miércoles, 26 de agosto de 2015

¿POR QUÉ EL 15M CAMBIÓ LA POLÍTICA EN ESPAÑA Y OCCUPY WALL STREET NO LO LOGRÓ CON USA?




24 de agosto de 2015 | 09:21 CET

El próximo mes de septiembre se cumplen cuatro años de la eclosión, fugaz y ruidosa, de Occupy Wall Street, el movimiento de protesta juvenil y callejero que nació a imitación y semejanza del resto de manifestaciones pacíficas y reivindicativas que tuvieron lugar por todo el mundo durante 2011. Hace poco, en España vivimos el cuarto aniversario del 15-M. Casi un lustro después, nos preguntamos qué ha sido de su legado y cómo perviven en la política de sus respectivos países.

En España, la hipótesis es más o menos clara: el 15-M se trasladó poco a poco a los barrios, permeó a colectivos y organizaciones sociales, entró en las juntas de vecinos y, tres años después, culminó en una suerte de partido heredero (a nivel ideológico, no a nivel estructural): Podemos. En las elecciones municipales de 2015, las siguientes a las que vieron nacer al movimiento, observamos cómo tres grandes capitales eran ganadas por plataformas ciudadanas y municipalistas al margen de los partidos tradicionales: Zaragoza, Barcelona y Madrid. El 15-M es, por tanto, algo.

El 15-M no se perdió por el camino, o al menos esa es nuestra hipótesis: cristalizó más o menos en movimientos políticos perdurables (y vencedores, como prueban las municipales). ¿Qué hay de Occupy Wall Street, por el otro lado?

Sin embargo, ¿qué sabemos de la herencia de Occupy Wall Street en Estados Unidos? De nuevo, manejamos una hipótesis: el movimiento perdió comba al intentar entrar en el sistema político, poco hermético a nuevas propuestas y dominado por los partidos republicano y demócrata. Puso en la agenda ciertos temas (¡desigualdad!) pero, en esencia, no cambió el horizonte político norteamericano. ¿Es así? Para responder a ambas preguntas, hemos contactado con Pepe Fernández Abertos y Roger Senserrich, ambos politólogos.

El 15-M: una evolución a largo plazo

El inicio espontáneo y febril del 15-M en los días previos a las elecciones municipales de 2011 hacían imposible entrever un futuro político predicible. ¿Qué querían en realidad el puñado de miles de jóvenes que se reunieron en todas las grandes plazas españolas durante semanas? ¿Qué pedían quienes más tarde se les unieron en manifestaciones improvisadas multitudinarias? Algo parecía claro: el orden político del presente no era convincente. Era necesario cambiarlo.

Una de las máximas del 15-M en sus inicios era la de no cristalizar en un partido político. De hecho, al principio se puso el acento en la horizontalidad (algo que, de modo más o menos laxo, ha entrado también en la agenda política actual). Sin portavoces, sin estructura clara. El desarrollo de la protesta (vaciado de las plazas, traslado a la acción local en los barrios) obligó a crear un pequeño esqueleto. Años después, hubo un partido capaz de aglutinar todo ese trabajo bajo un líder: Podemos.
"Las protestas de 15-M dieron herramientas discursivas y organizativas que fueron fundamentales para el surgimiento de estas nuevas formaciones políticas"

La evolución a largo plazo no es sorprendente, pero sí choca con los preceptos de los inicios. Si el 15-M ha terminado siendo un partido, tampoco ha cambiado tanto el panorama político español. ¿Se puede decir, sin embargo, que Podemos es su heredero? "Yo creo que es innegable la conexión entre ambas. Una forma de verlo es que las protestas de 15-M dieron herramientas discursivas y organizativas que fueron fundamentales para el surgimiento de estas nuevas formaciones políticas", explica Fernández Albertos. En ese sentido, el 15-M enmarcó el discurso político.

Fue la miga. Sin embargo, su conexión con Podemos es más lateral de lo que se tiende a reflejar en prensa. Los orígenes de ambos, no en vano, son distintos. El 15-M se origina al margen de los movimientos de izquierdas del país. "Podemos y sus plataformas adyacentes son en cierto modo un intento de un cierto sector de esos movimientos ya existentes de cooptar e institucionalizar (en el sentido de organizar, no de domesticarles) la energía y vitalidad del 15-M", matiza Senserrich. 


La confluencia de intereses ha provocado que Podemos sí case bien con el 15-M, pero el precio a pagar ha sido pervertir ciertos principios fundadores del movimiento. La institucionalización así lo ha requerido: "Podemos ha perdido mucho del espíritu asambleario del 15-M, aunque eso seguramente sea necesario para ser efectivos como partido", añade Senserrich. De otro modo, la indignación podría haber sido demasiado vaporosa, efímera. Ahora hay un canal de interacción política.

