Una conversación con los intelectuales franceses,
Pierre Dardot (filósfo) y Christian Laval (sociólogo)
eldiario.es
10-07-2015
Dos intelectuales franceses, Pierre Dardot
(filósfo) y Christian Laval (sociólogo) acaban de publicar dos libros que
plantean un aporte al debate político. Sus ideas están inspiradas en las
prácticas de los movimientos sociales y refieren tanto a lo que sacudieron en Latinoamérica
como en Europa. Es decir, el temblor llegó a las bibliotecas y por eso esta
teoría se hace cargo de cuestionar conceptos que han construido la pirámide que
sostiene, nada menos, que la democracia. Lo que plantean es la crisis del
sistema representativo y la necesidad de construir organizaciones e
instituciones que sean capaces de estimular y canalizar la participación
democrática.
Algunos
conceptos que forman parte de la entrevista que les realizó Amador Fernández
Savater:
“Se ha
desarrollado un cuestionamiento radical de la democracia “representativa” en
nombre de una democracia “real”, vinculado, en algunos casos, a
reivindicaciones ecológicas sobre la preservación de los “bienes comunes”.
“Esta
exigencia es la de la democracia participativa y se opone como tal a la
democracia representativa que autoriza a unos pocos a hablar y actuar en nombre
de la mayoría.”
“Lo común
podría ser definido como lo público no estatal: garantizar la universalidad del
acceso a los servicios mediante la participación directa de los usuarios en su
gestión, por ejemplo”.
“Hay que
atajar ese sentimiento de impotencia histórica que dice que la política
efectiva y duradera no puede ser más que el monopolio de los dominantes. Y para
ello no hay más que una salida: crear instituciones cuyo principio sea tal que
las reglas puedan ser el objeto de una constante deliberación colectiva para
evitar la “congelación” burocrática. Lo esencial es que la institución, sea la
que sea, tenga la capacidad de abrirse a lo imprevisto y adaptarse a las nuevas
necesidades”.
“El sentido
revolucionario de los movimientos actuales no consistirá tanto en el modo de
acción que se escoja, electoral o no, ni tampoco en la conciencia más o menos
clara de los objetivos últimos que se persiguen, como en la transformación de
la resistencia tenaz y valiente de amplias fracciones de la sociedad a las
políticas de austeridad en voluntad y capacidad de cambiar la relación política
misma. Es decir, en pasar de la ‘representación’ a la ‘participación’”.
“No queremos
‘dar lecciones’, y menos aún ofrecer un ‘modo de empleo’ a aquellos y aquellas
que están comprometidos en prácticas económicas, sociales o políticas
alternativas. Tenemos, bien al contrario, mucho que aprender de las
experimentaciones que tienen lugar un poco por todas partes”. Citan como
ejemplo la experiencia de las cooperativas de trabajo.
“La crisis
profunda de la democracia representativa en la época neoliberal, sin duda
irreversible, muestra claramente la necesidad de inventar otra política, otra relación
con la política. Y ese es precisamente el desafío de la política de lo común.”
A
continuación, la entrevista completa:
Laval & Dardot: “El desafío es pasar de la
representación a la participación”
Hace unos
meses, entrevistamos a los intelectuales franceses Pierre Dardot (filósofo) y
Christian Laval (sociólogo) sobre su penúltimo libro: La nueva razón del mundo,
una ambiciosa reconstrucción de la historia y el presente del neoliberalismo
entendido a la vez como política macro y micro: planes de ajuste estructurales
y producción de ciertas maneras subjetivas de habitar el mundo.
Pocos meses
después, aparecía en España su último trabajo, Común, subtitulado Ensayo sobre
la revolución del siglo XXI. Después de analizar críticamente la lógica
neoliberal, Dardot y Laval dibujan ahora la alternativa: lo común como el
término central de una lógica de pensamiento y acción capaz de salir de los
impasses de la política del siglo XX (izquierda / derecha, Estado / mercado,
público / privado).
Decíamos en la introducción a aquella entrevista que Común podría convertirse en una referencia mayor en el debate político contemporáneo, como en su día pudo ser Imperio de Toni Negri y Michael Hardt. Y, de hecho, el libro está siendo ya objeto de vivísimos debates en Francia o en Italia. Pero es tal vez en un país como España donde ahora mismo podría encontrar una lectura más activa y práctica, tanto entre personas implicadas en los movimientos de base como entre quienes participan en las nuevas formaciones políticas e institucionales.
