrumadora, el primer ministro Alexis Tsipras firmó un acuerdo
humillante. Treinta y ocho de sus diputados no lo votaron, entre ellos el ex
ministro de Finanzas Yanis Varoufakis, así como la presidenta del parlamento.
Varios altos cargos renunciaron. Tsipras dice que no cree en el acuerdo que
firmó, en el que tampoco creen Francia y el FMI, porque no va a sacar a Grecia
de la crisis y va a profundizar la pobreza.
Las preguntas se apilan. El
corresponsal de Publico.es en Atenas, Alberto Sicilia asegura (martes
14) que “Tsipras jugó fuerte en la negociación”, pero que el ministro de
Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, “vio el órdago y les abrió a los griegos la
puerta para irse del euro”. Ante el jaque alemán, “Tsipras no llevaba cartas”,
porque, según dijo, “una Grexit (salida del euro) no planificada habría sido
terrible para las clases medias y bajas. Y no teníamos plan B porque siempre
hemos querido el euro”. Es posible que sea la explicación más aproximada de los
motivos que llevaron al gobierno griego a firmar un acuerdo que el semanario
alemán Der Spiegel (domingo 12), difícilmente calificable de izquierdista,
definió como “un catálogo de atrocidades” que Tsipras “se vio obligado a firmar
con una pistola en la sien”. Lo mismo sostuvo incluso la biblia de las
finanzas, el Financial Times, uno de cuyos editorialistas habló de “acuerdo
versallesco” para graficar el grado de sumisión al que fue sometida Grecia,
similar al armisticio firmado por Alemania al fin de la Primera Guerra Mundial.
Si fuera así, hay dos preguntas
que necesitan ser respondidas. ¿No previó Tsipras que firmar significaba la
división de su partido y la pérdida de legitimidad de su gobierno? ¿Cómo es
posible que el Ejecutivo, luego de cinco meses de negociaciones en las cuales
quedó clara la intransigencia alemana, no tuviera un plan B al de la troika?
Culpar a Alemania de lo sucedido,
algo que toda la izquierda y parte del resto del espectro político está
vociferando, aunque libera de frustraciones tiene escasa utilidad y, sobre
todo, permite esconder durante un tiempo las propias inconsistencias. Porque de
eso se trató en esta historia: de una fuerza política que llegó a dirimir
instancias de gran trascendencia (geo)política sin la suficiente capacidad. O
se pecó de ingenuidad o se fue completamente irresponsable. Quizá una
combinación de ambas.
Lo firmado
El domingo 12 el gobierno griego
aceptó un documento de siete páginas que contiene tres partes. La primera son
medidas para “restaurar la confianza” del Eurogrupo (ministros de Finanzas de
la UE) en Grecia, que se tenían que aprobar el miércoles 15. Incluyen el
aumento del IVA, garantizar la sostenibilidad a largo plazo del sistema de las
pensiones mediante una reducción drástica de su monto, independencia de la
oficina de estadística y controles a la evasión tributaria.
La segunda parte contiene
propuestas que se deben implementar antes del 22 de julio. Se trata de reformar
el Código Civil y adoptar las normas de la Unión Europea para rescatar bancos.
Además, Grecia se compromete a establecer un calendario para el recorte de las
pensiones con cláusula de déficit cero, la reforma del mercado interior para
que sea “más competitivo” (liberalizando sectores como medicamentos, lácteos y
panaderías, aperturas de tiendas en domingos, entre otros), privatizaciones
(energía, puertos, aeropuertos, empresa de telecomunicaciones), reforma del
mercado laboral mediante la “revisión y modernización de la negociación
colectiva y la acción sindical” facilitando los despidos, y finalmente una
fuerte reforma del sistema financiero y bancario.
Pero es la tercera parte del
acuerdo la que resulta más irritante. Para asegurar que se llevará a cabo el
agresivo programa de privatizaciones, el gobierno griego transferirá activos de
su propiedad a un fondo independiente que garantizará el pago del nuevo
préstamo. Con esas privatizaciones los líderes europeos esperan recaudar 50.000
millones de euros, de los cuales 25 mil millones se utilizarán para pagar la
recapitalización bancaria, otros 12.500 millones para pagar la deuda y los
12.500 millones restantes serán utilizados para inversión en el país. En ese
fondo estarán incluidos el sector energético, transportes y telecomunicaciones,
cuyas empresas serán muy probablemente adquiridas, y a muy buen precio para los
compradores, por trasnacionales provenientes de los países acreedores.
Además, el gobierno griego deberá
consultar con la troika cualquier borrador de nueva legislación antes de
enviarla al parlamento y se compromete a retirar o enmendar toda la legislación
introducida a partir del 20 de febrero que fuera contraria al anterior acuerdo,
como la reapertura de la tevé estatal y la recontratación de funcionarios públicos
despedidos por gobiernos anteriores.
