17-10-2015
Decía
Séneca que la sabiduría es la única posesión que no disminuye sino que crece
cuanto más se la usa. La demagogia opera precisamente a la inversa: se
deteriora mientras más se la usa. La respuesta de
Guillaume Long a un artículo de Immanuel Wallerstein recientemente publicado
ilustra el deterioro. De izquierda va quedando únicamente la publicidad. Más
que un viraje a la derecha del régimen, como señala Wallerstein, asistimos a un
destape.
En su artículo
, Wallerstein argumenta:
“Los entusiasmos colectivos iniciales pronto
empezaron a desaparecer en múltiples frentes. Las clases medias no sólo se
veían perturbadas por la rampante corrupción de los gobiernos de izquierda,
sino también por las maneras cada vez más severas en que estos gobiernos trataban
a las fuerzas de oposición” .
Entre 2009 y 2013 se han abierto entre 300 y 400
juicios por delitos contra la seguridad del Estado. La mayoría son juicios por
rebelión, sabotaje, terrorismo y una combinación de los tres. En un país como
Ecuador, semejante criminalización sistemática de luchadores populares carece
de precedentes. Luego del paro nacional y el levantamiento del 13 de agosto de
2015, cerca de doscientas personas fueron apresadas, casi todas ellas
indígenas. Con las izquierdas, los sindicatos, los ecologistas y el movimiento
indígena la política gubernamental no tiene ambigüedad alguna: destruir su
capacidad de movilización. El gobierno ni siquiera ha sido capaz de crear la
suya propia, por no hablar de una organización política digna del nombre. La
débil tradición de organización social ecuatoriana no ha cambiado; al
contrario, ha empeorado porque el gobierno hace lo posible por destruir lo que
había en zonas indígenas y rurales ¿Qué herencia de organización social y
fuerza popular quedará cuando Alianza País deje el gobierno? Su legado en este
campo no califica como progresista, todo lo contrario, seguiremos constatando
retrocesos sociales por largo tiempo, y vienen de las decisiones tomadas
durante estos nueve años.
Despejemos cualquier malentendido. Guillaume Long
dice, como Alvaro García Linera, que la oposición de izquierdas se queja de que
los gobiernos progresistas no han construido el socialismo en cinco minutos. En
palabras del máximo líder, somos ultra izquierdistas, minorías, tirapiedras,
malcriadas, infantiles. Pero nuestro reclamo es más modesto. ¿Es razonable,
desde una postura progresista, no digamos de izquierda, deslegitimar la
oposición a la adhesión ecuatoriana al Tratado de Libre Comercio con Europa que
el gobierno firmó en 2014 y que espera la ratificación parlamentaria en 2015
como el reclamo de una izquierda troglodita y arcaica? El presidente Correa
acaba de anunciar que la venta de gasolina a través de la empresa pública es
nada más y nada menos que una “competencia desleal” para las comercializadoras
privadas como la Shell o la Mobil. No criticamos la falta de socialismo, sino
el regreso de los argumentos y políticas del capitalismo salvaje bajo la
justificación insostenible de que son políticas de izquierda orientadas a la
inversión social.
El reclamo por la supresión del libre ingreso a las
universidades públicas con un examen masivo y estandarizado que todos sabemos
que excluye a pobres, indígenas y negros, tal como ocurre en todas partes del
mundo donde se aplica, ¿califica como desvarío ultraizquierdista de tirapiedras
profesionales? Asimismo, la prohibición presidencial del debate sobre la
despenalización del aborto dejará afuera a miles de niñas y jóvenes, muchas de
ellas víctimas de violencia sexual, sacrificando muchas veces sus proyectos de
vida o su educación. ¿Es de “radicales” defender la erradicación de estas
violencias? Estas parecen más bien mínimas demandas democráticas de liberales
progresistas en cualquier país que quiera reducir las desigualdades.
Ante la crisis, el gobierno ecuatoriano anunció las
entregas de las carreteras a inversionistas privados. ¿Dónde está la política
de derechas? ¿en denunciar la privatización o en defenderla cambiándole el
nombre por “alianzas público–privadas”? Ni hablar del proyecto de la ley de
alianzas público - privadas que ofrece exoneraciones tributarias insólitas
incluso en tiempos neoliberales.
Ahora resulta que las nuevas negociaciones con el
Fondo Monetario Internacional y con Goldman Sachs, en otros tiempos denunciados
por sus mismos defensores de hoy, son ejemplo de conversión cristiana e
instituciones aliadas para apoyar el cambio radical de la matriz productiva.
¿Es prueba de radicalismo infantil dudar del compromiso ambiental y laboral de
las empresas chinas en sus operaciones mineras y en la construcción de represas
hidroeléctricas? ¿Se transfiguraron acaso en líderes en la defensa del agua, el
trabajo digno, la vida y la Pachamama?
¿Es prueba de rechazo a la modernización y de
pastoralismo vulgar e irracional, que exotiza la pobreza, oponerse porque en
las ciudades del milenio, creadas para reducir la resistencia a la explotación
minera o petrolera, en plena Amazonía, pobladas de indígenas quichua–napo, se
incluya un reglamento de vida urbana donde se prohíben las costumbres bárbaras
de criar pollos, vacas y cerdos o mantener cultivos cerca de las casas, ahumar
pescado o carne y cocinar chicha de yuca? Es difícil imaginar un modelo de
modernización más reaccionario, que desprecia el saber local, el modo de vida y
las técnicas constructivas locales. ¿A esto llama Guillaume Long “no caer
víctimas de la vieja infantilización occidental neocolonial del ‘buen salvaje’
y su rechazo a la modernidad”?
No nos oponemos, faltaría más, a las demandas de la
gente más pobre por educación, salud, seguridad social, trabajo. Long las llama
“muy modernistas”. El problema de la “modernidad” gubernamental es que
consideró necesario y legítimo tirar abajo la educación intercultural bilingüe
por la que habían luchado por décadas las organizaciones indígenas; eliminar
las escuelas comunitarias que podían brindar buena educación de pequeña escala
en tantas zonas rurales que ahora se quedan sin nada. ¿Era necesario encomendar
el plan nacional de salud reproductiva y de educación sexual a una conocida
militante del Opus Dei que rechaza abiertamente lo que ella llama “las
ideologías de género”, nombre con el cual el Vaticano condenó hace veinte años
las luchas de las mujeres? ¿Es eso “moderno”?
Ante estos hechos, todos los Guillaume Long balbucearán
una lista de logros y avances. Podemos reconocer sin problemas varios de ellos.
Infraestructura, hospitales, escuelas, carreteras; la relativa reducción de la
pobreza y de la desigualdad de ingresos. El punto es que muchas de esas cosas
ocurrieron también con gobiernos neoliberales como en Colombia o Perú. Lo
central no es elaborar la lista de ventajas y desventajas y hacer las sumas y
restas para decidir si el gobierno fue bueno o malo. Lo esencial es el proyecto
político, económico y cultural. El correísmo se ha rendido ante el capital y su
ideología modernizadora, y el buen vivir ha sido vaciado de contenido y usado
para la conformidad. Y en eso, el agotamiento del progresismo ecuatoriano es
análogo al agotamiento de la socialdemocracia europea: llegado un punto, adoptó
el programa de sus rivales conservadores. Si algo vuelve reaccionario al
correísmo es precisamente eso; igual que el nuevo laborismo de Tony Blair, en
la cúspide de su claudicación nos grita “there is no alternative”.
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