No por nada
algunos concejales de Ahora Madrid prometieron sus cargos con la fórmula Omnia
sunt communia! (“todo es común”) y la palabra “común” está en el nombre de
iniciativas municipalistas tan importantes como la de Barcelona. ¿En qué
consiste, pues, la nueva política de lo común?
De la razón
neoliberal a la razón de lo común
1- ¿Cuál ha
sido vuestra intención a la hora de escribir el libro? ¿Por qué proponer aquí y
ahora la idea-fuerza de lo común?
Pierre Dardot: Este libro se inscribe en la estela de nuestras obras precedentes y,
en particular, de La nueva razón del mundo. Este último libro se terminaba con
una expresión más bien elíptica: la “razón del común”. Queríamos sugerir así
que las “contra-conductas” de que hablábamos en el libro, es decir las
prácticas de resistencia y subjetivación, debían articularse a una nueva razón
política, a una razón política alternativa a la razón neoliberal que habíamos
analizado.
Lo que no
teníamos muy claro era precisamente esa articulación o, mejor dicho, de qué
tipo podía ser esa participación directa y positiva de las conductas de
resistencia en la construcción de una racionalidad alternativa. Teníamos en
mente una oposición entre dos principios: la competencia (principio de la
lógica neoliberal) y lo común, pero seguía siendo aún muy abstracta. En
definitiva, lo que estaba en juego era lo que podríamos llamar la positividad
de las prácticas de resistencia: no podemos satisfacernos con una resistencia
al poder que sea puramente defensiva o reactiva, sino que tenemos que pensar
una resistencia capaz de producir nuevas reglas. Sólo así estaremos en
condiciones de derribar la razón neoliberal.
Christian Laval: Estábamos dispuestos a articular la resistencia a la emancipación,
yendo en este sentido más allá de Foucault y su desconfianza hacia los “grandes
proyectos”. Pero lo que nos decidió finalmente a escribir este libro, con este
título, fueron los diferentes movimientos de contestación a la apropiación
privada y estatal de los recursos, los espacios, los servicios, etc. Y, más
particularmente, el movimiento de ocupación de las plazas (15M, Gezi, etc.) que
ha planteado nuevas exigencias con una energía incomparable.
En todos
esos movimientos se ha desarrollado un cuestionamiento radical de la democracia
“representativa” en nombre de una democracia “real”, vinculado en algunos casos
a reivindicaciones ecológicas sobre la preservación de los “bienes comunes”
(espacios urbanos sobre todo). De ese modo, lo que para nosotros todavía
permanecía en un estado más bien intuitivo al término de La nueva razón del
mundo, se ha precisado ahora. Nos parece que lo común es el principio que
emerge literalmente de todos estos movimientos. Lo común no es, pues, algo de
nuestra invención, sino que se desprende que las luchas actuales como su propio
principio.
Lo común:
co-participación y co-implicación
2- ¿Cuál es
vuestra definición de lo común?
Pierre Dardot: La definición de lo común que proponemos al comienzo del libro no
pretende valer como una definición general, independientemente de toda
condición de tiempo y lugar. Si recordamos la etimología de este término
(cum-munus) no es ciertamente para dar a entender que lo común ha tenido
siempre la significación que le damos hoy. En Aristóteles, el koinôn es lo que
resulta de la actividad de puesta en común en que constituye la ciudadanía,
actividad que implica la regla de alternancia entre gobernantes y gobernados.
En la República romana, la palabra munus significaba, ante todo, la dimensión
de obligación que se imponía a los magistrados que detentaban un cargo público.
Hoy, a la luz del movimiento de las plazas, el término adquiere un sentido algo
diferente: la única obligación política que vale es la que procede, no de una
misma pertenencia, sino de la participación y la implicación en una misma
actividad o tarea. Esta exigencia es la de la democracia participativa y se
opone como tal a la democracia representativa que autoriza a unos pocos a
hablar y actuar en nombre de la mayoría.
