Nota Breve
Hoy,
parafraseando a Bertolt Brecht, podemos decirles a todos aquéllos que se llenan
la boca hablando contra la corrupción: "Entonces, ¿de qué sirve decir
la verdad sobre la corrupción -que se condena- si no se dice nada contra el
capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna
utilidad práctica."
T. 25 nov. 2915
EBM
Hoy
y Siempre: Verdad y Dificultades
Bertolt Brecht
1934
El que quiera luchar hoy contra la mentira y la
ignorancia y escribir la verdad tendrá que vencer por lo menos cinco dificultades.
Tendrá que tener el valor de escribir la verdad aunque se la desfigure por
doquier; la inteligencia necesaria para descubrirla; el arte de hacerla
manejable como un arma; el discernimiento indispensable para difundirla. Tales
dificultades son enormes para los que escriben bajo el fascismo, pero también
para los exiliados y los expulsados, y para los que viven en las democracias
burguesas.
1. El valor de escribir la verdad
Para mucha gente es evidente que el escritor deba
escribir la verdad, es decir, no debe rechazarla, ocultarla, ni deformarla. No
debe doblegarse ante los poderosos; no debe engañar a los débiles. Pero es
difícil resistir a los poderosos y muy provechoso engañar a los débiles.
Incurrir en la desgracia ante los poderosos equivale a la renuncia, y renunciar
al trabajo es renunciar al salario.
Renunciar a la gloria de los poderosos significa
frecuentemente renunciar a la gloria en general. Para todo ello, se necesita
mucho valor. Cuando impera la represión más feroz gusta hablar de cosas grandes
y nobles. Es entonces cuando se necesita valor para hablar de las cosas
pequeñas y vulgares, como la alimentación y la vivienda de los obreros. Por
doquier aparece la consigna: “No hay pasión más noble que el amor al
sacrificio”.
En lugar de entonar ditirambos sobre el campesino
hay que hablar de máquinas y de abonos que facilitarían el trabajo que se
ensalza. Cuando se clama por todas las antenas que el hombre inculto e
ignorante es mejor que el hombre cultivado e instruido, hay que tener valor
para plantearse el interrogante: ¿mejor para quién?
Cuando se habla de razas perfectas y razas
imperfectas, el valor está en decir: ¿es que el hambre, la ignorancia y la
guerra no crean taras? También se necesita valor para decir la verdad sobre sí
mismo cuando se es un vencido. Muchos perseguidos pierden la facultad de
reconocer sus errores, la persecución les parece la injusticia suprema; los
verdugos persiguen, luego son malos; las víctimas se consideran perseguidas por
su bondad. En realidad esa bondad ha sido vencida. Por consiguiente, era una
bondad débil e impropia, una bondad incierta, pues no es justo pensar que la
bondad implica la debilidad, como la lluvia la humedad. Decir que los buenos
fueron vencidos no porque eran buenos sino porque eran débiles requiere cierto
valor.
Escribir la verdad es luchar contra la mentira,
pero la verdad no debe ser algo general, elevado y ambiguo, pues son estas las
brechas por donde se desliza la mentira. El mentiroso se reconoce por su
afición a las generalidades, como el hombre verídico por su vocación a las
cosas prácticas, reales, tangibles. No se necesita un gran valor para deplorar
en general la maldad del mundo y el triunfo de la brutalidad ni para anunciar
con estruendo el triunfo del espíritu en países donde éste es todavía
concebible. Muchos se creen apuntados por cañones cuando solamente gemelos de
teatro se orientan hacia ellos. Formulan reclamaciones generales en un mundo de
amigos inofensivos y reclaman una justicia general por la que no han combatido
nunca. También reclaman una libertad general: la de seguir percibiendo su parte
habitual del botín. En síntesis, sólo admiten una verdad: la que les suena
bien.
Pero si la verdad se presenta bajo una forma seca,
en cifras y en hechos, y exige ser confirmada, ya no sabrán qué hacer. Tal
verdad no les exalta. Del hombre veraz sólo tienen la apariencia. Su gran
desgracia es que no conocen la verdad.
