Guillermo Rodríguez Rivera
“Las verdaderas revoluciones son
siempre difíciles. Che Guevara sabía algo de eso y decía que, en las
verdaderas, se vence o se muere, porque una revolución no es una tranquila,
pacífica obra de beneficencia, como cuando las encopetadas damas de la alta
sociedad salen a hacerle caridad a los que no tienen justicia.
Una revolución es un vuelco, una ruptura, un
abrupto cambio de perspectiva. Es cuando los oprimidos dejan de creer en que
los que mandan –los que los oprimen– tienen la verdad de su lado, y piensan que
el mundo puede ser diferente de como ha sido hasta entonces.
Pero claro que los opresores no se resignan a
abandonar sus posiciones de dominio y luchan a vida o muerte por ellas, aunque
aparentemente, los “otros” sean sus connacionales: enseguida se enajenan de la
mayoría del pueblo, porque las revoluciones –no los golpes de estado– siempre
son obra de la mayoría.
En un respetuoso diálogo con el presidente
venezolano aunque no tanto con sí mismo, el cantautor Rubén Blades, hace años
uno de los abanderados de la canción social en América Latina, expone su concepto
de revolución:
Para mí, la verdadera revolución social
es la que entrega mejor calidad de vida a
todos, la que satisface las necesidades
de la especie humana, incluida la necesidad
de ser reconocidos y de llegar al estadio
de auto-realización, la que entrega oportunidad
sin esperar servidumbre en cambio.
Eso, desafortunadamente, no ha ocurrido
todavía con ninguna revolución[1].
Ni va a ocurrir en ninguna revolución verdadera,
Rubén. No era sino la voluntad de mejorar la calidad de vida de la gente lo que
inspiró la Reforma Agraria cubana, que entregó parcelas a miles de campesinos
sin tierra y, esencial para procurar mejor calidad de vida, fue la
alfabetización cubana de 1961, –porque no hay autorrealización sin saber leer–
pero enseguida llegaron la invasión de Bahía de Cochinos y el bloqueo económico
que es repudiado cada año en la ONU, aunque acaba de cumplir 52.
Me fascina esa idea de que una revolución social
“satisface las necesidades de la especie humana”, y claro que eso solo lo hace
una revolución cuando se la ve históricamente: no habría democracia ni derechos
humanos sin la prédica de los iluministas: sin Voltaire, Montesquieu, Rousseau,
pero los que llevaron adelante esas ideas en la práctica social, los que las
impusieron como “necesidades de la especie humana” –Danton, Marat, Robespierre
, porque las monarquías gobernaban por derecho divino– guillotinaron a la
aristocracia francesa que se rebeló contra ellas, la aristocracia que ahogaba
en sufrimientos, en miseria los derechos de lossans culottes, acaso los que
Evita Perón llamó en su momento “los descamisados” y Martí “los pobres de la
tierra”.
El tiempo ha pasado, nos recuerda Blades, pero los
derechistas venezolanos llaman “los tierrúos” a esos pobres sin zapatos que
ellos explotan en el siglo XXI. Es imposible que una revolución haga felices a
los dos grupos, porque la revolución va a dar justicia, y hacer justicia no es
una fiesta de cumpleaños.
Es decir que nunca ha habido una revolución social
como entiende Blades que debe ser. ¿Será que él no sabe lo que es una
revolución social? Según se deduce de lo que escribe, no lo la sido ni la
inglesa, ni la francesa, ni la rusa, ni la mexicana, ni mucho menos la cubana
que lideró Fidel Castro. Presumo que tampoco la venezolana de hace doscientos
años, pese a que Blades escribe de esa Venezuela que ama como “el pueblo de
Bolívar”. Y ¿qué hizo el Libertador? ¿Una tranquila y plácida obra de bienestar
social? No gritó Patria o Muerte, sino que firmó un decreto de guerra a muerte
para los enemigos de la patria, que eran los de la revolución.