3- ¿Podríais
explicarnos la diferencia entre vuestro acercamiento a lo común y el que
podemos encontrar en otros discursos que se mueven más o menos en el mismo
campo? En concreto: 1) ¿Qué diferencia lo común y lo público-estatal? 2) ¿Qué
diferencia lo común de los “bienes comunes”? Y 3) ¿qué diferencia vuestra
reflexión y la de otros intelectuales como Toni Negri y Michael Hardt?
Christian Laval: Lo público-estatal reposa sobre dos exigencias perfectamente
contradictorias: por un lado, pretende garantizar la universalidad del acceso a
los servicios públicos; por otra, reserva a la administración estatal el
monopolio de la gestión de esos servicios reduciendo a los usuarios a
consumidores, excluidos como tales de toda forma de participación en la
gestión. Lo común debe precisamente poner fin a esa división funesta entre
“funcionarios” y “usuarios”. Dicho de otra manera, lo común podría ser definido
como lo público no estatal: garantizar la universalidad del acceso a los
servicios mediante la participación directa de los usuarios en su gestión.
Pierre Dardot: En segundo lugar, lo común es para nosotros un principio político y no
una propiedad que pertenecería por naturaleza a un cierto tipo de “bienes”.
Distinguimos entre lo común como principio político que no ha de ser instituido
sino aplicado, y los comunes que son siempre instituidos en y por esa
aplicación. Los comunes no son “producidos”, sino “instituidos”. Esa es la
razón por la cual somos muy reticentes con respecto a la noción de “bienes
comunes”. Porque todos los bienes así considerados comparten esa cualidad de
ser “productos”. Nos parece que hay que darle la vuelta al razonamiento: todo
común instituido (recurso natural, conocimientos, lugar cultural, etc.) es un
bien, pero ningún bien es por sí mismo común. Un común no es una “cosa”, aún
cuando sea relativo a una cosa, sino el lazo vivo entre una cosa, un objeto o
un lugar y la actividad del colectivo que se hace cargo de ella, la mantiene y
la cuida. Lo común sólo puede instituirse como lo inapropiable.
Christian Laval: Por último, nuestra perspectiva cuestiona también la conocida tesis
defendida por Negri y Hardt de una producción espontánea de lo común, que sería
a la vez tanto el resultado como la condición del proceso de producción (al
modo de la dinámica expansiva de las fuerzas productivas en un cierto
marxismo). Nos parece que al idealizar la autonomía del trabajo inmaterial en
la era del “capitalismo cognitivo”, esa tesis desconoce fatalmente los
mecanismos de subordinación del trabajo al capital que operan hoy en día.
La(s) praxis
instituyente(s)
4- “No hay
bienes que sean comunes [por su propia naturaleza, por sus cualidades
intrínsecas], sino comunes a instituir”, son las palabras que cierran y resumen
de cierta forma vuestro trabajo. ¿Cómo se instituye lo común? ¿Qué tipo de
instituciones son las adecuadas?
Pierre Dardot: Instituir no quiere decir institucionalizar en el sentido de
oficializar, consagrar o reconocer a posteriori lo que existe desde hace ya
tiempo (por ejemplo, en estado de hábito o costumbre), ni tampoco crear a
partir de la nada. Significa crear lo nuevo con -y a partir de- lo que existe
ya, por tanto en condiciones dadas independientemente de nuestra actividad. Un
común se instituye por una praxis específica que llamamos “praxis
instituyente”. No hay un método general para la institución de cualquier común.
Cada praxis debe entenderse y efectuarse in situ o in loco. Por eso hay que
hablar de “praxis instituyentes” en plural.
Christian Laval: Abrir un servicio cerrado hasta ese momento en un hospital
psiquiátrico, tras una discusión con el personal sanitario y los pacientes,
supone una praxis instituyente, aunque sea en una extensión “micropolítica” en
el sentido de Foucault. Instituir un banco de semillas para los campesinos o
destinar un lugar cultural al uso común, también. Y son esas prácticas las que
preparan y construyen la revolución entendida como “auto-institución de la
sociedad”.
5- Hay un
recelo clásico entre los movimientos más igualitarios u horizontales hacia la
idea de “institución”: el peligro de la burocratización, la consagración de la
tradición, la canalización excesivamente rígida del “fluir” de los movimientos,
etc. ¿Cómo responderías a ese recelo? ¿Cómo pensar la institución respondiendo
a estos riesgos? ¿Cómo cristalizar sin congelar?