Si se aprueban todas estas
reformas, consideradas como “requisitos mínimos”, recién ahí la troika
comenzaría a discutir el tercer “rescate” de 82.000 millones de euros durante
tres años.
En el último párrafo del documento
figura la propuesta del ministro alemán de sacar a Grecia del euro. “Si no se
llega a ningún acuerdo se ofrecerá a Grecia negociaciones rápidas para una
salida de la zona euro, con una posible reestructuración de la deuda” (Der
Spiegel, 12-VII-15).
El ministro griego de Defensa,
Panos Kamenos, aseguró que se produjo un intento de derrocar a Tsipras. “Fue
amenazado con el colapso de los bancos y el recorte completo de los depósitos”
(Russia Today, 14-VII-15).
El después
En los hechos, se trata de una completa
cesión de soberanía que permite que los acreedores aprueben leyes clave antes
de llevarlas a consulta pública o al parlamento. Tsipras debía saber que este
acuerdo tendría graves consecuencias.
La primera es la fractura de su
partido y, en menor medida, de su gobierno. La mayoría absoluta del comité
central de Syriza (109 en 201) rechazó el acuerdo y difundió un texto muy duro:
“El 12 de julio se produjo en Bruselas un golpe de Estado que demostró que el
objetivo del liderazgo europeo es la aniquilación para dar ejemplo de un pueblo
que buscaba otro camino a seguir más allá del modelo neoliberal de austeridad
extrema”. Algunos altos cargos del gobierno presentaron renuncia.
En el parlamento las cosas
tampoco marcharon bien. Ganó el acuerdo con 219 votos a favor, 64 en contra y
seis abstenciones. El Ejecutivo recibió el apoyo de la oposición de derecha, en
particular de Nueva Democracia, del ex primer ministro Antonis Samarás, y de
los socialistas. Un número para nada despreciable de 38 diputados de Syriza se
desmarcaron del gobierno. Por lo tanto, en adelante Tsipras puede tener que
gobernar con el apoyo de sus adversarios en un eventual gobierno de coalición,
sobre todo para aprobar el resto del paquete impuesto por Bruselas.
Una parte importante de la
sociedad, incluyendo destacadas voces de su partido, le mostraron a Tsipras que
sí había alternativas. Por un lado, las varias que elaboraron sus ministros y
que el primer ministro desechó. Varoufakis, por ejemplo, propuso un plan ante
la eventualidad del cierre de los bancos griegos por la troika: “Deberíamos
haber puesto en circulación nuestros propios pagarés, anunciar que íbamos a
crear nuestra propia liquidez denominada en euros; deberíamos haber tomado el
control del Banco de Grecia” (Eldiario.es, 13-VII-15).
Por otro lado, Tsipras ni
siquiera se prestó a debatir seriamente la alternativa de salir del euro. No
alcanzaba con decir que sería peor, tenía que abrir un debate real sobre las
consecuencias y los modos posibles para enfrentarla, le reclamó la mayoría de
la dirección de su partido.
No hubiera sido fácil, claro, una Grexit. Según la
economista estadounidense Carmen Reinhart, ex funcionaria del FMI y
especialista en las “crisis de deuda”, la salida de una unión monetaria no es
tan común como la salida de políticas monetarias de cambio fijo. Desde 1982
hubo cinco casos: Argentina en 2002 y en 1989, Perú en 1985, Bolivia en 1982 y
México en 1982, en los que las economías estaban dolarizadas y convirtieron de
forma forzosa los depósitos en dólares a la moneda local.
Si Grecia saliera del euro,
asegura Reinhart, el resultado sería similar. Los depósitos se convertirían en
dracmas (u otra moneda) sufriendo una drástica devaluación. “Se colapsaría la
confianza en el sistema y habría un dramático aumento de las deudas privadas y
públicas. El sector privado haría un impago de su deuda y la mitad de los
créditos del país no serían pagados, y si se incluyen las tarjetas de crédito
sería incluso mayor. Los ciudadanos dejarían de pagar impuestos y habría una acumulación
de euros u otras monedas” (Bloomberg, 9-VII-15). Las consecuencias serían muy
duras. “Si se produce la salida del euro, y sigue la conversión forzada de los
depósitos, el retroceso de la economía de Grecia es probable que sea de larga
duración.”
Al parecer, incluso los griegos
opuestos al acuerdo firmado por Tsipras eluden la salida del euro. Varoufakis
señala que el caso argentino es bien diferente al griego en tres aspectos. Tras
el default, el PBI argentino creció desde 2003 a 2008 a un promedio del 8 por
ciento anual, impulsado por las exportaciones de soja. Pero “los griegos no
disponen ni de soja ni de ningún producto agrícola que se pudiera exportar en
semejante escala”. Además, si Grecia saliera del euro “tardaría meses en
introducir una nueva moneda y un régimen cambiario”. Por último, “el impacto
que les generó Argentina a sus socios comerciales al salir de la
convertibilidad no fue significativo mientras que Grecia, al salir del euro,
perdería subsidios a la agricultura, fondos para el desarrollo y en general la
cooperación económica con otros países europeos empeoraría” (Russia Today,
14-VII-15).