Blades no sólo lo proclama ahora en esa respuesta a
Maduro, sino que lo cantaba en sus canciones latinoamericanistas: “de una raza
unida, la que Bolívar soñó”. Entonces, ¿el intento de realizar el sueño de
Bolívar no es el proceso integrador que emprendió Chávez, y que enfrenta a un
imperio que nos quiere divididos, sino que únicamente servirá para mover el
culo bailando salsa? Y cantar a voz en cuello: “A to’a la gente allá en los
Cerritos que hay en Caracas protégela”. A “to’a esa gente” la protegen, además
de María Lionza, los médicos de Barrio Adentro, porque esos que gritan y
agreden en las calles no se ocuparon jamás de la salud de los venezolanos
humildes.
Tal vez fue María Lionza la que los mandó a bajar
de los Cerritos, cuando el golpe de estado de abril de 2002, para sitiar el
ocupado palacio de Miraflores y exigir el regreso del presidente que habían
elegido. No te dejes confundir, Blades, “busca el fondo y su razón”, y
trata de entender las revoluciones de la historia, no las que soñamos para
tranquilizarnos.
Para Blades, el programa político del chavismo
“obviamente no es aceptado por la mayoría de la población”. Lo que quiere decir
que la mayoría que eligió a Maduro, no lo es. Blades ignora las 18
elecciones ganadas por el chavismo y el casi 60% de votantes que el PSUV obtuvo
en las elecciones de diciembre –que la derecha dijo que sería un plebiscito– y
declara mayoría a los representantes de la vieja derecha derrocada por Pablo
Pueblo, porque ese hombre –nos recordó Neruda– despierta cada doscientos
años, con Bolívar.
Me recuerdo a mí mismo, en los años setenta, en el
antiguo apartamento de Silvio Rodríguez, con su puerta negra en la que había
golpeado el mundo, descubriendo los primeros trabajos de Rubén Blades con la
orquesta de Willy Colón. Nos encantábamos de encontrar una salsa patriótica,
“La maleta”, aunque sabíamos que no eran ideas unánimes entre los
latinoamericanos. Ninguna idea hondamente renovadora consigue apoyo unánime, al
menos cuando aparece: el poder establecido –eso que los norteamericanos llaman
stablishment–tiene muchos resortes, muchas maneras de “convencer”, de imponer
sus intereses, y sabe que son pocos los que no ceden ante ellos.
Una cosa es cantar y otra vivir lo que se canta, y
cantarlo en todas partes. Tengo vivo el recuerdo de ese extraordinario salsero
que es Oscar D’Leòn, cantándole, en los años ochenta, a un público cubano que
lo adoraba, que llenaba un coliseo de 15 mil localidades para escucharlo y
cantar con él. Lo recuerdo feliz, arrojándose al suelo del aeropuerto de La
Habana para besar la tierra de la isla al partir y, a las semanas, lo vi
abjurando de su viaje a Cuba, cuando los magnates del disco en el Miami
contrarrevolucionario, lo acusaron de comunista por cantar en La Habana, y
amenazaron con cerrarle todas sus puertas, que eran también las más lucrativas
de su realización como artista.
Oscar sabía que esa derecha, esa burguesía –y mucho
menos el poder imperial que tenían detrás– no bromeaban: a Benny Moré, que era
el mejor cantante de América Latina, la RCA Víctor no le grabó un disco más
cuando decidió quedarse a vivir y a cantar en la Cuba revolucionaria.
Todo me lo explico, pero tengo la tristeza de que
ya no podré escuchar a Rubén Blades como ese cantor de nuestra América que
quiso ser.”
Fuente: Por Guillermo Rodríguez Rivera – http://segundacita.blogspot.cz/2014/02/que-fallo.html
Fuente: https://prensapcv.wordpress.com/2014/02/26/que-fallo-respuesta-de-silvio-rodriguez-a-ruben-blades/
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