¡CONTINUISMO
O CAMBIO ES LA EXIGENCIA DEL PRESENTE!
17-10-2015
Pareciera
que, finalmente, la unidad de la izquierda es posible en el Perú de hoy. No es
aún una realidad, por cierto, pero sí una posibilidad tangible a partir de la
probable confluencia de los dos más significativos segmentos que ahora asoman
en el escenario. No obstante, se trata de un camino que ha de encontrar
obstáculos grandes y pequeños y que puede aún culminar con un fracaso. Veamos.
El proceso que ha recorrido en los últimos meses lo
que bien podríamos denominar “el campo popular”, el espacio enfrentado a la
mafia apro-fujimorista empeñada en recuperar el Poder el 2016, se ha ido
decantado de tal modo que hoy asoman dos vertientes visibles. “Tierra y
Libertad”, por un parte, y “Democracia Directa”, por otra.
Ambos agrupamientos son los que tienen registro
electoral válido y, por tanto, los únicos de “este lado de la pista” que pueden
inscribir candidatos. Hay otros que carecen de este requisito, no porque fuera imposible
alcanzarlo, sino simplemente porque sus dirigentes no quisieron darse el
trabajo de recolectar firmas. Prefirieron esperar, para ver con quién podrían
entenderse. Eso, resultaba finalmente más cómodo.
Varios de estos grupos pequeños y sin inscripción,
integraron UNETE, y se cobijaron temporalmente a la sombra del Partido
Humanista -con Yehude Simon- que sí tiene registro electoral. Cuando este
parlamentario se cansó de tenerlos, habida cuenta que cuestionaban su
candidatura, y resolvió marcar su propio itinerario, se rompió esa alianza. En
otras palabras, Yehude se fue con su inscripción a cuestas, y sus aliados
quedaron como el pintor de murales, colgados de la brocha: les habían quitado
la escalera.
Para estar en capacidad de jugar en el terreno
electoral, aunque fuera con otra pelota, los integrantes de UNETE ratificaron
su alianza; y se fueron, orondos, en busca de “Democracia Directa”, que sí
tiene registro electoral. Esa acción, curiosamente, fue la que abrió la puerta
a un nuevo escenario que puede lucir interesante.
“Democracia Directa” es una suerte de expresión
política de los Fonavistas, un conjunto de peruanos que luchan desde
hace varios años porque se les devuelva el monto del impuesto al Fondo de
Vivienda -el FONAVI- que fuera creado a fines de los años 70 por el gobierno de
Morales Bermúdez
Perspicaces, los líderes del FONAVI inscribieron
hace unos años su movimiento en el registro electoral y lo denominaron
“Democracia Directa”. Hoy, ofrecen su registro para que cobije un espectro de
la izquierda. Loable propósito, sin duda.
Otros movimientos se ligaron antes a “Democracia
Directa”. El “Bloque Popular”, liderado por el congresista Sergio
Tejada Galindo se sumó allí y ganó un aliado interesante: el ingeniero Gonzalo
García Núñez, ingeniero industrial y economista, antiguo dirigente de
Izquierda Unida en los años de Barrantes y que fuera también candidato a la
primera Vice Presidencia de la República en la fórmula de Ollanta Humala el
2006.
Gonzalo García, en el camino, fue líder gremial,
miembro del Directorio de Petro Perú, integrante del Consejo Nacional de la
Magistratura y tuvo aún otras elevadas funciones. Ellas le valieron establecer
vínculos, ganar experiencia y fortalecer una imagen que hoy asoma como válida
en el contexto concreto.
Por presión de la gente, Democracia Directa se
convirtió así en un polo de atracción. Fue invitando, y sumando. Y haciendo
concentraciones públicas en las que levantó la bandera de la Unidad. Y eso, le
resultó valioso. Tanto que ahora, los colectivos nucleados en UNETE se han
sumado a ella y han suscrito una suerte de “pacto electoral”.
En pista paralela, el “Frente Amplio” hizo elección
de candidato, en un proceso al que concurrieron 7 postulantes. El resultado de
la consulta ungió a Verónica Mendoza, una joven y carismática
congresista, como la candidata presidencial de ese movimiento.