Chistian Laval: En la historia, hay una “maldición” que acecha a las movilizaciones
sociales, los movimientos de lucha, las experiencias revolucionarias: la
alternativa entre su rápida disolución a falta de estructuración o su
burocratización. Para algunos autores, no podemos escapar a la petrificación de
los movimientos, a su degradación en una organización fija, acaparada por una
pequeña oligarquía conservadora. Sartre, por ejemplo, pensaba que el episodio
insurreccional del “grupo en fusión” terminaba inexorablemente en una
cosificación institucional. El concepto de institución reenvía entonces a una
cosa: la inercia de un cuerpo muerto.
Pero esa
tesis no puede ser comprendida más que como el reverso de la vieja teoría
marxista-leninista del Partido que veía en la ausencia de una organización
disciplinada capaz de apoderarse del poder central la causa de la derrota de
las revoluciones (en particular de la Comuna de París). El partido
marxista-leninista, propietario del saber de la historia, no era más que un
simulacro de Estado, calcado sobre el modelo de la burocracia central. Todo el
desafío de las movilizaciones políticas actuales consiste en su capacidad para
desmentir esa doble fatalidad.
Pierre Dardot: Hay que atajar ese sentimiento de impotencia histórica que dice que la
política efectiva y duradera no puede ser más que el monopolio de los dominantes.
Y para ello no hay más que una salida: crear instituciones cuyo principio sea
tal que las reglas puedan ser el objeto de una constante deliberación colectiva
para evitar la “congelación” burocrática. Lo esencial es que la institución,
sea la que sea, tenga la capacidad de abrirse a lo imprevisto y adaptarse a las
nuevas necesidades: su funcionamiento debe pues permitir en todo momento un
relanzamiento de lo instituyente.
Las luchas
actuales: reinstituir la sociedad
6-
Movimientos de las plazas como el 15M, Syntagma o Gezi, dispositivos
electorales para el “asalto institucional” al poder político como Syriza y
Podemos, ¿qué balance hacéis de las luchas y los movimientos contra el
neoliberalismo de los últimos años, desde esta pregunta vuestra por una nueva
institucionalidad?
Pierre Dardot: Los movimientos de los últimos años son profundamente inventivos,
creativos, portadores de formas políticas nuevas. Esto no significa tanto que
lleven consigo, espontáneamente, una nueva “constitución” (en el sentido político-jurídico
del término), como que plantean (en la práctica) el problema del vínculo entre
la construcción “aquí y ahora”, a partir de las condiciones existentes, de
nuevas formas de relación y de actividad, y la transformación general de la
sociedad. Eso es lo que mejor puede caracterizarlos, y el proceso español es en
ese sentido un testimonio muy claro.
Christian Laval: Cada experiencia tiene sus particularidades. Syriza nació, por
ejemplo, de una coalición de pequeños partidos de izquierda, mientras que las
listas municipales que han ganado las elecciones en Barcelona o Madrid se han
constituido a partir de múltiples asociaciones y agrupaciones que no se limitan
a Podemos y que arraigan en la experiencia del 15M. El elemento común es la
voluntad de ruptura con todo un “sistema”, es decir, un orden político
oligárquico, estrechamente imbricado con los intereses económicos de los grupos
sociales dominantes. Pero no se puede luchar contra el “sistema” sin inventar,
al mismo tiempo y en el plano de la práctica, nuevas formas de sociedad y de
política. Nos parece que esa es otra “lección” importante de las luchas de los
últimos años.
Pierre Dardot: En este sentido, los movimientos recientes son profundamente
“autónomos” en el sentido etimológico del término: demuestran por sus actos la
necesidad de reinstituir toda la sociedad según la lógica de lo común. Y por
eso mismo decimos que son movimientos revolucionarios, dándole al término de
“revolución” el sentido muy preciso de “reinstitución de la sociedad”. El
sentido revolucionario de los movimientos actuales no consistirá tanto en el
modo de acción que se escoja, electoral o no, ni tampoco en la conciencia más o
menos clara de los objetivos últimos que se persiguen, como en la
transformación de la resistencia tenaz y valiente de amplias fracciones de la
sociedad a las políticas de austeridad en voluntad y capacidad de cambiar la
relación política misma. Es decir, en pasar de la “representación” a la
“participación”.