Antes que Podemos, un ejemplo más apropiado para entender cómo el 15-M se ha transformado de forma obligada en un movimiento estructurado es el de las iniciativas municipales de casi todas las ciudades

Un ejemplo más apropiado para entender cómo el 15-M se ha transformado de forma obligada en un movimiento estructurado es el de las iniciativas municipales de casi todas las ciudades. Podemos optó por acudir sin marca a las últimas elecciones de mayo, y eso permitió que surgieran coaliciones entre partidos de izquierda, ciudadanos y asociaciones. La marca Ganemos, fagocitada por IU, y que finalmente ha tenido diversos nombres y uno más o menos frecuente: X en común.

Son iniciativas de corte ciudadano y en muchas ocasiones anónimo. Si han surgido (y si han ganado) es porque el 15-M había aportado un nuevo marco discursivo. Como cuenta Fernández Albertos:

El hecho de que visibilizara la insatisfacción de unas demandas y creara el caldo de cultivo para que nuevas formaciones aspiraran a recoger esas demandas (que, en el momento de la emergencia del 15-M, eran vistas como muy positivas por la gran mayoría de la población) ha hecho que no sólo se altere la competición política formal (electoral), sino que los discursos, las propuestas, los liderazgos, hayan sufrido una sacudida muy considerable... Se me ocurren pocos cambios en tan poco espacio de tiempo en la historia democrática reciente española.


En este sentido, el 15-M no sólo recogió, pregonó y promovió un cambio de mentalidad política, no sólo visibilizó el desencanto de los votantes, no sólo estableció una retórica (también extiosa) sobre las causas y los culpables de la crisis económica (e institucional del país), sino que también voló por los aires el tradicional sistema de partidos español. Y, como incide Senserrich, mucho antes de que Podemos y las iniciativas municipalistas hicieran acto de presencia.

Para empezar, empeoró la derrota electoral del PSOE en 2011; el partido iba a perder igualmente, pero la magnitud de la derrota se acentuó por las propuestas. Segundo, confirmó la irrelevancia de IU, que fue incapaz de movilizar el descontento antes del 15-M y nunca consiguió cooptarlo después. Incluso sin Podemos, cambió el panorama de la izquierda. Post-elecciones 2011, veremos. Podemos precipitó cambios drásticos en el PSOE e IU con su resultado de las europeas, y el mapa autonómico y local ha cambiado de arriba a abajo. No estoy seguro de que eso no hubiera sucedido sin el 15-M, pero creo que hubiera sido bastante más difícil.

Tanto como Fernández Albertos como Senserrich coinciden en apuntar al 15-M si bien no tanto como el origen sí como la manifestación de que ha habido un cambio político notorio en la España actual. A nivel de la calle, por ejemplo, ha proporcionado nuevas herramientas de protestas y ha conseguido que los partidos, hoy, estén más preocupados por cuestiones como la mayor democracia interna, la transparencia o la cercanía con el electorado.

El 15-M también cambió la forma en la que los ciudadanos se movilizaron, y las peticiones que tenían para con los partidos. Transparencia, democracia interna, cercanía con el votante, son cuestiones acentuadas por la irrupción del movimiento

Sin embargo, al igual que el mundo pre-15-M no era inmutable, tampoco lo será este. Fernández Albertos, por ejemplo, se plantea cuánto puede durar la aceptación de la mayor parte de la ciudadanía del discurso sobre la crisis puesto sobre el 15-M. Senserrich es crítico precisamente con él: "Trajo a primera línea una cantidad tremenda de propuestas de políticas públicas muy desafortunadas y un populismo de izquierdas muy poco serio, pero no todo iba a ser positivo".

Occupy Wall Street: encorsetado por el sistema

La historia de Occupy Wall Street es muy distinta, aunque muy semejante en sus inicios. No sólo porque los jóvenes norteamericanos que impulsaron el movimiento en sus inicios tuvieran al 15-M en mente (entre otras muchas protestas) sino porque tanto las forma de movilización como parte de la retórica eran parecidas. Ambos surgían del descontento juvenil nacido del desigual reparto de peso de las consecuencias de la crisis económica, y ambos apuntaban al poder.

 
Si bien en España el poder dibujado por el 15-M era fundamentalmente político, y en menor medida, al menos en los inicios, económico, Occupy Wall Street, desde su bautizo, se dirigió hacia un lugar muy concreto: el núcleo de personas que controlan la economía del país más poderoso del mundo. Wall Street, de forma simbólica y práctica, representaba a la radical minoría de la población estadounidense que controlaba con mano de hierro la radical mayoría de la riqueza del país. Eso debía cambiar a través de un reparto más igual. Y ese cambio se impulsaba desde la calle.

Occupy pasó a segundo plano, con muchos activistas pasando a temas locales, como campañas para subir el salario mínimo a nivel local

Sin embargo, y a pesar de los intentos del núcleo del movimiento por mantenerlo vivo, su acción política quedó reducida a aquel mes de 2011. "Occupy acabó pasando a segundo plano, con muchos activistas pasando a temas locales, como campañas para subir el salario mínimo a nivel local o estatal (a menudo con éxito). Como marca/organización, no fue demasiado lejos", comenta Senserrich. Y apunta a uno de los problemas: la concentración geográfica de la izquierda en Estados Unidos.