2. La inteligencia necesaria para descubrir la
verdad
Tampoco es fácil descubrir la verdad. Por lo menos
la que es fecunda. Así, según opinión general, los grandes Estados caen uno
tras otro en la barbarie extrema. Una guerra intestina que se desarrolla
implacablemente puede degenerar en cualquier momento en un conflicto
generalizado que convertiría nuestro continente en un montón de ruinas.
Evidentemente, se trata de verdades. No puede negarse que llueve hacia abajo:
numerosos poetas escriben verdades de este género. Son como el pintor que
cubría de frescos las paredes de un barco que se estaba hundiendo. El haber
resuelto nuestra primera dificultad les procura una cierta dificultad de
conciencia. Es cierto que no se dejan engañar por los poderosos, pero ¿escuchan
los gritos de los torturados? No; pintan imágenes. Esta actitud absurda les
sume en un profundo desconcierto, del que no dejan de sacar provecho; en su
lugar otros buscarían las causas. No crea que es cosa fácil distinguir sus
verdades de las vulgaridades referentes a la lluvia; al principio parecen
importantes, pues la operación artística consiste precisamente en dar
importancia a algo, pero hay que mirar la cosa de cerca: se darán cuenta de que
no dejan de decir: no puede impedirse que llueva hacia abajo.
También, están los que por falta de conocimientos
no llegan a la verdad y, sin embargo, distinguen las tareas urgentes y no temen
a los poderosos ni a la miseria. Pero viven de antiguas supersticiones, de
axiomas célebres a veces muy bellos. Para ellos el mundo es demasiado
complicado: se contentan con conocer los hechos e ignorar las relaciones que
existen entre ellos.
Me permito decir a todos los escritores de esta
época confusa y rica en transformaciones que hay que conocer el materialismo
dialéctico, la economía y la historia. Tales conocimientos se adquieren en los
libros y en la práctica si no falta la necesaria aplicación. Es muy sencillo
descubrir fragmentos de verdad e, incluso, verdades enteras. El que busca
necesita un método, pero puede encontrarse sin método, o sin objeto que buscar,
inclusive. Sin embargo, ciertos procedimientos pueden dificultar la explicación
de la verdad: los que la lean serán incapaces de transformar esa verdad en
acción. Los escritores que se contentan con acumular pequeños hechos no sirven
para hacer manejables las cosas de este mundo. Pues bien, la verdad no tiene
otra ambición. Por consiguiente, esos escritores no están a la altura de su
misión.
3. El arte de hacer la verdad manejable como arma
La verdad debe decirse pensando en sus
consecuencias sobre la conducta de los que la reciben.
Hay verdades sin consecuencias prácticas; por
ejemplo, esa opinión tan extendida sobre la barbarie: el fascismo sería debido
a una oleada de barbarie que se ha abatido sobre varios países, como una plaga
natural. Así, al lado y por encima del capitalismo y del socialismo habría
nacido una tercera fuerza: el fascismo. Para mí, el fascismo es una fase
histérica del capitalismo y, por consiguiente, algo muy nuevo y muy viejo. En
un país fascista, el capitalismo existe solamente como fascismo. Combatirlo es
combatir el capitalismo, bajo su forma más cruda, más insolente, más opresiva,
más engañosa.
Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el
fascismo -que se condena- si no se dice nada contra el capitalismo que lo
origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica.
Estar contra el fascismo sin estar contra el
capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a
reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo.
Los demócratas burgueses condenan con énfasis los
métodos bárbaros de sus vecinos, y sus acusaciones impresionan tanto a sus
auditorios que éstos olvidan que tales métodos se practican también en sus
propios países.
Ciertos países logran todavía conservar sus formas
de propiedad gracias a medios menos violentos que otros. Sin embargo, los
monopolios capitalistas originan por doquier condiciones bárbaras en las
fábricas, en las minas y en los campos. Pero mientras que las democracias
burguesas garantizan a los capitalistas, sin el recurso de la violencia, la
posesión de los medios de producción, la barbarie se reconoce en que los
monopolios sólo pueden ser defendidos por la violencia declarada.