Ahora, lo que falta puede parecer pequeño, pero no
lo es tanto: se trata de lograr que el Frente Amplio y Democracia Directa sumen
fuerzas y arriben a un acuerdo. Y que, como consecuencia de él, asome un
candidato que los aglutine. Ya en algunos corrillos se habla de lo que bien
podría ser una “fórmula” mágica: Gonzalo García de Presidente y Verónica Mendoza
y Sergio Tejada de Vice Presidentes.
En ese orden, o en otro, las tres serían figuras
interesantes en un nuevo escenario y permitirían dar la impresión que,
finalmente, salió humo blanco por la chimenea del Concilio de los Obispos de la
Izquierda Oficial.
Si este entendimiento se concretara, se podría
suponer que, finalmente la Izquierda se unió. Claro que se trataría apenas de
una “alianza electoral”, que debiera complementarse -para hacerse algo más
sólida- con un acuerdo programático y una concertación política.
Lo del “acuerdo programático” luce más
fácil, porque se trata de temas comunes, de exigencias que se comparten, y de
banderas que vienen “desde abajo” y que se nutren de manera cotidiana con la
demanda de las poblaciones. Lo otro, lo de la concertación política,
luce algo más complicado porque exige no solo vocación concreta, sino también
voluntad de trabajo. Y eso, es lo que a nuestra izquierda oficial no le seduce.
Quizá no todos los que “se sumen” a un
entendimiento entre Frente Amplio” y “Democracia Directa” pueden suscribir un
entendimiento político porque la falta de unidad en la materia es por cierto
evidente.
No debiera importar eso. Aunque fueran solo dos o
tres fuerzas, de las 12 o 14 que podría aglutinarse tras el membrete que se
decida usar, sería bueno que se sustentara y se suscribiera. Y que partiera de
un compromiso obligatorio para el caso: trabajar de manera conjunta y también
por separado, en el cumplimiento de una voluntad política común.
Ella tendría que incluir la defensa irrestricta de
los intereses nacionales, pero también a la solidaridad activa con el proceso
emancipador latinoamericano. Y eso, tiene nombre propio: Cuba, Venezuela,
Bolivia, el Alca, la Celac, son las más definidas exigencias.
La idea parte de un concepto que, lamentablemente
resulta ajeno al análisis de nuestros “políticos”: La lucha de los peruanos no
se limita a las fronteras nacionales, ni está desconectada del mundo que nos
rodea. Sobre eso, nos habló Mariàtegui. Nos dijo: “poco de internacionalismo,
nos aleja de nuestra realidad; mucho internacionalismo, nos acerca a ella”.
El Amauta, en la misma línea, nos aseguró que en su estudio de la experiencia
mundial, pudo descubrir mejo el drama peruano.
Y es verdad. Aunque algunos no lo asimilen y crean
aún que se trata de “fenómenos ajenos” y asuntos de “otras latitudes”; la
realidad peruana está más vinculada al escenario continental de lo que se
supone. La afirmación del proceso emancipador latinoamericano haría más próximo
el derrotero liberador de nuestro pueblo, en tanto que un retroceso en
cualquiera de los países de la región implicaría una derrota para todos.
El enunciado puede parecer digerible. Pero la
consecuencia de la formulación no siempre “pasa” por la garganta de quienes
prefieren eludir definiciones con la idea que ellas podrían “afectarle sus
votos”. Prefieren callar, o incluso “conceder” espacio al enemigo “reconociendo
“, por ejemplo, que “Venezuela no es una democracia”, o que Maduro “es un
Presidente autoritario”. Están seguros que diciendo eso, les “concederán
espacios” y podrán, de ese modo “ganar votos”.
Y es que, objetivamente, resulta en estos casos
letal mezclar lo electoral con lo político cuando se no se sabe a dónde se va
ni por qué se lucha. La unidad sin principios, es precaria, pero sobre todo
endeble. Para hacerla fuerte, hay que sustentarla en valores, y afirmarla en
concepciones definidas y en deberes solidarios. No debiera haber acuerdo
electoral, sin pacto político.
La experiencia enseña que la unidad es fortaleza.
No suma, sino multiplica. Y hace tangible una victoria. Los triunfalismos no
ayudan. Tampoco el optimismo excesivo. Pero sí, la acerada voluntad de un
pueblo que no está dispuesto a caer otra vez en manos de la Mafia.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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