7- ¿En qué
momento estamos ahora mismo en esa lucha?
Chistian Laval: Las fuerzas dominantes en Europa y en el mundo han entrado
deliberadamente en una lógica de confrontación política, bajo pretexto de
devolver la deuda a los acreedores, para someter a esas fracciones de la
población que resisten al neoliberalismo y descorazonar toda voluntad de
ruptura política. Estamos entrando en un nuevo periodo de luchas. Grecia y
España son la avanzadilla. Lo importante es que no se queden solos, que otras
fuerzas en otros países vengan a ayudarles a romper las políticas de
austeridad.
La situación
de confrontación a escala europea demuestra la necesidad práctica de un nuevo
internacionalismo. Y por eso uno de los riesgos actuales, sin duda el riesgo
mayor, es que, frente a los estragos del neoliberalismo, algunos sucumban a las
sirenas mortíferas del nacionalismo y el soberanismo. Es lo que está pasando
actualmente en Francia, no sólo en la extrema derecha del Frente Nacional, sino
también en la izquierda “radical”.
Lo común y
los movimientos
8- Pensamos
que una de las virtudes y potencias de vuestro libro es que puede interpelar
tanto a quienes están implicados en experiencias de base como a aquellos que
han hecho la apuesta del “asalto institucional”. Con respecto a los movimientos
de base, ¿en qué sentido puede ayudar vuestro libro a repensar y replantear uno
de sus grandes problemas, el problema de la duración? ¿Cómo pueden hacerse
“hábito” o “costumbre” las prácticas políticas (igualitarias, incluyentes,
etc.) que emergen en los momentos excepcionales de lucha?
Pierre Dardot: Con respecto a los movimientos, el alcance de nuestro libro, el que
deseamos al menos, es que la dimensión institucional de la “democracia real”,
por decirlo al modo del 15M, sea tomada en serio, sea objeto de
experimentaciones, discusiones, reflexiones colectivas. Para nosotros, la
democracia real es un asunto de institución. Y esa es la condición para
asegurar la duración y la fuerza de los movimientos. Es por ello que nos
oponemos a todas las ilusiones sobre el desarrollo espontáneo de un “comunismo
inmanente” de las luchas de base. Esas ilusiones son peligrosas, porque
cortocircuitan la cuestión decisiva de la institución, es decir, en nuestra
perspectiva, la investigación sobre las formas efectivas de praxis
instituyentes. El diálogo podría establecerse sobre ese terreno.
Lo que no
debemos es subestimar la dificultad de inventar instituciones nuevas cuyo
funcionamiento apunte explícitamente a impedir su apropiación por un pequeño
número, la desviación de sus finalidades o la “rigidización” de sus reglas. La
cuestión no es saber cómo “crear” nuevas “costumbres” o “hábitos”, porque ni
los unos ni las otras pueden ser objeto de actos de institución, sino cómo
hacer prevalecer reglas prácticas que permitan la discusión, la deliberación, la
decisión colectiva incluso en la misma definición de las reglas que organizan
la vida colectiva.
9- ¿Tenéis
ejemplos prácticos, organizativos, en mente?
Pierre Dardot: No queremos “dar lecciones”, y menos aún ofrecer un “modo de empleo” a
aquellos y aquellas que están comprometidos en prácticas económicas, sociales o
políticas alternativas. Tenemos, bien al contrario, mucho que aprender de las
experimentaciones que tienen lugar un poco por todas partes. Por ejemplo, la
experiencia de la Cooperativa Integral Catalana supone a su modo a una praxis
instituyente.
Hay una
abundancia de iniciativas y experimentaciones llevadas a cabo
independientemente del Estado, de las que el fenómeno de “ocupaciones” de
lugares abandonados o en desuso es de las más impactantes. Como por ejemplo ese
viejo palacio en el centro de Nápoles, El Asilo Filangieri, que ha sido
reconvertido en lugar de actividades culturales múltiples (teatro, danza,
cine). Este caso plantea la cuestión del uso a través de la determinación
colectiva de su destino, y no tanto de la propiedad. “El espacio es de quien lo
usa” es su lema.