Ciertos países no tienen necesidad, para mantener
sus monopolios bárbaros, de destruir la legalidad instituida, ni su confort
cultural (filosofía, arte, literatura); de ahí que acepten perfectamente
escuchar a los exiliados alemanes estigmatizar su propio régimen por haber
destruido esas comodidades. A sus ojos es un argumento suplementario en favor
de la guerra.
¿Puede decirse que respetan la verdad los que
gritan: “Guerra sin cuartel a Alemania, que es hoy la verdadera patria del mal,
la oficina del infierno, el trono del anticristo”? No. Los que así gritan son
tontos, impotentes gentes peligrosas. Sus discursos tienden a la destrucción de
un país, de un país entero con todos sus habitantes, pues los gases asfixiantes
no perdonan a los inocentes.
Los que ignoran la verdad se expresan de un modo
superficial, general e impreciso. Peroran sobre el “alemán”, estigmatizan el “mal”,
y sus auditorios se interrogan: ¿debemos dejar de ser alemanes? ¿Bastará con
que seamos buenos para que el infierno desaparezca? Cuando manejan sus tópicos
sobre la barbarie salida de la barbarie resultan impotentes para suscitar la
acción. En realidad no se dirigen a nadie. Para terminar con la barbarie se
contentan con predicar la mejora de las costumbres mediante el desarrollo de la
cultura. Eso equivale a limitarse a aislar algunos eslabones en la cadena de
las causas y a considerar como potencias irremediables ciertas fuerzas
determinantes, mientras que se dejan en la oscuridad las fuerzas que preparan
las catástrofes. Un poco de luz y los verdaderos responsables de las
catástrofes aparecen claramente: los hombres.
Vivimos una época en que el destino del hombre es
el hombre.
El fascismo no es una plaga que tendría su origen
en la “naturaleza” del hombre. Por lo demás, es un modo de presentar las
catástrofes naturales que restituyen al hombre su dignidad porque se dirigen a
su fuerza combativa.
El que quiera describir el fascismo y la guerra
-grandes desgracias, pero no calamidades “naturales”- debe hablar un lenguaje
práctico: mostrar que esas desgracias son un efecto de la lucha de clases;
poseedores de medios de producción contra masas obreras. Para presentar
verídicamente un estado de cosas nefasto, mostrar que tiene causas remediables.
Cuando se sabe que la desgracia tiene un remedio, es posible combatirla.
4. Cómo saber a quién confiar la verdad
Un hábito secular, propio del comercio de la cosa escrita,
hace que el escritor no se ocupe de la difusión de sus obras. Se figura que su
editor, u otro intermediario, las distribuye a todo el mundo, y se dice: yo
hablo y los que quieren entenderme me entienden. En la realidad, el escritor
habla y los que pueden pagar le entienden. Sus palabras jamás llegan a todos, y
los que las escuchan no quieren entenderlo todo.
Sobre esto se han dicho ya muchas cosas, pero no
las suficientes. Transformar la “acción de escribir a alguien” en “acto de
escribir” es algo que me parece grave y nocivo. La verdad no puede ser
simplemente escrita; hay que escribirla a alguien. A alguien que sepa
utilizarla. Los escritores y los lectores descubren juntos la verdad.
Para ser revelado, el bien sólo necesita ser bien
escuchado, pero la verdad debe ser dicha con astucia y comprendida del mismo
modo. Para nosotros, escritores, es importante saber a quién la decimos y quién
nos la dice; a los que viven en condiciones intolerables debemos decirles la
verdad sobre esas condiciones, y esa verdad debe venirnos de ellos. No nos
dirijamos solamente a las gentes de un solo sector: hay otros que evolucionan y
se hacen susceptibles de entendernos. Hasta los verdugos son accesibles, con
tal que comiencen a temer por sus vidas. Los campesinos de Baviera, que se
oponían a todo cambio de régimen, se hicieron permeables a las ideas
revolucionarias cuando vieron que sus hijos, al volver de una larga guerra,
quedaban reducidos al paro forzoso.