Al contrario que España, donde el electorado progresista, con matices, es más o menos homogéneo a lo largo del país, en Estados Unidos se concentra en las costas (más pobladas), pero es minoritario en la gran mayoría física del país. Como explica Fernández Albertos, en EEUU es más difícil "articular un discurso rupturista con lo existente capaz de aglutinar a una mayoría social alrededor". Simplemente es un país demasiado grande y diverso. Pero no se trató sólo de eso, sino de una cuestión de más fondo. Para Fernández Albertos, Occupy puso temas en la agenda, pero era más consecuencia que causa del cambio político:

No veo tan claro que Occupy per se haya tenido un impacto directo tan claro. En parte por lo efímero del movimiento y porque, siempre en mi sensación, resultó atractivo a gente que ya más o menos mantenía ese discurso antes del nacimiento del movimiento, algo diferente a lo que pasó con el 15-M, que en mi mente sí "politizó" a grupos sociales previamente apáticos políticamente.



Al margen de su mayor o menor apoyo social, Occupy tenía pocas posibilidades de crecimiento como movimiento político. No se trata tanto de una cuestión de aceptación electoral sino del propio sistema que rige el sistema de partidos norteamericano. Es rígido, inmutable desde principios del siglo XX y está dominado por dos partidos. Dentro de ellos existe más pluralidad que en sus homólogos europeos, pero fuera de ellos existe la nada. De modo que su proyección encontraba muchas trabas.

Como hemos visto, en España la posibilidad de superar el anterior sistema de partidos era plausible (y se ha hecho realidad, sea cual sea el resultado de las elecciones generales). A nivel local, Occupy podía obtener victorias locales, pero en las dos cámaras simplemente sólo podía sobrevivir a través del Partido Demócrata, más progresista que el Partido Republicano. Y dentro de la estructura partidista, como explica Senserrich, sus opciones tangibles de lograr victorias políticas eran nulas.

La ley electoral hace imposible que surja nada a la izquierda del partido demócrata a nivel nacional, y las primarias, con muy pocas excepciones, chocan con el hecho que la mayoría de votantes demócratas son relativamente moderados. A nivel local la cosa es un poco distinta, ya que candidatos realmente progresistas sí que pueden ganar elecciones, y lo han hecho.

¿Qué ha sucedido a cambio? Que el Partido Demócrata ha adoptado parte del ideario de Occupy. El fundamental, la desigualdad. Si en España el 15-M logró deslegitimar no sólo a los dos grandes partidos de gobierno sino también a opciones minoritarias y a priori afines (Izquierda Unida), en Estados Unidos sucedió lo contrario: fue el establishment quien hizo suyas ideas expuestas por el movimiento. Una victoria parcial, dado que su acción política fue fagocitada.


Desde este punto de vista, Occupy también ha resultado en un desenlace agridulce. El 15-M porque puede ver cómo los partidos surgidos de su seno espiritual corrompan su enfoque original. Y Occupy porque, si bien ha evitado la opción de redirigir el movimiento por cuestiones de realpolitik, han sido los partidos clásicos los que han adoptado parte de sus ideas. No es una posibilidad remota: Elizabeth Warren o Bernie Sanders, "un 20-25% del partido" según Senserrich, están poniendo la desigualdd encima de la mesa en las primarias. Y están obligando a Clinton a moverse hacia ese terreno.

Warren o Sanders están poniendo la desigualdad encima de la mesa en las primarias. Y están obligando a Clinton a moverse hacia ese terreno

No sólo ellos: ya hablamos de Lawrence Lessig, un hombre que aspira a presentarse a las primarias del Partido Demócrata con un programa simple y revolucionario. Lessig quiere terminar con la desigualdad intrínseca del sistema democrático estadounidense, una cuestión de acceso a la política y a sus recursos criticada por Occupy en su momento, como recuerda Fernández Albertos. Por ahí también se puede contar una victoria. Occupy, al final, logró mover la agenda política y mediática del país.

Aunque sólo parcialmente. Al final, es un problema de electorado: "Estados Unidos es más conservador, en agregado, que Europa. El populismo aquí es a menudo de derechas", sentencia Senserrich. Occupy podría haber apuntado a los problemas adecuados (desigualdad, élites financieras, imperbeabilidad del sistema al cambio), pero sus respuestas no tenían que ser aceptadas de forma obligatoria por todos. "Las soluciones propuestas por demócratas y republicanos son completamente distintas", añade.


En el fondo, Occupy sólo se ganó a una parte pequeña de los votantes.

Fernández Albertos coincide en ese sentido: Occupy fue un movimiento de activistas, posiblemente poco transversal. Y su discurso, al contrario que el del 15-M, no fue comprado por una mayoría social. Cuatro años después, parece evidente cuál de los dos movimientos ha tenido más éxito, pero también es obvio que ambos han logrado colocar temáticas y problemas sociales en la agenda pública que antes no estaba. En cualquier caso, se habrán ganado un (escueto) sitio en los libros de historia.

Autor: Mohorte     

@mohorte

Editor en Magnet


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