Lo común y
las instituciones públicas
10- Y con
respecto a las instituciones públicas, ¿cómo se puede contribuir desde ellas a
lo común? ¿Es posible, por ejemplo, transformar las instituciones públicas en
instituciones de lo común?
Christian Laval: Como hemos dicho, hay una relación estrecha entre el carácter efímero
de las movilizaciones y el espontaneísmo más o menos “de base” que condena toda
actividad política en nombre de una desconfianza por todo lo que se parezca a
la “política”. Pero, por otro lado, no basta con “conquistar el poder” y
“ocupar las posiciones” del Estado para cambiar las cosas. La crisis profunda
de la democracia representativa en la época neoliberal, sin duda irreversible,
muestra claramente la necesidad de inventar otra política, otra relación con la
política. Y ese es precisamente el desafío de la política de lo común.
Pierre Dardot: Hay que recordar que lo común no viene del Estado. El Estado no es en
ningún caso el propietario de lo común, más que de manera ilegítima. Es desde
el interior mismo del movimiento de la sociedad, a través de las luchas que la
transforman, que se inventan las formas políticas nuevas, las instituciones
nacen de los conflictos. Se ha olvidado, seguramente debido a la degeneración
de las organizaciones del movimiento obrero y socialista, que los obreros
fueron capaces en el siglo XIX, en condiciones muy difíciles, de construir
instituciones nuevas en su tiempo como fueron los sindicatos, las cooperativas,
las mutuas, etc.
La
abundancia actual de asociaciones de lucha y defensa de los ciudadanos enlaza a
su manera con esta historia al mismo tiempo que la renueva profundamente. No es
sólo el lugar de trabajo el que debe ser reinstituido políticamente, como lo
querían los socialistas de antaño, sino todas las actividades sociales y todos
los marcos de vida: el hospital, la escuela, la vivienda, la ciudad, la
cultura.
Christian Laval: Y no hay plan preestablecido para esta nueva política. No hay más que
experiencias concretas que requieren ser meditadas, comparadas, sintetizadas.
Por ejemplo, todo lo que se explora desde hace años bajo el nombre de
“democracia participativa” a nivel local, en regiones muy diferentes y bajo las
formas más variadas, en América Latina, en Inglaterra, en la región kurda de
Rojava con su utopía comunalista, etc. Y, sobre todo, esa ola irresistible a
nivel mundial de cuidado colectivo de los “bienes comunes”, que implican (a
pesar de esa designación equívoca) una participación de los ciudadanos en su
definición, cuidado, producción. El ejemplo de la democratización de los
servicios del agua en Nápoles, bajo el impulso del alcalde Luigi de Magistris,
es ejemplar en este sentido, sean cuales sean sus límites.
11- Más
concretamente: ¿qué mensaje dirigís a las iniciativas municipalistas (Ahora
Madrid, Barcelona en Común, Marea Atlántica) que contemplan como un eje clave
de sus programas “la defensa de los bienes comunes”?
Pierre Dardot: Una de nuestras “propuestas” es transformar los servicios públicos en
comunes instituidos. Eso significaría que ya no pertenecerían al Estado como si
éste fuese el sujeto propietario, el único gestor, el responsable último. Un
servicio público no merece ese título más que si es un servicio que la sociedad
se da a sí misma para realizar sus derechos y satisfacer sus necesidades. Hay
que romper el monopolio de la administración estatal para garantizar la
universalidad del acceso a esos servicios: los usuarios deben ser considerados,
no como consumidores, sino como ciudadanos que participan en las deliberaciones
y las decisiones que les conciernen, junto a los “funcionarios”.
Christian Laval: Otra condición se impone: que la política no sea un asunto profesional.
La política no es un oficio, sobre todo no es un oficio de por vida. En el
plano político, una de las bisagras de la revolución que nos toca hoy es
modificar radicalmente la definición del mandato político, a todos los niveles,
con el fin de eliminar la “casta” política que, entrelazada de forma cada vez
más estrecha con las fuerzas económicas dominantes, ha hecho tanto mal a
nuestras sociedades.