La verdad tiene un tono. Nuestro deber es
encontrarlo. Ordinariamente se adopta un tono suave y dolorido: “yo soy incapaz
de hacer daño a una mosca”. Esto tiene la virtud de hundir en la miseria a
quien lo escucha. No trataremos como enemigos a quienes emplean este tono, pero
no podrán ser nuestros compañeros de lucha. La verdad es de naturaleza
guerrera, y no sólo es enemiga de la mentira, sino de los embusteros.
5. Proceder con astucia para difundir la verdad
Orgullosos de su valor para escribir la verdad,
contentos de haberla descubierto, cansados sin duda de los esfuerzos que supone
el hacerla operante, algunos esperan impacientes que sus lectores la
disciernan. De ahí que les parezca vano proceder con astucia para difundir la
verdad.
Confucio alteró el texto de un viejo almanaque
popular cambiando algunas palabras: en lugar de escribir “el maestro Kun hizo
matar al filósofo Wan”, escribió: “el maestro Kun hizo asesinar al filósofo
Wan”. En el pasaje donde se hablaba de la muerte del tirano Sundso, “muerto en
un atentado”, reemplazó la palabra “muerto” por “ejecutado”, abriendo la vía a
una nueva concepción de la historia.
El que en la actualidad reemplaza “pueblo” por
“población”, y “tierra” por “propiedad rural”, se niega ya a acreditar algunas
mentiras, privando a algunas palabras de su magia. La palabra “pueblo” implica
una unidad fundada en intereses comunes; sólo habría que emplearla en plural,
puesto que únicamente existen “intereses comunes” entre varios pueblos. La
“población” de una misma región tiene intereses diversos e incluso antagónicos.
Esta verdad no debe ser olvidada. Del mismo modo, el que dice “la tierra”,
personificando sus encantos, extasiándose ante su perfume y su colorido,
favorece las mentiras de la clase dominante. Al fin y al cabo, ¡qué importa la
fecundidad de la tierra, el amor del hombre por ella y su infatigable ardor al
trabajarla!: lo que importa es el precio del trigo y el precio del trabajo. El
que saca provecho de la tierra no es nunca el que recoge el trigo y “el gesto
augusto del sembrador” no se cotiza en Bolsa. El término justo es “propiedad
rural”.
Cuando reina la opresión, no hablemos de
“disciplina”, sino de “sumisión” pues la disciplina excluye la existencia de
una clase dominante. Del mismo modo, el vocablo “dignidad” vale más que la palabra
“honor”, pues tiene más en cuenta al hombre. Todos sabemos qué clase de gente
se precipita para tener la ventaja de defender el “honor” de un pueblo, y con
qué liberalidad los ricos distribuyen el “honor” a los que trabajan para
enriquecerlos.
La astucia de Confucio es utilizable también en
nuestros días, también la de Tomás Moro. Este último describió un país utópico
idéntico a la Inglaterra de aquella época, pero en el que las injusticias se
presentaban como costumbres admitidas por todo el mundo. Cuando Lenin,
perseguido por la policía del Zar, quiso dar una idea de la explotación de
Sajalín por la burguesía rusa, sustituyó Rusia por Japón y Sajalín por Corea.
La identidad de las dos burguesías era evidente, pero como Rusia estaba en
guerra con Japón la censura dejó pasar el trabajo de Lenin.
Hay una infinidad de astucias posibles para engañar
a un Estado receloso. Voltaire luchó contra las supersticiones religiosas de su
tiempo escribiendo la historia galante de “La Doncella de Orleans”: describiendo
en un bello estilo aventuras galantes sacadas de la vida de los grandes.
Voltaire llevó a éstos a abandonar la religión (que hasta entonces tenían por
caución de su vida disoluta). De repente, se hicieron los propagadores celosos
de las obras de Voltaire y ridiculizaron a la policía que defendía sus
privilegios. La actitud de los grandes permitió la difusión ilícita de las
ideas del escritor entre el público burgués, hacia el que precisamente apuntaba
Voltaire.