Llegados a este punto, sólo cabía
resignar la soberanía o apostar por la dignidad nacional, ya que el retroceso económico
está garantizado en cualquier caso. Es cierto que la presión de casi tres
semanas de corralito debe sentirse con fuerza en una sociedad ya empobrecida.
Conviene recordar, no obstante, que no es fácil echar a un país del euro y que
aun estando fuera de la eurozona se puede utilizar el euro, según lo recuerda
el belga Eric Toussaint, presidente del comité de auditoría de la deuda griega.
Legalmente Grecia no puede ser
expulsada de la zona euro ni por las instituciones europeas ni por un grupo de
países. Puede incluso salir de la UE y seguir utilizando la moneda, aunque ya
no emitirla. Sería un caso similar a los de Panamá y Ecuador, que usan el
dólar, o de Montenegro y Kosovo, que usan el euro.
Sin embargo, ahora Grecia tampoco
tiene soberanía completa sobre el euro, como sí la tienen los demás países de
la Unión. Los bancos centrales de cada país sólo pueden emitir la cantidad de
euros que les permite el Banco Central Europeo (BCE). El Banco Central griego
tiene congelada la cantidad de euros que puede emitir, y el BCE no está dando
liquidez a los bancos griegos porque está en desacuerdo con la política fiscal
del gobierno (Forbes, 3-VII-15).
Fin de época
Buena cantidad de analistas,
incluido el gobierno alemán, o en todo caso su ministro de Finanzas, estiman
que la salida de Grecia del euro es sólo cuestión de tiempo. Es una decisión
política, no económica, dicen. Y ya fue tomada tiempo atrás. El 4 de febrero,
apenas nueve días después de que Tsipras asumiera como primer ministro y se
plantara firme ante sus acreedores, el BCE le cortó los grifos, “ante las
serias dificultades para cerrar con éxito el rescate” (El País, 4-II-15).
Antes de llegar a esa situación,
que motivó titulares como “El BCE pone a Grecia contra las cuerdas”, el
entonces flamante primer ministro emprendió una gira europea para cosechar
apoyos. Luego de reunirse con los presidentes de la Comisión Europea,
Jean-Claude Juncker, del Consejo Europeo, Donald Tusk, y del Parlamento, Martin
Schulz, “se llevó de las tres instituciones un sabor amargo, y sobre todo un
tono duro acerca de sus posibilidades en la negociación que ya ha empezado
sobre el futuro de Grecia”. Varoufakis llegó a contar en estos días que desde
su primera reunión con “las instituciones”, en particular con su par alemán,
tuvo claro que los “socios” querían a la díscola Grecia fuera.
Eso sucedió hace cinco meses.
Durante 150 días se estuvo negociando el rescate, sin el menor resultado.
¿Pensaba Tsipras que el 62 por ciento de apoyo al No en el referendo podía
ablandar al sistema financiero? Todas las propuestas que hizo a la troika el
primer ministro fueron recibidas con absoluta indiferencia. Peor: a cada
concesión de Atenas llovían nuevas exigencias. Pero Tsipras no cambió de línea.
Incluso Varoufakis participaba de la ilusión de convencer a sus interlocutores.
Hasta que se convenció de lo contrario. “Desafortunadamente las instituciones y
nuestros socios europeos han perdido la oportunidad que brindamos: mirar las
negociaciones como una deliberación entre socios. Lo convirtieron en una guerra
contra nosotros” (Der Tagesspiegel, 9-VI-15).
Todo indica que Grecia y también
Europa ingresan en un nuevo período de su historia. El relato sobre la “Europa
de los pueblos” fue demolido por Bruselas y Berlín. Se está ante el fin del Estado
del bienestar, pero también ante una crisis de la democracia representativa, ya
que las mayorías se quedan sin voz. Las izquierdas –incluso las nuevas, como
Syriza y probablemente sea el caso del Podemos español– han mostrado una
carencia poco creíble de estrategias alternativas. De ahora en adelante les
costará mucho volver a convencer de que representan el cambio.
-.o0o.-
de: Resumen Latinoamericano <resumen@nodo50.org>
responder a: resumen@nodo50.org
fecha: 17 de julio de 2015, 18:02
asunto: [Diariodeurgencia] Diario
de Urgencia 17 de julio de 2015
lista de distribución: diariodeurgencia.listas.nodo50.org
enviado por: listas.nodo50.org
firmado por: nodo50.org
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por los integrantes de la conversación
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