Lo común y
la historia
12- Por
último, en vuestro libro hay un trabajo histórico muy importante. Sin análisis
histórico, decís, hay un riesgo muy grande de respuestas superficiales, de
contrasentidos, de inconsistencias. Nuestra pregunta es: ¿qué significa para
vosotros pensar históricamente? ¿Qué nos puede enseñar la historia? ¿Cómo
evitar la construcción de nuevos “grandes relatos” (ahora el de lo común) que
aplasten la singularidad del presente, su novedad?
Pierre Dardot: En efecto, nos parece muy importante captar lo común en su historicidad.
Es precisamente una condición para pensarlo en la singularidad de su emergencia
en lugar de inscribirlo en un continuum transhistórico. “Pensar históricamente”
no significa esperar que la historia nos enseñe las “lecciones” que valen para
el porvenir, sino antes que nada pensar a la altura de una singularidad
histórica, la que constituye nuestra “actualidad”. Es lo que hemos tratado de
hacer en nuestro libro.
Christian Laval: Dos ejemplos. Si hemos consagrado todo un capítulo a la crítica de la
autopresentación de la Common Law como “derecho común” que se perfecciona y se
purifica por el solo hecho de su crecimiento orgánico, no es para oponerle un
verdadero “derecho consuetudinario” que podría hacerse cargo de las promesas no
mantenidas de la Common Law, sino para cuestionar que el derecho de lo común
por venir pudiese constituirse simplemente como prolongación del “derecho
común”, fuese cual fuese su forma. El derecho de lo común abre el presente de
las prácticas sobre el porvenir, el derecho común las subordina al pasado.
O si hemos
repasado la tesis de un “derecho consuetudinario” de los pobres (Marx) o la de
un “derecho consuetudinario proletario” (Maxime Leroy), no es para replantear
su actualidad, sino más bien para hacer aparecer la insuficiencia intrínseca de
todo derecho consuetudinario, sea cual sea su contenido social. La cuestión hoy
no es la de la transmisión de viejas costumbres, o la institución de nuevas
costumbres, sino la de la creación de nuevas instituciones a través de la producción
de reglas susceptibles de convertirse en costumbres a fuerza de ser
practicadas.
Pierre Dardot: De manera general, la consideración del pasado puede enseñarnos a
desconfiar de las analogías rápidas y mentirosas que tienen curso muy a menudo
en el seno de los movimientos de contestación del orden existente. En
particular, es el caso de aquella que establece un paralelo entre la lucha
actual por los comunes del conocimiento y la de los campesinos por las tierras
comunes del siglo XV al XIX. Pensar históricamente es, por tanto, rechazar el
aplastamiento de la singularidad del presente bajo analogías y parecidos que
nos desvían del combate por transformar ese presente en un sentido
revolucionario.
Christian Laval: Y esta es también la razón por la cual no hemos querido construir uno
de esos “grandes relatos” que la posmodernidad descalificó ampliamente: lo
común no toma de ningún modo el relevo de la “emancipación del ciudadano”, de
la “realización del Espíritu” o de la “sociedad sin clases” (por retomar los
principales relatos mencionados por Lyotard en La condición posmoderna de
1979). No tenemos ninguna necesidad de revincularnos con esa tradición que
ordena toda la historia con respecto a un “fin” que supuestamente le da
sentido.
Por el
contrario, pensamos que hoy es deseable y necesario sustraer la idea de
emancipación del imperio de los “grandes relatos”. Esta idea de emancipación se
vuelve así indisociable de la lógica de confrontación: no anuncia el fin de la
lucha ni tampoco promete el advenimiento de una sociedad finalmente
transparente y pacificada. Reconoce el carácter insuperable de la
conflictualidad. A la pregunta sobre cuál era su idea de la felicidad,
planteada por un periodista americano, Marx respondió con una sola palabra:
“¡combatir!” Es decir, no terminaremos jamás con la lucha y el conflicto. No
hay “lucha final”, no hay más que una lucha que se reabre una y otra vez de un
modo cada vez singular, histórico.
Entrevista
pensada y realizada por Amador Fernández Savater con Marta Malo y Débora Ávila.
Amador agradece a Cristina Fernández y a Alfonso Díez su ayuda en el proceso.
Fue publicada en www.eldiario.es y la reproducimos con autorización del
autor.
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