Decía Lucrecio que contaba con la belleza de sus
versos para la propagación de su ateísmo epicúreo. Las virtudes literarias de
una obra pueden favorecer su difusión clandestina, pero hay que reconocer que a
veces suscitan múltiples sospechas. De ahí, la necesidad de descuidarlas
deliberadamente en ciertas ocasiones. Tal sería el caso, por ejemplo, si se
introdujera en una novela policíaca -género literario desacreditado- la
descripción de condiciones sociales intolerables. A mi modo de ver, esto
justificaría completamente la novela policíaca.
En la obra de Shakespeare puede encontrarse un
modelo de verdad propagada por la astucia: el discurso de Antonio ante el
cadáver de César. Afirmando constantemente la respetabilidad de Bruto, cuenta
su crimen, y la pintura que hace de él es mucho más aleccionadora que la del
criminal. Dejándose dominar por los hechos, Antonio saca de ellos su fuerza de
convicción mucho más que de su propio juicio. Jonathan Swift propuso en un
panfleto que los niños de los pobres fueran puestos a la venta en las
carnicerías para que reinara la abundancia en el país. Después de efectuar
cálculos minuciosos, el célebre escritor probó que podrían realizarse economías
importantes llevando la lógica hasta el fin. Swift jugaba al monstruo. Defendía
con pasión absolutista algo que odiaba. Era una manera de denunciar la
ignominia. Cualquiera podía encontrar una solución más sensata que la suya o,
al menos, más humana, sobre todo, aquellos que no habían comprendido a dónde
conducía este tipo de razonamiento.
Militar a favor del pensamiento, sea cual fuere la
forma que éste adopte, sirve la causa de los oprimidos. En efecto, los
gobernantes al servicio de los explotadores consideran el pensamiento como algo
despreciable. Para ellos, lo que es útil para los pobres es pobre. La obsesión
que estos últimos tienen por comer, por satisfacer su hambre, es baja. Es bajo
menospreciar los honores militares cuando se goza de este favor inestimable:
batirse por un país cuando se muere de hambre.
Es bajo dudar de un jefe que os conduce a la
desgracia. El horror al trabajo que no alimenta al que lo efectúa es asimismo
una cosa baja, y baja también la protesta contra la locura que se impone y la
indiferencia por una familia que no aporta nada. Se suele tratar a los
hambrientos como gentes voraces y sin ideal, de cobardes a los que no tienen
confianza en sus opresores, de derrotistas a los que no creen en la fuerza, de
vagos a los que pretenden ser pagados por trabajar, etcétera. Bajo semejante
régimen, pensar es una actividad sospechosa y desacreditada. ¿Dónde ir para
aprender a pensar? A todos los lugares donde impera la represión.
Sin embargo, el pensamiento triunfa todavía en
ciertos dominios en que resulta indispensable para la dictadura, en el arte de
la guerra, por ejemplo, y en la utilización de las técnicas. Resulta
indispensable pensar para remediar, mediante la invención de tejidos “ersatz”,
la penuria de lana. Para explicar la mala calidad de los productos alimenticios
o la militarización de la juventud no es posible renunciar al pensamiento. Pero
recurriendo a la astucia puede evitarse el elogio de la guerra, al que nos
incitan los nuevos maestros del pensamiento. Así, la cuestión ¿cómo orientar la
guerra? lleva a la pregunta: ¿vale la pena hacer la guerra? Lo que equivale a
preguntar: ¿cómo evitar la guerra inútil? Evidentemente, no es fácil plantear
esta cuestión en público hoy. Pero ¿quiere decir esto que haya que renunciar a
dar eficacia a la ver dad? Evidentemente no.
Si en nuestra época es posible que un sistema de
opresión permita a una minoría explotar a la mayoría, la razón reside en una
cierta complicidad de la población, complicidad que se extiende a todos los
dominios. Una complicidad análoga, pero orientada en sentido contrario, puede
arruinar el sistema. Por ejemplo, los descubrimientos biológicos de Darwin eran
susceptibles de poner en peligro todo el sistema, pero solamente la Iglesia se
inquietó. La policía no veía en ello nada nocivo.
Los últimos descubrimientos físicos implican
consecuencias de orden filosófico que podrían poner en tela de juicio los
dogmas irracionales que utiliza la opresión. Las investigaciones de Hegel en el
dominio de la lógica facilitaron a los clásicos de la revolución proletaria,
Marx y Lenin, métodos de un valor inestimable. Las ciencias son solidarias
entre sí, pero su desarrollo es desigual según los dominios; el Estado es
incapaz de controlarlos todos. Así, los pioneros de la verdad pueden encontrar
terrenos de investigación relativamente poco vigilados. Lo importante es
enseñar el buen método, que exige que se interrogue a toda cosa a propósito de
sus caracteres transitorios y variables. Los dirigentes odian las
transformaciones: desearían que todo permaneciese inmóvil, de ser posible
durante un milenio: que la Luna se detuviera y el Sol interrumpiera su carrera.
Entonces, nadie tendría hambre ni reclamaría alimentos. Nadie respondería
cuando ellos abrieran fuego; su salva sería necesariamente la última.
Subrayar el carácter transitorio de las cosas
equivale a ayudar a los oprimidos. No olvidemos jamás recordar al vencedor que
toda situación contiene una contradicción susceptible de tomar vastas
proporciones. Semejante método -la dialéctica, ciencia del movimiento de las
cosas- puede ser aplicado al examen de materias como Biología y Química, que
escapan al control de los poderosos, pero nada impide que se aplique al estudio
de la familia; no se corre el riesgo de suscitar la atención. Cada cosa depende
de una infinidad de otras que cambian sin cesar; esta verdad es peligrosa para
las dictaduras. Pues bien, hay mil maneras de utilizarla en las mismas narices
de la policía. Los gobernantes que conducen a los hombres a la miseria quieren
evitar a todo precio que, en la miseria, se piense en el gobierno. De ahí que
hablen de destino. Es al destino, y no al gobierno, al que atribuyen la
responsabilidad de las deficiencias del régimen. Y si alguien pretende llegar a
las causas de estas insuficiencias, se le detiene antes de que llegue al
gobierno.
En general, es posible reclinar los lugares comunes
sobre el Destino y demostrar que el hombre se forja su propio destino. Ahí está
el ejemplo de esa granja islandesa sobre la que pesaba una maldición. La mujer
se había arrojado al agua, el hombre se había ahorcado. Un día, el hijo se casó
con una joven que aportaba como dote algunas hectáreas de tierra. De golpe, se
acabó la maldición. En la aldea se interpretó el acontecimiento de diversos
modos. Unos lo atribuyeron al natural alegre de la joven; otros, a la dote, que
permitía, al fin, a los propietarios de la granja comenzar sobre nuevas bases.
Incluso, un poeta que describe un paisaje puede servir a la causa de los
oprimidos si incluye en la descripción algún detalle relacionado con el trabajo
de los hombres.
En resumen: importa emplear la astucia para
difundir la verdad.
Conclusión
La gran verdad de nuestra época -conocerla no es
todo, pero ignorarla equivale a impedir el descubrimiento de cualquier otra
verdad importante- es ésta: nuestro continente se hunde en la barbarie porque
la propiedad privada de los medios de producción se mantiene por la violencia.
¿De qué sirve escribir valientemente que nos hundimos en la barbarie si no se
dice claramente por qué?
Los que torturan lo hacen por conservar la
propiedad privada de los medios de producción. Ciertamente, esta afirmación nos
hará perder muchos amigos: todos los que, estigmatizando la tortura, creen que
no es indispensable para el mantenimiento de las formas actuales de propiedad.
Digamos la verdad sobre las condiciones bárbaras
que reinan en nuestro país; así será posible suprimirlas, es decir, cambiar las
actuales relaciones de producción.
Digámoslo a los que sufren del statu quo y
que, por consiguiente, tienen más interés en que se modifique: a los
trabajadores, a los aliados posibles de la clase obrera, a los que colaboran en
este estado de cosas sin poseer los medios de producción.
Bertolt Brecht
1934
Publicado
por
Palabra
en llamas
Ganar la Paz
11.01.18 - 07:12.00
-.o0o.-.
COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
25 de noviembre de 2015
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